Sin título

Miguel Ortiz

 

Intentaba el poeta Equis escribir su nuevo poemario para participar en un concurso. Se bañaba, se vestía de traje y corbata, preparaba varias tazas de café y se sentaba frente a la muda máquina de escribir. El poeta Equis se sonaba los dedos antes de teclear sus gritos. La máquina respondía, maquinalmente, con su tlac tlac tlac. Cuando llegaba al final de la línea el poeta Equis volvía a correr la máquina para escribir la siguiente. Fue así como se le ocurrió a nuestro poeta no ser más poeta. O sí. Pero ya no buscaría la creación de un poemario.  O sí. Nuestro poeta pretendía ahora construir un edificio, o una plaza, o un obelisco. Todo esto sólo con el poder del discurso. Así, el poeta Equis continuó con su maquinal rito de cada mañana, para sentarse a escribir su arquitectura. A los meses, cuando ya el edificio llevaba varios pisos listos sólo faltaban el penthouse y algunos balcones. Pero sin saberlo, el poeta Equis había creado un edificio con todo y habitantes. Los vecinos se quejaron con el poeta, le pidieron que los dejara en paz, que ya no necesitaban ni más pisos ni más balcones ni más vecinos. Los vecinos estaban hartos de vivir en un edificio cuya construcción no parecía terminar nunca. Un día de hastío, pues no había café ni agua con qué bañarse, el poeta Equis se enfureció con su propia arquitectura; así que decidió, en un arrebato kafkiano, quemar las cuartillas en las que se había asentado el edificio y sus familias. El poeta Equis sintió gran alivio, incluso sentía que había quemado también el sufrimiento de los vecinos del edificio, y se fue a leer el resto de la tarde. Al día siguiente, al leer el periódico, nuestro poeta Equis sufrió una estrujada en el corazón. Casi le daba un infarto. En la primera plana una noticia leía “EDIFICIO EQUIS DE LOS PALOS GRANDES SUFRE GRAN INCENDIO. NO HUBO SOBREVIVIENTES”.



Images are for demo purposes only and are properties of their respective owners.
Old Paper by ThunderThemes.net

Skip to toolbar