Entrevista a Marina Garcés

Oriana Mejías Martínez
The Graduate Center, CUNY

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Durante la semana de tu seminario en LAILAC de CUNY contamos con tu testimonio personal y académico. De las ideas principales que trajiste al debate, estuvo la de poner el cuerpo. Aquello de ir más allá de palabras y debates, y poner el cuerpo, es decir, vivirlo. Experiencia en la que lo colectivo juega un papel determinante, buscar puntos en común para plantarse y plantearse en las luchas que consideramos impostergables. Esto se ejemplificó claramente en las distintas actividades y la participación dentro de Espai en blanc y también El pressentiment, proyectos en los que estás involucrada y proponen una vía distinta para desmontar colectivamente distintas preconcepciones en la sociedad.

 

¿Cuánta distancia tomas frente a los compromisos político y sociales que te ocupan en este momento?

Pienso que hoy es difícil saber dónde empieza la distancia y dónde la proximidad, porque no hay marcos de relación estables con nada. No hay un desde dónde controlable y, por tanto, de algún modo hay que estar “bailando” con las cosas y con los acontecimientos, sin caerse demasiado en el camino o sin perderse del todo. En mi caso, entiendo el ejercicio de la distancia crítica como una condición para no asimilarme a las identidades cerradas que tienden a crearse en todos los mundos, también en los entornos académicos, culturales y activistas. Se puede radicalizar el compromiso sin quedar pegados a una determinada representación. Por ejemplo, el colectivo en el que participo de forma más continua, Espai en Blanc, es un grupo variable en el que no hay presencias únicas ni una actividad cerradas. Somos y no somos lo que cada actividad requiere. Esto ayuda también a descentrar las relaciones y a no reproducir esquemas clásicos de poder. En otro orden de cosas, con todo lo que ha ocurrido en Catalunya especialmente desde otoño de 2017, también mantengo una relación de compromiso y de distancia al mismo tiempo. No es neutralidad, para nada, sino participación crítica.

 

A partir de los conceptos e ideas dentro del seminario, hablamos también de cuidar de nosotros a pesar de nosotros mismos, es decir, como un compromiso hacia el futuro. ¿Cómo asumirnos desde el presente para labrar el futuro?

Pienso que la única manera de tener futuro es comprometerse con el presente. Esto implica desactualizar lo que ocurre, arrancarlo de la tiranía de la actualidad, para abrirlo a sus devenires, como diría Deleuze. Implica densificar el tiempo, darle consistencia, engordarlo por decirlo de algún modo, contra la dictadura de la delgadez. También el tiempo está anoréxicamente delgado. No acumula, no guarda, no acoge. Se convierte en una radiografía de experiencias falsamente transparentes. Desde ahí, es difícil imaginar, compartir y disputar futuros. Quedamos en manos de los vaivenes de los acontecimientos, de los miedos que nos despiertan y del combate entre privilegios para acaparar seguridad ante la incertidumbre. Salir de ahí no puede ser quedar simplemente en la intemperie. Pienso que labor del pensamiento y de la cultura en general es elaborar cobijos abiertos, entornos de vida, mundos comunes.

 

Particularmente, los textos de Espai en blanc son adoptados por otras iniciativas artísticas y sociales otros contextos más bien latinoamericanos. Es decir, de alguna forma están generándose legados más allá del contexto origen de Espai en blanc. ¿Cómo propiciar conversaciones con los distintos movimientos de lucha político y social que encuentran en Espai en blanc una identificación ideológica?

Por suerte todos partimos de la experiencia de otros, la recombinamos y la extendemos. En El Pressentiment siempre dice: Copia y distribuye. Y los primeros que copiamos y redistribuimos ideas somos nosotros mismos. Las prácticas sociales son prácticas de diseminación. Retoman y desplazan. Comparten tergiversando y adaptando sentidos comunes. Por eso es importante, para mí, no quedar atrapados en las pequeñas diferencias, en el combate entre identidades en conflicto. Que no haya universales de un solo patrón no significa que no haya patrones de comportamiento y de comprensión que pueden ser compartidos, como lo son los patrones con los que confeccionamos y reajustamos vestidos sobre cuerpos únicos y distintos. Al final, las cuestiones verdaderamente importantes en la vida de las personas y de las colectividades son muy pocas y muy parecidas. A partir de ellas se despliega la gran riqueza de las expresiones humanas y no humanas, pero siempre están ahí, de algún modo, como una raíz común.

 

En la búsqueda por tejer ideas para relacionarnos en esa universalidad que nos une como humanos y crear ese nosotros colectivo, ¿cuáles son los retos que surgen de este intento según tu experiencia?

Pienso que los principales retos de nuestro tiempo tienen que ver, todos ellos, con la necesidad de combatir las dinámicas centrífugas a las que están sometidas nuestras vidas individuales y colectivas. Parece que todo tiende a componer mundos en desbandada, burbujas, grandes o pequeñas, de autoconfirmación, grupos en conflicto y zonas de reconocimiento y de seguridad. La base de todo ello es el miedo a unas imágenes de futuro que vemos como amenazantes y que por tanto no ofrecen ningún horizonte de llegada que pueda ser compartido. Ni siquiera sabemos cómo compartir este mundo en el que vivimos, y que por lo menos hasta ahora ha sido el único en el que hemos habitado. Esto hace difícil el sentido abierto y acogedor del nosotros. El pronombre de la primera persona del plural también se pronuncia, entonces, como una amenaza: el nosotros contra vosotros. O el nosotros amenazado por un ellos. Salir de ahí implica, para mí, aprender a pensar un universal recíproco, es decir, a pensarnos desde los problemas comunes y su diversidad. Soluciones, en vez de problemas particulares con soluciones únicas.

 

 

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