Laura Pavón
La primera vez que oí hablar de los barrios de tolerancia fue cuando leí la crónica de Julián Herbert sobre Torreón. Trataba del esplendor de la ciudad en los tiempos de la Revolución. Pensé que los barrios de tolerancia debían de parecerse a la historia de aquel chico con el que quedé para tomar un café en el D.F. Empezó a hablar él. Quería contarme una experiencia energética muy fuerte que vivió, algo que le pasó una noche en Playa del Carmen. Al parecer, andaba de fiesta con un grupo de amigos y los dejó para irse a caminar él solo, borracho, por el paseo marítimo. Era la zona más transitada, la zona de las discotecas, y allí la energía era muy pesada. Dijo que de pronto empezó a ver otra cosa, algo que a primera vista no se veía o que no era obvio. Según dice se dio cuenta de que aquello era una red de sordidez en la que todos eran cómplices: los borrachos y drogados, extranjeros y promotores de la noche, los militares en día libre. Allí todo pasaba todo el tiempo y todos lo pasaban bien. Me cuenta que decidió sentarse en un banco y las cosas sucedieron solas. Se le acercó una chica y él le dijo que esa noche quería coger: “quiero coger esta noche”, una cosa así. Y entonces, él se debió poner en un tono medio violento y la chica le dijo que esperara y al rato vino acompañada y vino acompañada de una niña. Según me dijo, no es que fuera del todo una niña, pero sí era muy joven. Al poco se acercó también el que estaba a cargo y de ahí ya no recuerdo más qué pasó o qué me contó, lo que sí recuerdo es que no se acostó esa noche con nadie. Aunque no estoy segura. Bebíamos café en la Condesa, en una mesita que daba al Parque México, que queda en la avenida Amsterdam, la que tiene forma circular. Después de hablar largo y tendido sobre variantes de un mismo tema, el de estar en contacto con las energías, le pregunté si quería dar un paseo. Pagamos la cuenta, nos levantamos y nos pusimos a caminar.