Una reseña pendiente: El material humano de Rodrigo Rey Rosa

Armando Escobar G.
The Graduate Center, CUNY

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REY ROSA, Rodrigo, El material humano. Barcelona: Anagrama, 2009. 181 pp.

 

No deja de ser irónico que, en el año 2005, investigadores de la Procuraduría de los Derechos Humanos de Guatemala (PDH) hayan encontrado −de manera prácticamente accidental− lo que después sería reconocido como el Archivo Histórico de la Policía Nacional (AHPN) cuando lo que buscaban eran explosivos. La bomba con que se toparon, en el cuarto de un edificio que fue destinado a torturar personas durante décadas, tenía varios kilotones de poder: nada menos que cerca de 80 millones de folios que ahora conforman el acervo documental de la Policía Nacional desde la última década del siglo XIX hasta 1996, año en que fueron firmados los tratados de paz entre el Gobierno de Guatemala y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). La capacidad destructiva real de esa bomba se concentraba, principalmente, en los casi 40 años en los que el país padeció los efectos de una guerra interna que dejó tras de sí −según cifras de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico− más de 250 mil muertos y desaparecidos. Los números son fríos, pues permiten comparaciones: Guatemala cuenta más muertos y desaparecidos que las dictaduras argentina, chilena y brasileña por causa de su “conflicto interno”; muchos más que los muertos que ha dejado de manera más reciente la mal llamada guerra contra el narcotráfico en México. Probablemente, dicha cifra sea superior que la que despliegan los cuatro países juntos. Pero de este otro desastre, del centroamericano, poco se habla.

Poco se habla, fuera de Centroamérica. Es importante reconocer que la vuelta al pasado, la revisión de la historia, la exhibición de los efectos traumáticos de la guerra, han sido el común denominador de mucha de la ficción centroamericana de los últimos años. Dentro de esta inercia se encuentra El material humano de Rodrigo Rey Rosa que abre sus páginas con una breve introducción que nos pone de frente al contexto histórico que la enmarca: “Poco tiempo antes de que se conociera la existencia del célebre Archivo del que he querido ocuparme […]” (Rey Rosa 11). Pero antes de esa introducción de corte ensayístico, hay una advertencia más: “Aunque no lo parezca, aunque no quiera parecerlo, ésta es una obra de ficción” (Rey Rosa 10). Con esta premisa da inicio una obra que tiene su principal característica en la hibridez, pues entremezcla textos de índole diversa que se originan precisamente en esa introducción histórica, con la cual uno puede caer fácilmente en la tentación de confundir la voz del narrador con la del propio autor, pues la novela guarda ciertas características propias de la autoficción. Desde la introducción sabemos que nos encontramos ante un proyecto fallido que tenía como centro “la danza macabra de nuestro último siglo” (Rey Rosa 14) y que lo que está por venir es un aluvión de partes judiciales, cartas, recortes periodísticos, correos electrónicos, notas y diálogos personales, sueños, recuerdos, todo ello englobado en diarios que alguna vez tuvieron cierta pretensión novelística: “le explico que es un diario personal, en el que uso mis visitas al Archivo como tema” (Rey Rosa 171). Nos encontramos, entonces, ante un texto polifónico que no sólo recurre a la intertextualidad con el propio archivo, sino que en ocasiones toma su propia forma. Tal es el caso de la transcripción de ciertas fichas de detención, al menos las “más llamativas o esperpénticas” (Rey Rosa 17). Y uno puede seguir con cierta curiosidad mórbida este catálogo hasta que una nota de quien transcribe lo detiene de manera abrupta: se topó con un pequeño sobre que contiene lo que parecerían ser restos humanos: “Y allí, en lugar de las típicas manchas de tinta, estaban unos trocitos de tejido que recordaban pétalos de rosa secos, con dibujos dactilares. Examinados más de cerca resultaron ser piel humana” (Rey Rosa 34). Es en este momento en el que el archivo se materializa, se hace carne, y ese material humano comienza a afectar la vida del narrador. De la misma forma que el experimento ficcional comienza a tomar la forma de lo real.

Antes de continuar deberíamos comentar la trama de esta novela inacabada en la que este autor-narrador obtiene la autorización para “husmear” en el mencionado archivo. Hago énfasis en el término “husmear”, pues las visitas no tenían mayor objetivo que buscar hechos novelescos “o acaso novelables” (Rey Rosa 171). Aquí uno se podría preguntar sobre la calidad humana de alguien que ostenta ese pretexto tan burdo al tener el privilegio de estar frente al archivo más importante de Guatemala, por lo que anticipándose a este hecho el autor-narrador da más detalles de sus reales intenciones: “conocer los casos de intelectuales y artistas que fueron objeto de investigación policíaca −o que colaboraron con la policía como informantes o delatores− durante el siglo XX” (Rey Rosa 12). Un pretexto que sigue siendo vago, pero suficiente para obtener la venia del jefe del Proyecto de Recuperación del Archivo (después sabremos, un exmilitante del Ejército Guerrillero de los Pobres) quien termina por recomendarle la revisión de una parte específica de entre todo el caos en que se encuentra el archivo: la del Gabinete de Identificación; sección fundada por Benedicto Tun, cuyo nombre aparece de manera recurrente en los folios. Tun, al ser catalogador y ordenador de esa parte del universo en caos, amasó un coto de poder o al menos de cierta estabilidad burocrática en el inicio de los años más convulsos de Guatemala. De cierta forma, este personaje, al ordenar las fichas de identificación de los detenidos por la policía, no sólo da orden a ese archivo, también termina por catalogar el destino de esos cuerpos: “el material humano” que es procesado y sentenciado (Rey Rosa 57)

Así, la vida y obra del tal Benedicto Tun (personaje con su correspondiente en la realidad en la persona de Desiderio Menchú) sería el hilo conductor de la novela que no existe, pero al mismo tiempo intenta servir de hilo conductor de los diarios que tenemos en su lugar. En la búsqueda del rastro de este personaje, el narrador-autor establece contacto con el hijo de Tun quien, a la postre, le ayudará a resolver un conflicto que él mismo tiene con el archivo. De pronto, desaparecen los pretextos burdos o la idea de buscar el rastro de autores o intelectuales. El narrador-autor se sumerge en el archivo o el archivo se sumerge en él: se da cuenta que, desde su posición de privilegio, puede resolver el secuestro de su madre durante la guerra; es decir, la búsqueda se hace personal.

Sin hacer más alusión a la trama de la obra, quisiera dar cuenta que cuando el narrador- autor percibe que el archivo se acerca a su propio pasado, pierde el acceso al mismo hasta nuevo aviso. A partir de este momento, el caos del archivo se traslada a él, pues durante los días posteriores de perder el acceso abandona el texto meticuloso y ordenado que observamos en la introducción para pasar a llenar “una serie de cuadernos, libretas, y hojas sueltas con simples impresiones y observaciones” (Rey Rosa 87). Así, lo caótico y lo novelesco se entremezclan y una obra que comenzó con un informe claro y preciso del contexto histórico en el que se desenvuelve se desborda y comienza a dar cuenta de nombres interminables que aparecen y desaparecen, de lugares de los que el narrador-autor va y vuelve, llamadas y conversaciones en realidad no aportan nada para el desenvolvimiento de la trama −si estamos en el acuerdo en que el hilo conductor era Tun−, sueños que vaticinan desgracias y delirios de persecución y miedo, acaso un poco de miedo de volver a tener que enfrentar el exilio de manera imprevista o, de lo contrario, ser llevado preso.

De pronto, atestiguamos cómo el caos del archivo más importante en la historia de Guatemala está lejos de hacerse materia de novela Al contrario, se desborda en la realidad y se introyecta en el narrador que emite dichos y hechos sin orden aparente o al menos en uno que no le permite distracción alguna al lector quien, por su parte, tendrá que hacer su propia labor archivística dentro del texto y encontrar de entre toda esa maraña lo que a su juicio parezca relevante. De esta manera, observamos la transformación del archivo de la policía en un archivo personal y empieza a involucrar los afectos del mismo narrador. Encuentro importante repetir que esta espiral de caos se profundiza cuando el proyecto o no-proyecto novelesco del narrador-autor se ve interrumpido. Al verse a sí mismo involucrado en el archivo, persiguiendo las razones del secuestro de la madre años atrás, el archivo adquiere un carácter macabro que va de lo colectivo a lo personal. Así, el hilo conductor de Tun se vuelve secundario para el narrador-autor y, más aún, utiliza al propio Tun para su propia conveniencia, pues se hace consciente de que “nadie está ahí de modo completamente inocente o desinteresado. Todos, en cierta manera, archivan y registran documentos por o contra su interés. Con anticipación, y quizás a veces con temor también. Nadie sabe, como dicen, para quién trabaja −ni menos aún, para quién trabajó.” (Rey Rosa 86)

De esta forma, la impresión que nos deja la novela tiene una relación directa con ese “mal de archivo” al que se refería Derrida, visto como un síntoma o un sufrimiento o una pasión. Ese mal de archivo que arruina, deporta, arrastra, a una espera sin cuartel, a “la impaciencia absoluta de un deseo de memoria”. Pía, la hija del narrador-autor, lo dice de una forma mucho más simple al ver a su padre tratando de armar obsesivamente la colección de cuadernos como en un rompecabezas en donde ella sólo queda “llorando, porque no encuentro en ninguna parte a mi papá” (Rey Rosa 179).

Por todas estas cualidades que aquí he comentado, la novela de Rey Rosa merece una lectura actualizada a más de diez años de su publicación. Es probable que precisamente por su hibridez en la narrativa, la mezcla entre la ficción y la realidad, la autoficción misma, Roberto Bolaño haya recordado el nombre del autor guatemalteco ante la pregunta de Cristián Warnken “¿Cuál es la novela que viene?” en la conocida serie de conversaciones tituladas La belleza de pensar en el marco de la Feria del Libro de Chile en 1999. La de Rey Rosa sería, entonces, siguiendo a Bolaño en la mencionada intervención una novela no-lineal que no se sostiene únicamente en un argumento y mucho menos sigue las fórmulas del boom. Por otra parte, conviene recordar que en uno de los pasajes de esta no-novela, sabemos por voz del jefe del archivo que este se encontraba en un “estado caótico” y que harían falta quince años para clasificar todos esos documentos. Queda por responder si la sociedad guatemalteca ya se encontró a sí misma o permanece en el deseo de memoria, pues los quince años que vaticina el jefe del archivo para acceder a su verdad ya se han cumplido.

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