Traducción del portugués de Roberto Elvira Mathez
The Graduate Center, CUNY.
relviramathez@gradcenter.cuny.edu
Esta antología contiene poemas de los libros
Sagrado Sopro (SS) y Yōnu (Y)
Poemas
- Paralelo a un Domingo
Esos Morros son un sube y baja, una corriente de memorias desgarradas por el sol.
Ella camina y repasa sus historias, sí, son las Marías, tal vez el molambo o María y solo…
¿Ves, mujer?, es la destructora de casas, toca a las chicas hermosas y sigue paso.
Tenga cuidado de no resbalar en estas bolsas adornando el piso.
Sí, hay belleza apoyada contra el asfalto, allí cerca de las personas, personas, personas, personas para verla frotando, las carcasas de lo que queda de vida, los fragmentos que sobran de nosotros, la carcasa del cuerpo que frota. Frota que sale óxido, polvo, recuerdos pesados como piedras, y duele, esas laderas inclinadas rayando los pies de la vida, son muchos los pesos dentro de la gente.
Es en la carne donde se sienten esos lamentos, hay quien dice “¡protesta!”, hay quien quiere matar. Matar ese recuerdo violento, que ciega y huele…
Pasa aquí en mi pecho, en esta carne sangrienta, pasa y se asa en las brasas del basurero, en las brasas de lo hostil, se asa, se asa esta carne y sirve en un almuerzo de domingo
(SS)
- Santa Terezinha
La Santa Terezinha que me parió
se resbala en las escaleras y en los callejones
convirtió concreto el campo de tierra
para que sus hijos trabajen sobre el asfalto
En los recovecos del coliseo
se hacía eco
un rap, samba, reggae
y hoy en día se liga la María en el Celu
Santa puta que me parió
del río abierto al cerrado
quién jugó
quien hirió
quien te dejó
conoce cada palmo de tu cuerpo
conoce las paradas del vaso
las navajas de los morros
Santa, este nombre solo esconde lo que acoge
desmorona aquí tu locura
y para
los incrédulos y desabrigados
de los escalones al monte
Paren, y reconstruyan sus puentes.
(SS)
- Crisálida
Mujer difícil
quería ser reina en la tierra de muchas
coronas
quería ser una leona en la tierra de muchos
rugido
paso
rastro
corro y no puedo alcanzar
no puedo alcanzar esta ranciedad
de gusto dulce, pero fétido
no logro la soberanía dictada
me escapo de un Patrón para arrestarme
a otro
y otro
anteriormente promesa de solución
y entre sollozos y soledad
me caso
entre palmaditas en la espalda y beso
en la cara
me caso
entre el valle
camuflado en peleas falsas
Yo, crisálida,
en mi metamorfosis
prometo no boicotearme más
estoy segura de que renaceré
renaceré
y tendré alas.
(Y)
- Preciso beber de la fuente ancestral
Preciso beber de la fuente ancestral.
comer pescado con coco y palma
y feijao con harina
amasado entre los dedos
Preciso beber de esta fuente
bañarme en manjericão
encogerme en tu regazo
y pedir protección
Preciso alimentarme de esta fuente
oír tus historias
transmitirlas en sueños y orgullo
acobijarme en tus recuerdos
y cosechar frutos futuros
Preciso beber de esta fuente
fuente materna de inspiración
prudencia
reverencia
al ave oyendo a los ancestros y a la descendencia
Preciso beber de tu fuente
(SS)
- Soy
Estoy segura de una cosa
Soy viento y el viento es libre
Soy agua y el agua corre
Soy tierra y la tierra es fértil
Soy intensamente gobernada
por la vida
mi amor me golpea
llena y sofoca
Soy amor, soy amar
Soy furia y calma
Soy nido
y en mis caminos
me pierdo.
(SS)
- Sagrado Suspiro
Escogí la palabra más hermosa
el más bello rincón
para ofrecer a los cielos
para ofrecer al encanto
me dejo envolver
en esa brisa, en ese manto
de paz
cuando siento el suave soplo
en el follaje, en mi cara,
Oyá
Envuelve sobre mí su tempestad
porque tempestiva soy
me cuida en serenos sueños de niña
me arrastra en esta danza
que no cesa y no cansa
(SS)
Cuento
Minkah
La cama le causaba escalofríos. Era una cama en un cuarto insalubre cuyas madrugadas recibía un visitante. Él la miraba sobre la cama, la miraba fijamente y comenzaba la tortura. Deslizaba las manos por sus piernas, pasándola por sus pequeños bultos doloridos. Sentía su corazón palpitar mientras el hombre sarcásticamente sonría. Hacía siempre el mismo camino, aunque demorase con sus manos entre sus piernas trémulas. “Xiu! Si le cuentas a alguien que estuve aquí, la próxima vez será peor”. No sabía exactamente qué era aquello, pero sabía que no estaba bien. ¿Qué podría ser peor que tener miedo de dormir? Ella tenía nueve años, después once, después doce, y el tiempo pasaba.
Intentó hablar con la hermana de las noches, pero no pasó nada, defendió a su marido con uñas y dientes. Fue entonces cuando comenzó a planear. La puerta se abrió, él miró, se arrodilló, comenzó por sus senos ya formados, mantuvo por un buen tiempo las manos en sus muslos, y ella percibió que aquel día era diferente, no contuvo su llanto mientras las manos intentaban alcanzar su calza y gritó. Consiguió escapar y corrió, la casa estaba en movimiento, nadie oyó su grito desesperado. Esa noche borró sus lágrimas con sus palmas y supo, ella estaba sola contra todo, no podía dejar pasar más, ya estaba mocinha, como decía su madre, y entendía, entendía la intención del visitante, quería dar un basta en aquellos minutos en que se sentía una cosa que podía ser usada cuando él quisiera. Una semana pasó, era siempre ese el periodo de la visita. Su padre era el albañil de su casa en las horas en que no estaba en la feria vendiendo legumbres, su cuarto había sido pintado para amenizar la humedad. Entonces fue a organizar: clavó el espejo, clavó una imagen, una pintura vieja de sus abuelos, le gustaba mirar a los dos viejos como si fueran a protegerla, era la ternura que tenían entre ellos. Terminó con el orden y arrojó el martillo al lado del pie de la cama, en la parte de adentro, su cama era un escondite de posibilidades.
El visitante era un hombre alto, fuerte. Él sabía cómo amedrentar una niña. Le decía, te voy a matar, nadie va a creerle a una niña salvaje que usa ropa corta y juega con niños en la calle, que él sabía muy bien lo que ella hacía en la calle, que solo estaba cuidándola. Si ella no hacía algo, iba a convivir con esa persecución para siempre. Sentía el silencio y los ojos tristes de las mujeres de su casa, imaginaba que ellas también tenían visitantes. De ahí su tristeza, de no querer crecer, de no tener aquella mirada buscando la muerte.
Aquella noche lo vio entrar, entre sus bermudas un hongo apuntando hacia ella, sintiéndose cazada. Fingió estar durmiendo, entonces él se arrodilló. Ella cerró sus ojos y pensó en el cuadro de sus abuelos, pensó en los ojos tristes de la madre, de las tías, de la propia hermana mientras él movía una de sus manos entre acariciándole las piernas. Allí, sobre su escondite de posibilidades, pensó en lo más eficaz, tomó la almohada y hundió en el pescuezo el cuchillo afilado de su primo. Al mismo tiempo en que gritaba y chorreaba sangre, ella sin hacer ruido, tan fría como él había sido todos aquellos años, buscó debajo de la cama el martillo y fueron treinta y tres martillazos en la cara de la visita indeseada.
En el suelo, un charco de sangre, al lado de la madre y la hermana desesperadas, sin saber qué hacer. En sus manos la sangre, el martillo, su pasaporte para la libertad.
(Y)
Cuento
Chimwala
¿Vos viste aquella mujer
en la puerta del bar?
¡Descarada! Tomando como
colibrí en cada vaso extendido, sonriendo, sirviéndose entre
el futbol y la caña.
¿Viste el destino de esa mujer?
Abandonada, en el mundo de
piedras. Decían,
su destino era ser puta
de puerta de bar, y así fue.
¿Vos llamaste a la policía cuando ella
comenzó a gritar?
¿Vos batiste la puerta y
pediste para que ella parará?
¿Vos ayudaste?
¿La llevaste a un hospital?
Vos, como los otros, cerraste
la ventana, atrancaste la puerta y
aumentaste el volumen del televisor, ¿no?
Bailando bajo su propia música,
dando pasos descompensados,
tropezando en su propio vacío.
Paró en frente de la corriente,
se arrodilló, batió su cabeza en
el asfalto, cantó una canción bebida
y desafinando, saludó a Oxum,
se levantó y bailó en frente
de la corriente mientras la platea reía, sacaba
fotos, alentaba para
que cayera en el barranco del río.
Ella gritó, gritó y gritó tanto
que mis ojos paseantes
por la calle no consiguieron cegar
nuevamente, mis oídos
no ensordecieron
y de manos atadas, lloré.
La mina rodó, rodó y al último
giró y cayó. En el suelo caliente y sucio
frente al bar y el arroyo.
En aleros, ratas y buitres
que en otros momentos se servían de su
cuerpo sucio, esos, entraron en el bar y pidieron una fría
mientras se enfriaba el cuerpo,
el asfalto y la euforia de la platea.
¿Vos sabes de la mina
de la puerta del bar?
Después, la policía llegó,
y la ambulancia se la llevó,
nada más se vio,
nada más se oyó.
(Y)