Traducción al francés de Romain Kachaner[1]
Nota del traductor
Cuando se me dio, en el marco del proyecto «Polimitas», la oportunidad de traducir al francés poemas de José Kozer, el poeta y su vastísima obra me eran totalmente desconocidos. Fácilmente se podrán imaginar mi deslumbramiento al descubrir, y más de esa manera —es decir, traduciendo—, fragmentos de una obra tan imponente.
Frente a la dificultad de llevar a cabo este oficio, me fueron y son de gran ayuda mi profundo apego por Cuba —la Isla que se esconde o se revela hasta en los poemas «zen» y en los que aparentemente no la evocan— y el aspecto memorioso de su poética. Esto es, el hecho de que el poema se convierta en una formidable encrucijada de memorias, tradiciones, idiomas y dialectos diversos, idiosincrasias; encrucijada que, debido a mi propia historia personal, cobra tal sentido que esta tarea de traducción se convirtió para mí, paulatinamente, en algo poco menos que imprescindible.
He venido a llamar trece hombres
He venido a llamar trece hombres para que vengan a enterrar
a mi abuelo.
Vaya, que le pongan a mi abuelo el batilongo del esplendor
los judíos.
Sí, que lo carguen en cenizas, a este cordero lechoso,
que se desgrana su carne blanca en las urnas.
Y todos los judíos de Ostrava, de Zvolen, de Ternava y de Brastislava
vengan a Praga a ver como lamentan los ancianos la expulsión,
saquen las cajas de cuero cuadrado y amárrenle los brazos
para que peregrine por los abecedarios del Deuteronomio,
para que abuelo peregrine con sus grandes cajas de habas
entre los hombres de negocios.
Je suis venu appeler treize hommes
Je suis venu appeler treize hommes pour qu’ils viennent
enterrer mon grand-père.
Allons, qu’on habille mon grand-père de cette robe de chambre de
splendeur des juifs.
Oui, qu’on l’emporte en cendres, cet agneau
laiteux: sa peau blanche
s’éparpille dans les
urnes.
Et vous tous les juifs d’Ostrava, de Zvolen, de
Ternava et de Bratislava
venez à Prague pour voir comment les anciens
lamentent l’expulsion,
sortez les caisses de cuir carrées et attachez-lui
les bras afin qu’
il traverse les
abécédaires du
Deutéronome,
pour que le grand-père voyage avec ses grandes caisses
de fèves parmi les
commerçants.
Lección de tinieblas
Y
grita,
cavilad, cavilad conmigo, a qué cavilar. Y gritaba,
no hay misterios (ya lo
estipuló un filósofo del
siglo anterior) sólo
superficie (referido a
la piel, nuestro pellejo,
lo estableció un poeta
término medio papa
frita, siglo XX, la piel
es lo profundo, más
claro, imposible): pega
una patada contra el
suelo de viejas tablas
(brazos en jarras) de
la covacha donde se
aloja o lo alojaron
hace dos lustros: una
existencia reflexionando
que patatín que patatán,
libros a salto de mata,
borrón la escritura,
anotar toda la basura
que le pasa por la
cabeza, una papelería
reflejo de una palabrería
que hoy, ahora, aquí
(esto en latín, en la
época existencialista,
cómo se decía) de una
patada, brazos en jarras
(al hospicio al hospicio
los pensamientos; libros
y escritura de patas a
la sepultura, y échale
cemento, y encima
hormigón) y para
siempre, concluye.
En sus orejotas
retumba todavía la
patada, el grito un
eco que viaja tímpano
adentro hasta disolverse
de la trompa de Eustaquio
al caracol. Jadea. Deja
caer los brazos. Mira a
un lado y otro fingiéndose
samurái. Da un paso. De
gigante. Tres cortos. Uno
atrás. Dos al frente. Saca,
de la cámara de los
utensilios de limpieza,
escoba, escobilla,
escobillón, palo de
trapear, cubo, frazada,
bayeta, aguas del Jordán,
aguas lustrales donde las
vestales de Sión se miran
en el pozo de Labán:
vienen a cantar las
preces de Lía con
Jacob. Pañuelo de
cabeza a cuadros y
a fregotear. Y así
lavaba, así, así,
cantaba en Cantabria
la madre, su sombra
la criada (y así planchaba,
así, así, así planchaba
que yo la vi) y la sombra
de su sombra canta que
te canta la Calaca. Y vino
la madre, escoba en ristre,
y la espantó, otro mito se
hundió, y grita, la angustia
es una chorrada, le den
por saco, que estando
roto, angustias al foso.
Se plantó. De piernas
abiertas (por poco se
descoyunta) y riendo
gritó, eso de la
cavilación
que
se
lo
empuje
un
toro.
Leçon de ténèbres
Et
il crie,
cogitez, cogitez avec moi, cogiter sur quoi. Et il criait,
il n’y a point de mystères (déjà au
siècle dernier un philosophe
le stipulait) juste
de la surface (il s’agit de
la peau, de notre chair,
un médiocre poète à la noix,
XX e siècle, l’établit, la peau
est ce qu’il y a de plus profond, c’est
on ne peut plus clair): il donne
un coup de pied contre
les planches usées du sol
(poings sur les hanches) du réduit où
il loge ou on le logea
il y a des lustres: une
existence à réfléchir
oui oui cause toujours
livres à la six-quatre-deux,
une écriture de taches,
noter toutes les merdes
qui lui passent par la
tête, une paperasse
reflet d’un verbiage
avec laquelle aujourd’hui, là, ici
(tout ça en latin, à
l’époque existentialiste,
comme l’on disait), d’un
coup de pied, les poings sur les hanches
(à l’hospice à l’hospice
les idées; livres
et écriture, ouste, à
la tombe, et coulez-y
du ciment, du béton
même) et pour
toujours, il en finit.
Dans ses grandes esgourdes
résonne encore le
coup de pied, le cri
un écho qui voyage au coeur
du tympan jusqu’à se dissoudre
entre la trompe d’Eustache
et la cochlée. Il halète. Reste
les bras ballants. Regarde d’un
côté puis de l’autre se prenant
pour un samourai. Fait un pas. De
géant. Trois courts. Un
en arrière. Deux vers l’avant. Sort
du cagibi aux ustensiles de nettoyage,
balais, balayette,
écouvillon, baton
pour serpillière, seau, torchon,
éponge, eaux du Jourdain,
eaux lustrales où les
vestales de Sion se mirent
dans le puits de Laban:
elles viennent chanter les
louanges de Léa avec
Jacob. Mouchoir à carreaux
sur la tête et
à frotter. Voilà comme
il lavait lavait, comme ça, comme ça,
chantait en Cantabrie
la mère, son ombre
la bonne (c’est comme ça qu’elle repassait,
comme ça, comme ça elle repassait
que je l’ai vue moi) et l’ombre
de son ombre chante et
rechante la Calaca. Puis est venue
la mère, balais en main,
et elle l’effraya, un autre mythe s’
est effondré, et elle crie, l’angoisse
quelle foutaise, qu’elle aille
au diable, étant
cassé, des angoisses au fossé.
Elle se coucha. Les jambes
ouvertes (peu s’en faut
pour qu’elle se disloque) et en riant
elle cria, cette histoire de
cogitation
que
se
la
farcisse
un
taureau.
[1] Romain Kachaner (París, 1984). Se ha desempeñado como profesor de literatura francesa en colegios tanto de Francia, como del Líbano y Bulgaria. Trabaja actualmente en la traducción al francés de la poesía de José Kozer.