Descarga aquí el dossier en pdf.
Fátima Vélez
Editora
La conciencia de nuestra situación frente al vértigo del cambio que implica vivir en este planeta tal vez nunca, como ahora, había respondido a una urgencia tan visible. En los últimos veinte años la atención sobre el impacto de nuestras acciones humanas sobre lo que nos rodea ha pasado de ser una posibilidad a convertirse en una realidad concreta, una cuestión de vida o muerte que nos involucra a todxs como especie. Tal vez nunca ha sido tan necesario pensar en ese todxs en términos tan amplios, más allá de nosotrxs mismxs, de nuestra familia, origen, nacionalidad, identidad, especie.
Desde que existen formas de expresión de la subjetividad humana el mundo se ha sentido varias veces a punto de acabarse. Hay cuenta, por ejemplo, del año de 1816, conocido como “el año del invierno que nunca acabó” o “el año del verano que nunca llegó”. Ese año, una caída en la actividad solar y una serie de erupciones volcánicas provocaron un bajón de temperatura causando estragos en los cultivos y una de las peores hambrunas de la historia. Se sintió como el fin del mundo, dicen. Por otra parte, las extinciones masivas han acompañado a la vida desde que existe en este planeta. Dicen que el antropoceno da cuenta de la única extinción producida por una especie en la tierra, sin embargo, hay teorías que apuntan a que el surgimiento de los primeros bosques causó una extinción masiva de las especies marinas, hace aproximadamente 370 millones de años, durante el período devónico. No estoy tratando de justificar a la especie humana diciendo que no somos la única especie que ha tenido repercusión a escala de extinción sobre el planeta. Pero es inevitable preguntarse hasta qué punto esa pulsión de destrucción no es parte intrínseca de las fuerzas que mueven la vida en este planeta. Tal vez sea necesaria la extinción de la vida como la conocemos para darle paso a otras formas de vida. Sin embargo, ¿por qué, si esto es así, tenemos semejante consciencia de que podemos detener nuestro impacto? ¿Por qué seguir perpetuando nuestro poder cuando puede utilizarse para proteger la vida que hemos llevado a los límites de la extinción? ¿El surgimiento de esta conciencia sobre nuestro supuesto poder responde a una necesidad de preservar la vida humana o de salvar todas las formas de vida en este planeta? No podemos hablar por la conciencia de otredades de especies y mucho menos cuando esas especies ahora están extintas. No podemos entrar en la posibilidad de conciencia de los árboles del devónico para saber si hubieran podido detener su crecimiento e impedir la extinción que contribuyeron a causar. Pero la simple posibilidad de especulación produce cierta esperanza. La especulación es un síntoma de activación de posibilidades más allá de las que nos ofrece un mundo de aparente libertad individual basada en las ofertas y el consumo.
Quizás estamos viviendo una extinción masiva, justo ahora, frente a nuestros ojos. Las imágenes son aterradoras: el deshielo de los polos, la de los osos polares comiendo basura en la ciudad minera de Talnaj, en el ártico ruso, no puede ser más terrorífica. O quizás sí hay imágenes más terribles, sucediendo todas al mismo tiempo: las de niñxs muriendo de hambre, de sed, cruzando mares, hacinadxs, ahogadxs; la escacez, la violencia, las migraciones masivas, los recursos que parecen agotarse. Intuimos prontas guerras por el agua. Aún así no se agota la riqueza de unxs cuantxs. Y mientras la acumulación y el derroche y el privilegio de unxs reposa en la precariedad de otrxs, es difícil ante esa situación pensarnos como una especie unitaria que destruye todo a su paso. Se habla del antropoceno como si “el ser humano” fuera una totalidad indisputable. Esta idea obvia las condiciones de desigualdad propiciadas por los sistemas capitalistas que convierten la vida en una lucha por la supervivencia. Por eso, muchxs se niegan a referirse al antropoceno, y prefieren hablar del capitaloceno. Otrxs dicen que no importa como lo llamemos, la extinción está aquí, tal vez sea demasiado tarde.
Creo que el lenguaje importa porque nos permite activar posibilidades de mundos dentro de este mundo, no ser derrotistas, ni pesimistas, ni echarle toda la culpa “al ser humano” como una especie terrible y destructora que no tiene “remedio”. Me detengo en la importancia del lenguaje en todo este debate y me conecto con Donna Haraway, cuando habla de la necesidad de crear significantes teóricos y metodológicos e inaugura el periodo del Chthulicene, un periodo no de sobre-vivir, sino de con-vivir; no del hombre hecho a pulso para sí mismo, sino de la posibilidad inter-especie de compartir este planeta.
Presentamos en este dossier una muestra de formas de imaginar, a través del lenguaje poético, modos de interconectar y revolucionar el habitar, para que la huella de carbono se transforme en una semilla de cuidado de cada pequeña forma de vida, en su singularidad y su diferencia. Desde la poesía este llamado a la urgencia con la apelación a la imaginación, a activar, desde el lenguaje, esas zonas de relación con lo que nos rodea, a internarnos en la subversión de las maneras como hemos pensado nuestra vida en la tierra, nuestras posibilidades de vivir más allá de la supervivencia. Aunque creemos en la importancia de las campañas de reciclaje, de cuidado de los recursos y la vida humana y no humana, de creación de consciencia en los hábitos de consumo, creemos que la palabra poética es una forma fundamental de transformar los hábitos cotidianos mediante el impulso de una forma creativa y subversiva de vivir y de relacionarnos.
Gracias a lxs poetas que con tanta generosidad respondieron a nuestro llamado:
Maricela Guerrero, Viviana Kawas, Matías Tolchinsky, Javier Peñalosa M, Carolina Dávila, Laura A. Garzón, Eliana Hernández y Vanessa Londoño.
Gracias a los diferentes equipos participantes e involucrados.
Maricela Guerrero
Poemas seleccionados del libro
El sueño de toda célula (Antílope, 2018)
compartido generosamente por la poeta
La forma de las hojas
La maestra Olmedo nos mostró un método
que podríamos seguir alrededor del árbol y de la forma
de las hojas:
para distinguir si vienen en foliolos varios o en una
sola que llamaríamos simple:
por su forma:
aciculares, redondas, lineares, oblongas,
elípticas, acorazonadas, ovadas, lanceoladas,
oblolanceoladas.
[Un día nos puso a dibujar un catálogo de la
forma de las hojas con la técnica que gustásemos:
¡gustásemos es lindo!: acuarela, óleo,
hacer fotografía, carbón, lo que sea con tal de
considerar la forma de las hojas como una
forma de recuperarnos. De resistir el miedo
a las sustracciones y la pérdida de los
grandes depredadores: dibujar hojas y
árboles es respirar: gustamos.]
por su borde:
liso, dentado o lobulado
También hizo hincapié en que pese a las
miles de clasificaciones las formas varían y
que tal vez, muy probablemente, las hojas
no encajen totalmente con esta clasificación
Que recolectar hojas y reconocer árboles es
una forma hermosa de resistir: devenir
sueño de células: dibujarlas y respirar.
Ahora que estás aquí: dibujemos un olmo
Chino:
Que nos recuerde el camino rumbo a la
escuela y los días en que podíamos ver
Cerros.
Una llamada telefónica nos informa que a
dieciséis kilómetros de distancia una bacteria
ha invadido algunas células de la maestra
Olmedo y hay un virus acechando
Miro en tus ojos el miedo siento en mis
rodillas el miedo: lo abrazamos y tarareamos
una canción de cuna hasta quedarnos
dormidos.
Llueve
A veces parece torpe y pequeño buscar una lengua en
términos conocidos.
Alienta plantear problemas en lenguas vernáculas y
desconocidas.
La bióloga canadiense halló que un abedul y un
abeto se comunican con nutrientes y luz, se cuidan
y crecen juntos.
La Maestra Olmedo nos mostró un método de
cuidado y de atención a otros lenguajes: el sueño de
las células es devenir células: la maestra Olmedo nos
contó la vida de Vavilov y sus semillas y la cárcel:
morir de hambre en la cárcel o morir de hambre en
medio de diversidad de semillas de frutos y maíces:
Vavilov recolectó variedades de maíces en
Latinoamérica cuando contaba con la gracia de su
régimen, luego cayó de la gracia de ese régimen y
ahora Monsanto lo quiere todo. Sueño con células
que sueñan que devienen células y que se debaten
entre el sueño y las realidades: niños que no ponían el
abandono en términos de extraterrestres sino de militares
y cercos: cierres de caminos; y preservaban semillas
de otras latitudes a kilómetros de distancia de su ciudad.
Diversidad de semillas que devienen semillas y alimento.
La Maestra Olmedo dijo cosas importantes: viajen y
aprendan del cuidado.
La Maestra Olmedo tejió cobijas y chambritas en las
juntas de consejo.
Las células de la maestra Olmedo devienen aliento.
A veces parece posible
tejer una red:
les hablo de las plantas que crecen en el baldío de al lado
de las que soñamos que nos crecían en las orejas entre
los dedos las gato plantas las que devinieron piso y
techo: las planta almena: las árbol casa: las que se
asomaron en la lengua:
protección contra las extracciones:
las abducciones:
escucharnos más allá de lo sobresaliente
andares bajo la lluvia
que resultan familiares.
Lenguaje
No hay hora ni lugar ni espacio en que
no anduviera buscando un lenguaje
hecho de manos y viento y nutrientes; en
que no estuviera investigando una forma
redonda y conveniente de nutrirlos
de acompañarlos
de estar:
crecer en compañía.
¿Cómo en una lengua precisa, anémona?
Soñaríamos fonemas que devienen precisos e
impermanentes márgenes de holgura y placidez,
extensiones inmensas de un presente bullendo en
la hermosa combustión de inspirar oxígeno y
expirar dióxido de carbono y otros gases:
reburbujeo de calidez y luz, aromas, balbuceos,
quejidos, babas, mocos, fluidos estruendosos,
amorosos gemidos que quedan balbuciendo una
inhalación tras otra y dan paso a nuevas y redondas
maneras de compartir espacio, ocupar tus
honduras y las mías como el agua que fluye en
las montañas: claro río.
Amarnos en presencia y alegría como la gota que
derrama el vaso, amarnos ahora anémonas
imantadas y espléndidas en inhalación y exhalación
profunda bosque arriba ajenas al dolor y
a las imperiales formas. Ajenas al tú o al yo trágico,
cómico y Leucipo.
Amarnos ajenas anémonas precisas y bullentes
formas de la tarde, presencias espumosas
transformadas en calidez y bonituras deleitables sin
orillas, trancas: hojas sueltas.
Amarnos malvas volcadas en caricia en
alegría en prístinas piedras al fondo del claro río, manantial,
tumbadas en paz y en reverberaciones libres:
Amarnos
Y a veces detenerse
es otra forma de fluir.
Partidas
Parto de que a mi padre carpintero a veces le
duelen los pulmones
parto de que un día amanecimos con miles de
mariposas por todas partes y cadáveres de pájaros
en las calles
que restringieron el uso de los autos
que nos asustamos
y de todas formas
no inventamos una mejor forma de hablarles
de comunicarnos.
Cuál es la variante dialectal en que traducir esto:
moléculas de agua fósforo nitrógeno sales
minerales y cobijo
¿De qué manera una madera madre atiende el
crecimiento y el ritmo de sus hojas sus retoños:
plántulas a la vera? ¿De qué manera una madera madre
puede enviar mensajes punzantes y turbios
en moléculas dolorosas?
Azar y entretejidos: espacios que se restauran y
florecen.
A veces detenerse es otra forma de fluir y amar.
Decir no es suficiente:
es preciso respirar:
mensajes de humus y nitrógeno y aminoácidos y
alegría
de qué manera: azar:
aquí se dice de árboles y bosques a kilómetros de
distancia donde se sueltan lobos y se respira.
se dice de lobos y de ciervos
y también se busca
una lengua en la que hablarte
y cobijarte sea vibrante y tierno, anémona.
A ocho años de distancia del día en que nos alivió
una sábila, vi un video el video de los lobos, que me
mostraste:
Reintrodujeron lobos en un bosque.
Catorce, los echaron a correr por la reserva.
Todo comenzó con los lobos cazando ciervos, dice
el documental.
Redujeron la población de ciervos y las plantas
crecieron de nuevo.
Llegaron insectos y florecieron nuevamente plantas
y brotes de árboles.
Regresaron aves y castores que construyeron diques
para que las especies de los ríos prosperaran, y los
reptiles y conejos.
Y hubo charcas y el cauce de los ríos fue de nuevo
caudaloso:
Guadalupe.
A unos metros de distancia las células de la
Maestra Olmedo reconocen la información
que dieron en exploraciones a bosques
artificiales y a bosques orgánicos en sopas en
suéteres en ropitas tejidas y que podrían
decir serenamente: basta.
Soñé con lobos.
Nos perseguían.
Entramos todos:
optar por el azar.
A veces detenerse es otra forma de fluir.
Una manada a nuestro lado duerme bosque arriba.
Viviana Kawas
#1 En la librería de un mol en Tegus
Sabés de dónde viene el término “banana republic”,
me pregunta,
en lo que yo recojo
una copia de Venas abiertas
del estante de la librería vacía.
El mol ruidoso afuera.
¿De dónde?
De un libro que un gringo escribió
sobre Honduras.
A finales
del siglo diecinueve,
en los inicios
de la united fruit
y la standard fruit
y todas ésas.
Una colección de relatos.
¿Enserio?
La escucho
sin levantar los ojos de la contraportada
del otro libro,
del que ella no habla.
Sí, sobre su experiencia
en Honduras—
en Trujillo,
si no me equivoco—
con una de estas compañías.
Se queda pensando
por un momento.
Le cambió el nombre al país
y todo—
lo ficcionalizó.
¿Por qué?
Y yo qué sé.
Alguna referencia
a otra cosa,
alguna épica o mito.
O capaz
se lo inventó y ya.
Mm.
¿No es de Cien años?
O de alguna otra
novela bananera.
Yo pensé que venía
de alguna de ésas.
No.
No digo nada
por un momento.
¿Y cómo se llama el libro?
No sé, no lo he leído.
Tampoco me acuerdo
del nombre.
Ah.
Buscalo.
Sí, lo voy a buscar.
***
#2 En la carretera hacia las ruinas
Papá está concentrado en la calle
mientras maneja.
Tiene los ojos pequeños
del insomnio,
las ojeras le laten.
Nosotras nos percatamos
de poco más que su cansancio,
sus silencios.
Le hacemos preguntas
sobre las bananeras
que se desplazan,
vastas y oscuras,
en ambos lados de la carretera.
Vamos a Copán
a ver las ruinas Mayas,
pero nos desviamos
para ver las bananeras
de El Progreso.
No hay música,
solo hablamos, y vemos
hacia afuera.
Entonces,
¿había un tren en Honduras antes?
Sí,
transportaba cargamentos de bananos
y otros productos
de exportación.
¿Qué es exportación?
Es cuando un país
manda cosas que produce
a otros países
que no tienen de esas cosas.
¿Por qué no las tienen?
Porque no crecen en sus tierras.
La tierra es diferente
en diferentes partes del mundo.
Ah, okey.
Un silencio breve;
nosotras pensamos
o lo dejamos pensar
sin quitar la vista
de la amplia carretera.
¿Y solo para eso era el tren?
¿Para lo de exportación?
No, pero era lo más importante.
Ah.
Hay compañías enormes
que controlan las plantaciones.
Los lugares donde crecen los bananos y otras cosas.
Las manejaban los gringos.
¿Y ya no?
Sí, todavía.
Okey.
Bajo la ventana
mientras hablan,
para recibir la brisa fresca.
¿Y ya no existe el tren, entonces?
¿Para nada?
Hay una sombra
de urgencia
en la última pregunta,
como si existiera
la posibilidad
de que ese tren siga andando,
en secreto,
como si fuera imposible
que realmente haya dejado de existir.
No, no que yo sepa, hija.
Febrero de 2021
Matías Tolchinsky
GLASIR
Como guardabosques, nunca me cansé de hacer mantención a los caminos.
Aunque después de cada invierno, buena parte había desaparecido
por lo que había que retomar de cero.
Trabajo metódico el de pulimentar barandas, pero nada complicado.
El acto de sorrapear, dudo mucho que redituara nada.
Vine a deformar la realidad con el formón, una vez le hube tomado el pulso al serrucho.
Dedicarme a chupar clavos
– me tocó lidiar con la inflamación de tendón.
Huelga decir que los únicos esquiroles de que tuve noticia fueron las ardillas.
En materia de silvicultura, sirope prodigado por más de algún arce engarbado.
En tanto la verdolaga se expande, junto con algún que otra habladuría sobre mi persona.
Prácticas cuestionables.
Cuando puertas afuera, el suelo de cedro olmo viene dado por defecto.
“Cambio” – digo, en consecuencia
hay cretinos acampando en sitios no autorizados.
(Es una cuestión de escala: solo cuando me he agotado de clavetear, llega el verano)
Ah, vacaciones, esa mala costumbre.
Nada: un solazo
– y las jornadas parecen no querer terminar.
De vuelta en el camping
luego de replegar con una honda un raid de aventuras,
solo una presada de manzana logra devolver a la vida.
Mi caseta de patrullero, dominada por panales de avispa cartonera.
Un perímetro de vigilancia inconmensurable.
Ya te digo: el fuego en lo alto de una secuoya puede durar años.
Y yo, obligado a tender estos cortafuegos.
¿Con mi motosierra a cordel, no era el que decía: “un pájaro carpintero quiere echar abajo el bosque”?
Con el dolor de mi alma, ¿no era yo el que a punta de hachazos, venía tumbando los robles ahora?
La facilidad con que se me olvida que llueve.
Debo admitir que ahora el lago está bien picado.
Otoño: el mundo entero ha comenzado a revolverse.
Y, por cierto que a mayor altura es mejor dumir la nuez pecana.
Aprovechar de proveerte de suministros en el pueblo:
productos orgánicos / pepinillos del porte de un brazo de saguaro.
Alarias deshidratadas, porque son altas en yodo
(y para esto era capaz de descender hasta la costa)
Acá, en plena cordillera, es otra sed la que padezco
(ningún resfrío en un intervalo de diez años)
Y estoy considerando postular como aduanero a las islas Diómedes.
Medio mazorral y cabizbajo – medio, no
entero: por eso que de noviazgos ni asomos.
A no ser que consideremos, mi intimación con las napeas y los duendes.
No sea que cuenten, las feromonas de pavón nocturno.
Entre los tulíperos, con las brencas estiradas.
Porque me rocío el cuello con esta esencia, cuando las oréades llaman a mi ventana.
Hay veces en que yo mismo me espanto:
no pasan ni cinco minutos y ya hay tejida en mi taza alguna telaraña.
Uno no cuándo la comida puede irse caminando.
¿Cómo explicar sino esta sorpresa
dentro de la caja anidera?
Tamarrizquito, “el más pequeño de todos en el reino de los cielos”.
En rigor, yo hablaría de una xilomancia – porque personalmente te esperaba.
Debí estar en su radar.
Y es que, cuando hay química o magnetismo…
Pasó que llevamos nuestro mantel a un oquedal, entre felequeras y racimos de yaro.
Dulces sombras de tubérculos.
Él, fitófago empedernido, tanto o más retraído.
A lo indio sobre la tamuja: una conversación basada en un té de burbujas,
goloseando con gomorresina de robinia de la miel.
Arropado en una especie de batata, por la mañana
me mostró cómo para hacer el aseo, encantaba un legón.
Por un tema de biomasa, la instalación de cotos comunales.
Bienes raíces: una nueva división del territorio.
El valle, rico en renos, todo a lo largo de la cuenca.
En sumo fructuoso, hojas de repollo y de lechuga ji ji ji – el grandor es otro.
Alianza con el liquen, un trifinio entre tres reinos.
Esta tarte tatin que era la totalidad de nuestro castillo:
“Y trasladó, así, sus dibujos de arquitectura a sus pasteles de azúcar,
dejando asombrados a todos con sus invenciones”.
Y yo, cubierto con un hábito de tajinaste rojo.
Preparado para sumergirme en los misterios.
Susurros diminutos de pupa de mariposa, un relato sempervirente contado por un pino longevo.
Me dijo mi amigo: “tápame con tus manos”.
Y otro duende dijo: “me perderás de vista en cuanto me encuentres”.
Ascendiendo a lo más alto de la umbela, lo supe:
“Huyes del águila calva porque estás destinado a hacerlo”.
La ruta de los licopodios y de las cuncunas.
Tengo la boca teñida, mientras hablo, de martillos de nelumbo.
Pero hablemos de los bienes fungibles:
los múrgoles que me convidaste me dejaron capeando ranas toro.
Arriba de unas plataformas de golfán, luego de ingerir no sé cuáles colmenillas:
“Es característico su sabor a perrín mostoso”.
Los esporangios y el ácido fólico por las nubes.
Sostenido apenas del estípite, sombrero índigo lechoso.
Una explosión de gasteromicetos
“Donde hay plantas una tras otra”.
Los pedicelos más amargos de mi vida:
me vi forzado a dejar hechos mis caquis naranjos.
En vista de que, tal como él argüía, “el efecto del hongo debe estar estrictamente destinado a los procesos comprensibles”.
Me percaté de que la brisa sacudía las tembladeras.
Tumbado sobre una cama de esfagno y gayuba, tuve sueños
Muy por encima del manto terrestre.
Dejé atrás mi condición animal: cabeza hueca
palmas como limbos, los brazos cual corimbos extendidos
una como antorcha en medio de la glaciación.
Está en mí la capacidad de propagar calor.
Porque tomé la costumbre de beber -vía la nervadura- del vaso liberiano.
(por boca laticífera, los vientos y los elementos)
Ahora mediante etileno me comunico con el mundo externo.
¿O acaso no van mis ramas y mis hojas por el agua entre medio de las nutrias?
Trozos de mi persona conducidos hasta el hormiguero indefectible.
Y, a medida que me descopo, me refresco.
Parte del usufructo es esto.
Creo, por los nectarios.
Plateado, como la neblina.
¿Pero dónde mi limbo foliar, hasta qué punto el floema que hilvana mi estroma?
Tejido meristemático: “siempre joven y poco diferenciado”.
Las ventallas son prueba de que es todo una sola linfa.
A la hora de la estación idónea: lo que concibo como una férrea adhesión a la lluvia.
Quiero estar solo (necesito estar solo).
El día de la marmota: ponerme terne, casi formal –llegar a presentar incluso botones.
Por cierto que se trata de un tigmotropismo.
Quiero decir: ¿florar?
Como el verdoyo, lo encuentro
(una sensación umbrátil y vertiginosa)
Por cuanto “la causa fisiológica exacta de la timidez entre los árboles es incierta”.
Polinización en carne propia, lleno de inflorescencias.
Ahora que por fin me he vuelto hermafrodita.
Hasta la caspia misma, en el ablandamiento mismo
del duramen.
Estos amentos llaman a la reproducción.
Y así, a mi androceo – los piquituertos en busca de piñas y conos
tuvieron que ingeniársela los picaflores.
Multiplicado por medio de lletas – una dispersión explosiva.
Y mis choznos, gamonitos a flor de piel, amamantados con mis propios peciolos.
Yemas y macollos y retallos.
Mayoritariamente conífero (a partir de una sola concrescencia).
Véanme convertido en lo que siempre quise ser: hangar de plantas aéreas.
Recorrido en legión por el bicho espino mientras debajo
el hongo diente sangrante sangra.
(Y no se trató, por cierto, de frambuesa)
Orgías de serpientes rayadas frotándose entre medio de las grietas.
Micorrizas como aplausos de mono.
Relaciones mutuas beneficiosas: ojalá fuera siempre el caso.
No sería perenne, si no fuera.
No tendría bajo la manga, como tengo, estos haces vasculares.
No experimentaría el verdor que experimento.
Cuando los rebramos me recorren,
y una manada de jabalíes encabritados osa hozarme las hifas.
¿Diré por ventura que no me abona el estiércol, cuando así mismo fructifico?
Protegido por la caliptra, cobijado en la capa de ozono.
Pando o el Gigante tembloso, aquel que no dice nada.
En las antípodas del yo más gaseoso
el total de copas en su conjunto.
Nuestra raíces se extendieron de forma que terminamos por oxigenar
la totalidad de la atmósfera.
Sin parecido ni parentesco con nada de que se tenga conocimiento.
Javier Peñalosa M.
Fragmentos de Los que regresan (Antílope, 2015) , de Javier Peñalosa M.
compartido generosamente por el poeta.
El libro completo se puede encontrar en
https://poesiamexa.files.wordpress.com/2018/11/los-que-regresan.pdf
Los paisajes no conservan lo que sucede en
su extensión. Un cauce no guarda el agua corriente
del río; las piedras no retienen los musgos, no
guardan el vuelo de los pájaros que pasan,
no acumulan las sombras.
Nosotros queremos llegar al lugar que nos llama.
Pero seguimos un camino trazado en la memoria
y nuestra línea recta es espiral.
Con los zapatos muy pesados, con el cuerpo
como una punción, bajamos por el cauce.
Y sólo encontramos piedras.
Piedras levantadas, con nombres y fechas, piedras
con colores y formas diferentes. Era un campo listo
para la labranza.
Me separé del grupo y caminé con cuidado
para no pisarlas. Yo quería encontrar la piedra
de mi abuelo.
Y también estaban las piedras anónimas,
apiladas una sobre otra. Las piedras con las que
hicieron los muros, los muros con los que
levantamos casas.
Pero los paisajes también conservan lo que sucede
en su extensión.
También las piedras guardan el fuego y a fuerza
de agua o viento se pulen.
Si los animales duermen ahí, si ahí crece un
cardo o madura una fruta; si un grupo de personas
atraviesa el cerro a la madrugada, el territorio
como una vasija se va llenando hasta que ya no
puede contener, y se derrama.
[…]
Desapareció el camino y cierta dulzura
en la mirada. Desaparecieron más de cien tordos
e incontables palomas. Desapareció el cajón
de las velas. En contemplar desapareció el templo.
En considerar desaparecieron el cielo y las estrellas.
Y una tarde desapareció Raúl. Sus tumbos
y sus flores.
Desaparecieron o cambiaron de lugar.
[…]
En la mañana, uno de los que venían del cerro
se puso a silbar mientras andábamos.
Clarín es el nombre del pájaro. Lo escuché un mediodía,
había otras jaulas también; y en el espacio entre
alambres, rojos, pardos, canarios y periquitos serenos
en la garganta.
Y siguió silbando toda la bajada de San Juan. Y yo
recordé su canción por otra boca y quise romper algo
de barro. Iba a llover.
Bajaron las nubes, venían muy cargadas
y olía a humedad. Cerré los ojos.
No puedo recordar su nombre pero reconozco
su voz y el vaivén de su cuerpo cuando avanzaba
arrastrando la pierna.
Sabía leer los pájaros y el recorrido de las hormigas.
Para nosotros eran importantes las correspondencias
entre arriba y abajo.
Hacia el medio día, nos sentamos en círculo bajo
la sombra de un árbol. Uno al que llamaban el Cuervo,
y que no había abierto la boca desde que salimos,
repartió higos maduros que partimos a la mitad
con la yema de los dedos.
Carolina Dávila
Quiero que nuestras manos se rocen mientras
Quiero que nuestras manos se rocen mientras
recorremos juntas los pasillos sucios
de la plaza de mercado
olvidar el eczema atópico la boca cuarteada
Que digas tamarindo y maracuyá
y sean esas palabras
la carnosa materia de la grieta
en la superficie de un mundo que desaparece
Que en la fugacidad del fruto
genéticamente modificado germine la chispa
de una casa renacida y un suelo de tierra
calme su árida acidez con el jugo
del anón que escurre por tus dedos
Que algo brille -negro- en nuestro horizonte
como brillan las pepitas que se acumulan y se mezclan
con las costras desprendidas de tus pies
mientras nos eclipsa un rumor de moribunda hidroeléctrica
y la piel nos indica como la oscuridad también nos pertenece
Que alguien diga por los altoparlantes
que nos corresponde el amor del después
No uno de campesinos ahorcados semillas muertas y
pollos bañados por el resplandor de la voracidad
No esta premeditación no este catálogo luminoso e insaciable
Laura Andrea Garzón
reverso
suda la espalda del mundo
agotada de todas las fracturas
/grietas que le vamos abriendo taladro
presión perforación del fluido
capa tras capa desmanteladas
más y más
como si hubiese que alcanzar alguna médula
insistir en un centro que nunca nos contuvo
suda la espalda
y se evapora
el sudor que es la lluvia
los poros revientan del agua que no encuentra camino los poros revientan
las calles
el cemento
tan poco sólido ante la furia la urgencia
se inundan los caños
hasta que hiede
avalancha abriéndose
paso con la fuerza de la estrella que estalla quinientos años luz en el pasado
la violencia del barro
hace emplastos en la espalda
incluso los detritus
sanan que sanan
incluso los pedazos de las casas destruidas
le van suavizando la piel
corteza sobre corteza
este movimiento no es una revelación
estamos apenas a la espera de que el cansancio se desborde
de nuevo
presión de placas tectónicas apareándose bajo nosotros
ocurre la vida
que a diario me/nos sobrepasa
sísifo empuja su apetito contra prometeo
y yo
y tú
y todos comemos su hígado
sísifo todos los días sobre la espalda de la tierra
/resbalo en el sudor/ restos de las entrañas
en la boca que se funde con la lluvia
/la caída como ascenso/
en este hartazgo de lo infinito
aguardo el punto vertical
de la columna
vértebra tras vértebra
sobre la que me he edificado
lista para que todo lo destruya
y en mi/nuestra ausencia
se vuelva a acurrucar
Eliana Hernández
carcayú
Solo se trata de sobrevivir… o rendirse y volver a casa.
Alone, Serie de Netflix.
sabe que del animal
lo más preciado es la grasa:
separa las fibras blancas
guarda en un tarro la manteca
y asa todo lo demás
de noche el animal
da vueltas en la barriga
la venganza por esa flecha
que ella clavó en su pulmón
duerme con la cara en la luna
al otro día lo sabe
no se come la carne de oso
pone la mente así
da una especie de no obstante
ser mínima y matar un oso
no obstante
no va a ganar el millón de dólares
que ofrece el programa por ser el último
sobreviviente en el ártico
no obstante probar
que en ella hay un destino
probar: ¿hay otro tipo de herencia
además de la forma
como sostiene el hacha?
¿es eso lo que puede perder?
dice en su panza el grrr del oso
pasa la décima noche
viendo las luces del ártico
y un coyote se come
su adorada grasa
luego viene la mañana y trenza
una bufanda con la piel de conejos
que lleva días desollando:
primero salen las paticas
de abajo hacia arriba
como pelando una mandarina
pero en dirección contraria
hasta las orejas se usan, por ejemplo:
los intestinos de los conejos
verdes de absorber hierba
la mandan directo al baño
no se mata, quiere decir, porque sí
porque se tiene el poder
solo que otra vez es de noche
ningún bicho cayó en sus trampas
las luces en el cielo
tapan la boca
quisiera domar un alce
escuchar por fin el llamado
que se oyera por fin el llamado
muestra los dientes como el carcayú
Vanessa Londoño
Divorcio
Unos meses antes de separarnos compramos un florero japonés que nunca tuvo flores, y que se quedó relegado a una esquina entre la banalidad de las partículas de polvo. Entre semana yo evitaba regresar temprano a casa para evadir las plantas que se marchitaban por la tierra suelta de las macetas, y también el vacío de ese jarrón que me torturaba y que me hacía pensar que su abandono era un síntoma de nuestro propio vacío, un síntoma de nuestra propia imposibilidad de hacer algo en común. La casa había ido perdiendo el afecto que le invertimos durante años: el diseño empapelado de la pared se escurría bajo esa gotera inconstante que caía desde el techo, y ese fue el primer indicio que me hizo pensar que nos dejábamos, que el amor se nos acababa de a poco (como dice Mendes Campos) mecánicamente en el ascensor como si le faltase energía. Una noche en el restaurante de la esquina pedimos un Lo Mein para compartir, y lo comimos hipnotizados mientras mirábamos la nieve percudirse bajo las pisadas de los transeúntes. Hacía el mismo frío que cuando nos casamos en el City Hall el último día de la presidencia de Obama, como tratando de conjurar el presagio político de lo que se venía para un musulmán y una latinoamericana que se juntaban en ese momento. Estuvimos en silencio después de comer y te pregunté si habías escuchado sobre la muerte de Sudán, el último rinoceronte blanco que quedaba vivo en el mundo. Entonces partiste la galleta de la suerte y sacaste un papelito que decía A part of us remains wherever we have been, y era cierto. Parecía que estábamos ahí para siempre, suspendidos en la continuidad de esa frase que recordé ayer cuando leí tu correo en el que me enviaste la sentencia de nuestro divorcio. En todas partes se hablaba de que la muerte de Sudán inauguraba una era de extinción masiva; pero yo sentía que, en el fondo, lo que discutían los periódicos y los medios, era en realidad nuestra propia extinción mutua. Al fin y al cabo, la muerte de Sudán, tan aparatosa, tan pesada y tan triste, es como se sienten también las rupturas. Quedábamos, como todos los rinocerontes blancos del mundo, también extintos.
El dibujo de la portada fue donado por Maylee Montagut Ascanio, que aportó a este proyecto con su generosidad siempre, aún en los tiempos difíciles. IG: @occasionallydrawing
Oro Puro está inspirado en la explotación de los ríos y páramos en Colombia para la extracción de oro por multinacionales mineras.
Descripción:
Oro Puro
Graphite on bristol paper
50 x 35 cm
08/2020