La escritura constituyente en Formas de volver a casa de Alejandro Zambra

Felipe Bastías Fuentealba

Universidad de Chile

felipebastiasf@gmail.com

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Resumen

En este artículo se plantea que en Formas de volver a casa de Alejandro Zambra se elabora un proceso de “escritura constituyente” que permite al sujeto organizar su realidad personal, social e histórica. Por medio del acto de “escritura constituyente”, el sujeto logra superar su estado de intrascendencia y elaborar un texto del cual emerge y a través del que se inscribe en un entramado intersubjetivo, social e histórico.

 

PALABRAS CLAVES

sujeto, escritura, experiencia e identidad.

 

Abstract

Throughout this article it is stated the idea that there is a process of ” constituted writing” in the book by the chilean writer Alejandro Zambra Formas de volver a casa. This process allows to the subject to organize his personal, historical and social reality. Using the “constituted writing” the subject achieves his state of insignificance and creates a text from which he emerges himself, and at the same time, the subject places his social, historical and collective framework.

 

Keywords

subject, writing, experience and identity.

 

 

 

Introducción

 

Formas de volver a casa (2011) de Alejandro Zambra recorre la memoria, el imaginario, las representaciones y las identidades construidas y trazadas durante la dictadura en Chile. Es un texto que induce, desde diversos ángulos, lo testimonial, lo memorial y lo autorreferencial valiéndose, principalmente, de dos estructuras textuales: una, próxima a los géneros autobiográficos, como es el diario íntimo; la otra, cercana a la metaliteratura, materializada en la inserción de una novela dentro de una novela.

Es así como, desde la voz de un sujeto[i] que se desdobla en dos niveles de representación, en dos textos que se intercalan y entrecruzan, se relata la experiencia de aquellos que no participaron en el poder, ni establecieron una lucha contra él. Es la historia de los que decidieron quedarse al margen, ya sea por miedo, abulia o por la necesidad de dotar de seguridad a su familia. Pero, sobre todo, es la historia de los que nacieron y se criaron en la dictadura y que no tenían la edad suficiente para participar o comprender el momento histórico que estaban viviendo.

El tratamiento del sentido y los procedimientos de escritura en Formas de volver a casa han sido abordados por la crítica literaria principalmente desde un carácter descriptivo, analizando esta obra al alero de grandes categorías literarias. Gema Martínez en su tesis La metaficción en Formas de volver a casa: posibilidad e imposibilidad de narrar el recuerdo, describe y analiza algunos mecanismos metaficcionales presentes en la novela. A partir de la hipótesis donde plantea que “la metaficción en Formas de volver a casa opera como un mecanismo narrativo que escenifica la posibilidad y la imposibilidad de narrar los recuerdos” (Martínez 7), destaca la presencia de dos planos narrativos, centrándose en la descripción de los procesos propios de la metaficción. Por su parte, en Formas de volver a casa, o como escapar del ogro: relatos de filiación en la literatura chilena, Lorena Amaro plantea que Zambra lleva el trabajo sobre la filiación a un plano teórico-crítico superior al insertar una serie de reflexiones sobre la relación entre padre e hijos y al vincular su obra con “las narraciones postraumáticas (en que se) interroga el enigma de los padres, ya sean ellos víctimas o victimarios” (Amaro 115). Por último, Sarah Roos en su artículo Micro y macrohistoria en los relatos de filiación chilenos señala que Zambra en esta novela “reclama el derecho, más de veinte años después, de narrar su versión personal de los acontecimientos vividos durante su infancia” (Roos 346).

En este artículo se plantea que en Formas de volver a casa de Alejandro Zambra se elabora la historia que conduce desde un sujeto creado en un texto que le es ajeno, hasta la redacción de un nuevo texto construido por este sujeto a través del cual logra constituirse y generar un proceso de autocreación que lo inscribirá en un marco de significaciones sociales e históricas. En la creación de este texto el sujeto desarrolla un proceso de “escritura constituyente” que le permite organizar su realidad personal, social e histórica.

En este sentido, el concepto de “escritura constituyente” resulta relevante para comprender las implicancias y derivaciones que tiene el acto de escribir un texto para contarnos la experiencia. En primer lugar, en esta obra, la escritura -el doble acto de escritura- permite adquirir, organizar, asimilar y trasformar la experiencia personal del sujeto. En segundo lugar, mediante el proceso de “escritura constituyente” necesariamente se imbrica la subjetividad con la intersubjetividad, pues como señala Arfuch “toda biografía, todo relato de la experiencia es, en un punto colectiva/o, expresión de una época, de un grupo, de una generación, de una clasem, de una narrativa común de identidades” (Arfuch 79)[ii], constituyéndose con esto la noción de un nosotros. Por último, la “escritura constituyente” tiene un carácter pragmático en tanto construye una autoconciencia que se materializa en una forma de acción que obliga al sujeto a cambiar sus prácticas sociales.

 

Ser escrito: personajes secundarios al interior de la literatura de los padres

 

Los títulos de los primeros dos capítulos, “Personajes secundarios” y “La Literatura de los padres”, aluden directamente a la situación inicial del sujeto en la historia relatada. Su función está relegada a un segundo plano. La forma de su existencia está sujeta al marco de un texto preexistente, a una historia mayor que circunscribe su rol y delinea sus limitadas formas de actuar:

La novela es la novela de los padres, pensé entonces, pienso ahora. Crecimos creyendo eso, que la novela era la novela de los padres. Maldiciéndolos y también refugiándonos, aliviados en esa penumbra. Mientras los adultos mataban o eran muertos, nosotros hacíamos dibujos en un rincón. Mientras el país se caía a pedazos nosotros aprendíamos a hablar, a caminar, a doblar las servilletas en forma de barco, de aviones. Mientras la novela sucedía, nosotros jugábamos a escondernos, a desaparecer (Zambra 56-57).

Para el protagonista de la novela, crecer fue sólo posible bajo el amparo de su supuesta intrascendencia. Vivió su infancia pensando que exclusivamente existía la literatura de los padres: esa versión de la historia narrada por los adultos donde ellos mismos eran los únicos protagonistas. En una primera instancia, el personaje y narrador de la novela entiende su historia a partir de lo que le dijeron que representaba: “me sentaba durante horas a hablar con mis padres, les preguntaba los detalles, los obligaba a recordar, y repetía luego esos recuerdos como si fueran propios” (115). Esta situación se condice con la experimentada, en el plano diegético, por el escritor que escribe la novela. En el capítulo “La literatura de los padres”, éste nos informa que no avanza en la novela, que está estancado. Señala que “en lugar de escribir, pasé la mañana tomando cerveza y leyendo Madame Bovary” (57), regocijándose en el amparo y en la comodidad de pasar largas horas tirado en la cama, leyendo para sólo concentrase y recordar a los personajes secundarios del libro, específicamente a Berta, cuyo reflejo le devuelve su propia imagen: “había cierta belleza en el gesto, pues entonces éramos justamente eso, personajes secundarios, centenares de niños que cruzaban equilibrando apenas los bolsos de la mochila” (58).

El reconocimiento del sujeto, que como generación no fueron y no son protagonistas, se esgrime como un acto de comodidad o de impostura. Pero también, asumir su intrascendencia y su incapacidad para decir y contar su propia historia, es un acto de conciencia que prefigura un intento por comprender el sentido y su rol en la “Literatura de los padres”. A propósito de esto, Carlos Thiebaut plantea que “saber quiénes somos y conocer el texto en el que tal pregunta se formula son cuestiones que vinculan una forma (material, social, histórica) de existencia” (Thiebaut, La construcción 57). Es precisamente el reconocimiento de una forma de existencia signada por el desconocimiento, la intrascendencia y la dependencia, la que el sujeto del relato va descubriendo a medida que escribe la novela y su diario íntimo:

        

“Confusamente intuía que ése era el dolor verdadero. Si había algo que aprender no lo aprendimos (Zambra 19). Vivíamos con pocas palabras y era posible responder a todas las preguntas diciendo: no lo sé (62). Chao, Aladino, dijo ella. No entiendes, nunca vas a entender nada, huevón” (92).

           

Paralelamente a este proceso, a medida que se va internando en la comprensión de sus condiciones de existencia, el sujeto en ambos textos va desarrollando un proceso de identidad compleja donde tiene cabida un posicionamiento, una reflexión y una crítica y en donde “cada interrogación acerca de quiénes somos ha de responderse generando un nuevo texto que debe atribuirse reflexivamente el sujeto en cada momento, y ello por medio de una actividad específica, por un acto de renombrar específico” (Thiebaut, La construcción 57-58).

 

Creación de un texto propio

           

La necesidad del sujeto de escribir su versión de los hechos sobre lo ocurrido durante la dictadura, pero, sobre todo, la urgencia de relatar su experiencia y la de su generación, surge como un imperativo para atestiguar su existencia, para dar cuenta de su experiencia y establecer la profundidad de su yo. Finalmente, el sujeto, encarnado en los dos narradores de la novela, descubre que tiene su propia historia, su propia literatura: “Siempre pensé que no tenía verdaderos recuerdos de infancia. Que mi historia cabía en unas pocas líneas. En una página, tal vez. Y con letra grande. Ya no pienso eso” (Zambra 83).

De este modo, el sujeto a lo largo de la novela Formas de volver a casa desplegará el acto de contar su propia historia, poniendo énfasis en que es él quien está realizando el acto de escritura. Al respecto señala: “A veces pienso que escribo este libro solamente para recordar esas conversaciones” (14). “Me gustaría recordar ahora, con absoluta precisión, cada una de las palabras y anotarlas en este cuaderno sin mayores comentarios” (94). “Es de noche y escribo. Es mi trabajo, o algo así” (146). Todas estas referencias apuntan a subrayar que es el sujeto el que está escribiendo la historia y, por tanto, es él quien le otorgará un sentido a su historia personal, familiar y nacional.

En una conversación que tiene el protagonista con su hermana este proceso se pone de manifiesto y se evidencian los propósitos que inauguran la escritura:

“¿Y tú sales en el libro?

Sí. Más o menos. Pero el libro es mío. No podría no salir. Aunque me atribuyera otros rasgos y una vida muy distinta de la mía, igual estaría yo en el libro. Yo ya tomé la decisión de no protegerme.

¿Y salen nuestros padres?

Sí. Hay personajes parecidos a nuestros padres. (…)

Supongo que les toca, simplemente, comparecer. Recibir menos de lo que dieron, asistir a un baile de máscaras sin entender muy bien por qué están ahí” (82).

 

En primera instancia, la escritura se constituye como una puesta en juego (“no podría no salir”) en donde el sujeto quedará completamente exhibido. Más allá de los juegos identitarios de enmascaramiento presentes en la escritura, el propósito de ésta se establece como “una necesidad de subjetivación e identificación, una búsqueda consecuente de aquello-otro que permita articular, aun temporariamente, una imagen de auto-reconocimiento” (Arfuch 65). El sujeto necesita verse a partir de la perspectiva de la escritura para rememorar lo que fue y comprender lo que ha llegado a ser.

En segunda instancia, el acto de escritura del sujeto intenta reconfigurar una variedad de historias y discursos superpuestos para articularlos dentro de la trama de la historia de su vida. En Formas de volver a casa estos discursos forman tres grandes bloques. El primero, corresponde a la historia de sus padres, quienes mantuvieron una actitud pasiva ante lo ocurrido durante la dictadura militar y a quienes el sujeto manifiesta su deseo de llamarlos a comparecer. El segundo, se enmarca dentro de lo ocurrido al personaje literario de Claudia en la novela y a Eme en el plano diegético de la narración. A través de esta historia el personaje revisa su forma de actuar en el pasado y en el presente. Por último, el tercer bloque discursivo está representado por el gran discurso de la dictadura militar.

Finalmente, en la novela se asiste al deseo de conquistar el discurso por parte del sujeto. Al comienzo, éste se manifiesta en el acto contemplativo de permanecer en el texto, de no avanzar, de estancar la escritura o ralentizarla hasta prácticamente detenerse en ella:    “prefiero permanecer, habitar ese tiempo, convivir con esos años, perseguir largamente imágenes esquivas y repasarlas con cuidado. Verlas mal, pero verlas. Quedarme ahí mirando” (Zambra 55). Posteriormente, este deseo se va transformando en una necesidad y en un sentido de responsabilidad. Adquiere la dimensión de una tarea de la cual no se puede rehuir, puesto que el sujeto ha sido señalado y ha asumido conscientemente este llamado: “Pero me toca escribirlo a mí y aquí estoy. Y aquí me voy a quedar” (94). Por último, el acto de escritura para el sujeto adquiere la dimensión de una sentencia: “A veces odio esta historia, este oficio del que ya no puedo salir. Del que ya no voy a salir” (83).

 

Escritura constituyente: contextualización de la experiencia personal del sujeto

           

El presente del sujeto en la novela está signado por una situación de abandono y de reclusión. Su novia, Eme, lo ha abandonado hace más de un año y él se ha quedado sólo en la casa en que antaño vivían juntos. Si bien están intentando recomponer su relación, a partir de una serie de visitas esporádicas, la condición que define al sujeto es la soledad. Se encuentra, principalmente, encerrado en una casa de La Reina. Sus actividades se restringen a beber alcohol, releer una serie de novelas, recordar y, lo más importante, a perpetrar un doble acto de escritura: una novela y un diario íntimo. De este modo, el quiebre de su relación lo ha dejado fuera de circulación con respecto al ámbito social. Sus movimientos tienden a clausurarse, a restringirse a actividades mínimas, a esperar: “Por lo demás, leer morosamente, echarse en la cama largas horas sin solucionar nunca la picazón en los ojos, es la coartada perfecta para esperar la llegada de la noche. Y eso espero, nada más: que la noche llegue pronto” (57).

 Es desde este periodo de crisis que el sujeto reinterpreta o rearma una serie de recuerdos que se encontraban dispersos en su memoria con el objeto de resignificar su experiencia. En este sentido, las prácticas de la “escritura constituyente” se establecen como “un proceso de interpretación del pasado, anclados en las prácticas sociales del presente” (Jelin 40). Es desde esta urgencia del presente que se intentará elaborar una nueva puesta en sentido a través de la escritura que, en primer término, involucra una revisión de su vida: “sabía poco, pero al menos sabía eso: que nadie habla por los demás. Que aunque queramos contar historias ajenas terminamos siempre contando la historia propia” (Zambra 105).

De este modo, en la redacción de esta historia tiene gran importancia la reconstrucción de dos momentos fundacionales que le permiten al sujeto re-articular la perspectiva de su identidad, puesto que funcionan como marcos para encuadrar su experiencia y sus relaciones con los otros.

El primero de estos momentos corresponde a una escena de su infancia temprana. El protagonista tiene seis o siete años y descubre con estupor que se ha perdido de sus padres, sin embargo, rápidamente encuentra el camino de regreso a casa. Ante esta escena inaugural de su infancia, el sujeto recrea un sentido que ilumina su presente: “esa tarde pensé que se habían perdido. Que yo sabía regresar a casa y ellos no” (13). Efectivamente, en el presente el sujeto elabora un viaje de regreso a la casa de sus padres en Maipú. En el periodo actual de su vida intenta construir una serie de formas de volver a casa plagadas de un sentido simbólico, pues el intento de regresar al hogar es también un intento por retornar a su infancia, su pasado y su familia. En gran medida, la escritura de este episodio configura la experiencia presente del sujeto: él emprende el camino de regreso a casa; mientras que sus padres se han extraviado en el olvido y en la negación de los hechos violentos de la dictadura.

El segundo momento clave, que el sujeto recrea para comprender y organizar su presente, corresponde al terremoto del 3 de marzo de 1985. Este movimiento telúrico aparece descrito a partir de las consecuencias que generó en la visión de mundo y en la conciencia del protagonista: significó para éste un quiebre, un cambio de perspectiva. En primer lugar, comprendió que “de un momento a otro todo puede venirse abajo” (20).  Con esto, no solamente adquiere la conciencia de la fragilidad de la vida y de la insistencia de la muerte, sino que además, entiende que bajo la cotidianidad siempre se esconden peligros y amenazas que pueden destruir todo lo creado o todo lo que se consideraba seguro. En segundo lugar, comprende que es posible la existencia de otras formas de relacionarse socialmente: “me pareció extraño ver a los vecinos, acaso por primera vez, reunidos” (16). En el imaginario del sujeto, hasta antes del terremoto, cada familia de la villa era un compartimento estanco que no tenía ninguna vía de comunicación con las otras familias: “éramos vecinos, compartíamos un muro y una hilera de ligustrinas, pero nos separaba una distancia enorme” (17). Sin embargo, la noche del terremoto, el sujeto dimensiona por primera vez en su vida que las relaciones entre los adultos se pueden sustentar en la preocupación por el otro y, por sobre todo, en la necesidad de compartir una experiencia y un lugar común.

De este modo, el sujeto al contextualizar su experiencia, al ubicar una serie de recuerdos de su pasado en relación a su experiencia presente, ha pasado a construir un “lenguaje que no solo sitúa, que no sólo ubica, sino que también define con sentido” (Thiebaut, Historia 33). El sujeto ha inscrito su yo confuso y errante en el telar móvil de las distintas discursividades que cruzan el entramado social y político de su sociedad.

 

Escritura constituyente: la construcción de un “nosotros” como testigos retrospectivos

           

De esta manera, en Formas de volver a casa se asiste al tránsito desde una subjetividad aislada, representada por un “yo”, hacia la construcción de un “nosotros”, o dicho de otro modo, el sujeto descubre el “nosotros” que está albergado en su “yo”.

En el relato, el “nosotros” se comienza a articular a partir de la descripción de una serie de hábitos, costumbres y sentimientos compartidos del conjunto de niños que crecieron en Chile en los años ochenta[iii]. Sin embargo, la constitución de un “nosotros” en el relato se afianza y cobra un valor generacional con la posición del sujeto como “testigo” de los hechos ocurridos durante la dictadura. Como plantea Areco, a propósito de la obra de Zambra y Bisama, la voz que hace su irrupción en la novela corresponde a la “generación de los testigos”, que son “aquellos que no vivieron en carne propia la violencia dictatorial, pero cuyas biografías han quedado igualmente marcadas por ésta” (30). Es la generación de los testigos indirectos y retrospectivos. Por una parte, guardan una serie de recuerdos de experiencias que no vivieron y que no vieron directamente en su infancia: “había cosas insondables y serias que no podíamos saber ni comprender” (Zambra 56). Por otra parte, sólo a partir de un ejercicio retrospectivo pueden revisar el pasado y ver lo que no vieron. Es esta actividad dirigida desde el presente lo que permitirá configurar al sujeto un “nosotros”, pues es dicha actividad la que establece el derrotero de su existencia compartida:

 

“Aunque no podamos, aunque no sepamos hablar de inocencia o de culpa, dedicamos a repasar una lista larga que enumera lo que entonces, cuando niños, desconocíamos. Es como si hubiésemos presenciado un crimen. No lo cometimos, solamente pasábamos por el lugar, pero arrancamos porque sabemos que si nos encontraran nos culparían. Nos creemos inocentes, nos creemos culpables: no lo sabemos” (138).

 

Este ejercicio imaginativo de lo que desconocen, ese vacío constitutivo de lo que no vivieron y entendieron en su momento, es el signo de toda una generación. Es este el punto de encuentro en que el “nosotros” se entiende “no como simple sumatoria de identidades o como una galería de accidentes biográficos, sino en articulaciones capaces de hegemonizar algún valor compartido respecto del (eterno) imaginario de la vida” (Arfuch 66). De este modo, el sujeto se reconoce como parte de una narrativa común de identidades por medio del reconocimiento de que en su momento no fueron capaces de entender lo que estaba ocurriendo en Chile y, a su vez, por no saber en la actualidad si sentirse responsables o no frente a lo ocurrido.    

Por último, el sujeto delinea la condición actual de su generación: el fracaso o la derrota. Este será el rasgo que constituye la experiencia de los sujetos de esta generación. Siguiendo los términos de Avelar “la derrota se acepta como determinación irreductible de la escritura” (Zambra 14) post-dictatorial, estableciéndose como el signo fundante sobre el cual se articulan las experiencias de los sujetos. Es así como, hacia el final de la novela, el sujeto manifiesta: “y ahora entendemos todo. Entendemos, en especial, el fracaso” (160). Este fracaso cobra variadas formas en la novela: un fracaso sentimental, representado por el quiebre definitivo en la relación del sujeto con Eme: “me dijo, con sequedad, dejémoslo hasta aquí” (159); el fracaso o la intrascendencia de la escritura y los recuerdos: “Nos une el deseo de recuperar las escenas de los personajes secundarios. Escenas razonablemente descartadas, innecesarias” (122); finalmente, el fracaso histórico y político representado por el triunfo de Sebastián Piñera en las elecciones: “Me parece horrible. Ya se ve que perdimos la memoria. Entregaremos plácida, cándidamente el país a Piñera” (156).

 

 Escritura constituyente: formas de autoconciencia y nuevas prácticas sociales

           

Finalmente, la redacción de la experiencia a partir del acto de “escritura constituyente” permite la asunción de un “yo” y un “nosotros” que son capaces de percibir la realidad social a partir de una conciencia propia. En este sentido, como señala De Lauretis, la experiencia redactada por el sujeto toma la condición de un:

 

“Proceso por el cual se construye la subjetividad de todos los seres sociales. A través de este proceso uno se coloca a sí mismo o se ve colocado en la realidad social, y con ello percibe y aprehende como algo subjetivo (referido a uno mismo u originado con él) esas relaciones –materiales, económicas e interpersonales- que son de hecho sociales, y en una perspectiva más amplia, históricas” (253).

           

Es así como el trabajo de la “escritura constituyente” se transforma en un método crítico, en una manera particular de aprehender y apropiarse de la realidad. El sujeto, al interrogar la realidad social y establecer un tipo de relación particular con ella, elabora una autoconciencia que le permite reflexionar sobre su propia condición:

 

“¿Qué me había llevado a narrar el terremoto de 1985? No sabía, no lo sé. Sé sin embargo que durante esa noche tan lejana pensé por primera vez en la muerte. (Zambra 162-163). La muerte era entonces invisible para los niños como yo, que salíamos, que corríamos sin miedo por esos pasajes de fantasía, a salvo de la historia. La noche del terremoto fue la primera vez que todo podía venirse abajo. Ahora creo que es bueno saberlo. Que es necesario recordarlo a cada instante” (163).

           

En este plano, la práctica de la escritura no sólo es constitutiva, sino que constituyente pues en ella “pueden ser rearticuladas las relaciones del sujeto con la realidad social a partir de la experiencia histórica” (De Lauretis 293). La revisión del hecho inaugural del terremoto de 1985 permite al sujeto redefinir su experiencia y establecer nuevas prácticas sociales, nuevas formas de nominarse que develan un cambio sustancial frente a la realidad social. Esto se constata en el tiempo presente del relato cuando ocurre el terremoto de 2010. En ese momento el sujeto está solo, han pasado más de dos años desde que Eme se fue de casa. Es en este punto que se comienzan a elaborar una serie de prácticas concretas que le permitirán reubicarse en el orden social:

 

“Cuando por fin terminó me acerqué a los vecinos, un matrimonio y su hija pequeña, que seguían abrazados, tiritando. Cómo están, les pregunté. Bien, respondió el vecino, un poco asustados nada más – y cómo están ustedes, me preguntó. Le respondí, sorprendido: estamos bien” (Zambra 162).

           

En primera instancia, el sujeto, en el presente, es capaz de circunscribirse a un colectivo: “estamos bien”. Esto es posible debido a que él ha elaborado su experiencia como un ejercicio que no sólo reúne aspectos personales de su vida, sino que también reúne dimensiones sociales, intersubjetivas e históricas. Es por esto que manifiesta constantemente a lo largo del relato que ésta es “la historia de mi generación” (96). Asimismo, al término del relato enfatiza una modificación de la conciencia que lo hace sentir más próximo y unirse al discurso de otros sujetos: “La voz de un hombre aseguraba de una esquina a otra, como un mantra: estamos bien, estamos bien (…) Estamos bien, pensé, con un asomo de alegría” (163). De este modo, el sujeto comienza a poner en práctica los resultados de la puesta en sentido de su vida, llevada a cabo en la escritura.

En segunda instancia, hacia el final del relato se asiste a los primeros indicios de la constitución del sujeto como una entidad autónoma capaz de modificar sus propias prácticas. Este cambio es incipiente, pero se ve reflejado claramente en sus acciones después del terremoto. Por una parte, si bien en un comienzo se dirige rápidamente a ver a su ex novia Eme, finalmente desiste: “Iba a acercarme pero pensé que me bastaba con eso, con saber que estaba a salvo. La sentía muy cerca, a pocos pasos, pero preferí irme de inmediato” (163). Con esta actitud el sujeto comienza a cerrar un ciclo de férrea dependencia a la figura de Eme. Por otra parte, no va a visitar a sus padres de inmediato: “Pensé en partir de inmediato a Maipú, pero poco antes de las nueve de la mañana pude comunicarme con mi madre. Estamos bien, dijo, y me pidió que no fuera a verlos (…) Pero voy a ir. Mañana temprano voy a ir a verlos, a acompañarlos” (164).

Después del terremoto el hábito de definirse como personaje secundario queda aplazado. El personaje no se dirige a la casa de sus padres, sino que comienza a escribir. En el acto de escritura que cierra la novela, el rol de personaje secundario también es redefinido, no como una actividad de dependencia, sino como una actividad que constituye y significa al sujeto: “Pienso ingenuamente, intensamente en el dolor. En la gente que murió hoy, en el sur. En los muertos de ayer, de mañana. Y en este oficio extraño, humilde y altivo, necesario e insuficiente: Pasarse la vida mirando, escribiendo” (164).

 

Conclusión

           

Como conclusión, en Formas de volver a casa de Alejandro Zambra se desarrolla el tránsito que comienza con la identidad del sujeto construida por medio de un texto preexistente. El sujeto es narrado desde la literatura de los padres y desde la noción de personaje secundario. Y concluye en la creación de un texto propio por parte del sujeto a través del cual logra articular su subjetividad con el horizonte problemático de lo histórico y de lo colectivo. A partir de un proceso de escritura constituyente se elabora la instancia a través de la cual el “yo” llega a saberse sujeto y, asimismo, se reconstruye como parte de una generación o sujeto colectivo. Finalmente, el proceso de escritura constituyente permitió que el sujeto pudiera redefinir su experiencia y elaborar una autoconciencia capaz de inaugurar nuevas prácticas sociales.

De esta manera, el proceso de “escritura constituyente” no tiene como objetivo principal la revisión y descripción de los hechos ocurridos durante la dictadura militar en Chile, sino más bien, se focaliza en el presente de los sujetos cuyas biografías quedaron marcadas por ésta. Se esgrime como el derecho que deben y pueden ejercer los sujetos para resignificar los conflictos, dispositivos y traumas instalados durante las dictaduras militares en pos de nuevas formas de (auto)construcción.

 

NOTAS

 

[i] Para comprender la noción de sujeto que se utiliza en este artículo ver: Thiebaut Carlos: “La construcción del sujeto: entre literatura y filosofía”. Figuras del logos. Entre la filosofía y la literatura. María Teresa López (comp.). Madrid: Fondo de Cultura Económica, 1994. En este texto se define al sujeto como “el lugar de la construcción de la subjetividad” (186) que manifiesta su experiencia como “la adquisición de determinadas capacidades, como el ejercicio de determinada mirada, de cierta actitud” (204).

[ii] Las cursivas corresponden al texto original de la autora.

[iii] Por ejemplo, se describen sus modos de relacionarse: “nos encerrábamos a pelear en silencio, que era lo que hacíamos cuando estábamos solos” (15); sus juegos: “durante unos días cambiamos el fútbol por ese deporte lento y un poco estúpido que sin embargo hipnotizaba a mis amigos” (22); sus modos de sobrevivencia académica: “Al tiempo ya conocíamos los trucos, transmitidos de generación en generación. Se nos enseñaba a ser tramposos y aprendíamos rápido” (58).

 

Bibliografía

 

Amaro, Lorena. “Formas de volver a casa, o como escapar del ogro: relatos de filiación en la literatura chilena” Revista Literatura y Lingüística. N°29, 2014.

Areco, Macarena. Cartografía de la novela chilena reciente: realismos, experimentalismos, hibridaciones y subgéneros. Ceibo Ediciones, 2015.

Arfuch, Leonor. El espacio autobiográfico: dilemas de la subjetividad. Fondo de cultura económica, 2002.

Avelar, Idelber. Alegorías de la derrota: la ficción postdictatorial y el trabajo del duelo. Santiago: Universidad Arcis, 2000. www.philosophia.cl. Digital. 15 de mayo de 2016.

De Lauretis, Teresa. Alicia ya no. Feminismo. Semiótica y cine. Cátedra, 1992.

Jelin, Elizabeth. Los trabajos de la memoria. Siglo veintiuno, 2001.

Martinez, Gema. “La metaficción en Formas de volver a casa: posibilidad e imposibilidad de narrar el recuerdo”. Tesis para optar al grado de Licenciatura. Universidad de Chile, 2013.

Roos, Sara. “Micro y macrohistoria en los relatos de filiación chilenos” Revista aisthesis N° 54, 2013.

Thiebaut, Carlos. Historia del nombrar: dos episodios de la subjetividad moderna. Visor, 1990.

———————-“La construcción del sujeto: entre literatura y filosofía”. Figuras del logos. Entre la filosofía y la literatura. María Teresa López (comp.). Fondo de Cultura Económica, 1994.

Zambra, Alejandro. Formas de volver a casa. Anagrama, 2011.



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