Barenboim, Eric. Sonda 0010
Michel Mendoza
Graduate Center, CUNY
Latin American, Iberian, and Latino Cultures PhD Program
mmendozaviel@gradcenter.cuny.edu
Con Sonda 0010, Eric Barenboim, en apenas 133 páginas, invenciona y pone en marcha un dispositivo textual que produce, como en los autómatas y otras maquinarias barrocas, un extrañamiento fundado en el contrapunto entre diferencia y repetición. El texto, tanto como un largo poema lleno de ritmos y temas recurrentes, puede leerse como una especie de extraña nouvelle de ciencia ficción, un relato que, moviéndose en un mundo devastado, se desplaza a través de un vertedero cuyo suelo es la geografía física tanto como la información. Lo que sucede acá es una guerra. O el final de una guerra que nadie pudo ganar.
No en vano, el libro está construido, si se quiere, como una suerte de machacante informe cataclísmico, un caótico inventario de cosas vivas y muertas halladas en los áridos paisajes de lo que fue un gigantesco proyecto agroindustrial. Se trata de un territorio donde “la hierba transgénica perdura/ desde la montaña hasta el océano” y donde se avizora, más allá de lo que fueron campos de labranza, “en algún lugar de la extensión, / un tractor” (p. 11).
El paisaje en ruinas es, asimismo, el de una desolada ecología mental y digital donde los flujos de información funcionan como el líquido amniótico de una cápsula criogénica; una cápsula, una sonda, en la que un yo, entre prenatal y póstumo, revela en verso su espectralidad, su intermitencia ontológica. En esta zona árida, mortalmente tóxica, el discurso en verso del sujeto lírico (si nos es posible llamarlo de ese modo) se alterna o superpone con franjas cubiertas, horror vacui, por comandos de programación algorítmica, florida prosa de una máquina con sus letras, símbolos y cifras. Pero también hay otras de marcación con datos y coordenadas a menudo corruptos o ininteligibles.
Sonda 0010 es una suerte de caja negra, la de un mundo donde también el lenguaje, para decirlo en términos de Jussi Parikka, ha sido arrasado por la data contamination. De hecho, la poesía del libro, dispuesta en prosa o verso, es también una especie mutante, modificada por sus avatares e iteraciones en las impresiones y objetos que entran, fragmentarios e incompletos, al registro que lleva la Sonda 0010 en su misión exploratoria a través del cuerpo muerto de un mundo donde “el agua no es problema/ tampoco el cadmio que detecto/ ni los isótopos relaves” (p. 19)
El tan llevado y traído desierto de lo real es también el que avanza en el poema de Barenboim a través de esa aglomeración delirante en la que confluyen, como ríos, varios lenguajes y códigos superpuestos, tanto humanos como no-humanos. La sonda es acá, posiblemente, un avatar de esos vehículos dotados de inteligencia y censores que en los sesenta y setenta lanzaron a Marte esas dos potencias imperialistas rivales, la URSS y EEUU, como parte de la guerra fría y de la carrera espacial.
La sombría belleza del texto proviene, asimismo, de los temblores, de la insólita afectividad que sacuden el registro múltiple, policéntrico, desde el cual se nos invita a recorrer un mundo futuro, sin humanidad, y corroído por la devastación ecológica; un mundo de animales marinos y de aves nadando entre los destellos del aceite, poliuretano y “podredumbre alquitranada”, donde el cardumen sulfúrico aflora entre lo vivo y lo muerto, en esa “deriva zoológica del alguna vez llamado Golfo” (p. 26).
Frente a esa fauna espectral, superviviente y posiblemente mutante desde el ecocidio, las viejas palabras humanas reviven un segundo como datos inconexos que se suceden en distintos niveles de lenguaje. En la sonda y su funcionamiento, el yo lírico pareciera, en su proliferante carácter especular, en su oscilación dubitativa y autorreferencial, el avatar esquizocibernético de un personaje calderoniano (/] qué es eso que dice yo_/ yo quien dice /] quién es_/ yo cuando circula_/ yo cuando inscribe_/ yo que divaga en el archivo_/ yo soy cuál_). Acá, por decirlo de algún modo, la metanoia es maquínica, procesual: el yo es también lo que la máquina ve y genera, desde el archivo del mundo, entre las líneas del poema y las intermitencias del lenguaje algorítmico, entre corchetes, en esa materia sígnica del informe y de lo informe.
El libro lleva a cabo ese relato de desplazamiento de la cada vez más autoconsciente Sonda 0010. Sobre las peripecias que en esto conllevará, no adelantaré mucho. El libro, lo he dicho antes, puede entenderse lo mismo como un poema de ciencia ficción que como una noveleta distópica, poshumanista y experimental, una noveleta en la que, de tener el oído atento, hallaremos ecos de ese gran escritor que fue Stanislaw Lem. Sobre todo, de esa zona de Lem donde la especulación sobre la alteridad comunicativa más radical, al entrar en contacto con las instituciones tradicionales del lenguaje y la cultura humanista y tecnocientífica, alimenta una reflexión muy productiva sobre lo humano, la soledad y, sobre todo, la catástrofe. Como muchos de los libros del polaco, este es uno que gira, vacío perfecto, sobre los fundamentos pasados y futuros del mundo y el lenguaje.
Es un mundo-tumba lleno de restos y excrecencias de la extinta humanidad donde, a ratos, renacen ecos de lo humano, residuos de consciencia, inventarios fisicoquímicos, intermitencias autorreflexivas, imágenes del tiempo ido y del pasado por venir. Sonda 0010 es un extraño recitativo sobre el registro como mandato. Curiosamente, y no en vano, en esos parajes resuenan ecos bíblicos, hebras de la tradición judía, renacidas (es el caso del arbusto en llamas que “distinto de todo vivía sin morir”; “lagos de azufre”) y llamamientos (“código sueño”; “código rito”) a una imposible restauración:
async const miNombre =() => [
if (premon ===’No oyen ese viento? $[narratInterv].
Él acabará con ustedes.’) [
return
console.log(‘Dura lo que debe de durar. Es el mandato de Dios.’);
const mandatoDeDios = new target.responseType;
];
];
syntax err
0010, grito y nada significa
(p. 119)
No hay, en este libro, deificación de la consciencia; el yo devendrá, en su apoteosis, silencio. No así las palabras, uncidas todas al último poema, a esa apocatástasis de un Yahvé de los signos y lenguajes. Son las formas mismas de ese mundo sin ellos, ni esos ni nosotros. Un mundo que este libro, en su radical y arriesgada extrañeza, se enuncia y anuncia.