“La siesta” y “La nave”

Vanesa Londoño

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La siesta

Por el término de la conferencia y contra la silla

mi espinilla resistió la solidez de mi peso

con actitud escolar.

(La geometría incidental de la postura, y el olvido, precipitaron toda la masa en ese solo punto

por horas)

Al final, la pierna,

torpe,

encalambrada,

tenía la ausencia de un cuerpo que no puede ejercer la gravedad.

 

Me paré sobre el vacío, en mi muñón hipotético

reconociendo los límites del equilibrio

y buscando la pierna fantasma.

(Solo encontré el injerto de un cadáver de pierna

en la mía propia

que era como un bulto inerte

relleno de arroz)

 

El auditorio, luego, asistió a los primeros pasos de alguien que, con una pierna prestada, aprendía

a caminar.

 

 

La nave

(Para H.)

A las madrugadas lo habito

desde la brevedad del sueño

y me extiendo casi hasta los linderos

de las manos.

Busco el asiento libre

la taquicardia

la nueva postura ante el espejo

me incorporo a manejar

la nave,

el cuerpo.

Entro en él

lo muevo, abro sus ojos

le digo suavemente

“hola”

y empiezo a calsificarme

diaria

con prosperidad de cuerpo.

Voy cerrando los pabellones

los años que nos separan

la luz,

me adueño del tejido

de la estructura del nervio.

Lo inoculo

crezco

me hago músculo

tendón

vesícula

otra vez nervio,

pero el cuerpo es hábil

indomable

caprichoso

y en su defensa

causa un sueño,

el del vacío

la caída

la confusión

el sobresalto negro

y en él

gana

trepa

me destrona de súbito

y me queda el órgano en conjetura

no alcanzo a hueso.

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