La cultura como máquina despolitizadora en la época de la Transición española: El caso de la movida

Delaram Rahimighazi
University of Nebraska-Lincoln (UNL)
delaram@huskers.unl.edu

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Resumen

En noviembre de 1975, Juan Carlos de Borbón tomó el control del Estado español y este fue el comienzo de una nueva era: la llamada “Transición” de la dictadura a la democracia (1973-1986). La Transición fue un giro histórico importante para España, y supuestamente fue el comienzo de un proceso de alejamiento del franquismo. Sin embargo, poco a poco se hizo claro que la democracia no era nada más que negociaciones entre las élites y que la Transición fracasó en traer una democracia avanzada. De hecho, la Transición se convirtió en un acuerdo que hizo desaparecer la política de la sociedad. A consecuencia, la gran decepción se reveló y a continuación creció el desencanto y el pasotismo entre la juventud. La herramienta que empleó el Estado para desmovilizar los españoles fue la cultura, que se encargó de cambiar este ambiente decepcionante.  A cambio de la despolitización, la cultura ofreció una nueva vida a los españoles. La conocida “movida madrileña” por ejemplo, fue la máxima representación de esta nueva cultura, la cual funcionó como un catalizador que facilitó superar la transición “democrática” y el desencanto producido. El objetivo de este trabajo es investigar cómo durante estos años la cultura sirvió como una máquina despolitizadora utilizada por el Estado, que favoreció la estrategia de cambio político diseñada por las élites españolas.

 

Palabras Clave

Transición española, democracia, despolitización, cultura, movida madrileña, desencanto

 

El 20 de noviembre de 1975, tras cinco semanas de enfermedad, murió el dictador Franco. Durante las semanas siguientes tomaron lugar los actos ceremoniales para marcar el fin de una era y el comienzo de la otra. El 22 de noviembre, el rey Juan Carlos de Borbón tomó el control del Estado y en su discurso prometió “‘firmness and prudence’ as the King of all citizens, since ‘a modern society requires the participation of all’[…] He promised to fight for the integrity of Spanish territory and pledged that all Spaniards would be heard and none would be privileged” (Alba 251).

 

En julio de 1976, el rey nombró a Adolfo Suárez presidente del gobierno, y esto fue el comienzo de una nueva era, la llamada “Transición” (1975-1982).  La Transición fue un giro histórico importante para España. Los dos partidos de oposición, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el partido moderado de la derecha Unión de Centro Democrático (UCD), trabajaron juntos durante la Transición para construir una sociedad “democrática”.

 

Sin embargo, la democratización resulta un proceso complejo. La rotura de un régimen autoritario no siempre conduce a la democracia, pero en aquel momento “[l]a conciencia de entrar en un periodo nuevo había llegado para los españoles acompañada de grandes esperanzas; esperanzas del ciudadano corriente de poder participar plenamente en su propio gobierno” (Pérez 11). La rápida politización que ocurrió en los primeros meses de la Transición fue enorme:

 

Politics no longer were the privilege of small urban groups. Rather, attention to politics was awakened in people from all corners of the country who previously only viewed politics as a source of disturbance and fear. All the provincial newspapers published two or three editions daily, even as many as eight on the day of Franco’s death. People had to stand in line to buy a newspaper […] Towns which normally only received magazines for women and sports enthusiasts now saw political and informative weeklies appear on magazine stands (Alba 287).

 

Los españoles pensaron que ya nadie iba a decidir para ellos, que ya podían participar en la toma de decisiones, que ya eran libres. Sin embargo, lo que estaba ocurriendo en realidad era muy diferente de lo que estaba en la imaginación de los españoles. Menciona García que “en 1975 el régimen no había quebrado, simplemente vivía una crisis de sucesión y una necesidad de adaptación para la que algunos sectores de la coalición autoritaria buscaban soluciones” (García 41).

Después de las elecciones de 1977 y cuando la democracia liberal fue instituida, el optimismo inicial de los españoles hacía la democracia se convirtió en una crítica de ésta. A consecuencia, la segunda fase de la Transición (1977-1982) fue marcada por un desencanto general. McManus señala:

 

For the first half of the year [1977], the government talked plenty about making significant changes: the legalization of political parties, the reform of the penal code, the abolition of state censorship, the right to organize outside of the government union, and a general amnesty for political prisoners and exiles. Of course, it would not have been realistic to think that such things could be achieved overnight. However, as the gulf diving what was said and what happened in reality widened with time, as speeches about democracy were not followed by actions, the situation reached an untenable point and its contradictions became obvious and absurd (37).

 

La Transición a la democracia no era nada excepto la continuación del régimen autoritario de Franco pero en otras formas, y la democracia instituida era muy diferente del deseo político de la gente. Así, las revistas políticas empezaron a comentar acerca de “the unfreedom and inequality inherent in a liberal democracy” y a avisar de que “the practice of consensual politics stymied political responsibility” [1] (McManus 17).

 

La democracia legalizó los partidos políticos y les integró en un nuevo marco político. Ya los partidos no eran opuestos y se sentaron con gusto a la mesa para hacer negociaciones–en particular PSOE, UCD, PCE–para asegurar sus posiciones de poder. Mediante las negociaciones se alcanzó el “consenso” y el resultado fue una contribución más al proceso del desencanto porque de hecho legitimaron la presencia de los miembros del régimen que trabajan en contra de la democracia. “Durante estas negociaciones los líderes propusieron (para siempre) buena parte de las reivindicaciones que eran fundamento de los partidos y aceptaron la herencia de Franco que iban radicalmente contra ellos” (Pérez 13).

 

Poco a poco se hizo claro que la democracia no era nada más que negociaciones entre las élites y que la Transición fracasó en traer la democracia deseada. De hecho, la Transición se convirtió en un tratado que hizo desaparecer la política de la sociedad. A consecuencia, la gran decepción se reveló y a continuación creció el desencanto y el pasotismo. Como lo dice McManus, “political participation in the State did not have any value beyond the symbolic one bestowed by the act of voting, which was limited to choosing between parties who appeared different on the surface but worked together towards a shared one” (115). La despolitización y desmovilización son clave para entender la Transición española. La sociedad políticamente desmovilizada favoreció bastante la estrategia de cambio diseñada por las élites. No había ninguna oposición real, ningún proyecto político diferente del que tenían los que estaban en el poder.

 

Pereira argumenta que el desencanto fue un proceso programado “resultado de un acuerdo alcanzado por las élites con el objetivo de controlar el proceso político desde arriba” (Pereira 219). Así, todos los intentos de la despolitización del público resultaron exitosos y los españoles dejaron de estar interesados en la política.

 

Sin embargo, en la España del consenso, la cultura se encargó de cambiar este ambiente decepcionante. A cambio de la despolitización, la cultura ofreció una nueva alternativa a los españoles. La sociedad post-franquista necesitaba ver alguna novedad para creer la llamada “democracia”, algo que rompía con la tradición y con la historia anterior, y la cultura trajo esta novedad. Según Moreiras, “durante los años de la Transición, la producción literaria, fílmica y artística (la fotografía, la pintura, los libros de cómic, la música, etc.,), o más concretamente, aquella producción que tiene más éxito y repercusión en la vida cultural del país, se ‘vende’ bajo la constelación de ‘nuevo’” (121). La conocida “movida madrileña” de la que hablamos más adelante, fue la máxima representación de esta nueva cultura, la cual funcionó como un catalizador que facilitó superar la transición “democrática” y el desencanto producido.

 

Esta cultura nueva, liderada desde arriba por las políticas culturales institucionales, fue tan poderosa que resultó suficiente para satisfacer el deseo de ruptura de los españoles con el régimen anterior. “La cultura de la Movida (sobre todo la madrileña) representa ahora la España libre” (Moreiras 122) y la España renacida de la muerte del franquismo. La cultura fue la herramienta que utilizó el gobierno transicional para legitimar la democracia en España. Por eso, es de gran importancia estudiar esta relación complicada entre política y cultura en los años de la Transición.

 

“Política” y “cultura” son dos conceptos que cada uno tiene su valor semántico y la unión de ellos podría resultar compleja. Hablaremos acerca de la cultura en más detalle posteriormente, pero se puede decir brevemente que, en el contexto español, la cultura se entiende como “el conjunto de prácticas sociales implicadas en la producción, circulación e intercambio de sentido” (Pereira 220). Política también en su sentido más simple se refiere al núcleo donde se articulan las decisiones de los gobiernos. Así, la “política cultural” se puede entender como las intervenciones del gobierno en las prácticas sociales. Señala Quaggio que la política cultural tiene una doble función;

 

“el de ‘ordenar’, ya que regula, por ejemplo, los derechos del artista o la protección de los bienes culturales, y por el otro, el de «promoción», dado que sustenta y divulga producciones artísticas específicas. Esta última dimensión adquiere una perspectiva socio-política más amplia: la oferta cultural gubernamental comporta, de hecho, la creación de una identidad colectiva concreta como exhibición de una peculiar forma de poder y modalidad de gobierno” (Quaggio 4).

 

Entonces la cultura se convierte para el Estado en una herramienta de control, y para imponer sus valores deseados. En el caso de la Transición española, la cultura sirve al Estado más para crear estabilidad política. Por eso Quaggio enfatiza que, en el contexto español, no solamente “se puede hablar de una cultura de la transición pero también de una transición vivida como cultura” (6), porque la política reforzó cada vez más su presencia en el campo cultural. La cultura en los años de Transición se convirtió en el verdadero sinónimo de democracia, y fue más que nunca apoyada y legitimada por el Estado. El nacimiento del Ministerio de Cultura en 1977, es un testimonio de este hecho.

 

Como se mencionó anteriormente, la democracia instalada por los reformistas del Estado autoritario anterior, causó un desencanto grande entre los españoles. Así que el gobierno tenía que modificar su estrategia política y adaptarse a las necesidades de sus ciudadanos. En este contexto, el Ministerio nació para consolidar la ruptura con el régimen anterior y para traer el sentido de la democracia a la sociedad, con “enfrentar la memoria de la violencia que el Estado franquista imprimió al campo cultural” (Quaggio 9).

 

El Ministerio de Cultura realizó dos funciones: implementó la imagen democrática del país a través de la cultura, e institucionalizó el valor de la cultura en la nueva sociedad. Vale mencionar que el primer ministro de cultura fue Pío Cabanillas, quien había sido el ministro del Ministerio de Información y Turismo entre 1973 y 1974 [2]. Quaggio argumenta que la visión de Cabanillas acerca de la política cultural durante el periodo transitorio no había cambiado mucho, y en sus discursos hablaba “cerca de una nueva concepción de la cultura en la vida del individuo, de nuevo derecho del hombre a formar parte libremente de la vida cultural comunitaria y de los beneficios del progreso científico y artístico” (Quaggio 13). Así que el objetivo del Ministerio fue animar los ciudadanos a construir su propia cultura y ser participantes activos en este proceso. La movida fue parte de este proyecto también.

 

La movida frecuentemente se define como un movimiento cultural, contracultural, subcultural, social, o como un fenómeno artístico innovador que surgió en la España libre en los años del postfranquismo (1977-1985). Antes de hablar sobre la movida, será apropiado repasar brevemente los dichos conceptos para tener un mejor entendimiento del fenómeno de la movida.

 

Empezando con la cultura, según Edward Taylor, el antropólogo inglés, entendemos por cultura la que “incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualquier otra capacidad y habito adquirido por el hombre en cuanto que es miembro de la sociedad” (29). Otros antropólogos, incluyendo Leslie White, comprenden la cultura como el modo de vida de un grupo humano que entiende y analiza los acontecimientos en una forma similar. Kluckhohn señala en su definición de cultura: “pautas explicitas e implícitas de y para el comportamiento adquiridas y transmitidas por símbolos que constituyen el logro distintivo de grupos humanos […] el núcleo esencial de la cultura comprende ideas tradicionales, y sobre todo, los valore que se les atribuyen” (Citado en Naharro 301)

 

De todas estas definiciones, se puede sacar una idea general sobre la cultura, la cual incluye el conjunto de valores y creencias que forma parte de la identidad de un grupo que vive en un contexto específico. Sin embargo,

 

las propias culturas engendran las fuerzas que pueden llegar a transformarlas ya que el sistema central de valores no constituye la totalidad de valores y creencias observadas en la sociedad. Es aquí donde juegan un papel importante, entre otros, los conceptos de subcultura y contracultura como alterados del orden social instituido (Naharro 302).

 

Subcultura se refiere a una subdivisión de cultura que tiene valores diferentes que la cultura dominante. Según las ideas gramscianas, la subcultura es básicamente “la búsqueda, por parte de los jóvenes en desacuerdo con las ideas hegemónicas, de actitudes y valores de resistencia reflejado en un estilo que pretende distanciar de la cultura parental y dominante, pero sin dejar de estar en relación dialéctica con ella” (Naharro 302-303). En resumen, subcultura es el conjunto de valores que han venido a diferenciarse de la cultura central. Estos valores no intentan reemplazar los de la cultura dominante, sino que simplemente quieren ser diferentes. Esta característica es la que diferencia la subcultura de la contracultura.

 

Mientras la subcultura se refiere a “sistemas de valores diferentes, pero no antitéticos al sistema social, […] la contracultura se entendería aquellas subculturas en donde los valores se encuentran en oposición al sistema axiológico dominante” (Naharro 304). La contracultura rechaza los valores instituidos por la cultura dominante y ofrece una serie nueva de valores. Así que los movimientos contraculturales se caracterizan por “la afirmación del poder del individuo para crear su propia vida más que para aceptar los dictados de las convenciones y autoridades sociales que les rodean” (Naharro 304). La contracultura ofrece una alternativa a la cultura establecida.

 

Por último, el movimiento social se refiere al esfuerzo colectivo de un grupo subordinado de personas, socialmente y políticamente, para desafiar las condiciones de sus vidas. En palabras de Darnovsky, “collective action becomes a “movement” when participants refuse to accept the boundaries of established institutional rules and routinized roles” (vii). Los movimientos sociales generalmente se ven como el resultado de los fracasos de los sistemas institucionales y políticas y por eso “they signal the need for social reform” (Darnovsky vii). Así que estos movimientos están estrechamente relacionados con la democracia y con los derechos democráticos de los ciudadanos.

 

Acorde con estas definiciones, la movida se puede entender como un movimiento socio-contracultural, que fue el resultado de un esfuerzo colectivo para reemplazar los valores culturales/sociales establecidos por el régimen autoritario de Franco. Sin embargo, la movida no se limita a un movimiento socio-contracultural, la movida “was part of a larger project to create a new democratic identity for madrileños after the end of the dictatorship” (Stapell 51). Los españoles después de vivir cuarenta años de dictadura, tenían en frente una falsa democracia. Entonces el nuevo reto era darles un espacio-físico y mental-que experimentaran una democracia real; y la movida fue la solución a este reto.  

 

La movida, como un movimiento radical que surgió finales de la década 70, dio a los españoles una nueva identidad que no tenía nada que ver con la identidad nacionalista española, porque “any form of official nationalism was associated with the former Franco regime” (Stapell 52). El discurso de la movida, dirigido a los jóvenes desencantados, se caracteriza por el rechazo de la política. “El discurso apolítico de la movida enlaza con el desencanto de esos años, con el concepto pasotismo propio de la época” (Naharro 306).

 

Así, la movida abrió el espacio para la participación ciudadana activa en construir esta nueva identidad. La movida fue un proyecto para todos los madrileños, sea cual sea su preferencia política o su práctica cultural, y les hizo que se sintieran parte de un proyecto común. Un elemento de esta nueva identidad fue la moda. Enfatiza Naharro que “vestirse de una determinada manera es una forma de aproximarse a un determinado grupo social, de comunicar, de expresar” (Naharro 306). La moda-o el elemento visual-se convirtió en uno de los lenguajes de expresión de los jóvenes madrileños. La música fue otro elemento importante que ocupó un lugar destacado en la formación de esta nueva identidad. Al analizar la música y las letras de las canciones surgidas en la movida, se encuentra temáticas muy similares en la mayoría de ellas: droga, sexualidad, noche, libertad.

 

Además, la movida no solo cambió la mentalidad de los españoles en cuanto a la Transición, sino que también transformó el espacio físico en el que vivían ellos. Madrid, el centro del surgimiento de la movida, y “the former center of Franco’s centralism [transformed] into an open and vibrant city” (Stapell 52). Madrid se convirtió en una ciudad llena de clubs nocturnos y de galerías de arte, y sus calles se convirtieron en el espacio de acción. Sin embargo, este cambio no sucedió en una noche y tampoco por casualidad. Señala Stapell:

 

In the early 1980s, Madrid’s local political elite consciously implemented an ambitious plan to overhaul the capital and foster a new democratic identity after decades of authoritarian rule. Madrid’s new Socialist mayor, Enrique Tierno Galvan (1979-1986), led this project to rehabilitate the city and return a sense pf pride to all of its residents (52).  

 

En última instancia, el objetivo de este proyecto fue consolidar la Transición a la democracia sin problemas, y la clave para cumplirlo fue la participación activa de los españoles. Así que el desencanto dio paso a ilusión y a happiness, y la Transición se convirtió en un momento de alegría y de celebración y esta atmósfera se convirtió en el signo identitario del momento. Enfatiza Moreiras:

 

Las políticas culturales nacidas de este nuevo Estado utilizan la Movida, o más precisamente, la crean a través de las redes mediáticas, para convertirla en la máxima representación de España: le dan un nombre y una identidad particular (Movida y alegre exceso) y la transforman en un nuevo movimiento colectivo y popular para dar al mundo una imagen de este viejo país moderna, democrática y ausente de violencia (126).

 

Si en un principio la movida apareció como un movimiento contracultural espontáneo liderado no por las élites políticas, en 1983 fue claramente institucionalizada. Este hecho se mostró en diferentes aspectos: “financial support for publications and popular music directly related to la Movida, sponsprship of expositions, declarations of support by Tierno Galván, and the inlclusion of Movida bands and personalities into institutional celebrations such as festivals of San Isidro and Navidades” (Stapell 54). Así, la movida se convirtió en la representante de la España libre y democrática y renovó la imagen del país en todo el mundo.

 

A modo de conclusión, se puede decir que la Transición española se caracteriza por dos factores claves, uno: “haber pasado desde un régimen autoritario a uno democrático sin producirse una ruptura con el primero que diese paso al segundo” (García 63), y segundo: haber utilizado la cultura para legitimar sus actos no-democráticos. El éxito de la Transición se reside mayormente en el segundo factor. Gracias a la cultura, que funcionó como una máquina despolitizadora de los españoles, se abrió el camino para las libres negociaciones políticas. Esta desmovilización política fue el elemento que “favoreció la estrategia pactista del cambio político diseñada por las élites políticas” (García 64).

 

Además, la cultura no solamente ayudó a estabilizar esta falsa democracia, sino que también se hizo cargo de promocionarla. En su función propagandística, la cultura se vendió todo bajo la etiqueta de “nuevo” para poder representar la supuesta ruptura con el pasado.

 

La cultura de la Transición no solamente fue controlada por el Estado, sino que fue un producto del Estado. La movida, un ejemplo de esta producción, fue un movimiento socio-contracultural artificial y construido por el Estado para darles a los españoles la identidad nueva que necesitaban. Además, la relación entre la cultura y la política fue recíproca, o sea, el Estado “no sólo produce “conceptos” y “discursos” para la sociedad, sino, a su vez, el mundo de la cultura y de las artes juegan un papel significativo en la construcción del Estado y, en el caso que aquí nos ha interesado, en la edificación de una estructura institucional democrática” (Quaggio 36).

 

Notas

[1] A modo de ejemplo la revista española popular Triunfo (1946-1982), la cual encarnó las ideas anti-franquistas durante 36 años. Triunfo al comienzo de la Transición presentó reflexiones sobre la esencia positiva de una posible democracia, pero en unos años empezó a advertir de la ineficiencia de esta democracia.

 

[2] El Ministerio de Cultura nacido en 1977,sustituyó el Ministerio de Información y Turismo franquista y reformó algunas estrategias de éste según las necesidades culturales de la actualidad.

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