La dýnamis de La Distracción

Roberto Elvira Mathez

The Graduate Center, CUNY

relviramathez@gradcenter.cuny.edu

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Damiani, Marcelo. La Distracción. Simurg, 2013.

 

Un crítico de cine cubano sometido a extraños experimentos estéticos, viaja a la costa Oeste de Canadá a un retiro de artistas acompañado por otro cinéfilo; Al Rayn, un bandido en los márgenes de Laos, cae al vacío tras la búsqueda del Dragón que asesinó a su padre; reseñas de Citizen Kane Vértigo, y Barton Fink; el prólogo de un supuesto muerto vivo. Todos estos elementos circulan en la novela La Distracción de Marcelo Damiani, a merced del lector para ponerle orden. Un orden que, como dice Foucault, citando “El idioma analítico de John Wilkins” de Borges, nunca es dado y siempre es una construcción, construcción que nosotros buscaremos desarrollar distrayéndonos, como corresponde según la novela, en la génesis literaria de Damiani.

Algunos se atreven, a pesar de la polifonía de la literatura argentina, a encontrar, desde mediados de siglo pos-boom, dos corrientes marcadas que divergen por la predominancia de una u otra rama de Saussure: la forma o el contenido. La primera imponiéndose con Saer, perpetuándose con Libertella, y la otra remontándose desde Walsh hasta Piglia. En la continuación de ambos, podemos denominar al más próximo heredero de la primera corriente a Marcelo Damiani. Así, pareciera no ser solamente anecdótico que cuando se conjuró el concurso de novela de Clarín en 1998, tras celebrarse el último premio la última premiación de un ya envejecido Bioy Casares, la atención se concentrara en el segundo premio: Damiani y su segunda novela, El sentido de la vida

Ninguna novela, como el Ulysses de Joyce, probablemente tenga una trama tan fácil de describir (24 horas en la vida de Bloom y Dedalus en Dublín), pero al mismo tiempo sea una de las más difíciles de leer. Algo parecido podría decirse de El limonero real o Nadie nada nunca de Saer, a quien Damiani llegó a entrevistar en París, donde terminó por residir el autor santafesino luego de que se mudara allí en el 68. La Distracción le sigue los pasos. En pocas palabras, la novela gira en torno a dos críticos de cine uruguayos, Reynaldo Gómez (personaje clave en su novela anterior: El oficio de sobrevivir) y Nicolás Campriglia –quienes conforman el seudónimo Reyni, para elaborar y firmar sus escritos– que van becados a The Banff Centre for The Arts. Algunos, equivocadamente, por la presencia de lo académico, han presumido instaurar la novela en el género campus, con referencia a la figura universitaria de alguno de estos de personajes de La Distracción. Sin embargo, la definición limita el alcance de la obra, a la cual inscribimos dentro de que podríamos llamar Bourdiano (o a lo Bourdieu), donde se pone en relación las maneras de producción de capital cultural (reseñas fílmicas) con los espacios de recepción (ámbitos escolares) y confirmación (BANFF), pero en cuya crítica no encontramos la mera delación de la disparidad económica (que está), ni un cinismo insoluble que cae en la descripción. Es aquí donde la filosofía toma su lugar.

Esta tangente hermenéutica, la de la filosofía, no solamente se expone claramente en esta novela, sino que corresponde a la obra previa del autor, que, a la manera del hilo de Ariadna, deja señales para guiarnos. Así, Hermeto, de quien hablaremos a continuación, es el alumno de Tolver, profesor de filosofía que protagoniza un capítulo de El oficio de sobrevivir, donde Nietzsche y su eterno retorno estructuran la narración. El contraste con La Distracción, cuya estructura se basa en la elusión, nos hace concentrarnos en este capítulo, “Hermeto”, para buscar una clave de lectura.

Podemos arriesgar a decir que bajo la premisa de la distracción de Derrida, a la cual hace referencia el título y luego es hecha eco a través del personaje de Hermeto, nos encontramos frente a la construcción narrativa de una comunidad intelectual latinoamericana que no se maneja a través de una lógica de capital determinista o una ideología política, sino que revela el poder de lo que en Le parjure, peut-être “brusques sautes de syntaxe” del filósofo francés consiste en el otro lado y el mismo de la moneda, a lo Zahir, del pensar, o mejor dicho, del no-pensar, que componen una(s) unidad(es) indisoluble(s). Así, retomado la novela, la distracción, como categoría, se vuelve el motor de los personajes:

 

volvía a experimentar la fuerza, el despliegue de su destello de lucidez, mezclado con la visión de la magnífica espalda llena de lunares de su compañera, y cual artero Arquímedes golpeado por la manzana de Newton, a punto de gritar Eureka, no podía evitar la naturalidad con la que daba el salto hacia adelante, el salto cualitativo, apenas empañado por la sospecha perturbadora de que tal vez nunca más volvería a ver a Clara después de esa noche, en la que su eventual unión sería también el principio de su definitiva separación; no podía evitar que su cuerpo fantasmal se levantara al unísono de la silla del aula y del bar platónico, saliera a la noche de invierno y de verano, nublada y húmeda y llena de estrellas y clara, y murmurara para sí la tan ansiada respuesta a la pregunta de Leibniz, de Schelling, de Heidegger, mientras Tolver y Clara lo arrastraban fuera de su ámbito, de su mundo, sin escucharlo, sin oír la única, la verdadera razón de que siempre, pero siempre, haya algo, y no, claro, más bien nada, sin percibir la doble revelación que él acababa de experimentar, la epifanía del poder absoluto y la secreta belleza de la distracción (110).

 

Y es aquí donde encuentro lo revolucionario de la novela, en la posibilidad de escaparse a las categorías que han inundado la literatura argentina y latinoamericana, superando los conceptos deterministas y binómicos de estructura y superestructura, hegemonía y contra-hegemonía, para introducir finalmente en nuestro vocabulario coloquial, al lado de las letras de tango y los cuentos de Cortázar, palabras como différance, dýnamis, distracción.



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