Pateras Z: La zombificación de la inmigración norteafricana en Las voces del Estrecho.

Alberto Monteagudo Canales
The State University of New York

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Resumen

En las últimas décadas se han producido avances increíbles en los estudios zombis. Sin embargo, no existen muchos trabajos académicos que conecten la zombificación con el miedo histórico que existe en España por una inversa “Reconquista” musulmana, con las ansiedades presentadas a causa del flujo constante de inmigrantes indocumentados y dentro del contexto actual de globalización neoliberal. Este análisis de la novela Las voces del Estrecho (2000) de Andrés Sorel, aspira precisamente eso, a examinar cómo se transforma la figura del inmigrante indocumentado en este monstruo arquetípico de nuestro presente. Veremos cómo el propio Estado es en gran parte responsable de esta zombificación, a partir de combinar el miedo con el pasado y el presente, con la melancolía (en términos freudianos)

y con una inquietud expectante ante nuevos ataques del terrorismo islamista. Así mismo, investigaremos qué nos puede indicar un análisis de los inmigrantes ahogados de Sorel sobre las nociones de la nuda vita, los espacios y el estado de excepción, y la soberanía en la España contemporánea.

 

Palabras Clave

Andrés Sorel; Giorgio Agamben; Jo Labanyi; zombi; inmigración; terrorismo.

 

Introducción

 

Desde los dos primeros tercios del pasado siglo XX, España ha sufrido una rápida metamorfosis, pasando de ser un país de emigrantes (resultado tanto del exilio republicano, originado por la guerra civil de 1936, como del plan de estabilización de 1959, que produjo una emigración masiva hacia Europa) a convertirse en un país de recepción de inmigrantes. Los sucesivos cambios, tanto los internos como los acontecidos en el panorama internacional, han llevado al nuevo esquema migratorio que se da en nuestros días. La España contemporánea se ve sumida en un contexto donde se mezcla la recepción y el tránsito de migrantes, la nueva emigración propia y la conversión del país en parte de la frontera sur europea frente al continente africano. Ésta, es una situación que genera nuevos retos y reaviva miedos pasados. Por un lado, se hacen evidentes las interdependencias económicas y políticas que existen: entre el estado-nación español y la supranación a la que pertenece, la Unión Europea; y entre España y sus vecinos norteafricanos. Por el otro, se activan los mitos y representaciones del inmigrante norteafricano compuestos por la propia sociedad española que, poco a poco y desde los años setenta, ha ido tornándose multiétnica, multicultural, y multireligiosa, con todo lo que esto implica.

 

Este contexto no ha pasado desapercibido por el mundo cultural español. Durante los últimos veinticinco años han surgido directores de cine, guionistas, y dramaturgos, además de escritores, cuentistas, y ensayistas, que tocan el tema de la inmigración africana y los desafíos que presenta. Aparecen películas como Las cartas de Alou (1990) de Montxo Armendáriz, ganadora de dos premios Goya; Bwana (1996) del director Imanol Uribe, basada en la obra teatral de Ignacio del Moral La mirada del hombre oscuro (1992). Cuentos y novelas como Los perros verdes (1989) de Agustín Cerezales, Dormir al raso (1994) de Pascual Moreno Terregrosa y Mohamed El Gheryb (con prólogo de Manuel Vázquez Montalbán), o Yo, Mohamed (1995) de Rafael Torres. La lista de obras es extensa. Sin embargo, la novela propuesta como la mejor de cuantas se han escrito hasta fecha sobre esta temática – al menos para una parte de la crítica literaria, como la hispanista española Irene Andrés-Suárez o la profesora Rasha Ahmed Ismael de la universidad de El Cairo,1 entre otros académicos – resulta ser Las voces del Estrecho (2000) de Andrés Sorel.

 

En esta novela, el autor se acerca la cuestión migratoria ficcionalizando los testimonios y la cruda realidad a la que se enfrentan los inmigrantes indocumentados que cruzan, desde el otro lado del Estrecho de Gibraltar, a las costas del sur de España. Un tránsito con el que buscan franquear la frontera geográfica, sobreponerse a la posibilidad de ser engullidos por las aguas del Mediterráneo, y perforar esa línea divisoria entre estados soberanos que los separa del sueño de una vida mejor. Sin embargo, los que consiguen arribar al ejido europeo – un paraíso semejante al descrito por san Juan de la Cruz en su Cántico espiritual – se encuentran con el Ejido andaluz, el descrito por Juan Goytisolo en España y sus ejidos (2003): un “Eldorado del trabajo clandestino, de la superexplotación e incluso de ciertas formas de esclavitud” (30).  Mientras que la mayoría de las obras citadas anteriormente orbitan sobre este tránsito, el interés que despierta Las voces del Estrecho radica en dar voz a los propios muertos, a aquellos que se ahogaron en el Mediterráneo en su intento de cruzar el Estrecho. Un recurso que, aunque ya fue utilizado por Ignacio del Moral en La mirada del hombre oscuro, no le resta originalidad a la obra.

 

En su novela, Sorel nos propone una narración coral donde aquellos hombres, mujeres y niños fallecidos en las aguas del Mediterráneo, se reúnen para recrear sus vidas, hablar de sus sueños rotos y relatar su muerte. Todas estas historias personales forman un relato plural y multifacético que es escuchado por los dos únicos personajes vivos de la novela: Ismael, el sepulturero de Zahara de los Atunes (Cádiz) y el guardián de los secretos de estos muertos, y Abraham, un pintor que busca cumplir la promesa – realizada a su amigo (y quizás amante) Abdelak – de retratar “las voces que ya nadie escucha, a las que no se da importancia” (Sorel 216). Ellos dos, son los únicos que pueden escuchar las voces de los muertos, los únicos invitados a participar en estas fúnebres reuniones. En estos cónclaves, celebrados en un tétrico y abandonado hotel nazi, construido durante la época franquista para los militares alemanes, los ahogados rememoran crudamente los abusos a los fueron sometidos: jóvenes marroquíes maltratadas, violadas en comisarías, o forzadas a prostituirse; chicos apaleados hasta la muerte cuando alcanzaban exhaustos las playas españolas; muchachos y niños que buscaban trabajo en los campos frutícolas andaluces y terminaron siendo esclavizados. También hay muertos que hablan de la mística islámica, de las guerras pasadas entre el mundo musulmán y el cristiano por el control peninsular, y de las profecías que aluden a la creación de una nueva Al-Ándalus. De esta forma, creando su novela a partir de esta polifonía de voces narradoras, Sorel monta un collage de géneros y textos literarios muy diversos: profecías, plegarias coránicas, epístolas y testimonios ficticios en primera persona. Un cuadro donde las narraciones y la naturaleza liminal de los personajes ofrecen una perspectiva distinta sobre las relaciones entre una vida sin derechos y un estado moderno, entre España y el mundo islámico.

 

El inmigrante indocumentado y la imagen del zombi folclórico

 

En la primera conversación que mantienen Ismael y Abraham, tras invitarlo a las reuniones que los ahogados mantienen, el primero le explica al segundo la hostilidad que siente por un hombre que se encuentra al final de la barra del bar donde se encuentran:

Es el que desgració a mi hija. … La dejó preñada, luego no quiso casarse con ella. … Pero yo le espero, vaya que le espero. A mí, le mate yo o le mate otro, me lo llevarán fiambre. …  [E]n la noche lo sacaré del ataúd, sellaré su sepultura y arrastraré los despojos de su cuerpo hasta el hotel, allí se cebarán con ellos las almas que salen en las sombras en busca de alimento. (Sorel 18-19)

 

Esta aseveración, de que los inmigrantes naufragados buscan carne humana para alimentarse, vuelve a reafirmarse cuando Ismael informa a Abraham del origen de una pintada en un muro donde se lee “María Jesús”. Un nombre y una pintada que pertenecen a una chica desaparecida que “jamás regresó a Sevilla”, ya que “[e]llos la prendieron, les alimentó su carne” (Sorel 20). Al presentar a sus inmigrantes ahogados como devoradores de carne humana que “surgen del agua y caminan con dificultad” (Sorel 22), el autor nos abre la puerta a leer su novela desde la óptica de los estudios zombis y a traer a colación los dos tipos de zombificación más comunes en la literatura y cinematografía zombi: la folclórica y la moderna. Mientras que la imagen folclórica del zombi muestra la relación de poder absoluto que el empleador ostenta sobre el cuerpo del individuo zombificado, el contrapunto del zombi moderno radica en la conexión que tiene su figura con las nociones de infección, de contagio, de violencia y de asedio. Una figura que, tras un aura monstruosa pero aún con rostro humano, tiene la capacidad de provocar una crisis civilizatoria ante la cual una defensa a toda costa está justificada. Ambas imágenes manifiestan unos intereses y motivos similares a los que sufrieron, en vida, los inmigrantes naufragados de Sorel.

 

Sobre la zombificación folclórica, se pueden encontrar numerosas referencias a la figura del zombi en el Caribe, sobre todo en Haití, y de sus raíces en el África central y ecuatorial. En esta caracterización (que ha llegado a nosotros a través de la filmografía de terror estadounidense de los años treinta y cuarenta del siglo pasado; sin tener prácticamente ningún precedente literario2) se representa al zombi como un cadáver animado por la necromancia de un bokor (un tipo de hechicero de la religión vudú) o como un individuo al que se le ha robado la voluntad a través de la magia, la farmacología o una combinación de ambas. De una u otra forma, el objetivo de esta zombificación reside en obliterar completamente la identidad de la persona zombificada, para suplantarla por la voluntad de su creador y dueño. Esta característica no pasa desapercibida por Peter Dendle, quien traza, en su ensayo “The Zombie as Barometer of Cultural Anxiety”, la relación existente entre esta figura y la economía:

Ghosts and revenants are known world-wide, but few are so consistently associated with economy and labour as the shambling corpse of Haitian vodun, brought back from the dead to toil in the fields and factories by miserly land-owners or by spiteful houngan or bokor priests. … The zombie, a soulless hulk mindlessly working at the bidding of another, thus records a residual communal memory of slavery: of living a life without dignity and meaning, of going through the motions. (46)

El analizar este muerto viviente a la luz de las dinámicas de poder entre empleadores y trabajadores, junto a los problemas de las condiciones laborales que viven los inmigrantes indocumentados en España, nos permitirá descubrir porqué la imagen folclórica del zombi refleja su situación dentro del contexto nacional español.

 

España, inmersa en la globalización y en el viraje económico y sectorial recogido por Saskia Sassen en su trabajo Globalization and Its Discontents (1998), se encuentra sumida en procesos económicos internacionales que canalizan la inversión y las industrias agrícolas y manufactureras a terceros países con salarios más bajos y competitivos (46). Ante estos cambios y flujos, la proximidad de la gran fuente de mano de obra barata que supone el Magreb y el territorio subsahariano no ha pasado desapercibida por el sector agrofrutícola español. Tal y como lo narran Juan Goytisolo y el filósofo Sami Naïr en su trabajo conjunto El peaje de la vida (2000), la transformación de este sector ha provocado una “extensa demanda económica migratoria” (15). Así, a las razones subjetivas de los individuos que desean emigrar desde sus países de origen, se une una demanda de mano de obra donde las irregularidades legales no constituyen un problema:

el mercado de trabajo de los países del norte del Mediterráneo está, en realidad, abierto a pesar de todo el bombo que se da al tema del paro. No faltan empresarios que buscan mano de obra barata, moldeable a su conveniencia. (Goytisolo y Naïr 15)

La maleabilidad de la que hablan estos autores, consecuencia de la conjunción entre una alta oferta de mano de obra barata irregular y una demanda que se aprovecha de la falta de estatus legal de los mismos, se traduce en una laxitud en las obligaciones jurídicas y morales que deberían amparar a cualquier trabajador y en unas condiciones laborales que llegan a tornarse en esclavitud.

 

En Las voces del Estrecho, es el sepulturero Ismael el que muestra esta conexión entre las demandas de los empresarios y las necesidades de los inmigrantes. Hablando sobre los campos agrícolas, dice: “allí hay trabajo y no les piden papeles, no pisan la calle, trabajar, comer y dormir, les pagan una miseria pero qué quieres, para ellos es una fortuna” (Sorel 16). Si para Dendle, la zombificación es la conclusión lógica del reduccionismo humano, “it is to reduce a person to body, to reduce behavior to basic motor functions, and to reduce social utility to raw labour” (Dendle, “The Zombie as Barometer of Cultural Anxiety” 48), las situaciones límite que viven los inmigrantes indocumentados y su moldeabilidad, nos permiten leer la reducción de su utilidad social a músculo sin alma como una zombificación de los mismos. Andrés Sorel también da cuenta de este reduccionismo del que hace alarde la figura del zombi folclórico, a partir de los propios relatos de sus inmigrantes naufragados. Uno de ellos cuenta: “Me arrastraban hacia los invernaderos. Y cuando en uno de ellos entré, ya no volví a salir hasta aquel día en que nos detuvieron y expulsaron de El Ejido y de España” (Sorel 15). Otro, se pregunta retóricamente sobre esta mentalidad reduccionista: “los moros, los negros, ¿qué son para los españoles, para los europeos, sino ciudadanos inferiores? … ahora nos explotan como mercancía humana” (Sorel 29). No obstante, el reduccionismo a objeto que sufren los inmigrantes indocumentados en busca de trabajo, no se produce únicamente en las interacciones que se dan entre éstos y unos empresarios sin escrúpulos. Los acuerdos entre países también juegan un papel importante en este tipo de zombificación, ya que pueden crear espacios donde florece el tráfico humano.

 

Este es el caso de los acuerdos firmados entre España y Marruecos en materia pesquera: un sector que, al combinar los recursos naturales con las fronteras marítimas nacionales, ha constituido tradicionalmente un capítulo de especial relevancia en las relaciones entre ambos países desde la independencia marroquí del Protectorado español. Aunque no faltos de retos, estos tratados siempre habían sido de naturaleza bilateral, beneficiando a ambas partes. Sin embargo, la admisión de España en la Comunidad Económica Europea rompió el equilibro de poder que existía. Como sostienen las doctoras Holgado Molina y Ostos Rey en su artículo “Los acuerdos de pesca marítima entre España y Marruecos”, España pasó a ostentar una mejor “posición negociadora deriv[ada] de la mayor presión y mayores contrapartidas por la parte de Bruselas” (198). Como resultado, los nuevos tratados euro-marroquíes, impulsaron la industria pesquera nacional alauita con la creación de grandes empresas conjuntas. Pero no sucedió lo mismo los pequeños pescadores, ellos fueron los que más sufrieron la competencia desigual de las nuevas empresas y de los barcos pesqueros pertenecientes a terceros países comunitarios.

 

El resultado no sorprende. Muchos pescadores alauitas se vieron forzados a armonizar su labor pesquera con el tráfico inmigrante, integrándose en redes criminales internacionales que han visto un lucrativo negocio en este tráfico. En la novela, este cambio de actividad producto de los acuerdos bilaterales nos lo da a conocer el personaje de Omar, un humilde pescador reconvertido en patrón de una patera:

 

Escaseaba la faena. Nos han ido dejando sin pesca los españoles. Y un hombre influyente y poderoso que me conocía, me dijo: Omar, tienes que transportar emigrantes de una orilla a otra. … Los inmigrantes, y de alguna forma el pasador, como era mi caso, son las víctimas de los patronos: unos porque son engañados, despojados de todo su dinero y arriesgan la vida; y el otro, atosigado por las dudas o las necesidades, porque acepta este trabajo, porque no tiene escapatoria (Sorel 63-64).

 

Como una mercancía más regida por la oferta y la demanda, el tráfico de inmigrantes indocumentados se incorpora a las rutas establecidas para el tráfico de hachís, dinero negro y tabaco de contrabando. Sin embargo, al contrario que de lo que sucede con otras mercancías, el beneficio que se recibe por este tráfico humano es mayor, a cambio de menores riesgos: no hay que adquirir la carga, ya que son los propios inmigrantes los que van a ellos y pagan por adelantado. Esto ha acelerado la adaptación y potenciación de este tráfico, donde el inmigrante se convierte en “un cuerpo que ocupa un lugar en el espacio de la barca” (Sorel 202) y cuyo transporte ya ha sido cobrado.

 

Tratados como simples fardos, a los patronos y pasadores no les urge arriesgarse para que los inmigrantes arriben sanos y salvos. Si es necesario, los obligan a saltar de la embarcación o los lanzan por la borda, provocando la muerte de muchos de ellos. En Las voces del Estrecho, no faltan testimonios sobre estas prácticas. En uno de los relatos, un naufragado nos cuenta su muerte:

 

Aparecimos como peces muertos…. Trece de los nuestros, pero veintidós embarcamos. ¿Dónde fueron a parar los otros? Nos engañaron en la travesía. Toda la noche navegando,… y al final arribábamos a cien metros de donde nos embarcaran. Nos obligaron a arrojarnos al agua, alegando que hacia la barca se dirigía una patrulla española (Sorel 47).

 

En otro, se describe una llegada a la costa:

 

No lo consiguió. Fue uno de los cinco ahogados aquel amanecer en que la barca viró antes de llegar a la costa obligándoles a ellos a arrojarse al mar. Dejarían su cuerpo en la arena los compañeros mientras huían, desesperadamente, en busca de la carretera (Sorel 174).

 

Al focalizarse en las condiciones infrahumanas que sufren estos inmigrantes indocumentados, Sorel conecta con la zombificación del folclore caribeño. Sus inmigrantes se convierten en un mecanismo literario que consciencia a los lectores sobre un proceso que cosifica la vida humana y que refleja los desequilibrios de la globalización. Es, así mismo, un proceso que permite describir al inmigrante en los mismos términos que al zombi. Si el zombie es, como apunta Sarah J. Lauro en The Modern Zombie: Living Death in the Technological Age (2011), “a reappearance of the form without the substance – the body returned without its soul” (29), estos inmigrantes sin papeles pueden ser descritos en los mismos términos. Bajo este marco, el proceso cosificatorio al que son sometidos les niega, en pos del beneficio económico de empresarios y traficantes, todo aquello que les hace humanos: sus sentimientos, sus sueños y esperanzas, su propia autonomía, sus derechos humanos más básicos; en definitiva, su alma.

 

El zombi moderno, el inmigrante y la soberanía

 

Mientras que Las voces del Estrecho recupera la analogía con el proceso de zombificación para percatar a los lectores sobre la cosificación que sufren los sin papeles en España, los comentarios de Ismael sobre las tendencias caníbales de estos naufragados, reflejan una profunda conexión con la representación actual de la figura del zombi. En las últimas décadas, este subgénero del horror se enfoca más en la naturaleza violenta, insaciable, y contagiosa de este zombi moderno, tomando un rumbo en el cual se tiende a ignorar la zombificación folclórica ante el éxito imparable de estas historias de infección, transformación, y plaga. España no escapa de este fenómeno: la editorial Dolmen ha publicado, desde 2007, más de sesenta títulos de temática zombi de autores españoles. Entre las obras publicadas, destacan algunas que han sido adaptadas al imaginario español, examinando aspectos presentes en la memoria colectiva como la Guerra Civil. Este es el caso de novelas como 1936Z La Guerra Civil Zombi (2012) de Javier Cosnava o Noche de Difuntos del 38 (2012), de Manuel Martín. Pero si las infestaciones zombis gozan de buena salud en el panorama literario español, su triunfo más ejemplar lo encontramos en el cine. Sumándose al éxito de las producciones extranjeras, en los últimos años la saga [REC] (2007 – 2014), dirigida por Jaume Balagueró y Paco Plaza, ha marcado tendencia. Esta tetralogía también ha alcanzado el plano académico, abriendo a estudio la figura del zombi relacionándola con temas como el rol de la Iglesia católica, la homosexualidad, o el papel de la mujer en la España actual. Por otra parte, ni en el ámbito literario ni en el cinematográfico se encuentra una exploración que adapte directamente la inmigración indocumentada que existe en España al género zombi.

 

En cualquier caso, el desarrollo que suelen seguir estas ficciones siguen una trama que se puede generalizar a partir de tres acontecimientos: la transformación súbita de algunos individuos en zombis, la difusión violenta y viciosa de la plaga, y el intento de la nación “huésped” por contener a toda costa la propagación y el caos que esta zombificación produce. Bajo estos puntos, y por extensión, estos textos metaforizan la ansiedad que padece el estado nación y su población ciudadana. Lo cual, permite una sinécdoque donde la nación es asediada por hordas migrantes. Como anteriormente hemos visto, la figura del inmigrante indocumentado confluye con lo económico y lo laboral, a lo que también hay que añadir su convergencia con lo político y lo social; tanto dentro como fuera de un territorio soberano. Se convierte así, en una fuerza que destaca por su desafío a esa noción de ciudadanía y, al mismo tiempo, a la propia soberanía estatal. Como mantiene Saskia Sassen en Losing Control? (1996), la mera existencia de inmigrantes indocumentados, al no tener pertenencia (estatus de ciudadano), “signifies an erosion of sovereignty” (63) del Estado nación. El hecho de atravesar una frontera internacional sin el consentimiento del Estado receptor, es una acción que reta al monopolio y a la legitimación que este tiene sobre la gestión de sus fronteras. De esta forma, con su tránsito, el inmigrante irregular es un elemento que perturba los propios cimientos definitorios del Estado moderno. Siguiendo una presunción similar, Giorgio Agamben, en su artículo “We Refugees”, ve en la figura del refugiado (que, en nuestro caso, se puede extender al inmigrante indocumentado) un elemento que perturba la relación entre nacimiento y nación; donde el Estado atribuye los derechos al individuo al nacer en el territorio que administra, recibiendo así la ciudadanía o nacionalidad. Al enfrentar y romper la relación “between man and citizen, between nativity and nationality”, el inmigrante irregular “throws into crisis the original fiction of sovereignty” (Agamben, “We Refugees” 117). Como consecuencia, ante el desafío que supone la inmigración contra su base significativa, el Estado reacciona reivindicándose a sí mismo como institución necesaria.

 

Uno de los medios que el Estado utiliza para auto legitimarse y reivindicar su autoridad, es mostrar todo su poder reivindicando aquellos espacios locales (nacionales) donde son más evidentes estas fricciones: las fronteras y los centros de internamiento de extranjeros, principalmente. Similarmente a lo que vemos en las películas del subgénero zombi, estos espacios se encuentran siempre caracterizados por la idea de contención: con vallas y muros, si el peligro es exterior; o con la puesta en cuarentena del espacio, si el peligro ya se encuentra en el interior. Ya sea en la ficción o en la realidad, para contener zombis o inmigrantes indocumentados, el Estado materializa en el espacio que controla lo que Agamben define como un estado de excepción: lugares del territorio nacional que se encuentran fuera de su propio ordenamiento jurídico estándar. En estos espacios es donde el Estado, sin estar restringido por normas jurídicas, ostenta una soberanía ilimitada bajo la cual “every question concerning the legality or illegality of what happened there simply makes no sense”, donde los sujetos que habitan estos lugares no se encuentran amparados bajo ninguna protección judicial y “so completely deprived of their rights and prerogatives that no act committed against them could appear any longer as a crime” (Agamben, Homo Sacer 97). Las voces del Estrecho aborda esta noción de Agamben a través de una serie de relatos que toman lugar en estos lugares. Dos de los relatos que más impresionan son “Calamocarro” – donde este campamento inmigrante ceutí muestra las características de un lugar en cuarentena – y “Los ultrasur del Estrecho”, una historia donde una playa anónima del sur español se plantea como línea fronteriza del país.

En “Calamocarro”, una naufragada describe su llegada al campamento con tonalidades de realismo literario:

Cuando llegué al campamento, sangrando mis uñas, endurecidos mis pies con callos,… llovía…. Me pareció acceder a un campo de concentración, de los vistos en la tele. Me mareaba la visión de los cientos de tiendas azules nucleadas en el montículo,… Salieron los guardias de su garita a mi encuentro, manoseando los escasos papeles que encima de mí llevaba…. Era por otra parte una intrusa dispuesta a disputar la miseria del espacio que habitaban a la espera del salvoconducto que nos llevase a la tierra prometida. Como fieras peleándonos por el derecho a vivir. (Sorel 33-34; mi énfasis)

Al centrarnos en las últimas palabras de este narrado testimonio, nos damos cuenta de que los habitantes de estos lugares cuarentenales se encuentran confinados en un espacio intermedio donde se decidirá si dispondrán de una nueva vida, o regresarán a la anterior. Se hallan, por tanto, en medio de un procedimiento que ni los condena ni los encarcela, pero que los contiene al atarlos al propio espacio de exclusión. Se encuentran en un estado liminal del que saldrán repatriados o admitidos como inmigrantes legales. Dicho de otra manera, su salida de este intersticio se puede definir en términos de estar vivos o muertos: con un estatus político legal en el interior del territorio, o inexistentes para el Estado, si éste decide su expulsión.

En “Los ultrasur del Estrecho”, uno de los peregrinos del mar (como Sorel llama a sus náufragos) describe su muerte por la paliza que él y sus compañeros reciben, tras alcanzar la playa, agotados, después de nadar desde la patera que los transportaba, a manos de un grupo de neonazis:

Quedábamos tumbados, indefensos, mientras ellos nos pateaban, golpeándonos con sus palos, con sus bates de béisbol. … Vamos, vamos, volveos por donde habéis venido, gritaban, empujándonos otra vez al mar. …De pronto apareció un coche de la Guardia Civil. Saltaron a tierra con sus linternas, con sus fusiles, apuntándonos a todos. ‘Vosotros, vamos, fuera, a vuestra casas [sic], largo de aquí’ les gritaron. Ellos se retiraban entre risas y cánticos … viva el orden y la ley, España, Europa, Una, Grande y Libre. Porque se estaba construyendo la muralla africana … con radares de larga distancia, censores [sic] térmicos, visores nocturnos … vigilando los espacios, tierra, mar y aire. Ésa era la ley, dijeron los policías a los muchachos, ya en retirada. (Sorel 54-55)

A partir de recrear este caso de xenofobia extrema frente a unos cuerpos policiales que no llegan a intervenir, Sorel posibilita esta visión de la frontera como espacio de excepción. Despoja a las víctimas de su significancia política y las expone, al tratarse de sujetos excluidos de las garantías del Estado nación y de la posibilidad de recurso ante la ley, a una violencia asesina.

En ambos relatos, el autor sigue las distinciones entre la existencia biológica (zoe) y la vida política (bios) introducidas por Agamben a través del concepto de la nuda vita. La “vida al desnudo” es tanto la inevitable contrapartida de la decisión soberana de crear un estado de excepción, como el blanco del incondicional poder soberano de producir y permitir violencia y muerte. Es necesario enfatizar que el objetivo implícito de Agamben al desarrollar este concepto es establecer que la vida al desnudo “is not simply natural reproductive life, the zoe of the Greeks, nor bios” sino más bien “a zone of indistinction and continuous transition between man and beast” (Agamben, Homo Sacer 109). De esta forma, la nuda vita no solo hace referencia a la violencia soberana que ejerce el Estado nación sino que, al igual que la imagen del zombi moderno, refleja una vida dañada, herida y prescindible. Una vida que, como la de los inmigrantes solerianos, está despojada de la capacidad política y los derechos inherentes a cualquier ser humano.

Así, los inmigrantes de Sorel, habitando en los resquicios políticos generados por el Estado, pueden ser definidos como (biopolíticamente) muertos vivientes – incluso antes de sufrir sus trágicas muertes. Por un lado, no están “vivos” para el propio Estado, ya que han sido despojados de sus derechos y no disponen de un estatus político legal en el interior de la polis que forma el territorio nacional. Pero tampoco están “muertos”, ya que continúan existiendo para un Estado que está determinado por encontrarlos y contenerlos. Bajo esta premisa, podemos considerar los espacios de excepción como lugares donde se realiza una zombificación biopolítica. De igual forma, la figura del inmigrante soreliano augura el (re)surgimiento de formas de poder soberanas y de producción de la nuda vita como elemento constituyente de los órdenes democráticos occidentales, incluyendo el español. Esta tesis es refrendada claramente en el grito “España, Europa, Una, Grande y Libre” (Sorel 55) emitido por los ultrasur del Estrecho, en el relato del mismo nombre. De forma obviamente irónica el autor muestra la supervivencia de la ideología franquista – en esencia, un Estado nacional-católico encerrado en sí mismo –  en el contexto de una España integrada en Europa. Con el uso de este conocido lema franquista, Sorel conecta la ideología de este sistema fascista con los valores del Supraestado europeo y hacer crítica de una Europa que amplía las formas de control migratorio y de unos europeos que ven con malos ojos otras religiones distintas al cristianismo. Unos fenómenos que han llegado a ser perturbadoramente familiares en nuestro presente.

 

Apocalipsis zombi, terrorismo y melancolía

Tanto en el siglo pasado como en el actual, han ocurrido eventos apocalípticos que han marcado la historia mundial como guerras, genocidios y ataques terroristas. De todos ellos, el evento más significativo de las últimas décadas ha sido el ataque terrorista del 11-S contra el World Trade Center en Nueva York en 2001. Este acontecimiento, como señala Mary Manjikian en Apocalypse and Post-Politics: The Romance of the End (2012), dividió la historia en un antes y un después:

 

we can think of the ways in which the iconic image of the collapsing World Trade Center became a physical representation for many of the ways in which history was cleaved in two-with the period post- 9/11 bearing little resemblance to the period that preceded it (21).

 

Este periodo “post 9/11”, se ha caracterizado por una guerra contra el terrorismo que ha llevado a los estados nación a reaccionar de diferentes formas. Entre ellas, el fortalecimiento de sus fronteras al considerarlas demasiado porosas y expuestas. Esto es algo particularmente cierto en la frontera sur europea, especialmente, en el Estrecho de Gibraltar. En este pequeño espacio, que se conjuga como garante del “reposo de la totalidad de la Fortaleza Europea” (Goytisolo y Naïr 196), se cosifica claramente esta ansiedad (supra)estatal con la construcción de más y mejores muros y verjas, la modernización de los sistemas de vigilancia y el aumento de efectivos de las fuerzas policiales y militares. Este espectáculo de control y vigilancia, junto a la amenaza del terrorismo islámico, crea una lente a través de la cual se perciben las características de las narrativas de asedio y apocalipsis zombi. Y que, en el particular contexto de España, viene determinada por las relaciones históricas con el mundo musulmán.

Nuevamente, los personajes de Sorel toman debida cuenta de esta relación, surgiendo voces que nos recuerdan la mística islámica, las guerras pasadas entre el mundo musulmán y el cristiano por el control peninsular o la profetización de la creación de una nueva Al-Ándalus. Es, en este punto, donde parte de la crítica literaria encuentra que la perspectiva interior de la novela fracasa. El Dr. Marco Kunz, profesor de la Universidad de Lausanne, afirma que Sorel “llega a veces a hacer lo que Edward Said llamó orientalizing the [O]riental, es decir, construir un Oriente, un árabe, un Islam a base de los inveterados estereotipos del imaginario occidental” (Andrés-Suárez et al. 117; énfasis en el original). En la novela, Viejo de la Montaña y el Piadoso, especies de profetas que moralizan a los muertos vivientes inmigrantes, serían los personajes que mejor ejemplifican el análisis de Kunz. Estos personajes recuerdan al resto de naufragados que existió un tiempo, en que nuestros pueblos, Arabia, Iraq, el Magreb, eran el centro del mundo, a la manera que lo fue el Mediterráneo para los griegos o lo son los Estados Unidos de América para el mundo actual. Y en Al-Ándalus, donde ahora nos encontramos, construíamos las mayores y más hermosas mezquitas, y los más altivos y elegantes minaretes jamás contemplados por ojos humanos (Sorel 84).

Más allá de permitir la lectura orientalizante que realiza Kunz, pasajes como el anterior guardan una nostalgia que utiliza el orientalismo para entablar un diálogo con uno de los problemas que más polémica genera en las relaciones actuales entre España y el Magreb: la ansiedad fantasmagórica que produce la idea de moros reconquistando inversamente la Península ibérica. Esta ansiedad reverbera a través de las voces de estos personajes naufragados, como lo ha hecho en el imaginario español desde hace siglos.

Las voces del Estrecho trata directamente esta cuestión cuando el Viejo de la Montaña les profetiza a estos personajes ahogados que, con esperanza y paciencia, volverán a ser los dueños de Al-Ándalus:

 

Ya lo habían hecho en el pasado… quienes siglos atrás cruzaron con sus barcos, y en ellos sus caballos y cimitarras, el Estrecho. Ahora lo atravesarían con sus simples brazos, se establecerían en sus campos y ciudades, … un día no muy lejano los vencerían [a los españoles]” (Sorel 107).

El recuerdo del pasado musulmán español por parte de, literalmente, muertos vivientes magrebíes, encarnaría esta ansiedad histórica hacia los norteafricanos. Los cuales son percibidos, no como nuevos migrantes que llegan a un territorio que les es extraño, sino como antiguos invasores que retornan a por lo que era suyo. Como el espectro de Derrida, que “comes by coming back [revenant] … a ghost whose expected return repeats itself, again and again” (Derrida 10; énfasis en el original), la imagen del “moro invasor” aparece sucesivamente como resultado y parte de la historia de conflicto entre España y el mundo musulmán. El recorrido de esta imagen es amplio, abarcando siglos: desde la llegada musulmana en el 711, pasando por Reconquista, el reciclaje de su imagen aparece en la conquista de las Américas, la rebelión de las Alpujarras, la expulsión de los moriscos, la confrontación con el imperio otomano; incluso durante la Segunda República – donde fueron utilizadas tropas marroquíes contra los levantamientos en Asturias y Cataluña –, o en la Guerra Civil, donde tropas norteafricanas estuvieron al servicio de Franco. Esta misma imagen sigue apareciendo durante la dictadura franquista, utilizada como amenaza ante la cual había que defender la unidad del catolicismo nacional y exaltar la unidad religiosa creada por los Reyes Católicos y los Austrias. Y, de nuevo, reaparece en el siglo XXI, conectada al terrorismo islámico de forma explícita y en boca de un expresidente español.

En septiembre del 2004, el diario El Mundo recogió en sus páginas la primera conferencia de José María Aznar como profesor asociado en la Universidad de Georgetown (Washington). En ella, Aznar reconjuró este espectro reencarnándolo en el grupo terrorista Al-Qaeda. En esta conferencia, titulada “Seven Theories of Modern Terrorism”, Aznar indica que aunque en España y en Europa se piensa que los atentados del 11-M en Madrid están relacionados con el apoyo del Gobierno español a la guerra en Irak, lo que realmente los provocó fue el rechazo de España a “ser un trozo más del mundo islámico cuando fue conquistada por los moros, [y] rehusó perder su identidad”, asegurando así que el problema de España con Al-Qaeda “empieza en el siglo VIII” (EFE). Con estas aseveraciones, lo que Aznar busca es cristianizar en un enemigo actual la figura mitológica del enemigo musulmán. En otras palabras, hacer que el pasado reaparezca en el presente. Precisamente, en su artículo “History and Hauntology”, Jo Labanyi indaga en esta cuestión. Labanyi nos permite ver que, para llevar a cabo este tipo de encarnaciones, uno debe aferrarse al pasado “obsessively through the pathological process of introjection that Freud called melancholia, allowing the past to take over the present and convert it into a ‘living death’” (Labanyi 65). En su discurso, Aznar no solo redefine dialécticamente fragmentos históricos que habitualmente se encuentran separados; también realiza una llamada a ese orgullo que sienten todos los españoles (incluso los que desdeñan las tesis y la figura del expresidente) por un pasado dorado en el que España llegó a ser un imperio, y en el que la figura del “moro” juega un papel importante. Así, realiza este proceso melancólico con el objetivo de despertar unas ansiedades y miedos colectivos que justifiquen la necesidad de defensa frente a esa amenaza que ha regresado al presente. Estas emociones creadas, aunque son propuestas como “naturales” – al encontrarse somatizadas por siglos en los españoles –, provocan que los ciudadanos sean reacios a asumir el islam como algo que fue y es parte de lo español. Como mucho, siguiendo las ideas que se destilan de las tesis de Aznar, se reconoce la existencia de un islam que fue expulsado de España; una solución casi siempre problemática y en todo caso ajena, del Otro.

Por otra parte, no pasan desapercibidas las conexiones que existen entre el alegato de Aznar y la profecía, recogida anteriormente, del Viejo de la Montaña. Ambas recurren al mismo mecanismo melancólico para alimentar una narrativa de ímpetu e inevitabilidad hacia el conflicto, así como para inflamar los imaginarios excluyentes de ambas orillas del Mediterráneo. De esta manera, el Viejo de la Montaña representaría a ese Otro que, reflejando el discurso de Aznar, quiere construir comunidades imaginarias utilizando la melancolía y el miedo como moneda de cambio. A día de hoy, muchos han visto los mapas3 que los activistas del Estado Islámico (EI, ISIS, Daesh o ISIL, por sus siglas en inglés) han publicado en Internet mostrando sus aspiraciones territoriales. En estos mapas se pueden ver las regiones que en algún momento fueron parte del califato sunní de los Omeyas,4 incluyendo los territorios que formarían la España actual. Al contrastarlos, uno percibe ese aferramiento a un pasado glorioso musulmán que se quiere resucitar por medio de la melancolía.

Si el Estado Islámico crea una narrativa en la que se equipara con el califato de los Omeyas, el Viejo de la Montaña enhebra un discurso donde se identifica completamente (utilizando la primera persona del plural) con sus ancestros turcos quienes, en 1612, atacaron Zahara de los Atunes (donde en la actualidad ficcional se desarrolla la novela: “Qalat Al-Sajra llamamos nosotros a este lugar … Nos asomábamos a él con gritos de guerra y venganza desde nuestras costas. Corría la sangre” (Sorel 84). Líneas después, la voz narrativa vuelve a realizar esta vinculación: “las pateras de hoy no eran sino un pálido remedo del pueblo vencido frente al orgullo con el que El Viejo de la Montaña habla de las naves turcas del ayer” (Sorel 89). Todos estos discursos e imágenes, al llenar de contenido la antigua y poderosa enemistad contra el islam, son infectados por el pasado. Se convierten en un arma política que condicionan a las sociedades en pro del inefable enfrentamiento que se avecina. Al poner este tipo de discurso exacerbado en la voz del personaje más política y religiosamente comprometido de la novela, Sorel no sólo nos alerta de la amplitud de alcance del pasado y de la posibilidad de que el presente sea contagiado. También nos muestra lo que ocurre, cuando no recibe el tratamiento necesario: que estas tesis nos infecten, llevándonos a ser incapaces de convivir con otras culturas, a fortificarnos contra ellas y rechazar el multiculturalismo. O, en el peor de los casos, que acabemos atacándolas en pos de una autodefensa civilizatoria; algo que se refleja perfectamente en la imagen del zombi y la amenaza apocalíptica que supone.

 

La buena noticia es que, como en los relatos de contagio zombi, existe una cura: el proceso sanador que Freud definió como duelo. En Writing History, Writing Trauma (2001) el historiador y profesor Dominick LaCapra desarrolla magníficamente la relación entre melancolía y duelo a partir de los trabajos de Freud. LaCapra propone que el duelo sólo puede efectuar la clausura de la historia pasada en el presente si lo hace de una manera en la que no fomente una indiscriminada e inmodulada retórica, ni se pliegue ante una interminable melancolía (LaCapra 69). Siendo esto, justamente, lo contrario a lo que realizan Aznar o ISIS. Para LaCapra, el dar descanso al pasado solamente puede conseguirse con la diferente inflexión performativa, con respecto a la melancolía, que el duelo ofrece:

 

a relation to the past which involves recognizing its difference from the present – simultaneously remembering and taking leave of or actively forgetting it, thereby allowing from critical judgment and a reinvestment in life. … [A] social and civic life with its demands, responsibilities, and norms requiring respectful recognition and consideration for others. … Still, with respect to traumatic losses, acting out may well be a necessary condition of working through. (LaCapra 70; mi énfasis)

 

La “sobreactuación” del pasado histórico en el presente, parafraseando a LaCapra, se presenta entonces como una de las condiciones transitorias entre la melancolía y el duelo, siendo a su vez una parte necesaria de ambas categorías (LaCapra 71). En este sentido, la orientalización que Kunz encuentra en la novela, y que tilda de “puras construcciones imaginarias del autor, que no puede[n] calar en el mundo espiritual de sus personajes procedentes de la cultura islámica” (Andrés-Suárez et al. 116), respondería al análisis de LaCapra. Estas “construcciones imaginarias” van más allá de caer en un orientalismo anacrónico. Son representaciones que, intencionadamente sobreactúan y exageran el estereotipo occidental del islam, tienen el propósito de convertirlo en un proceso de duelo. Si se quiere que el duelo “vacune” el pasado, una construcción de este último, como la que realiza Sorel en su novela, es necesaria. Mostrándonos estas trazas sintomáticas, Sorel nos ilustra sobre cómo la melancolía ensancha la brecha entre un “nosotros” (español) y un “ellos” (magrebí, africano), al occidentalizar más al español y orientalizar más al africano. Al subrayar esta estructura, el autor nos alerta sobre la misma a partir de reconocer la existencia de ese muerto viviente, ese pasado hiperbolizado en el presente, para garantizarle “the right […] to […] a hospitable memory” (Labanyi 66). Como subraya Juan Goytisolo en las primeras líneas de su artículo “El legado andalusí”, la “presencia musulmana en nuestro suelo a lo largo de diez siglos,… ha dejado una profunda huella en su lengua, costumbres modos de vida, arte, literatura” (Goytisolo, “El Legado Andalusí”). España no se puede entender sin la influencia cultural ni la convivencia, conflictiva pero también fecunda, con el islam. Al diferenciar el pasado del presente, al aceptar el pasado islámico como propio y no como algo ajeno, le ofrecemos el entierro apropiado y digno del que carece en estos momentos. Es, así, una forma de sanar la melancolía, y una salida de esa condena a la zombificación en la que se encuentran también los infortunados naufragados de Sorel.

 

Conclusión

Como lectores de Las voces del Estrecho, vemos claramente que ésta se conjuga como un recordatorio de los abusos que sufren los inmigrantes irregulares procedentes del otro lado del Estrecho, de la zombificación que sufren al ser cosificados en objetos de consumo, y de su (re)conversión en amenaza para la sociedad y la soberanía del Estado. Al poner la novela en el contexto actual en el que se encuentra España y Europa, caemos en la cuenta de que nos proporciona el monstruo ideal para este momento histórico por su valor metafórico. La naturaleza híbrida y liminal de los personajes zombis de Sorel, los capacita para reflejar la zombificación a la que son sometidos al llegar al país y para expresar las ansiedades que afectan al propio Estado y a la sociedad: tanto aquellas referentes a las relaciones entre la nuda vita y el Estado moderno, como las relativas al contacto histórico con el mundo islámico y la melancolía que éste entraña. Dándonos a conocer lo ignorado a través de historias que siguen un patrón repetitivo de iniquidad, viaje, y muerte, la novela remarca que no ha sido creada para entretener o informar sobre estos terribles sucesos, como lo hacen los medios informativos. Su objetivo va más allá: pretende contrarrestar esos discursos políticos y mediáticos que representan a la inmigración irregular como amenaza. Al igual que el personaje de Abraham, el lector de la novela debe escuchar los testimonios y convertirse en lo que John Beverley, en su artículo “The Margin at the Center: On Testimonio (Testimonial Narrative)”, describe como ‘a jury member in a courtroom’ (14). De esta forma, será capaz de redescubrir la inmigración indocumentada desde una óptica distinta a la que ha sido acostumbrado y llegar a formular una opinión realmente propia. En definitiva, lo que quiere conseguir Sorel es que el lector desaprenda ese temor hacia la inmigración creado por la lógica del Estado. Y que, en lugar de huir de ella, la entienda, le preste la atención que merece, y se vea reflejado en ella.

 

Notas

  1. En La inmigración en la literatura española contemporánea (2002), la profesora Andrés-Suárez concluye su capítulo “Las voces del Estrecho de Andrés Sorel” aseverando que “es, hasta el presente, la mejor novela de cuantas se han escrito sobre la inmigración española actual” (278). Similarmente, en su artículo “Fronteras asesinas e identidades culpables: ‘moros’ y ‘negros’ en la literatura española del nuevo milenio”, la Dra. Rasha Ahmed Ismail sostiene que este trabajo de Sorel es “[p]robablemente la mejor novela de cuanto se ha escrito sobre la inmigración” (249).
  2. Parafraseando las palabras de Peter Dendle en la introducción de su libro The Zombie Movie Encyclopedia (2001), el zombi no solo es una de las pocas criaturas que han pasado directamente de la tradición folclórica a la pantalla, sino que también es de las pocas sin origen europeo y sin una establecida tradición literaria (3).
  3. Aunque son fáciles de localizar en Internet, aquí se ofrece un enlace a uno de estos mapas: www.rubincenter.org/wp-content/uploads/2015/02/1.jpg. Accedido 4 de diciembre 2018.
  4. Para poder observar la similitud existente entre el mapa anterior y el del califato de los Omeyas, se ofrece otro enlace al mapa de este último en la cúspide de su poder: en.wikipedia.org/wiki/Umayyad_Caliphate#/media/File:Umayyad750ADloc.png. Accedido 4 de diciembre 2018.

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