Entre olores, imágenes escatológicas, y baños sucios en Paraíso travel (2002) de Jorge Franco

 

 Sandra C. Medina 

Rutgers University 

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 Resumen: Olores, imágenes escatológicas, y baños sucios describen el viaje hacia los Estados Unidos de dos jóvenes colombianos en busca del sueño americano en la novela Paraíso travel (2002). El lenguaje del autor colombiano Jorge Franco se utiliza para exponer y criticar el sueño americano como herencia migratoria.  Utilizo el termino “herencia migratoria” para describir la migración de Colombia hacia los Estados Unidos no solo como metáfora de la riqueza estadounidense sino como un discurso sobre la nación que reproduce un sistema de producción simbólica y capital.  En vez de ser una alegoría de un futuro próspero a través del trabajo duro y dedicación, el sueño americano como herencia migratoria se critica por medio de palabras e imágenes en donde prolifera lo sucio. Los olores desagradables, la mierda, y los fluidos humanos, son las herramientas de Franco para exponer la complejidad de la inmigración colombiana, no solo en sus efectos corporales sino en la identidad del inmigrante. A través de esta estrategia narrativa se logra también desmantelar los discursos discriminatorios en contra de la migración.

           

 

En Paraíso travel (2002) Jorge Franco nos lleva por olores, imágenes escatológicas, y baños sucios en un viaje hacia los Estados Unidos, describiéndolo como una oportunidad para salir del “pobre mierdero [colombiano]” (Franco 10). Este lenguaje se utiliza en la novela para exponer y criticar el sueño americano como herencia migratoria. Utilizo el termino “herencia migratoria” para describir la migración de Colombia hacia los Estados Unidos no solo como metáfora de la riqueza estadounidense sino como un discurso sobre la nación que reproduce un sistema de producción simbólica y capital.  Por medio de palabras e imágenes en donde prolifera “lo sucio”, Franco critica esta migración. Los olores desagradables, la mierda, y los fluidos humanos, son las herramientas de Franco para exponer la complejidad de la inmigración colombiana, no solo en sus efectos corporales sino en la identidad del inmigrante.  A través de esta estrategia narrativa se logra también desmantelar los discursos discriminatorios en contra de la migración, lo que a su vez nos permite ver nuevas maneras de ver al inmigrante en su proceso de desplazamiento y pertenencia. 

Sorpresivamente, la crítica actual ha hecho caso omiso de esta estrategia narrativa, ya que, como lo resume Gisela Heffes, la basura es un elemento contaminante, sucio, y ominoso, por eso es “necesario desplazarla del campo visual y “condenarla” a una suerte de cuarentena perpetua” (140). En este trabajo invierto esa necesidad. Como alternativa propongo enfrentarnos con lo sucio, desde los desperdicios humanos hasta la acción de limpiar aquello que amenaza con contaminarnos.  También propongo leer a los inmigrantes colombianos como personajes repudiables, ya que como lo dice Willian A. Cohen, todo lo sucio, condena y repudia al instante una cosa, una persona o idea al atribuirle alteridad. Dice que la gente puede denominarse como sucia cuando “they are felt to be un-assimilably other, whether because perceived attributes of their identities repulse the onlooker or because physical aspects of their bodies (appearance, odor, decrepitude) do” (viiii-x). En efecto, el cuerpo del inmigrante, como lo señala Martin F. Manalansan IV ha sido construido culturalmente como el portador natural y fuente de experiencias sensoriales indeseables. Popularmente se percibe como el sitio de contaminantes y señales olfativas negativas ((Manalansan IV 41).

 

La herencia del sueño americano

En la novela el “sueño americano” es una metáfora de la riqueza estadounidense. Marlon y Reina, los jóvenes protagonistas que viajan ilegalmente hacia los Estados Unidos, representan a un sector de la población colombiana que por falta de recursos económicos termina en un plano de improductividad. Son personas sin éxito y sin opciones de progresar. No tienen tarjetas de crédito, cuenta bancaria, trabajo fijo, o propiedades en el país (Franco 72). Esto los convierte en marginados sociales. Su condición se distingue de otros por sus diferencias económicas (38). En el país, la educación no es asequible para ellos. Al contrario, la educación es un derecho de los hijos, familiares, amigos de los políticos, aquellos con afluencia económica, o los genios (38).

Esta realidad obliga a los personajes a buscar “la felicidad” en ideales tóxicos como el sueño americano. Pensando que en América conseguirán un “apartamento blanco con vista al río y a la Estatua de la Libertad, en un piso alto con una terracita que tiene un jardín chiquito y dos sillas para sentarse a mirar el atardecer en Nueva York” (11), Marlon y Reina viajan ilegalmente, enfrentándose a situaciones adversas que atentan contra su bienestar físico y mental.  Finalmente, cuando llegan, “la riqueza estadounidense” se desploma ante sus ojos al llegar a un “cuartucho”, una habitación pequeña en condiciones deplorables.

Muchos inmigrantes conocen la odisea a la que se enfrentan cuando viajan ilegalmente. Y muchos, aunque la conocen, no quieren creerla. Este es el caso de Marlon. Aunque sus amigos le advierten a lo que se enfrentará, él decide viajar con Reina. Su decisión es importante porque describe la tendencia de aferrarse a lo seguro y estable, lo que León y Rebeca Grinberg explican con el término de Balint (1959), como ocnofilia. Según esta definición, se podría argumentar que Marlon es un ocnofílico: una persona que se caracteriza por su enorme apego a las personas, a los sitios y a los objetos. “Necesitan objetos, tanto humanos como físicos, por la sencilla razón de que no pueden vivir solos” (34). Marlon se aferra a su novia, por eso decide perseguir también el sueño americano. Esta relación funciona como una relación generacional. Es decir, como una herencia que se tiene que mantener.  Dejarla ir, o perderla, es más difícil que perseguirla ya que la primera opción lo obliga a enfrentarse críticamente con sus creencias y sus tradiciones. Patricia Tomé dice que “en el momento en que Reina lo incita a irse a ese “allá”, un lugar que él considera demasiado lejos, Marlon comienza no sólo su viaje para alcanzar el paraíso (la virginidad de su novia), sino también, y cómo se irá relevando a lo largo de su trayecto, un viaje de auto-descubrimiento y de crecimiento amoroso” (Tomé 45). Por lo tanto, “la marcha de Colombia es la condición de no perder lo que más le importa, el amor de la joven” (Rivero 181). Es así como el viaje se convierte en la busca de dos paraísos y en la necesidad de mantener la herencia del sueño americano como metáfora de la riqueza envidiable. Lamentablemente, Marlon y Reina encuentran, según Luz Giraldo, “la inversión del paraíso en una experiencia de pesadilla y horror” (90).

 

La pérdida de Marlon

El principio de la pérdida física y emoción de Marlon comienza con la imagen de una colilla de cigarrillo. En un estado de ansiedad, el protagonista sale desesperado a la calle a fumar un cigarrillo, a pesar de las advertencias de Reina de no hacerlo (Franco 13). Cuando termina, tira la colilla al piso, y es ahí cuando un policía con la mano en el hombro “le hiele el corazón” (14). La barrera lingüística le impide entender lo que le dice el policía.  Según la versión cinematográfica lo que se enuncia es lo siguiente: “Excuse me, you`re littering!” [¡Disculpe, usted está tirando basura!]. Por no saber inglés, Marlon entra en pánico y salé a correr por las calles de Queens, perdiendo así la promesa de la felicidad: Reina, su país, y su identidad (23).

El estado físico de Marlon manifiesta el deterioro de tres días en la calle sin bañarse ni comer. Camacho Delgado declara que “el protagonista siente sobre sus propias carnes los alfilerazos de la derrota, la mala conciencia de la seguridad familiar perdida, el abismo de un presente hecho jirones” (citado en Tomé 45).  Este estado se enfatiza a través de su olor. Cuando llega al restaurante Tierra Colombiana, Marlon olía “a demonio amanecido, a bostezo de gorila, a calzón de loca, a mierda fétida, a popó de gato” (Franco 25). Su aspecto físico, pero especialmente su olor, produce en don Pastor, el esposo de Patricia, la dueña del restaurante, y en los trabajadores, repugnancia. William Ian Miller comenta que la repugnancia es un sentimiento moral y social (2). Es decir, clasifica a las personas y a las cosas en una especie de orden cósmico (2). Señala también que la repugnancia “convey a strong sense of aversion to something perceived as dangerous because of its powers to contaminate, infect, or pollute by proximity, contact, or ingestion” (2). La descomposición de Marlon revela un peligro para las otras personas y para la prosperidad del restaurante. Marlon es materia “fuera de lugar” (Douglass 22). Es por eso que separarlo de lo limpio

implica un ordenamiento y una clasificación sistemática, aunque arbitraria a la vez, asociada a los valores que se le han conferido social y culturalmente—esta distinción y disociación […] conlleva a la implementación de un sistema de catalogación que establece jerarquías humanas (“puras” versus “sucias”) y, en consonancia, desplaza, traslada, expulsa y confina todos aquellos atributos “impuros” a un espacio de reclusión, segregación y marginalidad. (Heffes 133).

En un establecimiento de comida se cataloga instantáneamente a los trabajadores. Por ejemplo, los cocineros suelen trabajar solamente dentro de la cocina. Ellos no transitan por las mesas o utilizan el baño publico. En Estados Unidos, la mayoría de los cocineros son inmigrantes mexicanos con características físicas indígenas. Jerárquicamente ellos están catalogados como “menos” que los meseros y dueños, no solo por el trabajo que desempeñan sino por su raza.

Partiendo de este punto, es evidente que Marlon ocupa el último lugar en la escala jerárquica dentro del restaurante.  Primero, no es un trabajador. Segundo, no tiene ninguna experiencia laboral. Tercero, no posee las destrezas necesarias, como el idioma, para trabajar ahí. Finalmente, no se ve ni huele bien. Por eso, para don Pastor, la solución es encerrarlo en el sótano del restaurante. 

En el sótano, el olor a “demonio arrecho, a mierda y a azufre, a voltereta de monja, a sudor de niña” (Franco 54) se logra controlar. Jim Drobnick afirma que el miedo a los olores, “naturalizes cultural disaproval, where immoral behavior is believed to produce a foul smell and, conversely, being odorous is tantamount of being odious” (14). En otras palabras, cuando a Marlon se le asigna el espacio del sótano, se le está adjudicando descripciones denigrantes. Es “sucio” porque es un hombre marginal, impuro, odioso, feo, y contaminante. Pero también es sucio porque es inmigrante.

Dentro de un sistema social y económico como el estadounidense, famoso por su historia racial y visión capitalista, al inmigrante se le adjudica una posición inferior por el simple hecho de ser inmigrante. Un inmigrante sucio aumenta el miedo al inmigrante, a lo desconocido, a aquella materia “fuera de lugar”.

Disminuir el miedo requiere la eliminación de los olores del cuerpo. En la novela, esto se da por medio de una ducha (56). Katherine Ashenburg señala que sumergirse en el agua y salir de ella es una forma universal de declarar “off with the old, on with the new” (9). Sin embargo, esta primera ducha, tiene otros efectos: 

Cuando empecé a quitarme la ropa me di cuenta de que me había cagado en los pantalones. Estaba untado de mierda de la cintura para abajo. Pero la verdadera vendría después, cuando comencé a despertar bajo la ducha. Poco a poco volví a ver toda la película. El repaso horroroso de todo lo que me llevó hasta allí, o por lo menos, hasta el punto que recordaba. (Franco 56)

Con esta ducha, Marlon observa críticamente sus acciones a través del contacto que tiene con los desperdicios. Hawkins asegura que la materialidad de los desperdicios tiene el rol de hacernos actuar, son una provocación hacia la acción (4-5). Más adelante en la novela Marlon relata:

De ahí en adelante me perdería también en la memoria, pero luego en la ducha, como si todo acabara de suceder, comencé a gritar, a pisotear los excrementos y a darme contra las paredes, tal vez buscando en un golpe, ahora sí, la ilusión de despertar. (Franco 58)

La ducha funciona como una herramienta con la cual Marlon se enfrenta con su propio yo. Golpeando los excrementos, se rechaza el presente, la herencia del sueño americano. De acuerdo con Cohen, las sentencias y los juicios en contra de lo sucio, ayudan a establecer una distinción: “That is not me” (Cohen x). Nos dice que por esta razón lo sucio “is frequently so disturbing that it endangers the subjective integrity of the one who confronts it. By the time one has encountered and repudiated filth, it is too late—the subject is already besmirched by it. In this way, filth challenges the very dichotomy between subject and object” (x). Sus propios desperdicios fracturan su integridad subjetiva. La ducha se convierte así en un espacio de reflexión que lo lleva más adelante a aceptar el trabajo que le ofrecen Patricia y don Pastor lavando baños en el restaurante. Marlon describe:

Yo, que a duras penas y con escrúpulo me limpiaba mi propia mierda, que tenía arcadas cuando veía mierda ajena porque alguien había olvidado vaciar el inodoro; yo, que no cagaba sino en mi casa, o si había mucha urgencia, en la de Reina, y que inundaba de perfume el baño después de haber hecho, que aprendí a orinar con puntería para no salpicar los lados, y si acaso algunas gotas pringaban el borde las limpiaba de inmediato con papel higiénico; yo, que incluso algunas veces limpié la taza que otro había chapoteado para que quien usara el baño después de mí no fuera a pensar que el descarado había sido yo; yo, por Dios, dizque a limpiar baños. (Franco 99)

Lo significativo de esta cita está en la actitud de asco y la resignación con la que Marlon toma su nuevo papel.  Lo que se infiere con su descripción es nuestro propio miedo hacia los excrementos, tanto propios como ajenos. En el mundo globalizado en el que Marlon transita, uno “cada vez más hostil, ajeno e indiferente” (Giraldo 12), “bathroom technologies and techniques minimize encounters with shit” (Hawkins 59). En efecto, los baños trabajan para protegernos del encuentro con nuestros propios desperdicios, asegura Hawkins, para que ciertas sensibilidades éticas y estéticas que son fundamentales para la realización del ser purificado no sean amenazadas (61).

              En Paraíso travel el trabajo como limpiador de baños amenaza la identidad de Marlon a consecuencia de que ésta se crea y se mantiene por medio de la compra de bienes y servicios (60). En Colombia, aunque él no tenía afluencia económica, Marlon era un consumidor con deseos realizables tanto individuales como privados, no sólo en un centro comercial, pero también en el baño. Cuando Marlon empieza a limpiar las excreciones humanas del otro, el baño inscribe en su cuerpo un nuevo régimen clasificatorio. Aunque mantenga su aseo personal, el contacto con los excrementos y con el olor que estos emanen lo convierten en un “stinker, a stinkoe, or a stinkpot” (Drobnick 29), palabras que expresan el olor de una persona, como a la vez, la poca confianza que otros pueden llegar a tenerle. Aunque su aspecto físico haya cambiado, su trabajo mantiene su marginalidad. Se dice que Marlon limpia los baños con la ilusión de encontrar a Reina, pero en un nivel más profundo, limpiar, simboliza también el principio de una vida en donde el sueño americano como promesa de la riqueza americana ya no hacen parte de la realidad.

 

La familiaridad de Tierra Colombiana   

            Tierra Colombiana juega un papel importante en la vida de Marlon. Este sitio es importante para su identidad ya que un inmigrante “necesita aferrarse a distintos elementos de su ambiente nativo (objetos familiares, la música de su tierra, recuerdos y sueños en cuyo contenido manifiesto resurgen aspectos del país de origen, etc.) para mantener la experiencia del “sentirse a sí mismo”” (Grinberg 156). Desde la perspectiva de Mark Auge, el restaurante se convierte en un “lugar”, el cual se define por su manera de relacionarse, por su historia o por estar preocupado con la identidad (63). Si el restaurante se convierte en un “lugar” es porque antes era un “no lugar” que sólo establece sus relaciones a través del lenguaje basándose en contratos (mesero-cliente) por medio del menú. Visitamos un restaurante de manera temporal (90). Según Auge, en un restaurante nos reconocemos a nosotros mismos ya que observamos detalladamente nuestras actitudes por medio de otros clientes en el restaurante (83-90). Esto produce una mirada auto reflexiva. Sin embargo, un “no lugar” se convierte en un “lugar” cuando “a foreigner lost in a country he does not know (a ‘passing stranger’) can feel at home there” (87). Este sentimiento se logra por medio de las relaciones interpersonales entre Marlon, los trabajadores y los clientes que habitan y transitan el restaurante.

            Estas nuevas relaciones, como también, su trabajo limpiando baños lo entrenan para soportar y sobrevivir en las piezas donde termina durmiendo. En Tierra Colombiana Marlon dormía en condiciones deplorables. Después, cuando ya es más independiente, Orlando, un cliente del restaurante, le consigue una cama en un Centro para Alcohólicos Anónimos. Allí llegan a dormir borrachos, putas, drogadictos, todos “pobres como las ratas” (Franco 126). La casa es horrible, grande, pero arruinada; huele a sopa y a ambientador (121). Tiene que enfrentarse con Margarita, una “putica de la calle [que] se está regenerando” (127). Relata Marlon, “Al rato, no sé al cuánto tiempo, escuché una voz junto al oído que me decía: haceme el favor y me comés. Pensé que era un sueño, cualquiera lo hubiera creído, pero luego sentí una boca sin dientes que me mordía la oreja y grité” (128). Espantado, Marlon salé de ese lugar: “Fui al baño y me encerré; los baños habían comenzado a volverse parte de mi intimidad, mi espacio, mi burbuja fétida” (128).

            Como se infiere en la experiencia del Centro, Marlon no puede dormir en un lugar en donde su seguridad no es una prioridad.  La estética del sótano y las condiciones en las que vivía son problemas secundarios en comparación con su seguridad, lo que revela un cambio en su madurez emocional. Con esta nueva experiencia, nos encontramos con un Marlon que no busca un lugar estéticamente agradable sino un entorno en donde pueda disfrutar de relaciones positivas que al mismo tiempo lo construyan y lo ayuden a superarse. Basados en esto, resulta evidente que su decisión de no regresar al Centro revela su nuevo sentido de autonomía. Con las habitaciones, Marlon busca sentirse “en casa”, por eso, le pide a Orlando que le encuentre otro lugar para dormir. Más adelante en la novela, se explica que su segunda cama está localizada en un edificio viejo, sucio y pequeño:

  El cuarto era pequeño, con una sola ventana, las paredes estaban peladas y lo único que las adornaba eran dos bombillos desnudos, uno al frente del otro, tan débiles que no aguantarían un cambio de voltaje; el piso era un tapete gastado, sin color y con agujeros de cigarrillo; había un armario con un espejo opaco y otro mueble bajo atiborrado de libros. El cuarto olía a comida y había una cama más grande que las otras dos. (Franco 133)

En este lugar conoce a Roger Peña, un colombiano que se gana la vida como ratero de tiendas. A pesar de su profesión, Marlon encuentra en Roger un amigo, ignorando de nuevo la estética del cuarto.

 

La limpieza en momentos difíciles

              Roger es una pieza clave para la reconstrucción de Marlon, debido a que, gracias a él, estrena su primera muda de ropa: “aquella ropa me quedó bien. De no haberla conseguido así, jamás la hubiera tenido. Además, era la primera vez que tenía algo nuevo en Estados Unidos; todo lo que poseía era viejo, sucio o eran herencias de otros. Estrenar ropa me hizo sentir nuevo, y yo no fui el único que lo notó” (163). Pese a que Marlon mantiene su aseo personal, no cambiar de ropa le conserva el olor fétido que alguna vez lo caracterizó. Cuando estrena ropa, se crean ilusiones sublimes que el olor suele destruir, creando así una idea sublime construida por la visión y la audición, por la clase y el rango (Miller 99). En este momento de su vida, estrenar ropa le ayuda a creer que está protegido de la enfermedad, de la muerte y de la desgracia. Lo nuevo simboliza la transición hacia otra rama social, como lo explica Gale Largey y Rod Watson: “class prejudices are equally supported by imputations that those of the lower class are “foul smelling” and must be avoided if one is sensitive to such odors” (Largey 33). Estar limpio, tanto superficial como internamente, lo aleja de ser categorizado dentro de una clase baja. En la novela, subir a otra rama social es difícil para las personas que hacen parte del grupo de: “los que tenemos el pelo y los ojos del mismo tono oscuro, los que no somos más altos que una nevera, los descendientes directos del simio, con narices anchas y bembas coloradas… somos los parias del mundo” (Franco 154-155). Una nueva vida llena de posibilidades es posible sacándole provecho a la mala reputación de los colombianos (207). Manuel Rodríguez declara que en Paraíso travel, “los colombianos…[están] representados como una anomalía social para las sociedades a las cuales ingresan” (Rodríguez 48). Las ideas expuestas por Rodríguez son ciertas cuando Roger y Marlon visitan Buga, un lugar para ver colombianas desnudas. Mafiosos, guerrilleros, secuestradores, putas, curas que hacen lo mismo que hacen en Colombia, “traficar, secuestrar, extorsionar, putear” frecuentan este lugar (Franco 190). Este momento es un momento fundamental para la reedificación del protagonista. Buga le ayuda a reflexionar sobre su inmigración. Concluye que “después de comer mucha mierda [vino] aquí a encontrarse con lo mismo” (191). 

Al final de la novela, Marlon se reencuentra con Reina. Aquí es importante mencionar que al principio de la novela Marlon describe a Reina como la mujer más bonita que jamás haya conocido. Cuando la pierde, su belleza es la única prueba que tiene de su “valor”. Al final de la novela, el protagonista ya no habla de la belleza de su ex-novia ya que “Marlon comprende que su viaje al paraíso con Reina no era sino un falaz espejismo, tal y como termina siendo ella misma” (Tomé 47).  Regresar junto a Reina es regresar a una ilusión, a una tradición que Marlo rompe con las adversidades. Dice Tomé que “el encuentro entre los jóvenes propulsa un desarraigo final que, en gran medida, da cabida a la formación de una nueva identidad” (Tomé 47). Conseguir nuevos amigos lo ayuda con cada obstáculo que se le presenta, limpiar los baños le da un sentido de independencia, estrenar ropa le fomenta una esperanza, y conseguir un nuevo amor, lo aleja del fantasma de Reina. Comprender esto, sin embargo, se logra a través de las experiencias con lo sucio. El lenguaje empleado por Franco en Paraíso travel, le permite al escritor colombiano exponer críticamente la inmigración hacia los Estados Unidos. A través de olores, imágenes escatológicas, y baños sucios, se expone un discurso sobre la nación, sobre el sujeto migrante que navega dentro de un sistema de producción simbólica y capital. Con esta estrategia narrativa, Franco logra cuestionar algunos de estos discursos. Por ejemplo, la idea de que el inmigrante llega a los Estados Unidos a quitarle las oportunidades y beneficios a los ciudadanos estadounidenses. Es así como la novel desmantela el “sueño americano” y algunos discursos discriminatorios en contra de la “migración”.  Inmigrar ya no significa riqueza sino la destrucción y transformación de la nación y de nuestra propia identidad. 

 

 

Bibliografía

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