A 50 Años de la Dictadura Cívico-Militar Chilena: Archivos Familiares e Historias Heredadas en la Construcción de Memoria Colectiva

Natalia Villarroel
The Graduate Center, CUNY

PDF

Toda la verdad, toda la justicia.

 

  1. Reimaginar el pasado

La frase “quienes no vivieron la dictadura no tienen derecho opinar al respecto” es una iteración a menudo utilizada en discusiones para rechazar cualquier argumento de quién nació ya “devuelta la democracia”. Es decir, en o después del 11 de marzo de 1990, cuando el entonces presidente Patricio Aylwin inaugura lo que se conoce como “la transición a la democracia”. Pero ¿es cierto que no vivimos la dictadura? ¿Es cierto que puedo alejarme de todo tipo de relato escabroso cometido en ese periodo solo por no haber nacido antes? ¿Cuáles son mis memorias sobre la dictadura cívico-militar chilena? ¿Mi historia individual está libre de 17 años de represión política y social? ¿Estoy libre del trauma ocasionado? Mi respuesta es: No. 

No puedo ser excluida de opinar sobre la dictadura que golpeó el país donde crecí, pues tengo acceso a lo que se conoce como memoria colectiva, un constructo que se forma no solo en base al recuerdo propio, sino también a partir de sucesos vividos o compartidos por otros (Halbwachs 54). Esto, incluso si algunos no están de acuerdo con esa noción totalizadora de “colectividad” que a ratos puede resultar compleja de definir, pues, de igual modo, no se puede negar el acceso que tengo a ciertos sistemas de memoria (Assmann 223) en los que comparto aspectos sociales, culturales y políticos con otros chilenos. De este modo, puedo fundamentar mi “no” en las preguntas de más arriba a través de todos esos hechos y memorias dictatoriales que me fueron compartidos y que, queriéndolo o no, subjetivaron en mí una forma de verdad sobre el pasado reciente de Chile.

Según plantea Zamora Sauma, la memoria es un gesto de reinstalación en el presente sobre sucesos del pasado (45), y esos gestos pueden ser algo que escuchamos, leímos, vimos o percibimos y que nos remiten a un suceso incluso sin haberlo vivido. En mi caso reimagino el contexto de la dictadura chilena a través de memorias sobre este periodo que han sido transmitidas por otros desde mi niñez. La información sobre el pasado ha vuelto a mí (vuelve aún) en forma de relatos, fotografías, emociones o sobresaltos ajenos que me han permitido retomar y resentir un pasado también mío; aquel que, de uno u otro modo, ha transformado mi presente y ha contribuido a la construcción de una propia verdad. 

Por esta razón, pensando en mi propia historia, también he comprendido que los procesos de memoria no son lineales, es más: la memoria es discontinua (Richards 14). Se contrapone a los procesos de orden dictados por la historia monumental o canónica, pues la memoria es dinámica y se actualiza todo el tiempo en el presente a través de la interacción social; mientras que la historia ahoga “el impulso ‘ahistórico’ de producción de la vida, la fuerza por la cual el presente arma una relación con el futuro y no con el pasado” (Sarlo 11). 

En tal sentido, para construir mis propias memorias sobre la dictadura accedí a la memoria de mis padres antes que a la memoria cultural, aquella depositada en la narrativa hegemónica de los discursos nacionales y oficiales (Jan y Aleida Assmann ctd. en Hirsch 110). Mis padres significaron ese primer vínculo con el pasado traumático de Chile, dado que ambos crecieron entre las décadas del 70 y 80, por tanto, sufrieron de forma inmediata las consecuencias del golpe militar de 1973. 

Así, recuerdo a una madre joven que me dijo a mis siete u ocho años: “no le vayas a decir a tus compañeros de curso de qué partido político son tus papás;” versus un padre que interpela el mismo comentario a través de un “eso ya no es así, no le digas esas cosas, ahora estamos en democracia.” Estos comentarios contradictorios de mis padres, más el paralenguaje que acompañaba sus palabras, se convirtieron en una de las primeras señales de que algo había pasado. Una suerte de saber común que yo no manejaba y que, al ser tópico común entre ellos, me interesaba saber. 

De este modo, las memorias comunicativas, entendidas como toda memoria individual o familiar –las que Aleida Assmann luego redefine solo como memoria individual (212) y memoria social (214)– han dibujado desde mi niñez eso que Eva Hoffman interpreta como una “sensación de conexiones vivas” (2004 xv) entre el pasado y el presente. Un lazo inter y transgeneracional que une a quien recuerda el evento vivido y a quien ha recibido experiencias de memoria transmitidas sobre ese evento. 

 

  1. Postmemorias y archivos familiares

Ese vínculo entre pasado y presente del que hablo, donde mi madre actualiza un recuerdo dictatorial en el presente, es a lo que Marianne Hirsch se refiere como postmemoria. Un término que “describe la relación que la generación posterior a la que fue testigo de un trauma cultural o colectivo mantiene con las experiencias de los que vinieron antes” (106). 

Por ello, y si vuelvo a mi recuerdo de infancia, puedo ver cómo las memorias de dictadura activaron en mi madre el miedo generado por la represión, de modo que ella conecta el pasado turbulento con el presente en el acto de advertirme que no hablara sobre política en espacios públicos. Esto seguramente porque era la estrategia que sus padres utilizaron con ella, o como una táctica que ella misma desarrolló en un entorno represivo.

En el caso de la contrarrespuesta de mi padre “ahora estamos en democracia”, también observó una conexión con el pasado, pero diferente a la de mi madre. Su trauma no pasa por el miedo, sino la rabia y también una actitud más relacionada con la seguridad que logró en las personas la aparente vuelta a la democracia. De hecho, mi papá se encargó de transmitirnos a mi hermano y a mí una suerte de valor democrático importantísimo, cuyo origen está, obviamente, en sus experiencias directas con la represión de dictadura y los saberes inculcados por su padre (mi abuelo). 

Así, tuve memorias sobre la dictadura por parte de cada uno de mis progenitores. Tuve memorias de un padre que desde pequeña me enseñó sobre la confección de pancartas de protesta, acerca del significado del cantito gringo “We want justice” y sobre la traducción de “Another Brick in The Wall” de Pink Floyd. Así como también, tuve memorias de una madre que, aunque igual de luchadora, estuvo más acostumbrada al silencio sobre estos temas y a la contradicción de sí misma. Esto último, debido a que descendía de una madre (mi abuela) criada por un militar de campo (con plata) que puso en alto estándar la labor de las escuelas matrices; y también porque su familia nuclear, como muchas otras, calló la dictadura por miedo. 

Si bien dos años me separaron de vivir en el régimen militar, los ejercicios de memoria que mis padres fueron haciendo conmigo, junto a posteriores memorias y experiencias adquiridas, me permitieron crear un juego de verdad conmigo misma (Martín Rojo 12) en torno a un pasado no vivido. Una suerte de historia no-oficial que se nutrió de discursos personales y colectivos en forma sinérgica para contarme sobre los daños colaterales que tuvo la implantación de un cruel y explotador modelo neoliberal que estancó y desvalorizó a mis padres económica y simbólicamente, y que me tiene hoy endeudada por estudiar. 

 

2.1. El Alzheimer y la Democracia Cristiana 

Como mencionaba más arriba, la postmemoria describe la forma en que nuestra memoria puede ser formada por recuerdos heredados, pero también es necesario comprender que esta no solo está mediada por el recuerdo de otros, sino también por la inversión, proyección y creación imaginativa que hacemos de los acontecimientos que nos son entregados (Hirsch 107). 

En otras palabras, nuestras memorias también son procesos de re-imaginación de acontecimientos. Recordamos porque nos cuentan cosas, pero a su vez podemos recordar porque imaginamos lo que nos están contando, de modo que para formar una propia memoria del pasado es crucial servirse de personas que tengan una historia que contar, y en mi caso, no solo mis padres cumplieron ese rol. Mi abuelo paterno es otro hilo (y muy importante) del que puedo tirar para construir una suerte de genealogía de memorias de la dictadura, ya que sus experiencias nutrieron tanto mis procesos de reimaginación en el presente, como ciertas reflexiones sobre la importancia de mantener viva la memoria. 

Él, un señor inquieto adelantado a su época y dirigente social –sindical y vecinal– fue iniciador del “pensamiento zurdo” de toda mi familia paterna. Apelando siempre al bien común y al ingenio, trabajó por años en la CONAFE (Compañía Nacional de Fuerza Eléctrica), empresa que por esos años se encargaba de proveer de luz a la gente de la ciudad, y de la cual mi abuelo formaba parte debido a sus conocimientos como electricista. 

Paralelo a eso, mi abuelo participaba en una iglesia evangélica, comunidad a la que se unió desde pequeño porque El Señor había salvado a su madre desahuciada (mi bisabuela) de morir por una enfermedad letal. 

Así, durante toda su vida “El tuto”, como le decían a mi abuelo, se movió entre el mundo de la electricidad y el mundo cristiano-evangélico, ambas, comunidades por las que lo dio todo, incluso dinero propio y tiempo familiar que más tarde le serían reprochados. 

En ese contexto mi abuelo empezó a hacer política en su modalidad más formal, de esa política que requiere traje, corbata, viajes y largas conversaciones con otra gente. Si bien, desde niña para mí fue normal escuchar que “el tata andaba metido en todo,” fue ya de grande cuando entendí cuál era su trabajo. Mi tata no solo había arreglado el pavimento de su población, sino que había militado por años en la Democracia Cristiana, como dice mi papá, “cuando la DC era de verdad” o “antes de que se volvieran amarillos.”

Dentro de sus labores como dirigente vecinal ligado a la DC, mi abuelo coordinaba planes de acción con otros dirigentes de la ciudad para mejorar la vida de los vecinos en relación con ayudas habitacionales, mejoramiento de espacios públicos u otros asuntos que requerían conversaciones con la municipalidad de la ciudad, o si era necesario, la búsqueda de ayudas fuera de la región. Estas y otras tareas, que veo ahora con ojos de admiración y ternura, no las tenía en mi radar en mis años de infancia. De hecho, no sabía muy bien cuál era la labor de mi abuelo hasta que a sus 70 y algo años –o quizá antes– comenzó a sufrir de Alzheimer, y en sus intentos de no olvidar la persona que era y que fue, pensó en una fórmula para salvaguardar sus recuerdos.

Mi abuelo pensó en la memoria mientras la perdía, razón por la que hizo un libro sobre su vida. Escribió a mano sus recuerdos, aquellos que iban desde la niñez hasta que nacieron todos sus nietos. Reunió fotos familiares, recortes de diarios de sus apariciones en la prensa local, papeletas de elecciones en las que se inscribió para ser concejal por la lista de Eduardo Frei Montalva (alrededor de 1964), cartas tipeadas en máquina de escribir donde se mensajeaba con políticos santiaguinos de la época, fotos en encuentros con políticos, etc. Reunió un montón de información relevante para él y escribió durante meses, o quizás años, sus recuerdos de vida. 

En su plan estuvo terminar un cuadernito que luego envió a una imprenta para ser transcrito, impreso y copiado. Una vez listo el pedido, revisó los manuscritos y con un destacador verde fluorescente se pintó la cara en cada una de las fotos en las que él aparecía (imágenes fotocopiadas). Una vez listo ese último paso, el tata regaló una copia de la obra de su vida a cada uno de hijos. El gesto en su momento fue tierno e incluso gracioso para algunos miembros de la familia, pero revisándolo ahora me parece un intento consciente y también desesperado de autoconservación. 

Pese a sus rabias por no recordar, por olvidar nuestros nombres o incluso quienes éramos, mi abuelo volvió a sus recuerdos para construir la memoria de su familia, para no ser olvidado y para no olvidarse. Pero lo que quizá no imaginaba era que a través de ese gesto me estaba ayudando a construir mis propias memorias familiares y políticas.  

En su cuaderno de recuerdos, ya de adulta, encontré respuestas para entender la importancia política del trabajo social que realizaba mi abuelo, lo que, a su vez, me ayudó a entender las historias que contaban mis tíos y mi padre. Mi abuelo estuvo activo políticamente en el gobierno de Allende y a inicios de la dictadura, momento que en sus memorias él describe como “la efervescencia política”. 

El trabajo social que se hacía en aquella época en los vecindarios movía masas. Esa micropolítica tenía mucha importancia y fiabilidad en las personas. Ahí entendí porque en la ciudad que crecí mi abuelo y mi abuela eran conocidos por la gente del sector, y por qué muchas veces, de niña, me presentaron a gente desconocida como “ella es la hija de B”, puesto que mi padre, del mismo nombre que mi abuelo, era la herencia del “Jefe Base Vecinal n°11”, quien además de asistir a protestas también era “hermano” en la iglesia. 

La vida social de mi abuelo era intensa. Según mi papá, siempre había políticos o personas que hacían trabajo social visitando la casa, así como también hermanos evangélicos que lo visitaban desde otros países para concretar actividades misioneras. En las memorias de mi abuelo encuentro fotos de él con Frei Montalva, intendentes y diputados de otras ciudades en inauguraciones de servicios públicos, y también una carta de Patricio Aylwin en la que el entonces senador (marzo 1973) le pedía disculpas a mi abuelo por contestarle tarde, pero le prometía pronto visitarlo en “su base,” a saber, la casa de mis abuelos

También, entre sus memorias destaca una foto de un gimnasio vecinal que existe todavía en la ciudad –aquella que también es mi ciudad natal– y donde se lee un comentario escrito con la letra imprenta de mi abuelo “Alianza para el progreso,” y en seguida relata 

Con la ayuda de Estados Unidos recibíamos alimentos para los que trabajábamos engrandeciendo nuestra Población […] En ese tiempo de la Alianza para el Progreso, comenzamos hacer el proyecto para un gimnasio techado, en mi trabajo CONAFE ocupé herramientas para hacer el plano, agregando espacio para la sede y demás salas, tengo ese documento, solo la forma del techo es diferente

Seguido de esto se encuentran más adelante unos documentos donde se prueba el proceso que mi abuelo realizó para conseguir el financiamiento para la construcción del gimnasio. El dinero había salido de Estados Unidos a través de Alianza Para el Progreso, un programa económico y político impulsado por Kennedy entre 1961 y 1970 que tenía por objeto mejorar condiciones sanitarias, educativas y de vivienda en países de Latinoamérica. Al menos ese era el discurso de la diplomacia, pero en la realidad la Alianza para el Progreso fue nada más ni nada menos que una forma de intervencionismo político norteamericano en plena Guerra Fría, que, con base en la idea de desarrollo económico, pretendía frenar los movimientos revolucionarios latinoamericanos. Esto, sobre todo por el precedente revolucionario que los cubanos estaban dando por esos años, quienes, por supuesto, no aceptaron la alianza con Estados Unidos. Por el contrario, Chile sí, y para mi abuelo fue una oportunidad que, además, atribuyó a una buena jugada de Frei Montalva y la alianza con Estados Unidos. 

Mi abuelo describe en sus memorias el proceso de concesión de dineros a través de la embajada de Estados Unidos en Chile, lo que posibilitó la construcción de un gimnasio que aún existe. Sobre esto él comenta 

Aceptado el proyecto en su parte, viene una empresa de Santiago y levantan la estructura (fierros) con nuestros colaboradores se puso el techo, a fin de afianzar los pilares seguimos trabajando con nuestros recursos. Lo construido del lado sur. Debo destacar que todo lo que hicimos fue por el compañerismo y esfuerzo de unos cuarenta vecinos y unas treinta mujeres (emoción quedamos muy pocos Q.E.P.D). 

 

2.2. Allende y el golpe militar 

La vida política transcurre como una columna vertebral en las memorias de mi tata. Así encuentro el siguiente apartado que me conecta con el escenario que propicia la dictadura chilena: “LLEGA LA UNIDAD POPULAR CON SU PRESIDENTE SALVADOR ALLENDE,” y en seguida un comentario que dice: “Fueron tres años, el primero contentos “comimos carne,” pero después sin producción, viene la escases, mercado negro y muchas cosas más. La CONAFE y varias empresas en quiebra”. 

A continuación de este comentario se encuentra el apartado “1973.-GOLPE DE ESTADO”, donde, desde su óptica sindicalista de empleados y técnicos de CONAFE, mi abuelo relata parte de la crisis de privatización que trajo la dictadura. Él comenta que obligaron a los trabajadores, quienes en ese contexto podían adquirir acciones de la empresa con mayor facilidad, a venderlas al nuevo gobierno. Así, mi tata relata 

LOS MILITARES. Empiezan a buscar fórmulas para activar las industrias, a CONAFE el gobierno le presta plata sin intereses, reuniones para reciliar la venta de las acciones, oferta de pagos. Nuevamente me tocan muchas reuniones en todas partes, demostrar que de todas maneras ganábamos dinero en efectivo para las jubilaciones, hasta treinta y cinco meses de indemnización, varios no iban a vender sus acciones, cuando quedábamos cinco un gerente me dijo “los que no venden se van,” yo tenía tres hijos en el colegio –vendí (dos valientes no vendieron, les iba bien). 

Cuando mi abuelo se refiere a que le tocaban muchas reuniones, era justamente para responder, como parte del sindicato, a las presiones por parte de la empresa de vender sus acciones de CONAFE. Los treinta y cinco meses de indemnización a los que hace alusión corresponden a un precio que se les ofrecía por la venta de las acciones. A través de las memorias veo cómo mi abuelo luchó en contra de la cooptación económica de la dictadura desde su trinchera. Para algunos su actuar no fue suficiente, pues vendió, sé vendió, era de la DC, pero también es cierto que si no vendía se quedaba sin trabajo. 

La presión que se observa en su relato como dirigente sindical me revela que cedió “al muñequeo” de la derecha chilena de esos años, y si bien en otras páginas también veo que siguió peleando por mejores condiciones de vida a través de la junta vecinal y de la iglesia, por relatos de mi padre sé que su trabajo político fue acallado a la fuerza. 

Mi padre siempre recuerda que mi abuelo recibió amenazas. De hecho, una tarde mi padre me cuenta que las amenazas para mi abuelo no fueron desde los militares o fuerzas de derecha, como yo había pensado, sino que provenían del ala comunista. Siempre pensé que había sido al revés, sobre todo porque los ideales de la familia y de mi abuelo siempre habían sido socialistas (o en el caso de él socialcristianos). Mas no, a mi abuelo lo amenazaron los comunistas. Y claro, al ser él parte de la Democracia Cristiana, falange que traicionó al gobierno de Salvador Allende al apoyar la dictadura de Pinochet, se transformó en un enemigo (en momio). 

Por este motivo, mi abuelo dejó de apoyar proyectos políticos, siguió participando en la iglesia y apoyando causas vecinales, pero con sigilo. Las amenazas para él y su familia fueron claras: pintura y alquitrán en la fachada de la casa más la advertencia de secuestro de su hijo menor (mi padre). 

De todos modos, protegidos estuvieron de los militares, mi padre, mis tíos, mi abuela y mi abuelo, pero sus ideales políticos y de vida no, porque de todos modos ya estaba asociado a un ala política que hasta hoy es considerada desdeñable. La Democracia Cristiana es hasta el día de hoy la falange política traicionera, los que le dieron vuelta la espalda al presidente Allende y apoyaron la dictadura militar por conveniencia. Además, la confianza que mi abuelo puso en Frei Montalva durante años fue algo que terminó por sepultarlo políticamente. Por esa relación lo catalogaron como momio, pese a que sus ideales, me consta, no estaban a favor de lo que ocurriría durante los diecisiete años venideros.

Esta realidad vivida por mi abuelo, imagino que fue vivida por muchas familias evangélicas en Chile. El mundo evangélico nunca ha estado libre de tensiones, dado que son un grupo muy heterogéneo ideológica, política y socioeconómicamente; pero en el contexto de dictadura la tensión fue más fuerte, debido a que un grupo declaró abiertamente su apoyo a Pinochet. En 1974 la mayoría de las iglesias evangélicas –que se traduce en un grupo de pastores– firman una declaración que 

reconoce explícitamente a Pinochet tanto por recibir por primera vez a los dirigentes del mundo evangélico como por haber liderado el golpe de Estado, el cual era “la respuesta de Dios a la oración de todos los creyentes que ven en el marxismo la fuerza satánica de las tinieblas en su máxima expresión” (Maldonado Araya).

Este gesto se consolida simbólicamente al año siguiente, cuando Pinochet asiste al Primer Te Deum evangélico en Chile, instancia donde se marca públicamente el apoyo de las iglesias evangélicas al gobierno militar. Este evento fue televisado y en archivos televisivos se puede observar a Pinochet entrando a la Catedral Evangélica de Chile (Santiago), lugar donde es recibido por los creyentes que ovacionan y reciben con pañuelos blancos al dictador. El Consejo de Pastores de este tiempo firmó por todos los evangélicos y eso detonaría años más tarde en fracturas dentro de este mundo religioso. Los fieles comenzarían a cuestionar no solo el poder que los pastores tenían sobre las decisiones de la iglesia entera, “sino también al desempeño ético, económico y político de la dictadura” (Maldonado Araya). Pero para ese momento, a inicios de la dictadura, los evangélicos eran todos unos traidores, y mi abuelo representaba uno más de ellos para el común de los mortales, razón por la que él mismo menciona en sus memorias que “fue duro predicar.” 

 

2.3. Otras memorias familiares

Memorias de esos tiempos quedaron en toda mi familia paterna. A través de los relatos de mi abuela –una mujer de izquierda muy lúcida políticamente, que también participó en tareas vecinales– me ha ayudado a construir memorias que cuentan que mi abuelo siguió haciendo trabajo barrial, pero sin causar mayor alboroto. De hecho, esto lo corroboran las páginas siguientes de sus memorias, las que solo tratan de hitos importantes para él en el ámbito de la compañía eléctrica, pero toda la grandilocuencia política aparece hasta 1973.  

De todos modos, el mensaje político que se transmitía en casa de mis abuelos no fue en vano. Años más tarde un tío se declararía comunista, tanto por principios aprendidos en la universidad como por los valores que habían sido inculcados en casa. Mi tío trabajó en tareas de “reconstrucción” para quienes habían sido vulnerados por la dictadura, pero esto también desde una filiación religiosa. Como él había sido criado en el seno de una familia evangélica, pasaría años sirviendo en “una suerte de Vicaría de la Solidaridad,” pero de corte evangélico.

 Mi tío cuenta historias de sus viajes al extranjero, al mismo tiempo que se calla otras historias para no revelar más información de la necesaria acerca del trabajo que hacía. Pese a no saber en profundidad sobre el trabajo que él realizó, tengo nociones de que ayudaba gente, de que fue varias veces a otros países “a buscar ayuda”, y de que se tuvo que cuidar de los milicos. Todas ellas, cosas que en realidad he escuchado más de mi papá que de mi tío, ya que mi padre lo acompañaba a veces a hacer tareas que “no eran peligrosas.” 

Asimismo, se oyen en la familia historias sobre un tío en segundo grado, sobrino de mi abuela, al que ella quería como un hijo. Este tío, a quién llamaré “tío G,” fue profesor de literatura en un liceo, comunista y masón, además de ser presidente del magisterio de profesores de la ciudad donde crecí. Ese tío fue perseguido también por revolucionario. Los milicos lo tenían en la mira porque movía gente del gremio de la educación, y porque además era brillante. 

La historia cuenta que el tío G se casó con una chilena-gringa que años más tarde se exiliaría con sus hijos en Estados Unidos. La violencia política, física y psicológica de la dictadura atemorizó a la mujer, quien, para proteger a sus hijos, decidió erradicase allá por un tiempo, sin saber que no podría volver a Chile. El tío G jamás se pudo reunir con ellos nuevamente, o por lo menos no como antes, los cuatro, él, su esposa y sus hijos, todos bien sanos y salvos. Su ideal luchador de no abandonar el país en momentos de crisis, además de algunas tragedias familiares que ocurren en el medio, dieron pie al desarrollo de una triste historia de separación familiar por causa de la dictadura. Unos hijos chilenos crecidos en Estados Unidos, una esposa en estado vegetal, fallecida a los años después, y un tío G que, si bien sobrevivió a la persecución en los años de casería comunista, fue despojado de todo. Quedó sin trabajo, sin redes, sin nada y una vez recuperada la democracia muere de pena, solo, entremedio de una rumba de botellas vacías de pisco Capel

Hoy los hijos semi-gringos del tío G buscan memorias de su padre para entender qué ocurrió, y son nuevamente las memorias de otros el recurso más nutritivo que les queda para reconstruir su verdad. El ejemplo de estos hijos da cuenta sobre la temporalidad no sellada de la que habla Nelly Richards (13), pues la memoria de estos chileno-gringos no solo depende de lo que cuenten los libros sobre la dictadura chilena o de lo que ellos mismos puedan recordar de sus infancias, sino que su sistema de memorias depende también de otros actores, como mi abuela o mis tíos. Estas memorias alternativas de un mismo hecho o tiempo no solo les permiten comprender y reimaginar el contexto político y la vida personal de sus padres en el Chile dictatorial, sino que también les permite comprender que la memoria no es lineal, porque los recuerdos de otros van y vienen a ellos, y se van actualizando cada vez que tocan el tema de su padre. 

De este modo, los hijos del tío G recuerdan a la vez que comprenden el pasado y sus consecuencias en el presente, aunque no estoy al tanto de si estos niños saben que el país que los albergó y en el que crecieron y formaron familia, es el mismo país que propició, entre otras cosas, la muerte de sus padres. Al parecer algo sospechan, ya que investigan constantemente y viajan todos los años a Chile a ver a mi abuela. Ella es la única familia que les queda. 

 

2.4. Otros ecos del trauma 

Estos y otros sucesos convertidos en memoria familiar construyen una verdad diferente para cada nieto y nieta en la familia. De diferentes formas hemos salvaguardado esas memorias comunicadas, y también creo que hemos escuchado los ecos de la dictadura de formas diferentes en la medida en que hemos crecido. Algunos hemos aprehendido las historias e indagado en ellas, mientras otros han optado por el olvido o por no escuchar. Y menciono lo de “no escuchar”, dado que la memoria de la dictadura no se trata solo de no querer recordar o de “no querer volver atrás”, sino que de no querer entender las consecuencias actuales de diecisiete años de daño irreparable. 

En mi caso he refinado los sentidos con el tiempo, porque hablar y preguntar sobre los hechos ocurridos en la dictadura fue algo normal durante mi infancia. No fue algo enseñado en el colegio, porque la historia monumental hizo lo contrario: borrarnos a todos la memoria. De hecho, ya he mencionado que la consciencia de memoria se la debo a mis padres y a la educación que nos inculcaron en casa, porque en colegio: nada. Y en colegio católico: menos que nada.

Así, a lo largo de mi vida fui más perceptiva a las fisuras del trauma de otros, y con los años fui anexando otras historias y tejiendo mi propia memoria sin haber vivido en persona la dictadura militar. Los relatos de mi padre cuando él, de joven, asistió a un par de marchas en aquella época, fueron mis primeros acercamientos a palabras como lacrimógena, molotov, lumazo, pacos, milicos. También escuché historias cortas de otros miembros de mi familia, tanto materna como paterna, que tenían como factor común el famoso “toque de queda” que yo recién vine a vivir el 2019 con el estallido social. 

Las torturas fue algo de lo que sí no se habló tan en detalle. Obviamente, los adultos no querían contarles a los niños los detalles sórdidos y el nivel de crueldad que son capaces de ejercer algunos seres humanos sobre otros por pensar diferente; aunque sí sabíamos, mi hermano y yo, que esa maldad existía.

Pese a que mis padres no nos contaron sobre experiencias de tortura, con los años sabríamos historias de ese tipo de todos modos. Recuerdo que la primera de ellas fue contada por “El tío Claudio”, un amigo de mis padres al que mi hermano y yo queríamos mucho, y al que veíamos frecuentemente en casa, tomando, comiendo y hasta cocinando. Él simpático tío Claudio fue el primero en revisitar el trauma personal de la dictadura un día que estuvo ebrio en nuestra casa. Luego de haberse lamentado un rato por su exesposa, a quién todavía amaba, nos contó que había sido detenido y torturado por agentes militares. Recuerdo que él decía algo similar a esto “Nos tenían en una celda y ellos (pacos/milicos) metían ruido para que nadie pudiera dormir. A los hombres nos golpeaban hasta aburrirse y todos allí escuchábamos todo lo que pasaba. Pero, sin duda, lo peor para mí era escuchar cómo trataban a las mujeres y sus gritos cuando las estaban violando”. Pronto mi madre nos mandó a dormir a mi hermano y a mí, así que no escuchamos más, pero, con mucho pesar y rabia, la voz fumadora del tío Claudio nos contó eso que fue mi primer acercamiento al horror de la represión dictatorial. Con los años lamentablemente escucharía más de esas historias de terror y entendería cómo los cuerpos de las mujeres fueron desbastados y doblemente castigados solo por ser cuerpos de mujeres. 

Asimismo, entendería también la crueldad de los casos de “detenidos desaparecidos”. ¿Dónde están? es la pregunta que aún hacen las paredes de Chile y las madres, esposas e hijas que en marchas sostienen carteles con los rostros de sus familiares desaparecidos. No dar sepultura y no llorar a los muertos que sabemos que están muertos fue un modus operandi que provocó el dolor más grande durante esos diecisiete años y los venideros. Más de 2123 personas fueron asesinadas durante la dictadura cívico-militar chilena y más de 1093 personas jamás fueron encontradas. Cada cierto tiempo aparecen noticias en televisión que dan cuenta de huesos humanos encontrados en excavaciones o derrumbes de inmuebles que se realizaban por otros fines, como construcción de edificios o ampliaciones de casas. Solo en esos contextos y a través de pruebas de ADN algunas familias encuentran el consuelo que buscaron por años, pero ¿Qué pasa con quienes jamás serán encontrados? 

Hace unos diez años una persona muy cercana a mí, quién se encontraba haciendo su práctica laboral como estudiante de derecho en una clínica jurídica, me contó sobre un caso que me choqueó. Al ser practicante, mi amigo estuvo en contacto con “causas archivadas”, es decir, de esas carpetas viejas que nadie mira y donde probablemente hay solo delitos prescritos. Durante esas labores, no recuerdo si fue él u otro practicante, quien encontró una particular denuncia hecha por un niño hace más de 30 años. Según me contaba, la causa se sustentaba en el relato de un niño que había declarado a la policía de la época que un grupo de militares había sepultado cuerpos de personas en un pilar de concreto. Según el relato, este niño estaba jugando en un sitio eriazo cerca del lugar donde vivía cuando vio que un grupo de militares cargó el cuerpo de una persona sin vida. Pero ¿Por qué estaban allí? ¿Lo dejarían botado? No, el cuerpo sería integrado a la mezcla de cemento que sería luego uno de los pilares del puente. 

Mi amigo me contó que la denuncia se archivó porque era improbable el relato del niño, yo pensé ¿improbable o ignorable?, y luego prosigue diciéndome: “para desarchivar la causa, en la actualidad, habría que destruir los pilares del famoso puente para ver si hay cuerpo o cuerpos dentro”. Esa denuncia quedó sepultada entre carpetas viejas como miles de otras deben haber quedado, y como muchas denuncias que jamás se hicieron por miedo. La causa “cacho”, como le llamaban, no iba a ser abierta nuevamente porque un practicante lo decía, menos iban a dar la orden de investigar para romper un puente que ya tenía más de 30 años funcionando. 

Desde ese día, cada vez que veo un pilar grande en cualquier parte, o cuando veo que están haciendo la mezcla para hacer cemento en alguna zona de construcción, no puedo sino recordar esa historia y pensar en cuántos cuerpos hay sepultados por la ciudad sin ser encontrados. 

“El cacho” que no quisieron investigar fue la vida de una persona y es actualmente la herida abierta de sus seres amados que no tienen el derecho a llorarla.

                                                                         1973 ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? Ahorcadxs ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? …………… ¿Dónde están? ¿Dónde están?…………………………………………………. Degolladxs  

¿Dónde están? baleadxs ¿Dónde están? ¿Dónde están? ……………………………. ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están?………………….. ¿Dónde están? ……Quemadxs ¿Dónde están? 1983………………………………………………………………………….

¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están?…………….. ACRIBILLADXS ¿Dónde están? 

 1990::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

SILENCIO.

SILENCIO.

SILENCIO.

SILENCIO.

             2000……………………… ¿Dónde están?……………………………………… ………………………… ¿Dónde están?………………………………………………………………….. ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? …………………………………………………………………………………………………. ¿Dónde están? ¿Dónde están? Torturadxs ¿Dónde están? ¿Dónde están? ….. 2010……………… ¿Dónde están? ¿Dónde están? Fusiladxs ¿Dónde están?                                                                            ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están?   Violadxs  ¿Dónde están? 

¿Dónde están? Colgadxs ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? 

¿Dónde están?                                                 ¿Dónde están? Desangradxs ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están?

¿Dónde están? 

¿Dónde están?

                                        ¡HEY! ¿DÓNDE ESTÁN? DIME, DÓNDE ESTÁN. 

                                              ESTOY CANSADA, lloro.

……………………Nunca más tuve navidades ni años nuevos……………….

Why did you do this to me? Yo sé que YOU fuiste.

:::::::::::::::::SILENCIOS GRANDES Y ESTADOS JUNTOS:::::::::::::::::::

¿Dónde están?

¿Dónde están?

¿Dónde están?                 ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están?

                      2020 ¿Dónde están? 

No sabemos.

¿Y en el 2023, dónde están? 

Siguen no estando.

 

  1. El neoliberalismo y los procesos de memoria 

A raíz de mis experiencias he ido pensando que la memoria es un ejercicio que no todos pueden permitirse en la actualidad. Hay quienes creen que es importante no olvidar: “sin perdón ni olvido”, como dice la frase, pues un pueblo que no tiene memoria es un pueblo sin historia; pero también están quienes no escuchan los ecos del trauma. Para los primeros, el ejercicio de memoria nace porque son los hijos del trauma o porque lo han recibido de alguna forma indirecta, ya sea por historias familiares o experiencias de otros, así como por acceso a información y educación al respecto. Pero en el caso de los segundos es más complejo, pues estos no ven el trauma ni sus consecuencias.

Con respecto a este último punto, es necesario hacer patente que el modelo neoliberal es el gran instigador. El no tener consciencia de los sucesos reales y de la verdad del pasado o, en otras palabras, no tener o no cultivar la memoria, provoca una despolitización del pasado y, por tanto, de la comprensión del presente. 

El neoliberalismo puede modelar la memoria pública a través de procesos de borramiento que se expresan en la historia oficial-hegemónica (por ejemplo, discursos gubernamentales, la educación formal, e incluso a través de la destrucción o manipulación de documentos y archivos), pero también puede hacerlo a través del modo capital de producción, pues

el neoliberalismo tiende a destruir esos marcos sociales de la memoria y a transformarlos en recuerdos individuales, en memorias individuales, en un conjunto de emociones y de imágenes que destruyen toda reflexión crítica y excluyen toda idea de acción colectiva, de agency, en un sentido colectivo (Traverso 4).  

Por esta razón, quienes pertenecen a la generación posterior a la dictadura, y no tienen experiencias de memoria inmediatas o heredadas sobre este periodo: solo se han formado una opinión sobre el pasado a través del discurso hegemónico, el que, como ya vimos, no está libre de sesgos o borramientos; o bien, se trata de personas que han elegido mantenerse al margen de la discusión sobre este pasado turbulento porque “no les pasó” o “no les afecta”. 

Este último punto, probablemente descansa en una sensación de inmediatez en la que una persona puede revisar rápidamente si algo anda mal en su vida o si algo le falta a raíz del suceso pasado en cuestión. Si la respuesta es “no” o “nada”, quiere decir que la evaluación de si hay trauma o consecuencia a causa de la dictadura se evalúa en términos de estabilidad económica (calidad de vida). Si ese es el caso, quien pretende no pertenecer a una generación dañada es porque no ve la precarización y la crisis en los tiempos actuales y esto puede ser por: individualismo o ignorancia

El primer caso nos plantea la idea de que hay un privilegio que no se quiere perder. Como se dice popularmente “no sentir rabia es un privilegio”, y probablemente se trate de una persona que se vio beneficiada, o su familia, por la imposición del modelo neoliberal en Chile. Ahora, el segundo caso nos plantea un escenario igualmente triste, pero más complejo, ya que la persona no es consciente del trauma de la dictadura, o no se indigna por su situación (que sí es precaria), debido a que el mismo modelo de producción en el que se ve inmersa su existencia no le permite tiempo de lectura, escucha u otras experiencias que fomenten la comunicación y el pensamiento crítico. 

De este modo, tanto el caso uno como el dos, nos presentan la idea que el neoliberalismo atentará siempre contra los procesos de memoria, puesto que en ellos está un recurso valioso para la politización social

El recurso a la memoria no es, entonces, un lujo inútil o una operación masoquista destinada a prolongar indefinidamente el sufrimiento, sino, por el contrario, la condición indispensable para intentar comprender el desastre actual y para orientarse hacia un futuro menos calamitoso. Ésta es la razón por la cual constituye una cuestión que concierne no sólo a aquéllos que sufrieron más directamente la dictadura, sino al conjunto de la sociedad (Groppo 188-189).

Un ejemplo de despolitización es lo que se vive actualmente en Chile desde el estallido social del 18 de octubre de 2019. Durante ese año se realizaron las marchas más grandes de la historia del país y las multitudes ruidosas, en su heterogeneidad, exigían un cambio. Asimismo, se percibía una alegría por el “reencuentro” social, pero también se dibujó una línea que polarizó a la ciudadanía entre “los de derecha” y “los de izquierda”. Esta confrontación revivió traumas de la dictadura a través de discusiones callejeras, discursos televisados de figuras políticas, y de un estado de emergencia custodiado por militares que duró meses.

En este contexto se pone en marcha un proceso constituyente que, sin estar libre de polémicas, abrió la posibilidad de cambiar la Constitución de 1980 que, hecha en dictadura, dio la bienvenida al modelo neoliberal en Chile. La historia la sabemos: por votación mayoritaria en un plebiscito de entrada, Chile decide cambiar su constitución y luego rechaza tajantemente el primer manuscrito en el plebiscito de salida del 2022 ¿Por qué? Al parecer olvidaron. 

En el 2022 se rechazó una constitución que planteaba derechos sociales que podían hacer frente al modelo neoliberal que tan cansado tiene al país ¿Por qué paso esto? Muchas personas lo están estudiando aún. Los procesos históricos son curiosos, extraños, según algunos, pero la razón, para mí, es la amnesia que sufre el país. Una enfermedad propiciada por el neoliberalismo y su consecuente monopolio económico y comunicacional que desinformó a las personas, las amenazó con quitarles todo y que, sumado a otros infortunios discursivos comunes de la izquierda chilena, las hizo olvidar. La dictadura del neoliberalismo supo muy bien cómo despolitizar a través del impedimento de ejercicios de memoria a una población entera durante años, pues la famosa “transición a la democracia” traía consigo la trampa del olvido. 

La verdad es que la mayoría, con excepción de quienes se benefician del modelo neoliberal, deseaban una nueva Constitución que les permitiera bajarse de la vorágine productivista de este sistema que tiene cooptados los servicios esenciales para vivir dignamente, y que no da tiempo para cultivar el conocimiento ni mucho menos los afectos. De hecho, me atrevo a decir que el plebiscito de entrada para una nueva Constitución (2020) fue sintomático. El sentimiento que propició el “apruebo”: CANSANCIO generalizado; pero lo que propició el “rechazo” en el plebiscito de salida (2022): MIEDO y OLVIDO.

Ahora, en el año 2023 recién pasado culminó otro proceso de redacción realizado en su mayoría por la derecha chilena ¿Qué pasó? la mayoría del país fue EN CONTRA de un proyecto que pretendía reforzar el modelo económico neoliberal y retroceder en materia de derechos sociales. Si bien este resultado fue un alivio para muchos, es cierto que nos deja “en el mismo lugar” en términos del debate constitucional. Finalmente, se manifestó un cansancio por parte de la población en torno al proceso constituyente, y como dijo la vocera de gobierno Camila Vallejo: “el debate constituyente se acaba acá”. 

Las multitudes que salieron a reclamar mejoras en la calidad de vida el 18 de octubre del 2019 finalmente fueron calladas. El ímpetu político en torno a una nueva constitución fue silenciado y quedó en eso: un intento. 

Recordar las violaciones a los DD.HH. que perpetró la derecha chilena en dictadura, gracias a que se conmemoraron los 50 años de la dictadura cívico-militar por medio de diversas ceremonias y actos de memoria durante el 2023, quizá fue un granito de arena para reflexionar sobre qué ocurriría si se aprobaba este segundo proyecto constitucional que reforzaba el modelo neoliberal instaurado en dictadura. O quizá, esta vez, el discurso de la izquierda fue más potente, o el de la derecha más débil y errático, y por ello el resultado, dentro de lo malo, “favorable”. Y digo favorable entre comillas, puesto que el EN CONTRA último fue solo una victoria dentro de una derrota que mantiene la misma constitución clavada a fuerza desde 1973. 

En un escenario como este, donde los aparatos del estado apagan los impulsos de cambio social en torno a derechos fundamentales, equidad y calidad de vida, es necesario tener presente ejercicios colectivos de memoria sobre el pasado. Ejercicios con iniciativa discursiva (Raiter 66) que permitan trabajar la memoria desde una posición propositiva que evoque “las verdades” del pasado para reflexionar sobre el presente político críticamente, pues, como plantea Sarlo en torno a las premisas de Susan Sontag en El dolor de los demás, “es más importante entender que recordar, aunque para entender sea preciso, también, recordar” (Sarlo 26). 

 

Referencias

Assmann, Aleida. “Memory, Individual and Collective”. The Oxford Handbook of Contextual Political Analysis, editado por Robert Goodin y Charles Tilly, 2009, 210-224. doi.org/10.1093/oxfordhb/9780199270439.003.0011 

Groppo, Bruno. “Las políticas de la memoria”. Sociohistórica, 11-12, 2002, 187-198. http://www.fuentesmemoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.3067/pr. 3067.pdf  

Halbwachs, Maurice. La memoria colectiva. Traducción de Inés Sancho-Arroyo. Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004. 

Hirsch, Marianne. “The Generation of Postmemory”. Poetics Today, 29, 1, 2008, 103-128. doi.org/10.1215/03335372-2007-019 

Hoffman, Eva. After Such Knowledge: Memory, History, and The Legacy of The Holocaust. New York Public Affairs, 2004. ix-xv.

Maldonado Araya, Matías. “Evangélicos en la dictadura militar chilena: una aproximación histórica”. ALC comunicación, 11 Sept, 2017. ALC Noticias – Español | Evangélicos en la dictadura militar chilena: una aproximación histórica (alc-noticias.net) Acceso 1 de Dic. 2023. 

Martín Rojo, Luisa. “El orden social de los discursos”. Discurso, teoría y análisis, 21, 1996, 1-37.

Raiter, Alejandro. Lingüística y Política. Biblos, 1999.

Richards, Nelly. “Roturas, memorias y discontinuidades”. La insubordinación de los signos. Cambio político, transformaciones culturales y poéticas de la crisis. Editorial Cuarto Propio, 1994. 13-36.  

Sarlo, Beatriz. “Tiempo pasado”. Tiempo pasado, cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Siglo XIX, 2005. 9-26. 

Traverso, Enzo. Conferencia “Políticas de la Memoria en la era del neoliberalismo”. Aletheia, vol. 7, 14, 2017, 1-11. http://aletheiaold.fahce.unlp.edu.ar/numeros/numero-14/pdfs/ConferenciaTraverso-OK.pdf 

Zamora Sauma, Rocío. “Performar el archivo”. Études Romanes De Brno, 40, no. 1, 2019, pp. 41-50. doi.org/10.5817/ERB2019-1-3

Images are for demo purposes only and are properties of their respective owners.
Old Paper by ThunderThemes.net

Skip to toolbar