Museo del consumo. Archivos de la cultura de masas en Argentina, de Graciela Montaldo (2016)

Lorena Paz López
City University of New York (CUNY)
lpazlopez@gradcenter.cuny.edu

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Montaldo, Graciela. Museo del consumo. Archivos de la cultura de masas en Argentina. Fondo de Cultura Económica, 2016.

 

libro-2Desde su aparición a finales del siglo XIX, las masas se han planteado siempre a través de distintas disciplinas ─filosofía, sociología, antropología, política─ como un objeto de estudio problemático, escurridizo, indefinido. Los diferentes nombres con los que se la designa ─“masa”, “muchedumbre”, “plebe”─ dan muestra de su carácter esquivo y fluctuante. Entender la producción cultural de estas masas que, “expulsadas de la racionalidad y del pacto político, son recogidas por la industria del espectáculo y el mercado de la cultura masiva” (12), es precisamente el propósito del último ensayo de Graciela Montaldo Museo del consumo. Archivos de la cultura de masas en Argentina.

La autora sitúa su ensayo en la Argentina de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en el momento en el que la industria cultural comienza a formarse, el país crece económicamente, empiezan a llegar oleadas de inmigrantes y aparecen el ocio y el tiempo libre. Se trata este del periodo en el que las masas emergen y las producciones culturales asociadas a ellas entran en conflicto con lo que se conoce como la “alta cultura” o la “cultura letrada”. Montaldo no centra su estudio en los sujetos ni en las obras, sino en las relaciones culturales y políticas que se dan entre diferentes sectores y que se visibilizan en prácticas concretas como el tango o el circo; en las zonas de confrontación que se encuentran en el escenario de la cultura de masas, y es aquí donde reside la novedad de su ensayo.

Para llevar a cabo su análisis desde esa perspectiva, la autora configura su particular archivo que está compuesto por fuentes muy diversas y no siempre habituales en este tipo de ensayos culturales, tales como memorias, testimonios de personas ajenas al mundo intelectual (por ejemplo, policías, empresarios, sindicalistas), crónicas y textos híbridos así como textos canónicos. Esto es lo que le permite rescatar la “construcción de una doxa, un sentido común […] sobre la experiencia de la masificación de la cultura en Argentina” (22). Estos textos olvidados, que Montaldo denomina morettianamente el “matadero de las publicaciones”, con su mirada ajena y su discurso nuevo son puestos en diálogo con el canon de la cultura argentina, creando así una nueva perspectiva desde la que se aborda el objeto de estudio.

Museo del consumo está estructurado en cuatro capítulos a los que hay que sumar una introducción y un breve epílogo. Al focalizar su estudio precisamente en las relaciones culturales los temas se solapan, se reiteran y reaparecen a lo largo de las distintas secciones. Lejos de crear el caos, esta superposición encuentra su orden en la constante violencia-política-consumo-gusto, ejes que se repiten y que otorgan coherencia al conjunto.

El primer capítulo del libro, titulado “Contaminación”, aborda la llegada de las masas a escena. Desde los inicios, tanto en la ficción como en los principales textos teóricos y científicos por los que Montaldo hace un breve recorrido histórico (Le Bon, Ramos Mejía, Tocqueville, Ortega y Gasset), las masas son vistas con total negatividad, provocan terror porque suponen una amenaza de la contaminación de clases. Son concebidas como un sujeto político con potencialidad emancipatoria y son temidas porque su actuación obedece a puro instinto y no a la racionalidad. A Montaldo le interesa situarse en las zonas de contacto de las prácticas culturales y para ello se sirve del concepto de mímesis de Taussing definido como “un espacio permeado por la tensión de poder en la que no es fácil decir quién es el imitador y quién el imitado, cuál es la copia y cuál el original” (41). El desarrollo del tango en Argentina, cuyos orígenes están vinculados a los suburbios y a los escenarios prostibularios, que con el paso de los años y el reconocimiento internacional sería alzado como símbolo nacional, bailado y estimado también por las clases altas, refleja el campo de intersección de diferentes esferas en una sociedad que se encuentra en pleno cambio. Las masas son definidas por Montaldo no como un sujeto social, sino como una categoría que diluye las formas de los procesos culturales, “un tipo de relación social en la cual la cultura tiene un rol central” (41).

La palabra masas pronto se desplaza del ámbito científico y cultural al ámbito del espectáculo. “Espectáculo” será el nombre de la segunda sección de este ensayo, eje central de la vida de las masas cuya cultura es principalmente visual y no textual. El espectáculo, asociado al mercado, al consumo, a lo plebeyo, a lo efímero, se disputa su legitimidad con respecto a la cultura entendida como el conjunto de prácticas sociales que se presuponen universales y que se asocian a los gustos de las élites. El circo se sitúa en el centro de estas prácticas, que son despreciadas por los letrados pero que acabarán renovando las producciones de estos últimos. Los escritores abandonan las bibliotecas y llevan la literatura en vivo a los escenarios, desarrollándose así una industria alrededor de las giras que llevaban a cabo ciertos intelectuales por diversos países, “estar en vivo forma parte de las relaciones nuevas de la cultura con el mercado” (164) y supone también la politización de la cultura, pues los intelectuales se ponen en contacto directo con los problemas de las sociedades actuales.

Las masas para Montaldo son espacios atravesados por un poder que no siempre es visible. El tercer capítulo de su ensayo se titula “Microviolencias” y en él las prácticas culturales, la violencia y la política se articulan, no de manera causal, sino en forma de diálogo y de discontinuidad. La autora recupera el tema el tema del tango y a través de él desentraña las formas en las que la aristocracia también hace parte de la masa. Los suburbios donde el tango nace asociado a las prácticas populares son frecuentados por los niños bien, quienes voluntariamente deciden contagiarse con las clases bajas como una especie de viaje iniciático, también de carácter sexual, y pronto desarrollan un carácter violento tanto hacia las mujeres como hacia las clases bajas. De este modo nace la figura del patotero, joven universitario de clase alta que lleva desde los suburbios hacia las ciudades la violencia bajo el amparo de la masa, de las patotas. El patotero ingresará en el repertorio al convertirse él mismo en protagonista de numerosas letras de tango. Con el paso de los años la violencia del tango se trasladará al campo de la política, desaparecerá de él y en su lugar aparecerá la industria y el consumo.

La última sección del libro de Montaldo aborda el problema de la masa a partir de la categoría número, desde la que se organizan diferentes formas de entender lo social y también las formas nuevas del consumo. Con el aumento de la población lo estético establece su dominio sobre objetos de consumo masivo, lo que provoca cambios en la construcción del gusto: para continuar legitimando sus diferencias sociales en un contexto de expansión de la economía y de acceso a nuevos sectores del consumo, la alta cultura establece una división entre buen gusto (el suyo), legítimo, y el mal gusto (el que correspondería a las clases populares), ilegítimo, este último es también el título de este apartado. Asimismo, de la relación con el número derivan los estudios de las ciencias sociales y la catalogación de los individuos y de sus comportamientos a través del archivo. La estadística se convierte en la ciencia del Estado durante el siglo XIX, el cual necesita tener información precisa de las poblaciones y los territorios hasta el punto de que, como señala Montaldo apoyándose en las tesis de Badiou y Didi-Huberman, “las acciones políticas de los dos últimos siglos están marcadas por la presencia de la agencia humana como número” (276).  La potencialidad política y violenta de las masas es ahora neutralizada por el consumo y ellas mismas son vistas como material.

Como cierre de su ensayo, Montaldo hace una reflexión acerca de la importancia del archivo y señala que la construcción de ellos, tanto materiales como inmateriales, “guardados en los gabinetes médicos y carcelarios, pero también en la memoria de los escritos […] marcó aspectos decisivos de la cultura de cambio de siglo. Sin embargo, interesa ver también el afuera del archivo, la zona de perturbación que produce lo que aún no ha sido clasificado: el mundo plebeyo” (337). Montaldo pone en diálogo los textos provenientes del archivo acostumbrado así como los que los intelectuales argentinos y personas ajenas al mundo de la “cultura letrada” fueron construyendo como actividad paralela al Estado para, de este modo, poder analizar esa zona de intersección que es la cultura de masas.

Cuando se aborda críticamente la producción de la cultura de masas desde sus inicios con relación a lo político y a la construcción de la nación suele haber dos hipótesis. Por un lado una visión optimista, que ve en estas prácticas la creación de un imaginario popular que permitió que se afianzaran las clases medias en la Argentina moderna en contraposición a la oligarquía criolla. La otra cara de la moneda sería la posición de los que defienden que la cultura moderna creó un escenario de aparente paz y conciliación, donde la violencia se aplacó y se olvidaron las reivindicaciones sociales en la vida real para aparecer en la literatura. Montaldo deja clara su posición y afirma que “la idea de este libro es diferente: no intenta interpretar qué fueron o qué provocaron estas prácticas culturales, sino qué permiten ver sobre las negociaciones políticas de cada momento; intenta observar un estado nuevo de la cultura, cómo se carga de valores diversificados y de poder de control” (30).

Pierre Bourdieu y sus antecesores ya habían conseguido desnaturalizar las divisiones entre la alta y la baja cultura y desarmar su aparato de construcción, Graciela Montaldo va más allá al establecer que esta frontera es porosa y fluctuante y situándose en ella consigue crear una genealogía de las prácticas culturales de masas que tienen su relación directa con los sistemas de violencia y poder que surgen como reacción a una realidad nueva del país. El archivo que se exhibe en este Museo del consumo, aunque se centra en el cambio de siglo, ofrece numerosas claves para entender el funcionamiento del mercado cultural en el que nos encontramos.

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