Dossier “Covid-19”

Editor, José A. Acosta-Seda

The Graduate Center, CUNY.

jacostaseda@gradcenter.cuny.edu

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“La palabra perfecta, precisa, / se me escapa” dice Jone Vicente Urrutia en este dossier y no creo que sea la única, a todos se nos han escapado las palabras perfectas, las palabras precisas en medio de la crisis. Hay momentos en los que, inevitablemente, el lenguaje no vale para expresar el dolor, la angustia y el desasosiego que se sienten en momentos de crisis como la pandemia que, hoy por hoy, nos azota. No obstante, las palabras pueden llegar a ser el refugio de muchos y, escribir, un acto catártico. Apelando al segundo punto del enunciado anterior, decidimos abrir un espacio que, apartándose de la rigidez académica que caracteriza al LL Journal, permita un acercamiento más íntimo, poético si se quiere, al COVID-19.

Como editor de este dossier hago hincapié en la plasticidad y en la polifonía de este novel corpus literario. Rescato la agudeza crítica que muestra Armando Escobar G. en una crónica de estilo impecable titulada “En primera fila: desde el epicentro”; el llamado que hace Martín Parra Olave en “Virus: angustia y esperanza” a tomar en cuenta las consecuencias sociales de la pandemia y con el fino pensamiento analítico de Rodrigo Conçole Lage en “Coronavírus no Brasil”. Así mismo, “Mis crónicas del coronavirus” de Jone Vicente Urrutia, “Detrás de las rejas” de Belkis M. Marte y “Tortiterapia” de Laura García Hernández nos presentan a un yo poético intimista que, afectado por la nueva realidad, cuestiona el papel que juega dentro de su familia y la sociedad. Por su parte, Linda Morales Caballero, en “Déficits”, se aleja de la poesía de la experiencia y nos muestra una obra que, en el sentido más kantiano de la palabra y lejos de cualquier tipo de artificialidad, es puro arte.

Ya, en las fronteras de la intimidad, Rui de Noronha Ozorio enlaza el devenir de sus inquietudes y preocupaciones durante el encierro con inevitable paso del tiempo. Sin duda alguna, a través del énfasis en distintos acontecimientos no relacionados al nuevo virus que han ocurrido durante la cuarentena, “O poema acirda às 11 horas desta manhã silenciosa” nos recuerda que, contrario a lo que muchos hemos percibido, el reloj sigue marcando los minutos. A diferencia del resto de esta camada de escritores, Melanie Márquez Adams y Emily Espinoza Ruiz ponen sobre relieve la sensación de frustración y desilusión producida por la alteración significativa que sufrió su agenda profesional a consecuencia del virus y la cuarentena. Tanto “Tiempo de duelo” como “¡Está bien que no haya un regreso!” son textos atrevidos y necesarios que tocan un tema olvidado en el pensamiento sobre la pandemia: el giro que ha tomado nuestra vida profesional a partir del encierro.

Más allá de la realidad, “La naturaleza viril” de Héctor Gamboa Goldenberg y “Ya no puedes despedirte de tus muertos” de Hugo Lago Vázquez, se nos proponen escenarios alternos dentro de un mundo sometido a la pandemia. Desde el comentario satírico de Gamboa Goldenberg, hasta las posibles conspiraciones formuladas por Lago Vázquez, las posibilidades parecen ser infinitas, terroríficas y preocupantes, lo que, sin duda alguna, nos hace pensar en lo que hay más allá de la puerta de nuestras casas.

Para cerrar, el dossier también presenta arte visual con la serie de dibujos abstractos “Soledad en tiempos de Covid-19”, de Yini Rodríguez Díaz, y la serie de dibujos digitales “Ser en el Covid-19”, de Silvia Rivera Alfaro. En las series, ambas artistas transmiten diferentes emociones y afectos provocados por la pandemia.

Como editor de este dossier, debo reconocer la labor de Rosalía Reyes, responsable de compilar los textos que figuran en este trabajo, y Armando Escobar G. quien, muy amablemente, leyó y corrigió los trabajos escritos en portugués.

 

  

 

Déficits

Linda Morales Caballero

lindamoralesphone@gmail.com

Hoy la turbulencia

quebranta la caricia

reclusa en la pantalla.

Hasta ayer

gemía la obra

desgarrada.

 

Ceros va sumando el epicentro

cuando la luna respira rosas

por los ciervos.

Déficits asoman

al abismo supurante

del espejo.

¿Acongoja el pulmón común?

¿Los 480 millones de calcinados?

 

Cómo me place el silencio,

la multiplicación de los seres,

la ausencia de invitados,

el vino en las ubres del verano.

Cual narcisistas

buceadores invidentes

hoy nos parece urgente,

la kármica amenaza

de nuestra extinción.

 

 

 

  

O poema acorda às 11 horas desta manhã silenciosa

Rui de Noronha Ozorio

À Audrey de Mattos

ruy_ozorio@hotmail.com

1.

o poema acorda às 11 horas desta manhã silenciosa

onde os carros passam sem fazer barulho

o sol bate na janela entreaberta

e entra como espadas de luz por entre a persiana

que não desce até ao fim

 

um café um cigarro e a falta que os teus braços me fazem

à volta deste corpo que pede água

que pede a tua boca o teu sopro húmido escarlate

que preenchia todas as noites no calor dos dias

ao relento das aves

 

hoje o Ferlinghetti celebra 101 anos e é mais um dia

em que esperamos o número da mortandade

anunciado em todas as televisões em todos os dispositivos

(i)móveis de medo e de tristeza

prontos a disparar golfadas de sal sobre a cama

 

um nocturno de Chopin ajuda nesta espera aguda

prolongamos a noite durante os dias

esperamos que nenhuma notícia nos bata à porta

com sua artilharia roxa e silenciosa

invisível – terrivelmente invisível

que atravessa de automóvel as pedras do medo

 

24 de Março, fechado em casa

num quarto-prisão

curioso que seja emparedados que nos sintamos mais seguros

vinte e um anos depois da guerra do Kosovo

quatorze anos depois de um papa ter admitido mais 15 príncipes

do pecado na sua igreja

cinco anos depois do Germanwings 9525 se ter despenhado com 150 pessoas

lá dentro

nos 90 anos do Steve McQueen morto há quarenta

nos 115 anos do adeus de Júlio Verne, o dia em que ele

de facto visitou as vinte mil léguas submarinas

 

no dia em que escrevo mais um poema

no quarto na cama a sair para fora de mim

ou a entrar, não sei! O tempo

é dislexia que não compreendo

que não conheço

um vulto a que não estou habituado e que ciranda

nas veias hoje mais onduladas

para onde foste, liberdade?

Aparece, diz que sim!

Uma luz fresca que parta as janelas blindadas

deste pesadelo

desta angústia de não te ter por perto

meu amor meu doce pássaro

despovoado e limpo

 

Às vezes pontualmente todas as tardes

vens à hora da visita

eu desço

fumamos

à distância publicamente imposta

o tempo dos amores doentes acabou

já não há Romeus nem Julietas nas tragédias

nos teatros na vida em tudo e em nada

nada!

 

Olhamo-nos sorrimos timidamente

como se nos estivéssemos a conhecer

ainda a timidez a dois metros da tua boca do teu corpo

frágil e belo

que treme

trememos sim

como as terras que desabam

 

Penso as praias

no rumor das ondas alegres

antes de se desfazerem em afectos

nas areias

nos corpos morenos queimados suados

à hora de mergulhar

de sorrir

de agradecer à natureza o facto de nos beijar

quando é nela que cuspimos violentamente

com a prepotência

da (des)dita civilização acidental

 

Pudesse um comboio de alta velocidade

atropelar à passagem

todos os indícios do perigo que vão

silenciosamente se aproximando

e pensamos na vida como se fôssemos filósofos

da auto-prescrição da fuga

vamos à janela olhar para os vizinhos

também eles a olhar as ruas silenciosas

vazias

e mais um dia que só passa lá fora

mas no alto

na vida dos pássaros que voam em bando

e se cruzam com aviões fazendo-lhes sombra

 

“A Direção-Geral da Saúde anunciou esta terça-feira a existência de 29

mortes e 2.362 casos de Covid-19 em Portugal”

 

e esta notícia até nos deixa banhados em alívio

sim, porque em Espanha morre muita muitíssima gente

e em Itália não há mais espaços

nos cemitérios

assim ficamos todos mais terrivelmente contentes

por termos tão brandos costumes

e os braços caídos

que nem um vírus se atreve a sacudir esta calma

de gente assustada

 

e isso oh meu deus

e isso revela de nós a formatação do quadrado mental

egodinâmico

contamo-nos aos números

como fazem os políticos e as doenças mais letais

do século

que ainda há pouco começou

mas que tem vindo a ser preparado

no caldeirão de cobre do suicídio

 

…multidões que correm vendadas ao precipício

 

fumo mais um cigarro

sem ver a luz ao fundo de um túnel sombrio

pintado de cimento como convém

ao homem capitalista burguês futurista e tudo!

 

Mas ela vem! Ah se não vem!

Era o que mais faltava se não viesses!

 

 

 

Tortiterapia

Laura García Hernández

laucrossroad@gmail.com

Escuchar que el Coronavirus llegó,

Había que prevenir,

Comprar alimentos, botiquín

Eso es esencial.

Aparte del botiquín serían mis tortillas.

Mami, a las tortillas no les hacen caso

Sí, eso es lo que veo,

A lo que tampoco le hacen caso es a la masa.

Con permiso me llevo cuatro paquetes,

Hacer tortillas me hace pasar el tiempo.

Que, si estás triste, a hacer tortillas.

¿Estás angustiada?, vamos a hacer tortillas.

¿Supiste que alguien falleció?, a darle a la masa.

¿Las noticias son malas?, más tortillas.

Una terapia muy buena, te distrae,

Le das de golpes para sacar el coraje.

¿El tiempo?, pues se pasa más rápido.

¿Qué hago con tantas tortillas?

Como buena mexicana no hace falta,

Que si las comemos con un guisado;

Hago quesadillas, tacos, enchiladas.

¿Y el dolor de pecho que te estruja?

Ese se calma mientras hago las tortillas,

Me relaja, me alegra ver a mi familia

Contenta mientras comemos

Y estamos encerrados por días en casa.

 

 

 

 

Virus: angustia y esperanza

Martín Parra Olave  

parraolavejosemartin@gmail.com

          Angustia y esperanza juntas. Comienzo por la palabra que tiene la primera vocal y que se apodera del cuerpo apenas racionalmente nos damos cuenta de lo que está sucediendo. Angustia por encierro obligatorio, distancia social, debacle económica y muerte por todos lados. Las proyecciones hablan de que, entre cinco y diez millones de personas, van a quedar en la más absoluta pobreza en Latinoamérica. Pienso en esas familias que, con hijos pequeños, van a tener que empezar a mendigar para vivir, pienso en aquellos que podrían perder sus casas y que sus vidas se van a transformar en un constante nomadismo. Es inevitable pensar en la fragilidad de todo el sistema económico y político que ha venido imperando en las últimas décadas y que se ha vanagloriado de exitoso. Hoy los miles de emprendedores que han creído en la falacia de la auto gestión y el triunfo individual: están quedando en la calle, sin nada y con una tremenda deuda bancaria. Cuerpos de personas muertas en las calles de Guayaquil porque la morgue no tiene capacidad para recogerlos; filas de ancianos por varias cuadras en Buenos aires para cobrar su pensión, arriesgando su vida por contagio. En Brasil y México, sus presidentes retardan las medidas de protección lo que más pueden para salvaguardar la economía, el bien más preciado de los últimos tiempos, por sobre la vida de cualquiera. Con el paso de los días los contagiados son más y las muertes se cuentan por cientos de miles. Parece cosa de tiempo que en algunas zonas se produzcan levantamientos de la población para saquear supermercados y almacenes en busca de comida. No es de extrañar que muchos de estos depredadores sean los independientes que tanto aleonó el sistema capitalista.

          Hoy la banca y las grandes empresas le piden al Estado que los ayude y les entregue un salvavidas para salir de esta crisis, cubriendo una parte de los sueldos que no pueden pagar. Angustia por sobrevivir. Son los mismos que durante años se han encargado de quitarle funciones y atribuciones al Estado, pues nos han dicho que entre menos intervenga más crecen los países, lo que por supuesto es una forma solapada de decir que apenas unos pocos se van a enriquecer. La historia es la misma en todos los países: España, Italia, USA y por supuesto toda Latinoamérica. Parece que nos sumergimos en una zona oscura, una zona cuya fuerza va a derribar ciertas estructuras económicas tal como las conocemos hoy en día. Seguramente transitaremos por un camino muy difícil de escrutar, lleno de escollos y plagado de dolor (cesantía, desabastecimiento, asesinatos, enfermedades, colapsos de los sistemas de salud, etc.). Angustia por la incertidumbre. Sin embargo, esto no debiese durar una eternidad, o por lo menos esa es la esperanza, que de todo esto brote algo diferente. Una especie de nueva sociabilidad, quizás una nueva forma de vivir, menos influida por los aspectos económicos y la competencia y más basada en la solidaridad. Esperanza por cambiar. En un par de semanas vamos a tocar fondo y esperamos que, para salir de esto, tengamos la claridad y el buen juicio de darnos cuenta de que no podemos seguir funcionando como lo habíamos hecho. El capitalismo es un sistema que se come a sí mismo y está destruyendo la humanidad. El uso irracional de los recursos naturales debe detenerse para generar otras formas de producción. El sobre endeudamiento y el excesivo consumo de las clases medias y los más pobres es el verdadero virus, un virus letal que, así como el Covid-19, también nació en un mercado. Virus capitalista que se ha ido reproduciendo y expandiendo en el planeta a través del mercado global. Esperanza de que esto cambie. Cada uno de nosotros hemos sido portadores de este virus y lo hemos continuado expandiendo sin cesar, ya sea de manera consciente o inconsciente. Estamos ingresando en una zona donde el temor a lo desconocido se apodera de nosotros. Sin embargo, también tenemos la esperanza que en esta nueva época de la civilización transformemos ese absoluto que es la economía capitalista en algo mucho mejor donde la solidaridad reemplace a la salvaje competencia que ha invadido todos nuestros sistemas, enfermándolos mortalmente. Esperanza de que pronto encontremos una vacuna para eliminar el Covid-19 y de pasada también nos atrevamos a vacunarnos contra el virus del capitalismo.

 

 

 

 

Tiempo de Duelo

Melanie Márquez Adams

tnlanguage@gmail.com

          Ya sé lo que me van a decir: first world problems, que mis lamentos resultan triviales frente a la situación por la que otros están pasando. Lo acepto. Escribo y me lamento desde el privilegio, pero igualmente siento la necesidad de expresar mi rabia, mi frustración. La segunda etapa del duelo es la ira y es ahí donde me encuentro ahora mismo, viviendo un duelo por el que iba a ser el semestre perfecto, la recta final para mí en el MFA de escritura creativa en Iowa. Duelo por todos los eventos y lecturas canceladas, en especial mi participación en el festival literario Mission Creek y la lectura de graduación en Prairie Lights. Duelo por los talleres de escritura del MFA, por el seminario de Cuento en el Writer’s Workshop, por la defensa de mi tesis creativa. ¡What the hell, coronavirus! Y es aquí donde el duelo se manifiesta en rabia, porque mi paso por la ciudad de la literatura no fue un smooth sailing. Todo lo contrario. Luego de tener que enfrentar —entre otras dificultades— una horrible experiencia de acoso, la falta de empatía de la gente de mi programa (sobre todo de la administración) mientras vivía esa experiencia, el elitismo que me encontré en el MFA, la indiferencia con respecto a la literatura Latinx tanto en inglés como en español, una alerta de tornado y un polar vortex. Luego de tres semestres de esto (por supuesto que hubo cosas buenas durante ese tiempo, eventos de lectura y presentaciones que nunca olvidaré, gente que me apoyó y tendió la mano, a quienes tampoco olvidaré, pero este es el momento del duelo, del desahogo y me doy permiso a enforcarme en lo negativo, en lo turbio), se suponía que mi último semestre en la Universidad de Iowa iba a ser el semestre de la reconciliación, del enlightenment, de disfrutar tanto de la ciudad y sus múltiples eventos literarios así como de los talleres del MFA y de las oportunidades brindadas. Pero va a ser que no, dijo el coronavirus. Y así, de la noche a la mañana, me he visto arrebatada del closure que iba a representar el semestre de primavera del 2020, de poner en orden los agravios, de sentirme compensada por todo lo malo, todo lo feo que me tocó pasar en Iowa. De lo que debía ser un broche oro-rosa para una experiencia que tuvo demasiados grises. No es justo. No es justo, no es justo, no es justo. Quiero escribir esta frase tantas veces como el número de días que me tocó pasar en Iowa –ese estado tan frío, tan plano— lejos de mi esposo, de mi casa, de mis montañas y mis lagos de Tennessee. No, no es justo y simpatizo con todos aquellos autores que de la noche a la mañana vieron esfumarse sus presentaciones de libros, sus paneles en la conferencia del AWP, sus talleres, sus eventos. No es justo y no sientan remordimiento ni pena de expresar su rabia. Los entiendo y acompaño en la frustración. Ya pasaré por el resto de las etapas de mi duelo hasta llegar al momento de la aceptación. Probablemente va a ser más rápido de lo que pienso y que en unas semanas miraré con otros ojos todo esto. Pero por ahora me regodeo en la rabia y no pido perdón por la frivolidad de mis pesares. Elijo vivir mi duelo a plenitud. Son los días de la rabia y los invito a que les demos su espacio, a que los reconozcamos sin vergüenza y a nuestra manera. Nuestra sensación de pérdida por los eventos literarios cancelados y por el semestre académico interrumpido es más que válida. Todo aquello era importante para nosotros y trabajamos y sacrificamos mucho para lograrlo, para vivirlo. Por eso aquellas pérdidas merecen nuestra ira y nuestro lamento. Merecen este tiempo de duelo.

 

 

 

 

En primera fila: desde el epicentro

Armando Escobar G.

aescobargomez@gradcenter.cuny

       Escribo desde la ciudad de Nueva York, la misma que distintos medios del mundo han bautizado como “el epicentro global de la pandemia”, como si se encontrara deshabitada, como si los que estamos aquí necesitáramos apelativos de película, tan sorprendentes como desmoralizantes. Hace pocas horas las cifras dictaban más de 56 mil infectados e infectadas. La mayoría negros e hispanos. De ese total, casi 3 mil se ubican en el distrito en donde vivo desde hace escasos ocho meses cuando empecé el doctorado: Staten Island, un lugar que siempre nos dio la sensación de estar en la ciudad, pero fuera de ella. Alejados, nada más por los 30 minutos en ferry que la separan de Manhattan. La última vez que fui del otro lado de la bahía fue el –muy lejano ya– 11 de marzo. En el transcurso de mi regreso a casa, todavía me atreví a consolarme pensando que mi isla, fiel a su apelativo de “The Forgotten Borough”, se mantendría intacta ante los avances de una pandemia que para entonces ya empezaba a infectar también nuestras conversaciones diarias. No podía estar más equivocado esa noche que abordé el ferry de las 9.30 pm, al tiempo que la voz de Natalie Gelman me despedía en nombre de la ciudad desde la estación: “I guess it was never really mine/’cause I didn’t have it till I saw you/I never really had you too.”

          Algunos días después de ese recorrido, el virus ya estaba a la vuelta de la esquina: “acaban de cerrar la escuela de enfrente, tuvo un caso”, me dijo Ángel, el encargado del deli sobre Victory Ave. No recuerdo qué respondí. Quizá nada trascendente. Habré tomado un par de cervezas del refrigerador para irme a encerrar bajo llave como animal acechado, rumiando el hecho de que algo había cambiado para siempre.

         Uno de los efectos más tangibles de ese cambio está en la educación a distancia, a la que nos hemos tenido que acostumbrar como placebo de nuestra normalidad. No me acostumbro, sigo echando de menos la interacción con las y los colegas. Hacer una pequeña broma en clase, romper con la solemnidad excesiva con la que a veces abordamos nuestros objetos de estudio desde las Humanidades. Ahora recuerdo la última vez que tuve esa experiencia de la realidad. Salimos de clases y nos dirigimos al metro. La última persona de quien me despedí de manera personal fue de Eduardo, un colega chileno que me extendió la mano y me dijo: “Bueno, nos vemos, quién sabe hasta cuándo…” En efecto, nadie habría imaginado que tendríamos que conformarnos con ver nuestros rostros en pequeños cuadritos, a vernos hablar a nosotros mismos como ante un espejo frente a la pantalla, poner nuestros pensamientos a la orden de un micrófono que solamente se activa si tenemos algo interesante que decir. Las bromas acá no tienen lugar, para no contaminar el ambiente. Escuchar nuestras voces lentas, aletargadas, distorsionadas. Ro-bó-ti-cas. A nadie le gusta tomar una clase en un cuarto solitario y, sin embargo, a pesar de toda esta imperfección, esto es lo que nos queda. A esto es lo que nos aferramos. Lidiamos con el hecho de tener que llevar la Universidad con nosotros, al tiempo que nos tenemos que decir una y otra vez que simplemente no podemos acostumbrarnos a tomar clases a medias pijamas, leer en chanclas y acudir a cada sesión apenas 5 minutos después de tomar un baño –o, a veces, ni eso.

          Estoy convencido que acostumbrarnos a esta falsa comodidad es una trampa. Vernos obligados a recibir clases en casa, como antes hicimos con el cine, las compras y hasta con la cena, es una operación de la que habremos de tener cuidado, porque una vez que termine todo esto –y estoy seguro, así será– estaremos ante la inaplazable tarea de pensar hasta qué punto permitimos y vamos a permitir que se expanda el Estado como eje rector de nuestra vida cotidiana. Parece una contradicción lo que digo, pues irónicamente nunca hemos requerido tanto de la acción estatal para obtener a cambio una sensación de justicia social, por muy inacabada que esta sea. Corremos el riesgo de que la emergencia -hago énfasis en esta palabra, la emergencia- le permita al poder (“Ellos”, en masculino y con mayúscula, como bien apuntaría José del Valle) darse cuenta de que, así como como nunca antes fue necesario invertir en salud, ahora no será necesario invertir en educación nunca más. Aprovecharse del virus para reducir la educación a cuestiones de tabletas y plataformas, todo en nombre de la salud pública. Así, si les demostramos que nos basta lo que ahora tenemos, corremos el riesgo de ver nuestra propia resiliencia puesta en contra nuestra.

          Todo esto nos pondrá a discutir hasta qué punto llevaremos el estado de emergencia, deseando que no sea uno sin retorno. Pero aún falta para ese momento. Mientras llega, las instrucciones son muy simples. Higiene. Casa. Calma. Mucha calma, mucha calma, pienso mientras veo a mi hijo dibujar no sé qué cosa. Ahora me doy cuenta de que él ha sido nuestra mayor motivación porque, a pesar de la hiperactividad propia de su edad, cada día nos demuestra que se puede aguantar un día a la vez. Por nuestra parte, lo vamos resguardando de las noticias que nos quieren convencer de que incluso el apocalipsis es un bien de consumo. Pero tampoco le mentimos. ¿Cómo mantenerlo enclaustrado sin decirle la pura verdad? Él, a cambio, nos devuelve su paciencia y su risa. De pronto, un día comenzamos a llamarle “El coronita” a esa cosa ínfima que está afuera, que nos amenaza, pero a la que ya le dejamos de tener miedo. Nos cuidamos de ella, pero ya no nos espanta. Hace poco leía un texto de Santiago Roncagliolo en donde reconocía que el virus nos está obligando a detenernos, a vivir nada más que con lo necesario, entre las personas que más amamos. Para mí, tiene razón. “El coronita” nos ha permitido conectarnos otra vez con las fibras más sensibles de nuestro hijo. Ver desde primera fila sus destellos de ingenio y creatividad. El cansancio no lo es tanto si tenemos el privilegio de verlo aprender a leer y escribir –claro, con sus maestras bien dedicadas del otro lado.

          No deja de ser una tarea muy importante lo que muchos, como nosotros, hacen desde casa, considerando que después de todo esto, vendrá la generación de nuestros hijos e hijas a contar a los que vienen cómo es que aprendimos a sobrevivir estos días. Cómo añorábamos que el mundo en el que vivíamos, de verdad, hubiera llegado a su fin… que no podíamos permitirnos regresar a eso que llamábamos “normalidad”, así como así: que el mundo se acabó y que deseábamos tanto saber qué es lo que nos esperaba después.

 

 

 

Mis crónicas del coronavirus

Jone Vicente Urrutia

vcntrrt2@illinois.edu

1.“Coronavirus, coronavirus, ¿llegarás a Navidad?”

La voz es jocosa,

como siempre, tratando que me sienta mejor.

La voz sabe mucho y me quiere con toda su

experiencia.

Lloro pensando en esa voz.

Pensando en su amor y en el mío.

La voz hace chistes, se ríe.

Aunque esté cansada.

Aunque esté en peligro.

Aunque estemos lejos.

La voz es jocosa,

como siempre, tratando que me sienta mejor.

03-17-2020

 

  1. Fútbol en la TV y un martilleo

en mi cabeza.

Click, clack, click, clack.

Hay que seguir jugando.

03-18-2020

 

  1. Soy

tantas emociones

que vibro de energía.

Soy

un llanto y

una risa,

separados al nacer en cuestión de segundos.

Soy

miedo y

alegría

entrelazando sus manos como hermanos

Soy

paz y

tormento

que empapan de lluvia mi día.

Soy

una explosión y

la calma

que traen todas las emociones

en mi alma.

03-19-2020

 

  1. Hoy me he despertado con objetivos claros,

con un nudo en el estómago,

con una lágrima en el ojo.

“¡Adelante!” me grito, “¡levanta!”

Pero a veces la cama atrapa voluntades.

“¡Adelante, levanta!”

Pero no quiero enfrentarme al mundo.

“¡Adelante, levanta!”

Pero tengo miedo de leer malas noticias.

“¡Adelante, levanta!”

Pero no sirve de nada trabajar en la tesis.

“¡Adelante, levanta!”

Pero la partida de rol se jugará sin prepararla.

“¡Adelante, levanta!”

Pero puedo aprender idiomas otro día.

“¡Adelante, levanta!”

El poema no se escribe solo.

Me levanto.

La pequeña victoria es levantarse.

Hoy también gané.

03-20-2020

 

  1. Un brindis por todas las cosas

que me hacían ilusión

y ya no son.

Lloro por esa conferencia,

por el concierto que con ansias esperaba;

adiós deportes varios,

algunos que volvían tras cuatro años.

Un viaje que por fin ocurriría,

un trabajo de campo ilusionante.

Brindo por ellos y por la

comprensión

de que había muchas cosas buenas en mi vida.

Un brindis, también, por ilusiones

nuevas.

03-24-2020

 

  1. No.

Hoy no puedo.

Y ayer no pude.

Y me consume la ira.

Y tiemblo de rabia.

No.

No puedo.

Y la tristeza me gana.

Tal vez mañana…

03-25-2020

 

  1. Las malas noticias que nos durmieron ayer

hoy me despiertan temprano.

Él sigue durmiendo,

ahogado en una hibernación depresiva.

No sé si despertarle a una realidad de

tristeza.

No sabría levantar sus ánimos:

la pena también me invade.

¿Cómo no hundirnos en la miseria,

cuando no podemos pensar en felices noticias?

¿Cómo rescatar a alguien, cuando también se está perdido?

Las malas noticias que nos durmieron ayer

nos acompañarán en la cuarentena.

03-28-2020

 

  1. La palabra perfecta, precisa,

se me escapa

y

los nervios

me delatan.

Soy una metedura de pata constante.

un nervio ambulante

que

ni siquiera camina.

Una contradicción eterna

que no logra

expresar su complejidad.

¿Acaso lo pude hacer alguna vez?

04-03-2020

 

  1. Esta noche soñé que estaba presa.

Una cárcel cómoda me guardaba,

llena de objetos para pasar el tiempo.

Con un compañero de vida para

sobrellevar los días.

Con comida de sobra para

no repetir.

Soñé que estaba presa

y no quería salir.

04-04-2020

 

 

 

¡Está bien que no haya un regreso!

Emily G. Espinoza Lewis

e.espinoza@pucp.pe

          Cuando, a inicios de febrero, recibí la carta de aceptación a la Universidad de Windsor (Ontario, Canadá) para el programa de maestría en Comunicación y Justicia Social, mi primera reacción fue de profunda alegría y orgullo. Pero, como siempre, tal y como sucede cuando las cosas me están saliendo viento en popa, pensé: “No diré mucho sobre esto porque algo puede salir mal”. Nunca pensé, por supuesto, que ese “mal” sería una pandemia. Nunca hubiese pensado que aquel lejano ‘coronavirus’, que en ese momento arrasaba en China, hoy estaría cobrando víctimas en todos lados.

          Pero lo está, y lo más probable es que lo siga haciendo en los próximos meses. El nuevo coronavirus ha logrado confinarnos, a la mayoría de nosotros, en nuestros hogares. Y ya que estamos en esta situación, pues es momento de desnudarse. De sacar todo aquello que pensamos y sentimos, de hacer una severa catarsis. ¡Es lo mínimo que podemos hacer! Y también considero que es el primer paso hacia la aceptación y la acción por el cambio.

          ¿Qué siento yo, entonces? Tengo una mezcla de emociones: ansiedad, preocupación, tristeza. Pero todo ello tiene un lado positivo. La ansiedad por no saber qué pasará me lleva a actuar sobre la marcha, me impulsa a seguir trabajando por lo que quiero: Windsor. La preocupación por todo lo que tendré que hacer para lograrlo es similar: me ayuda a ser organizada, diligente; en pocas palabras, a actuar. Y la tristeza por todo lo que veo alrededor (a través de las noticias y por medio de mi trabajo, que se enfoca en el fenómeno migratorio venezolano en América Latina) me da la seguridad de que voy por el camino correcto, el de seguir formándome para ser parte del cambio.

          Lo he aceptado. No habrá un retorno hacia la ‘normalidad’, aquella de inicios de febrero, si hablamos de Perú. En mi caso, de repente no iré a Windsor en setiembre, de repente será en enero de 2021. De repente. ¡Pero está bien que no haya un regreso! Porque lo más importante es que esa ‘normalidad’ es lo que no estaba bien. Las fracturas sociales que hoy vemos por la pandemia existían antes de esta: “Eran una realidad que aparece en las estadísticas, salta en los números, existe en los registros sociales y no solo en la mente de algunos ‘resentidos’”, escribe Óscar Contardo en su columna de La Tercera (Chile).

         En la ciudad de Nueva York, 34 por ciento de los fallecidos son latinos, a pesar de representar solo el 29 por ciento de la población. Por su parte, la población afroamericana, que representa el 22 por ciento, comprende el 28 por ciento de las muertes. “La gente pobre paga el precio más alto sea cual sea la situación”, declaró Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York.

          Había dicho que los dos primeros pasos son la desnudez (la catarsis) y la aceptación. Sin embargo, no nos podemos quedar estancados ni en una etapa ni en la otra. Debemos actuar rápido, tal cual actúa el virus, o acaso acelerar nuestro paso para ‘sacarle la vuelta’ y salir de esta batalla victoriosos, o, por lo menos, con todas las lecciones suficientes para seguir luchando y cambiar lo establecido, cada uno desde su propio frente.

 

 

 

Detrás de las rejas

Belkis M. Marte

belkismarte28@gmail.com

Afuera la soledad aumenta,

dentro amenaza ser eterna,

parece devorar la vida soplo a soplo.

Algunos vivirán para contarlo,

otros se esfumarán

como las llagas de un cigarro que mata

mientras se ausenta en espiral

fingiendo su inocencia.

 

Los abrazos se alejan asustados como palomas sorprendidas.

Arrastran en sus ganas los deseos a seis pies de los besos.

¡Condenado rechazo obligatorio! armoniza cruel con los sucesos.

 

El mundo se ha vuelto lento

mientras los corazones laten detrás de los ladrillos,

del cemento, de la madera, del cartón, del hielo,

del aire, de la carne de nuestros huesos.

Ya los castillos no nos hacen importantes,

nos hacen más lejanos.

 

Se desvanece la vida.

 

El afecto nos reclama,

mas la soledad inunda.

Necesitamos el roce de esta humanidad incrédula

que no escucha a sus mayores,

y ni el codo en la llaga los despierta.

 

De hoy en más, aunque todo pase

y parezca estar en calma,

los abrazos no serán los mismos.

Quedará el miedo incrustado

en la sospecha de nuestra piel.

No nos quedará la duda

de haber palpado el infierno.

 

La soberbia debe quedar atrás,

nunca volveremos a ser los mismos.

Se han invertido las rejas,

hemos quedado atrapados.

 

La vida es más corta de lo que creímos,

pero nadie quiere perderla.

Es poco lo que debes hacer

para tener la mínima posibilidad de retenerla:

Quédate en casa,

dónanos tu ausencia.

 

 

Ya no puedes despedirte de tus muertos

Hugo Avreimy Lago Vázquez
avreimy@gmail.com

―No la volverás a ver.

La enfermera te hace un gesto de lamento tan parco que tus ojos pueden ver cómo los doctores juegan con la camilla en donde está tu mamá. Sales del cuarto para dirigirte a las escaleras. Te detienes y solo piensas en sacar a tu madre viva o muerta de aquel hospital.

Te sentaste. El asiento de metal hace que tu piel se erice. Hay mucho bullicio en la sala de espera y piensas en cada mínimo detalle del día, pues ahí estaba la clave para entender por qué recluyeron a tu mamá.

Esa mañana tu tía te había avisado que tu madre presentaba tos, fiebre y le faltaba la respiración. Te asombró escuchar eso, ya que hablaste con ella un día antes e incluso todavía te reprochaba su separación con tu padre.

Pensaste unos momentos en decirle si estaba ahí, pero si te hablaba era por algo. ¿Dónde está?, por fin preguntaste. Te narró cómo unos médicos la llevaron al hospital más cercano para saber los procedimientos correctos. A su edad corre peligro.

Mientras ella habla, paseas a tu cocker spaniel del balcón al salón de tu casa. Un, dos, tres. ¡Maga! Le gritas su nombre al ver que hace del baño en una esquina y no en el baño como habían acordado antes de entrar a la fase 3 de la cuarentena. Con miedo, termina de orinar en la sala y como castigo corre hacia su esquina.

Cuelgas. Tomas tus llaves, cartera y en la puerta guardas tu gel anti bacterial y te colocas un cubrebocas negro. Al salir de casa y bajar al primer piso te das cuenta de que no tienes tu carné del seguro. Maldices a tu mente por olvidadiza y vuelves a subir a casa.

El ir y salir de tu hogar hace que pierdas una media hora de camino. No quieres malgastar el tiempo y pides un taxi desde tu celular. En cinco minutos ya estás en la entrada.

En la entrada del hospital te toman muestras de temperatura, te revisan los ojos y buscan un síntoma referente a la enfermedad. No tienes nada. Tu hermano está esperando en el primer piso y al verlo te pregunta sobre tu trabajo y cómo te ha tratado la vida. Evades sus preguntas con una más específica.

Él se queda callado y los nervios sacan una sonrisa de él. Siempre ha sido así. Te cuenta cómo lo enfermeros del seguro llegaron a la casa en la mañana para saber si alguien tenía algún mal. No se les hizo raro ver a tres enfermeros tocar de puerta en puerta. Tu madre los atendió y antes de que entraran ella estornudó, fue entonces cuando todo se vino abajo.

A tu hermano se le cerraba la garganta cuando te contó cómo un interno la golpeaba en la cabeza y la subía en un auto. La enfermera se quedó para explicarles en dónde iba a estar y qué es lo que tenían que hacer. El mal carácter de tu hermano, heredado de tu mamá, hizo que le levantara la mano y ella solo se retiró.

Al saber eso viste a una asistente cómo miraba mal a tu hermano. Una de ellas lo señaló con la mirada y un doctor empezó a caminar hacia donde estaban. Entre el doctor y el lugar en donde están hay veinte pasos.

Ahora sabes que el virus no es el que mata, es el mismo hombre que quiere desaparecer a una parte de la población. Esto lo entiendes al ver en la mano del doctor una jeringa, alcanzas a decirle a tu hermano que corra. Le gritas que lo ves en la casa y ambos se dividen.

Mientras que el doctor sigue a tu hermano, dos enfermeras van detrás de ti, gritan que se ha escapado un enfermo y todos te miran con cara de asco. Cuando llegas al área de infectados, abres la puerta y entras.

No te das cuenta de que en ese momento tu mamá estaba siendo intervenida por varios doctores, solo ves cómo sale de ella una lágrima al verte.

Corres contra los doctores que están sobre ella y los alejas, pero uno de ellos logra regresar.

― ¡Corre, te van a matar!

Tú mamá te grita mientras te sales del cuarto. Afuera te retienen y una enfermera lo lamenta y trata de hacerte volver, pero a sus espaldas ves cómo los doctores se ríen al ver como se movía tú mamá.

Decides no irte sin tu madre y tratas de quedarte quieto, pero la enfermera te lo impide. Forcejeas con ella hasta que tus manos agarran su cabeza y solo escuchas el tronar de su cuello.

 

 

 

La naturaleza viril

Héctor Gamboa Goldenberg

grafimapas@gmail.com

Hace mucho tiempo, en el universo paralelo, la Imperial Academia Mondongueña de la Lengua se vio ante una disyuntiva fundamental que cambiaría para siempre los hábitos de expresión oral de los hablantes del idioma Mondongués. A pesar de su rimbombante nombre, la imperial academia ya no representaba ningún imperio, y todas las naciones que una vez fueron parte del antiguo imperio mondongueño se habían dedicado a descuartizar la bella y jacarandosa lengua de Mondonga, voceando, usando palabras de los indígenas regionales, creando jergas rurales y urbanas y cometiendo, en resumen, cuanto crimen de lesa corrección gramatical se les ocurría. Claro está que la Imperial Academia, jamás cejaría en su empeño de fijar y dar esplendor a lengua tan universal. Durante años, la Imperial Academia llevaba adelante la hercúlea tarea de desacreditar con argumentos de autoridad irrebatible a un grupo de díscolas hablantes de mondongueño que debatían en foros diversos sobre la conveniencia de llamar presidentas a las presidentes, poetas a las poetisas, emperadoras a las emperatrices y usar los artículos por duplicado al hablar, con la aviesa intención de igualar a hembras y varones, violando así sagrados principios de la naturaleza y del ahorro verbal, tanto tiempo defendidos por los austeros académicos.

Para no cansarlos con el cuento, mientras las cosas fueron más o menos normales, el debate discurrió como era de esperarse, entre viles atentados de las díscolas féminas y valerosas diatribas con el dedo índice en alto de los académicos y sus huestes de seguidores de la decencia verbal.

Un día, invadió a ese mundo paralelo una temible peste de disentería que, provocando una agónica expulsión de los contenidos intestinales de pobres y ricos, cultas e ignorantes, moros y cristianos, alfabetizadas e iletradas, se esparció por los continentes a una velocidad vertiginosa.

La ciencia paralela no tardó en determinar que el origen del mal era un virus en forma de diadema que atacaba al aparato digestivo y se transmitía fácilmente de un paralelo a otro. Todas las naciones se vieron abocadas a tomar medidas higiénicas pretorianas de lavado, desinfección, vigilancia policiaca electrónica y restricción de movilidad para vencer al diademavirus y la nueva enfermedad obtuvo el nombre de Síndrome Agudo Digestivo Severo de diademavirus 2, o más en sencillo: SADS Divi 2.

La repentina popularidad de las medidas autoritarias fue interpretada correctamente por algún académico avisado como una oportunidad para darle una estocada mortal a las células de terrorismo verbal y su insistente “nosotros y nosotras”. Convocada, como de rayo, a una reunión urgente, la Imperial Academia Mondongueña de la Lengua dirimió la aguda cuestión de cómo debería de decirse al SADS Divi 2: “EL” SADS Divi 2 o “LA” SADS Divi 2. A pesar del masivo empleo entre los mondongohablantes de “el SADS” o “el Divi 2” y tras una breve discusión en la que se escuchó con especial interés la disertación “Eva y el origen de todo pecado” y otra diatriba impresionante sobre el deber de preservar pura la misión de académia mondongueña titulada “La naturaleza viril del mondongueño”, la Imperial Academia dictaminó que, por tratarse de una enfermedad se la debería llamar “LA SADS Divi 2”.

Predispuestos a aceptar toda medida que los salvara de la temible disentería, desde entonces los obedientes mondongueños padecen estoicamente no solo la SADS, sino la sarampión, la cáncer, la zika, la infarto al miocardio, la eccema, la cólico miserere, etc.

 

 

 

Coronavírus no Brasil

Rodrigo Conçole Lage

 rodrigo.lage@yahoo.com.br

A situação no Brasil tem sido angustiante para aqueles que se preocupam com os efeitos da doença. O atual presidente do Brasil, Jair Bolsonaro, tem sistema negado que a doença seja perigosa. Isso não seria tão grave se seus apoiadores, seguindo a mesma linha de pensamento, em apoio ao presidente, utilizassem as redes sociais e a internet para divulgar suas ideias. Fake news com informações falsas sobre os efeitos da doença, falsas declarações de médicos alertando que a doença não é tão perigosa quanto um resfriado ou que já existe uma cura ou remédios eficazes estão, por exemplo, sendo sistematicamente divulgados nas redes sociais ou em blogs.

          Outro problema criado pela negação do perigo da doença é o fato de que as medidas tomadas pelos governadores e prefeitos são continuamente criticadas e combatidas. Uma das ideias mais perigosas, e que tem sido muito defendida pelo presidente e seus apoiadores, é que se deveria manter a quarentena só para os idosos, por ser um grupo de risco, e deixar o restante da população pegar a doença. Ela coloca a população em risco, não só a dos brasileiros, mas de todos os estrangeiros que estão residindo aqui atualmente. Eles partem do princípio de que isso deveria ser feito porque poucos iriam morrer e aqueles que se recuperassem da doença iriam criar imunidade ao coronavírus.

          Extremamente grave também é o negacionismo da mortalidade da doença. Os apoiadores defendem que o número de mortos no Brasil e no restante do mundo é falso. Que não estão sendo feita autópsias e que pessoas que morreram das mais diferentes doenças estão tendo suas mortes atribuídas ao coronavírus. Este tipo de afirmação tem sido utilizada para combater a ideia de quarentena. Para comprovar esses fatos os apoiadores e até o presidente tem divulgado postagens dizendo que é falso que hospitais tem estado lotados por causa da doença:

Em conversa com apoiadores na tarde de quinta-feira (2), o presidente Jair Bolsonaro reproduziu uma notícia falsa sobre o Hospital Municipal Ronaldo Gazolla (Hospital de Acari), localizado na zona norte do Rio de Janeiro, para sustentar sua tese de que o isolamento social não é necessário.

“Eu desconheço qualquer hospital que esteja lotado, muito pelo contrário. Tem um hospital no Rio de Janeiro, um tal de Gazolla, que se não me engano tem 200 leitos, mas só tem 12 ocupados até agora”, afirmou.

(…)

A informação repassada pelo presidente pode ter vindo de uma fake news que passou a circular nas redes sociais a partir de um áudio de um suposto “chefe de rotina” do Hospital de Acari. Segundo a Secretaria de Saúde, a função de “chefe de rotina” não existe (Redação 01).

          Todos esses fatos fazem com que parte da população deixe de tomar qualquer medida de proteção contra a doença e a combater todos os que têm defendido a quarentena e alertado contra o perigo que ela representa. Ao mesmo tempo os governadores, prefeitos, artistas e todos de forma geral que tem defendido a quarentena são sistematicamente atacados; e no caso de políticos, intelectuais, artistas e pessoas famosas de modo geral são vítimas de fake news por estarem tentando conscientizar as pessoas ou tomar medidas efetivas contra a pandemia. Essa polarização em dois grupos opostos faz com que todas as medidas tomadas sejam menos eficazes do que poderiam ser.

          Além disso, ao negar o perigo da doença o governo federal e estadual demorou a tomar medidas que pudessem ajudar a população. Quando os governadores decretaram a quarentena em seus estados não foi tomada nenhuma medida para ajudar financeiramente as pessoas que ficaram sem trabalhar e que não tinham dinheiro para comprar comida e outros produtos essenciais ou que precisavam pagar suas contas. Além disso, criou uma situação difícil para aqueles que tem algum tipo de negócio e que, sem poder trabalhar, precisavam de dinheiro para pagar os empregados e suas contas.

          Outro problema é a lentidão para se fazer os exames e a demora para terminar as análises. Por causa disso, os números oficiais são baixos e não correspondem a realidade (Pierre 01). Isto é, nós não temos uma real noção da realidade da doença no Brasil. Por tudo isso, podemos dizer que a situação no Brasil é muito difícil e a luta contra a doença está sendo feita de forma muito precária, o que preocupa a todos os que encaram a doença com seriedade.

 

 

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