Dossier Supervivencia en disputa

Oro puro, Maylee Montagut Ascanio.

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Fátima Vélez

Editora

 

La conciencia de nuestra situación frente al vértigo del cambio que implica vivir en este planeta tal vez nunca, como ahora, había respondido a una urgencia tan visible. En los últimos veinte años la atención sobre el impacto de nuestras acciones humanas sobre lo que nos rodea ha pasado de ser una posibilidad a convertirse en una realidad concreta, una cuestión de vida o muerte que nos involucra a todxs como especie. Tal vez nunca ha sido tan necesario pensar en ese todxs en términos tan amplios, más allá de nosotrxs mismxs, de nuestra familia, origen, nacionalidad, identidad, especie.

Desde que existen formas de expresión de la subjetividad humana el mundo se ha sentido varias veces a punto de acabarse. Hay cuenta, por ejemplo, del año de 1816, conocido como “el año del invierno que nunca acabó” o “el año del verano que nunca llegó”. Ese año, una caída en la actividad solar y una serie de erupciones volcánicas provocaron un bajón de temperatura causando estragos en los cultivos y una de las peores hambrunas de la historia. Se sintió como el fin del mundo, dicen. Por otra parte, las extinciones masivas han acompañado a la vida desde que existe en este planeta. Dicen que el antropoceno da cuenta de la única extinción producida por una especie en la tierra, sin embargo, hay teorías que apuntan a que el surgimiento de los primeros bosques causó una extinción masiva de las especies marinas, hace aproximadamente 370 millones de años, durante el período devónico. No estoy tratando de justificar a la especie humana diciendo que no somos la única especie que ha tenido repercusión a escala de extinción sobre el planeta. Pero es inevitable preguntarse hasta qué punto esa pulsión de destrucción no es parte intrínseca de las fuerzas que mueven la vida en este planeta. Tal vez sea necesaria la extinción de la vida como la conocemos para darle paso a otras formas de vida. Sin embargo, ¿por qué, si esto es así, tenemos semejante consciencia de que podemos detener nuestro impacto? ¿Por qué seguir perpetuando nuestro poder cuando puede utilizarse para proteger la vida que hemos llevado a los límites de la extinción? ¿El surgimiento de esta conciencia sobre nuestro supuesto poder responde a una necesidad de preservar la vida humana o de salvar todas las formas de vida en este planeta? No podemos hablar por la conciencia de otredades de especies y mucho menos cuando esas especies ahora están extintas. No podemos entrar en la posibilidad de conciencia de los árboles del devónico para saber si hubieran podido detener su crecimiento e impedir la extinción que contribuyeron a causar. Pero la simple posibilidad de especulación produce cierta esperanza. La especulación es un síntoma de activación de posibilidades más allá de las que nos ofrece un mundo de aparente libertad individual basada en las ofertas y el consumo.

Quizás estamos viviendo una extinción masiva, justo ahora, frente a nuestros ojos. Las imágenes son aterradoras: el deshielo de los polos, la de los osos polares comiendo basura en la ciudad minera de Talnaj, en el ártico ruso, no puede ser más terrorífica. O quizás sí hay imágenes más terribles, sucediendo todas al mismo tiempo: las de niñxs muriendo de hambre, de sed, cruzando mares, hacinadxs, ahogadxs; la escacez, la violencia, las migraciones masivas, los recursos que parecen agotarse. Intuimos prontas guerras por el agua. Aún así no se agota la riqueza de unxs cuantxs. Y mientras la acumulación y el derroche y el privilegio de unxs reposa en la precariedad de otrxs, es difícil ante esa situación pensarnos como una especie unitaria que destruye todo a su paso. Se habla del antropoceno como si “el ser humano” fuera una totalidad indisputable. Esta idea obvia las condiciones de desigualdad propiciadas por los sistemas capitalistas que convierten la vida en una lucha por la supervivencia. Por eso, muchxs se niegan a referirse al antropoceno, y prefieren hablar del capitaloceno. Otrxs dicen que no importa como lo llamemos, la extinción está aquí, tal vez sea demasiado tarde. 

Creo que el lenguaje importa porque nos permite activar posibilidades de mundos dentro de este mundo, no ser derrotistas, ni pesimistas, ni echarle toda la culpa “al ser humano” como una especie terrible y destructora que no tiene “remedio”. Me detengo en la importancia del lenguaje en todo este debate y me conecto con Donna Haraway, cuando habla de la necesidad de crear significantes teóricos y metodológicos e inaugura el periodo del Chthulicene, un periodo no de sobre-vivir, sino de con-vivir; no del hombre  hecho a pulso para sí mismo, sino de la posibilidad inter-especie de compartir este planeta.

Presentamos en este dossier una muestra de formas de imaginar, a través del lenguaje poético, modos de interconectar y revolucionar el habitar, para que la huella de carbono se transforme en una semilla de cuidado de cada pequeña forma de vida, en su singularidad y su diferencia. Desde la poesía este llamado a la urgencia con la apelación a la imaginación, a activar, desde el lenguaje, esas zonas de relación con lo que nos rodea, a internarnos en la subversión de las maneras como hemos pensado nuestra vida en la tierra, nuestras posibilidades de vivir más allá de la supervivencia. Aunque creemos en la importancia de las campañas de reciclaje, de cuidado de los recursos y la vida humana y no humana, de creación de consciencia en los hábitos de consumo, creemos que la palabra poética es una forma fundamental de transformar los hábitos cotidianos mediante el impulso de una forma creativa y subversiva de vivir y de relacionarnos.

Gracias a lxs poetas que con tanta generosidad respondieron a nuestro llamado:

Maricela Guerrero, Viviana Kawas, Matías Tolchinsky, Javier Peñalosa M, Carolina Dávila, Laura A. Garzón, Eliana Hernández y Vanessa Londoño. 

Gracias a los diferentes equipos participantes e involucrados.

 

 

 

 

 

Maricela Guerrero

Poemas seleccionados del libro 

El sueño de toda célula (Antílope, 2018)

compartido generosamente por la poeta

 

 

La forma de las hojas

 

La maestra Olmedo nos mostró un método

que podríamos seguir alrededor del árbol y de la forma 

de las hojas:

para distinguir si vienen en foliolos varios o en una 

sola que llamaríamos simple:

por su forma:

                      aciculares, redondas, lineares, oblongas, 

                      elípticas, acorazonadas, ovadas, lanceoladas,

                      oblolanceoladas.

[Un día nos puso a dibujar un catálogo de la

forma de las hojas con la técnica que gustásemos:

¡gustásemos es lindo!: acuarela, óleo, 

hacer fotografía, carbón, lo que sea con tal de

considerar la forma de las hojas como una

forma de recuperarnos. De resistir el miedo 

a las sustracciones y la pérdida de los 

grandes depredadores: dibujar hojas y 

árboles es respirar: gustamos.]

por su borde:

liso, dentado o lobulado

También hizo hincapié en que pese a las

miles de clasificaciones las formas varían y

que tal vez, muy probablemente, las hojas

no encajen totalmente con esta clasificación

 

Que recolectar hojas y reconocer árboles es 

una forma hermosa de resistir: devenir

sueño de células: dibujarlas y respirar.

 

Ahora que estás aquí: dibujemos un olmo 

Chino:

Que nos recuerde el camino rumbo a la 

escuela y los días en que podíamos ver

Cerros.

 

Una llamada telefónica nos informa que a

dieciséis kilómetros de distancia una bacteria 

ha invadido algunas células de la maestra

Olmedo y hay un virus acechando

 

Miro en tus ojos el miedo siento en mis

rodillas el miedo: lo abrazamos y tarareamos

una canción de cuna hasta quedarnos

dormidos.

 

 

 

Llueve 

 

A veces parece torpe y pequeño buscar una lengua en 

términos conocidos. 

Alienta plantear problemas en lenguas vernáculas y 

desconocidas. 

La bióloga canadiense halló que un abedul y un 

abeto se comunican con nutrientes y luz, se cuidan 

y crecen juntos. 

La Maestra Olmedo nos mostró un método de

cuidado y de atención a otros lenguajes: el sueño de 

las células es devenir células: la maestra Olmedo nos 

contó la vida de Vavilov y sus semillas y la cárcel: 

morir de hambre en la cárcel o morir de hambre en 

medio de diversidad de semillas de frutos y maíces:

Vavilov recolectó variedades de maíces en

Latinoamérica cuando contaba con la gracia de su

régimen, luego cayó de la gracia de ese régimen y 

ahora Monsanto lo quiere todo. Sueño con células 

que sueñan que devienen células y que se debaten 

entre el sueño y las realidades: niños que no ponían el 

abandono en términos de extraterrestres sino de militares 

y cercos: cierres de caminos; y preservaban semillas 

de otras latitudes a kilómetros de distancia de su ciudad. 

 

Diversidad de semillas que devienen semillas y alimento.

La Maestra Olmedo dijo cosas importantes: viajen y

aprendan del cuidado.

La Maestra Olmedo tejió cobijas y chambritas en las

juntas de consejo.

Las células de la maestra Olmedo devienen aliento.

 

A veces parece posible

                                     tejer una red:

les hablo de las plantas que crecen en el baldío de al lado

de las que soñamos que nos crecían en las orejas entre

los dedos las gato plantas las que devinieron piso y

techo: las planta almena: las árbol casa: las que se

 asomaron en la lengua:

 

protección contra las extracciones:

 

las abducciones:

 

escucharnos más allá de lo sobresaliente

andares bajo la lluvia

que resultan familiares.

 

 

 

Lenguaje 

 

No hay hora ni lugar ni espacio en que 

no anduviera buscando un lenguaje 

hecho de manos y viento y nutrientes; en 

que no estuviera investigando una forma 

redonda y conveniente de nutrirlos

de acompañarlos

de estar:

crecer en compañía.

 

 

 

¿Cómo en una lengua precisa, anémona?

 

Soñaríamos fonemas que devienen precisos e 

impermanentes márgenes de holgura y placidez, 

extensiones inmensas de un presente bullendo en

la hermosa combustión de inspirar oxígeno y 

expirar dióxido de carbono y otros gases: 

reburbujeo de calidez y luz, aromas, balbuceos, 

quejidos, babas, mocos, fluidos estruendosos, 

amorosos gemidos que quedan balbuciendo una

inhalación tras otra y dan paso a nuevas y redondas

maneras de compartir espacio, ocupar tus 

honduras y las mías como el agua que fluye en

las montañas: claro río. 

Amarnos en presencia y alegría como la gota que

derrama el vaso, amarnos ahora anémonas 

imantadas y espléndidas en inhalación y exhalación 

profunda bosque arriba ajenas al dolor y

a las imperiales formas. Ajenas al tú o al yo trágico, 

cómico y Leucipo. 

Amarnos ajenas anémonas precisas y bullentes

formas de la tarde, presencias espumosas 

transformadas en calidez y bonituras deleitables sin 

orillas, trancas: hojas sueltas. 

Amarnos malvas volcadas en caricia en 

alegría en prístinas piedras al fondo del claro río, manantial, 

tumbadas en paz y en reverberaciones libres: 

Amarnos 

 

                                           Y a veces detenerse 

                                           es otra forma de fluir.

 

 

 

Partidas 

 

Parto de que a mi padre carpintero a veces le

duelen los pulmones 

parto de que un día amanecimos con miles de 

mariposas por todas partes y cadáveres de pájaros 

en las calles 

que restringieron el uso de los autos 

que nos asustamos 

y de todas formas 

no inventamos una mejor forma de hablarles 

de comunicarnos. 

 

Cuál es la variante dialectal en que traducir esto: 

moléculas de agua fósforo nitrógeno sales 

minerales y cobijo 

 

¿De qué manera una madera madre atiende el

 crecimiento y el ritmo de sus hojas sus retoños: 

plántulas a la vera? ¿De qué manera una madera madre 

puede enviar mensajes punzantes y turbios 

en moléculas dolorosas? 

 

Azar y entretejidos: espacios que se restauran y 

florecen. 

A veces detenerse es otra forma de fluir y amar. 

Decir no es suficiente: 

es preciso respirar: 

mensajes de humus y nitrógeno y aminoácidos y 

alegría 

de qué manera: azar: 

 

aquí se dice de árboles y bosques a kilómetros de 

distancia donde se sueltan lobos y se respira. 

se dice de lobos y de ciervos 

y también se busca 

una lengua en la que hablarte 

y cobijarte sea vibrante y tierno, anémona. 

A ocho años de distancia del día en que nos alivió 

una sábila, vi un video el video de los lobos, que me

mostraste:

Reintrodujeron lobos en un bosque.

Catorce, los echaron a correr por la reserva. 

Todo comenzó con los lobos cazando ciervos, dice

el documental. 

 

Redujeron la población de ciervos y las plantas 

crecieron de nuevo.

Llegaron insectos y florecieron nuevamente plantas 

y brotes de árboles. 

Regresaron aves y castores que construyeron diques 

para que las especies de los ríos prosperaran, y los 

reptiles y conejos. 

Y hubo charcas y el cauce de los ríos fue de nuevo

caudaloso: 

Guadalupe. 

A unos metros de distancia las células de la 

Maestra Olmedo reconocen la información 

que dieron en exploraciones a bosques 

artificiales y a bosques orgánicos en sopas en 

suéteres en ropitas tejidas y que podrían 

decir serenamente: basta. 

Soñé con lobos.

Nos perseguían. 

Entramos todos: 

optar por el azar. 

 

A veces detenerse es otra forma de fluir. 

Una manada a nuestro lado duerme bosque arriba. 

 

 

 

 

 

Viviana Kawas

 

#1 En la librería de un mol en Tegus

 

Sabés de dónde viene el término “banana republic”,

 

             me pregunta,

             en lo que yo recojo

             una copia de Venas abiertas 

             del estante de la librería vacía.

 

           El mol ruidoso afuera.

 

          ¿De dónde?

De un libro que un gringo escribió

sobre Honduras.

A finales

del siglo diecinueve,

en los inicios

de la united fruit

y la standard fruit

y todas ésas.

Una colección de relatos.

 

                 ¿Enserio?

    La escucho

                 sin levantar los ojos de la contraportada 

                 del otro libro,

                 del que ella no habla.

 

Sí, sobre su experiencia

en Honduras—

en Trujillo,

si no me equivoco—

con una de estas compañías.

              Se queda pensando 

              por un momento.

 

Le cambió el nombre al país 

y todo— 

lo ficcionalizó. 

                ¿Por qué?

Y yo qué sé. 

Alguna referencia

a otra cosa,

alguna épica o mito. 

O capaz

se lo inventó y ya. 

              

             Mm.

            ¿No es de Cien años

             O de alguna otra 

             novela bananera.

             Yo pensé que venía 

              de alguna de ésas. 

No.

             No digo nada 

             por un momento.

           

            ¿Y cómo se llama el libro? 

No sé, no lo he leído. 

Tampoco me acuerdo 

del nombre.

                      Ah. 

Buscalo.

                Sí, lo voy a buscar.

 

***

 

 

#2 En la carretera hacia las ruinas

 

Papá está concentrado en la calle 

mientras maneja.

Tiene los ojos pequeños

del insomnio,

las ojeras le laten. 

 

Nosotras nos percatamos

de poco más que su cansancio, 

sus silencios.

 

Le hacemos preguntas 

sobre las bananeras 

que se desplazan, 

vastas y oscuras,

en ambos lados de la carretera.

Vamos a Copán

a ver las ruinas Mayas, 

pero nos desviamos 

para ver las bananeras 

de El Progreso.

 

No hay música,

solo hablamos, y vemos 

hacia afuera.

              Entonces,

             ¿había un tren en Honduras antes?

                             Sí,

                             transportaba cargamentos de bananos

                             y otros productos

                             de exportación.

 

¿Qué es exportación?

 

             Es cuando un país

             manda cosas que produce

             a otros países

             que no tienen de esas cosas.

 

¿Por qué no las tienen?

 

              Porque no crecen en sus tierras. 

              La tierra es diferente

              en diferentes partes del mundo. 

 

Ah, okey.

 

Un silencio breve;

nosotras pensamos 

o lo dejamos pensar

 

sin quitar la vista

de la amplia carretera.

 

              ¿Y solo para eso era el tren? 

              ¿Para lo de exportación?

                                       No, pero era lo más importante. 

          Ah.

                                    Hay compañías enormes

                                    que controlan las plantaciones.

                                    Los lugares donde crecen los bananos y otras cosas.

                                    Las manejaban los gringos.

¿Y ya no?

                   Sí, todavía.

Okey.

 

Bajo la ventana

mientras hablan,

para recibir la brisa fresca.

 

                   ¿Y ya no existe el tren, entonces?

                   ¿Para nada? 

 

Hay una sombra

de urgencia

en la última pregunta,

como si existiera

la posibilidad

de que ese tren siga andando,

en secreto,

como si fuera imposible

que realmente haya dejado de existir.

                            No, no que yo sepa, hija. 

                                                                   Febrero de 2021

 

 

 

 

 

 

 

Matías Tolchinsky

 

GLASIR

 

Como guardabosques, nunca me cansé de hacer mantención a los caminos.

 

Aunque después de cada invierno, buena parte había desaparecido

 

por lo que había que retomar de cero.

 

Trabajo metódico el de pulimentar barandas, pero nada complicado.

 

El acto de sorrapear, dudo mucho que redituara nada.

 

Vine a deformar la realidad con el formón, una vez le hube tomado el pulso al serrucho.

 

Dedicarme a chupar clavos

 

– me tocó lidiar con la inflamación de tendón.

 

Huelga decir que los únicos esquiroles de que tuve noticia fueron las ardillas.

 

En materia de silvicultura, sirope prodigado por más de algún arce engarbado.

 

En tanto la verdolaga se expande, junto con algún que otra habladuría sobre mi persona.

 

Prácticas cuestionables.

 

Cuando puertas afuera, el suelo de cedro olmo viene dado por defecto.

 

“Cambio” – digo, en consecuencia

 

hay cretinos acampando en sitios no autorizados.

 

(Es una cuestión de escala: solo cuando me he agotado de clavetear, llega el verano)

 

Ah, vacaciones, esa mala costumbre.

 

Nada: un solazo

 

– y las jornadas parecen no querer terminar.

 

De vuelta en el camping

 

luego de replegar con una honda un raid de aventuras,

 

solo una presada de manzana logra devolver a la vida.

 

Mi caseta de patrullero, dominada por panales de avispa cartonera.

 

Un perímetro de vigilancia inconmensurable.

 

Ya te digo: el fuego en lo alto de una secuoya puede durar años.

 

Y yo, obligado a tender estos cortafuegos.

 

¿Con mi motosierra a cordel, no era el que decía: “un pájaro carpintero quiere echar abajo el bosque”?

 

Con el dolor de mi alma, ¿no era yo el que a punta de hachazos, venía tumbando los robles ahora?

 

La facilidad con que se me olvida que llueve.

 

Debo admitir que ahora el lago está bien picado.

 

Otoño: el mundo entero ha comenzado a revolverse.

 

Y, por cierto que a mayor altura es mejor dumir la nuez pecana.

 

Aprovechar de proveerte de suministros en el pueblo:

 

productos orgánicos / pepinillos del porte de un brazo de saguaro.

 

Alarias deshidratadas, porque son altas en yodo

 

(y para esto era capaz de descender hasta la costa)

 

Acá, en plena cordillera, es otra sed la que padezco

 

(ningún resfrío en un intervalo de diez años)

 

Y estoy considerando postular como aduanero a las islas Diómedes.

 

Medio mazorral y cabizbajo – medio, no

 

entero: por eso que de noviazgos ni asomos.

 

A no ser que consideremos, mi intimación con las napeas y los duendes.

 

No sea que cuenten, las feromonas de pavón nocturno.

 

Entre los tulíperos, con las brencas estiradas.

 

Porque me rocío el cuello con esta esencia, cuando las oréades llaman a mi ventana.

 

Hay veces en que yo mismo me espanto:

 

no pasan ni cinco minutos y ya hay tejida en mi taza alguna telaraña.

 

Uno no cuándo la comida puede irse caminando.

 

¿Cómo explicar sino esta sorpresa

 

dentro de la caja anidera?

 

Tamarrizquito, “el más pequeño de todos en el reino de los cielos”.

 

En rigor, yo hablaría de una xilomancia – porque personalmente te esperaba.

 

Debí estar en su radar.

 

Y es que, cuando hay química o magnetismo…

 

Pasó que llevamos nuestro mantel a un oquedal, entre felequeras y racimos de yaro.

 

Dulces sombras de tubérculos.

 

Él, fitófago empedernido, tanto o más retraído.

 

A lo indio sobre la tamuja: una conversación basada en un té de burbujas,

 

goloseando con gomorresina de robinia de la miel.

 

Arropado en una especie de batata, por la mañana

 

me mostró cómo para hacer el aseo, encantaba un legón.

 

Por un tema de biomasa, la instalación de cotos comunales.

 

Bienes raíces: una nueva división del territorio.

 

El valle, rico en renos, todo a lo largo de la cuenca.

 

En sumo fructuoso, hojas de repollo y de lechuga ji ji ji – el grandor es otro.

 

Alianza con el liquen, un trifinio entre tres reinos.

 

Esta tarte tatin que era la totalidad de nuestro castillo:

 

“Y trasladó, así, sus dibujos de arquitectura a sus pasteles de azúcar,

 

dejando asombrados a todos con sus invenciones”.

 

Y yo, cubierto con un hábito de tajinaste rojo.

 

Preparado para sumergirme en los misterios.

 

Susurros diminutos de pupa de mariposa, un relato sempervirente contado por un pino longevo.

 

Me dijo mi amigo: “tápame con tus manos”.

 

Y otro duende dijo: “me perderás de vista en cuanto me encuentres”.

 

Ascendiendo a lo más alto de la umbela, lo supe:

 

“Huyes del águila calva porque estás destinado a hacerlo”.

 

La ruta de los licopodios y de las cuncunas.

 

Tengo la boca teñida, mientras hablo, de martillos de nelumbo.

 

Pero hablemos de los bienes fungibles:

 

los múrgoles que me convidaste me dejaron capeando ranas toro.

 

Arriba de unas plataformas de golfán, luego de ingerir no sé cuáles colmenillas:

 

“Es característico su sabor a perrín mostoso”.

 

Los esporangios y el ácido fólico por las nubes.

 

Sostenido apenas del estípite, sombrero índigo lechoso.

 

Una explosión de gasteromicetos

 

“Donde hay plantas una tras otra”.

 

Los pedicelos más amargos de mi vida:

 

me vi forzado a dejar hechos mis caquis naranjos.

 

En vista de que, tal como él argüía, “el efecto del hongo debe estar estrictamente destinado a los procesos comprensibles”.

 

Me percaté de que la brisa sacudía las tembladeras.

 

Tumbado sobre una cama de esfagno y gayuba, tuve sueños

 

Muy por encima del manto terrestre.

 

Dejé atrás mi condición animal: cabeza hueca

 

palmas como limbos, los brazos cual corimbos extendidos

 

una como antorcha en medio de la glaciación.

 

Está en mí la capacidad de propagar calor.

 

Porque tomé la costumbre de beber -vía la nervadura- del vaso liberiano.

 

(por boca laticífera, los vientos y los elementos)

 

Ahora mediante etileno me comunico con el mundo externo.

 

¿O acaso no van mis ramas y mis hojas por el agua entre medio de las nutrias?

 

Trozos de mi persona conducidos hasta el hormiguero indefectible.

 

Y, a medida que me descopo, me refresco.

 

Parte del usufructo es esto.

 

Creo, por los nectarios.

 

Plateado, como la neblina.

 

¿Pero dónde mi limbo foliar, hasta qué punto el floema que hilvana mi estroma?

 

Tejido meristemático: “siempre joven y poco diferenciado”.

 

Las ventallas son prueba de que es todo una sola linfa.

 

A la hora de la estación idónea: lo que concibo como una férrea adhesión a la lluvia.

 

Quiero estar solo (necesito estar solo).

 

El día de la marmota: ponerme terne, casi formal –llegar a presentar incluso botones.

 

Por cierto que se trata de un tigmotropismo.

 

Quiero decir: ¿florar?

 

Como el verdoyo, lo encuentro

 

(una sensación umbrátil y vertiginosa)

 

Por cuanto “la causa fisiológica exacta de la timidez entre los árboles es incierta”.

 

Polinización en carne propia, lleno de inflorescencias.

 

Ahora que por fin me he vuelto hermafrodita.

 

Hasta la caspia misma, en el ablandamiento mismo

 

del duramen.

 

Estos amentos llaman a la reproducción.

 

Y así, a mi androceo – los piquituertos en busca de piñas y conos

 

tuvieron que ingeniársela los picaflores.

 

Multiplicado por medio de lletas – una dispersión explosiva.

 

Y mis choznos, gamonitos a flor de piel, amamantados con mis propios peciolos.

 

Yemas y macollos y retallos.

 

Mayoritariamente conífero (a partir de una sola concrescencia).

 

Véanme convertido en lo que siempre quise ser: hangar de plantas aéreas.

 

Recorrido en legión por el bicho espino mientras debajo

 

el hongo diente sangrante sangra.

 

(Y no se trató, por cierto, de frambuesa)

 

Orgías de serpientes rayadas frotándose entre medio de las grietas.  

 

Micorrizas como aplausos de mono.

 

Relaciones mutuas beneficiosas: ojalá fuera siempre el caso.

 

No sería perenne, si no fuera.

 

No tendría bajo la manga,  como tengo, estos haces vasculares.

 

No experimentaría el verdor que experimento.

 

Cuando los rebramos me recorren,

 

y una manada de jabalíes encabritados osa hozarme las hifas.

 

¿Diré por ventura que no me abona el estiércol, cuando así mismo fructifico?

 

Protegido por la caliptra, cobijado en la capa de ozono.

 

Pando o el Gigante tembloso, aquel que no dice nada.

 

En las antípodas del yo más gaseoso

 

el total de copas en su conjunto.

 

Nuestra raíces se extendieron de forma que terminamos por oxigenar

 

la totalidad de la atmósfera.

 

Sin parecido ni parentesco con nada de que se tenga conocimiento.

 

 

 

 

 

 

Javier Peñalosa M. 

Fragmentos de Los que regresan (Antílope, 2015) , de Javier Peñalosa M.

 compartido generosamente por el poeta. 

El libro completo se puede encontrar en 

https://poesiamexa.files.wordpress.com/2018/11/los-que-regresan.pdf

 

Los paisajes no conservan lo que sucede en

su extensión. Un cauce no guarda el agua corriente

del río; las piedras no retienen los musgos, no 

guardan el vuelo de los pájaros que pasan,

no acumulan las sombras. 

 

Nosotros queremos llegar al lugar que nos llama. 

Pero seguimos un camino trazado en la memoria 

y nuestra línea recta es espiral. 

Con los zapatos muy pesados, con el cuerpo 

como una punción, bajamos por el cauce.

 

Y sólo encontramos piedras. 

Piedras levantadas, con nombres y fechas, piedras 

con colores y formas diferentes. Era un campo listo

para la labranza. 

 

Me separé del grupo y caminé con cuidado 

para no pisarlas. Yo quería encontrar la piedra 

de mi abuelo. 

 

Y también estaban las piedras anónimas, 

apiladas una sobre otra. Las piedras con las que

hicieron los muros, los muros con los que

levantamos casas.

Pero los paisajes también conservan lo que sucede

en su extensión. 

 

También las piedras guardan el fuego y a fuerza 

de agua o viento se pulen. 

 

Si los animales duermen ahí, si ahí crece un

cardo o madura una fruta; si un grupo de personas 

atraviesa el cerro a la madrugada, el territorio

como una vasija se va llenando hasta que ya no 

puede contener, y se derrama.

[…]

Desapareció el camino y cierta dulzura 

en la mirada. Desaparecieron más de cien tordos 

e incontables palomas. Desapareció el cajón 

de las velas. En contemplar desapareció el templo. 

En considerar desaparecieron el cielo y las estrellas. 

Y una tarde desapareció Raúl. Sus tumbos 

y sus flores. 

 

Desaparecieron o cambiaron de lugar.

 

[…]

 

En la mañana, uno de los que venían del cerro

se puso a silbar mientras andábamos. 

Clarín es el nombre del pájaro. Lo escuché un mediodía, 

había otras jaulas también; y en el espacio entre

alambres, rojos, pardos, canarios y periquitos serenos

en la garganta. 

 

Y siguió silbando toda la bajada de San Juan. Y yo 

recordé su canción por otra boca y quise romper algo 

de barro. Iba a llover. 

 

Bajaron las nubes, venían muy cargadas 

y olía a humedad. Cerré los ojos.

No puedo recordar su nombre pero reconozco 

su voz y el vaivén de su cuerpo cuando avanzaba 

arrastrando la pierna. 

Sabía leer los pájaros y el recorrido de las hormigas. 

Para nosotros eran importantes las correspondencias

entre arriba y abajo. 

 

Hacia el medio día, nos sentamos en círculo bajo

la sombra de un árbol. Uno al que llamaban el Cuervo,

y que no había abierto la boca desde que salimos, 

repartió higos maduros que partimos a la mitad

con la yema de los dedos.

 

 

 

 

Carolina Dávila

 

Quiero que nuestras manos se rocen mientras

 

Quiero que nuestras manos se rocen mientras

recorremos juntas los pasillos sucios

de la plaza de mercado

olvidar el eczema atópico la boca cuarteada

 

Que digas tamarindo y maracuyá

y sean esas palabras

la carnosa materia de la grieta

en la superficie de un mundo que desaparece

 

Que en la fugacidad del fruto

genéticamente modificado germine la chispa

de una casa renacida y un suelo de tierra

calme su árida acidez con el jugo

del anón que escurre por tus dedos

 

Que algo brille -negro- en nuestro horizonte

como brillan las pepitas que se acumulan y se mezclan

con las costras desprendidas de tus pies

mientras nos eclipsa un rumor de moribunda hidroeléctrica

y la piel nos indica como la oscuridad también nos pertenece

 

Que alguien diga por los altoparlantes

que nos corresponde el amor del después

No uno de campesinos ahorcados semillas muertas y

pollos bañados por el resplandor de la voracidad

 

No esta premeditación no este catálogo luminoso e insaciable

 

 

 

 

 

 

Laura Andrea Garzón

 

 

reverso

suda la espalda del mundo

agotada de todas las fracturas

 

                /grietas que le vamos abriendo    taladro

                presión         perforación del fluido

                capa tras capa      desmanteladas

 

más y más

             como si hubiese que alcanzar alguna médula

              insistir en un centro que nunca nos contuvo

 

suda la espalda

y se evapora

el sudor que es la lluvia

los poros revientan del agua que no encuentra camino los poros revientan

las calles

el cemento

                  tan poco sólido ante la furia           la urgencia

se inundan los caños

hasta que hiede

avalancha abriéndose

paso con la fuerza de la estrella que estalla quinientos años luz en el pasado 

 

la violencia del barro

hace emplastos en la espalda

incluso los detritus

                       sanan que sanan

incluso los pedazos de las casas destruidas

le van suavizando la piel

 

corteza sobre corteza

 

este movimiento no es una revelación

estamos apenas a la espera de que el cansancio se desborde

 

de nuevo

presión de placas tectónicas apareándose bajo nosotros

ocurre la vida

que a diario me/nos sobrepasa

 

sísifo empuja su apetito contra prometeo

y yo

y tú

 

y todos comemos su hígado

sísifo todos los días sobre la espalda de la tierra

 

/resbalo en el sudor/ restos de las entrañas

en la boca que se funde con la lluvia

 

             /la caída como ascenso/

en este hartazgo de lo infinito

 

 

aguardo el punto vertical

de la columna

                  vértebra tras vértebra

sobre la que me he edificado

 

lista para que todo lo destruya

y en mi/nuestra ausencia

se vuelva a acurrucar 

 

 

 

 

Eliana Hernández

carcayú

 

Solo se trata de sobrevivir… o rendirse y volver a casa.

Alone, Serie de Netflix.

 

sabe que del animal

lo más preciado es la grasa:

separa las fibras blancas

guarda en un tarro la manteca

y asa todo lo demás

 

de noche el animal

da vueltas en la barriga

la venganza por esa flecha

que ella clavó en su pulmón

 

duerme con la cara en la luna

 

al otro día lo sabe

no se come la carne de oso 

pone la mente así

da una especie de no obstante

 

ser mínima y matar un oso

no obstante

no va a ganar el millón de dólares

que ofrece el programa por ser el último 

sobreviviente en el ártico

no obstante probar

que en ella hay un destino

probar: ¿hay otro tipo de herencia

además de la forma

como sostiene el hacha?

¿es eso lo que puede perder?

dice en su panza el grrr del oso

 

pasa la décima noche

viendo las luces del ártico

y un coyote se come

su adorada grasa

luego viene la mañana y trenza

una bufanda con la piel de conejos

que lleva días desollando: 

primero salen las paticas

de abajo hacia arriba

como pelando una mandarina

pero en dirección contraria

hasta las orejas se usan, por ejemplo:

los intestinos de los conejos

verdes de absorber hierba

la mandan directo al baño

no se mata, quiere decir, porque sí

porque se tiene el poder

 

solo que otra vez es de noche 

ningún bicho cayó en sus trampas

las luces en el cielo

tapan la boca

quisiera domar un alce

escuchar por fin el llamado

que se oyera por fin el llamado

muestra los dientes como el carcayú

 

 

 

 

Vanessa Londoño

Divorcio

 

Unos meses antes de separarnos compramos un florero japonés que nunca tuvo flores, y que se quedó relegado a una esquina entre la banalidad de las partículas de polvo. Entre semana yo evitaba regresar temprano a casa para evadir las plantas que se marchitaban por la tierra suelta de las macetas, y también el vacío de ese jarrón que me torturaba y que me hacía pensar que su abandono era un síntoma de nuestro propio vacío, un síntoma de nuestra propia imposibilidad de hacer algo en común. La casa había ido perdiendo el afecto que le invertimos durante años: el diseño empapelado de la pared se escurría bajo esa gotera inconstante que caía desde el techo, y ese fue el primer indicio que me hizo pensar que nos dejábamos, que el amor se nos acababa de a poco (como dice Mendes Campos) mecánicamente en el ascensor como si le faltase energía. Una noche en el restaurante de la esquina pedimos un Lo Mein para compartir, y lo comimos hipnotizados mientras mirábamos la nieve percudirse bajo las pisadas de los transeúntes. Hacía el mismo frío que cuando nos casamos en el City Hall el último día de la presidencia de Obama, como tratando de conjurar el presagio político de lo que se venía para un musulmán y una latinoamericana que se juntaban en ese momento. Estuvimos en silencio después de comer y te pregunté si habías escuchado sobre la muerte de Sudán, el último rinoceronte blanco que quedaba vivo en el mundo. Entonces partiste la galleta de la suerte y sacaste un papelito que decía A part of us remains wherever we have been, y era cierto. Parecía que estábamos ahí para siempre, suspendidos en la continuidad de esa frase que recordé ayer cuando leí tu correo en el que me enviaste la sentencia de nuestro divorcio. En todas partes se hablaba de que la muerte de Sudán inauguraba una era de extinción masiva; pero yo sentía que, en el fondo, lo que discutían los periódicos y los medios, era en realidad nuestra propia extinción mutua. Al fin y al cabo, la muerte de Sudán, tan aparatosa, tan pesada y tan triste, es como se sienten también las rupturas. Quedábamos, como todos los rinocerontes blancos del mundo, también extintos.

 

 


El dibujo de la portada fue donado por Maylee Montagut Ascanio, que aportó a este proyecto con su generosidad siempre, aún en los tiempos difíciles. IG: @occasionallydrawing

Oro Puro está inspirado en la explotación de los ríos y páramos en Colombia para la extracción de oro por multinacionales mineras.

Descripción:

Oro Puro
Graphite on bristol paper
50 x 35 cm
08/2020

Images are for demo purposes only and are properties of their respective owners.
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