EL DESARROLLO CAPITALISTA Y LA DEPENDENCIA IMPERIALISTA EN AMÉRICA LATINA EN ALGUNOS ENSAYOS CLÁSICOS SOBRE EL PENSAMIENTO SOCIAL Y POLÍTICO LATINOAMERICANO

Gabriel Galdino

Universidade de São Paulo

galdinogabriel@usp.br

 

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Resumen

Con un carácter ideológico, el pensamiento eurocéntrico se ha convertido en la base de ciertas investigaciones que engendran y naturalizan las desigualdades y contradicciones socioeconómicas generadas por el capitalismo. A través del diálogo entre varios autores considerados fundamentales para la concepción del pensamiento político y social autónomo latinoamericano, este ensayo tiene como objetivo plantear que la constitución de la región como una unidad, en su sentido cultural y social, ha tenido como obstáculo el eurocentrismo en la conciencia de la clase dominante que ha fomentado su vínculo con el desarrollo del sistema capitalista mundial y ha despreciado otras culturas no europeas, tanto en el proceso de construcción de una identidad latinoamericana unificada como en la organización del Estado y sus fuerzas productivas. Por lo tanto, resulta conveniente pensar el subcontinente de manera independiente y crítica, volviendo la atención a las culturas imposibilitadas por la historia universal. Para esto, la visión marxista latinoamericana se establece como una herramienta teórica indispensable para explicar el funcionamiento y la formación de la estructura social y económica de estas sociedades.

Palabras clave: América Latina; Capitalismo; Imperialismo; Pensamiento Latinoamericano.

 

  1. Introducción

En el curso de su desarrollo y consolidación como el medio dominante de organización social y económica, el capitalismo ha alterado sustancialmente la conciencia de los sujetos que ocupan un lugar en el mundo, incidiendo en la naturalización de relaciones sociales asimétricas de índole diversa. A su vez, ha sido determinante en la producción de cosmovisiones alejadas de la realidad que aseguran el mantenimiento de un orden caótico que somete a la sociedad a cada una de sus reglas y contradicciones. Como parte de ello, con la invasión de los europeos en el continente americano, también condujo a la creación de un sistema mundial que, reflejado en las relaciones intersubjetivas, culminó en la colonización de formas de conocimiento no europeas. Al estar revestido de un carácter ideológico, como describe Quijano (2005), el pensamiento eurocéntrico se ha convertido en el baluarte de los estudios que conciben y naturalizan las desigualdades socioeconómicas generadas por el sistema capitalista.

Desde esta perspectiva, la recuperación de los diálogos llevados a cabo por generaciones pasadas, o sea pensadores latinoamericanos que han marcado los últimos siglos, se revela como una estrategia central en la lucha contra el ciclo de la adicción al olvido. Además, es una forma de revitalizar debates que están lejos de concluir, pues aún siguen vigentes en la discusión centro/periferia, la explotación laboral, el racismo y la dependencia epistemológica de los centros culturales del Norte Global.

Con base en esta suposición, se propone el análisis de ensayos[1] de Manuel Bomfim (1868-1932), José Enrique Rodó (1871-1917), José Martí (1853-1895), José Carlos Mariátegui (1894-1930), René Zavaleta Mercado (1935-1984), Agustín Cueva (1937-1992) y Aníbal Quijano (1928-2018), que abarcan desde finales del siglo XIX hasta principios del siglo XXI. Si bien se trata de un amplio intervalo de tiempo, pues abarcamos prácticamente desde la independencia de las últimas posesiones del antiguo imperio español hasta la actualidad, buscamos fomentar la posibilidad de pensar en una identidad común entre los pueblos de esta región. José Enrique Rodó fue un escritor uruguayo que defendió la unión de los pueblos iberoamericanos y su herencia cultural hispana contra el utilitarismo y el imperialismo estadounidenses. Manoel Bomfim, brasileño, es un pensador importante para comprender los fundamentos de la sociedad brasileña y sus similitudes con toda América Latina, criticando el racismo y el eurocentrismo de su período. Defendiendo, también, la unidad de Amèrica Latina, tenemos José Martí, un pensador y político cubano, que dedicó su vida a la escritura y la acción política en la lucha por la independencia de su país de la colonización española. Además, José Carlos Mariátegui, uno de los pensadores más importantes del marxismo latinoamericano en el siglo XX, sigue siendo uno de los más grandes pensadores revolucionarios peruanos. René Zavaleta Mercado, sociólogo boliviano, se dedicó a actividades políticas e intelectuales de la izquierda de su país. Su trabajo influyó decisivamente en el curso del marxismo en Bolivia. Agustín Cueva, por su parte, es un sociólogo marxista ecuatoriano que abogó por la teoría de la dependencia y estuvo en el centro de muchos debates políticos sobre el marxismo en la región. Finalmente, nuestro recorrido concluye con el sociólogo peruano Aníbal Quijano, quien fue uno de los principales investigadores del pensamiento decolonial. También contribuyó de manera muy importante al proyecto de identificar y criticar el eurocentrismo y descolonizar las ciencias sociales, elaborando así una audaz comprensión de la historia de la modernidad y del capitalismo.

¿Qué tienen en común estos pensadores? Desde sus respectivos tiempos y espacios, todos piensan y construyen una idea de la “independencia” latinoamericana, aunque un poco distinta para cada uno, pues se percibe una visión crítica de los lazos coloniales – con la excepción de Rodó que más se preocupa con el imperialismo de los Estados Unidos – y la inserción de estos Estados en el sistema capitalista. Son voces que hacen eco por una independencia de toda la estructura colonial, representando el deseo por una autonomía cultural, política y económica, alineada, por algunos de estos pensadores, a la lucha marxista. Mientras tanto, tenemos la intención de mapear lo que se ha escrito desde el continente, sin pretender agotar toda su contribución al conocimiento. Es importante recordar que, como cada selección, el riesgo de omitir nombres y trabajos relevantes es alto. También se debe tener en cuenta que la intención no será profundizar en cada una de estas contribuciones.

El objetivo general es plantear un diálogo entre autores latinoamericanos que corrobore la tesis defendida por este ensayo, pues sostenemos que la consolidación de la unidad cultural e histórica de América Latina (AL) ha presentado entre sus principales obstáculos el eurocentrismo de la élite gobernante y su vínculo con el desarrollo capitalista en la región, que además ha marginado y excluido a otras categorías en este proceso de formación social. Por otro lado, a través del desarrollo de una conciencia colonial, la clase dominante se ha posicionado pasivamente con respecto a la inserción de sus respectivas economías nacionales en la división internacional del trabajo. Así, dependiendo del centro capitalista en función de su “ventaja comparativa” de la tierra y mano de obra barata, ha promovido la expropiación del territorio indígena y la sobreexplotación de las fuerzas laborales.

Por lo tanto, en este ensayo buscamos revisitar la tradición del pensamiento teórico político y económico latinoamericano con el propósito de demostrar su validez para la realidad presente. Se propone destacar la relevancia de un debate específico sobre la noción de dependencia marcada por un carácter continental y la preocupación por los problemas sociales que enfrenta el subcontinente. Parece ser un debate costoso para las naciones latinoamericanas, especialmente en el contexto de la actualidad en el que se han desencadenado nuevas crisis económicas, políticas y sociales. Por ende, la construcción de un diálogo entre estos autores nos permite articular una metodología de análisis cualitativo en dos niveles. En primer lugar, el desarrollo desigual entre las naciones dependientes a escala internacional, esto significa la relación entre el “Norte” representado aquí por los europeos y los Estados Unidos y el “Sur” por los latinoamericanos. Por otro lado, la segunda dimensión enfatiza el desarrollo desigual dentro de estas naciones de la región, o sea la relación entre la elite alineada con los intereses capitalistas y las camadas más marginalizadas económica y socialmente sometidas a la explotación.

En la parte inicial buscamos presentar la idea de construcción de la identidad latinoamericana por José Enrique Rodó (1871-1917) y Manoel Bomfim (1868-1932). La segunda parte tiene el objetivo de resaltar el tema indígena y el marxismo para la comprensión de la realidad de la región, desde José Martí (1853-1895) y Mariátegui (1894-1930). En la tercera sección, Agustín Cueva (1937-1992) expone el papel decisivo del trabajador para la transformación social latinoamericana y los conceptos de Sociedad Abigarrada, por Zavaleta Mercado (1935-1984), y Colonialidad del poder, por Aníbal Quijano (1928-2018). Finalmente, se anota cómo el desarrollo de la crítica de estos teóricos puede ser productivo permitiendo pensar en América Latina de una manera dialéctica que pretenda preservar tanto a nivel local como regional.

 

  1. La construcción de la identidad latinoamericana y los “males” de su origen

Los textos Ariel (1900), de José Enrique Rodó, y América Latina: origen del mal (1905) de Manuel Bomfim, se clasifican, de acuerdo con Santos (2011), como clásicos de los estudios latinoamericanos. Cabe destacar en estos trabajos la construcción de alternativas indígenas para la evaluación, observación y comprensión de la región, en un momento en que se señalaron muchas de sus contradicciones internas. Se abre la oportunidad para la expresión de ideas que potencialmente apuntalarían a las futuras generaciones de intelectuales.

El ensayista uruguayo José Enrique Rodó materializa en las páginas de Ariel la construcción discursiva del pensamiento latinoamericano que caracteriza la frontera entre los siglos XIX y XX. El autor tiene como núcleo de su preocupación el establecimiento de una identidad común entre las nuevas nacionalidades que surgieron en Latinoamérica, considerando la influencia de los Estados Unidos en el escenario geopolítico como parte de la época. Dado este contexto, en Ariel podemos observar el proceso de empoderamiento de un grupo restringido de personas, preferiblemente hombres, imbuidos de un espíritu joven; es decir, alfabetizado, blanco y masculino. Por consecuencia, en la conformación de este grupo recae la organización y el liderazgo de una nueva población que aún no se reconoce constituida como tal, dada a la ausencia de la capacidad de establecer una línea de identidad. En las palabras del texto “se trata de pueblos que aún forman y modelan su entidad nacional” (RODÓ, 2003, p. 26).

La trama establecida en Ariel señala que todo el proceso de independencia y desarrollo de la región debe seguir una hoja de ruta creada por los grandes intelectuales. Este discurso parece surgir como una propuesta para crear conciencia sobre el peligro de la creciente influencia de Estados Unidos en los valores y tradiciones de la región. Más aún, Rodó (2003) refuta el carácter utilitario y materialista del hombre, encarnado en la inmundicia y su inclinación corruptible, que se correlaciona con el modelo presente en la propuesta de modernización estadounidense. Su manifestación crítica es latente con respecto a la opción de tomar a los Estados Unidos como un paradigma de éxito, asociando esto con Calibán[2] por su aspecto de barbarie.

En Ariel podemos ver un intento de alcanzar una unión por parte del grupo de países latinoamericanos, al mismo tiempo que buscan la reconciliación con España. Así, se observan dos movimientos: la búsqueda de acercamiento entre los países latinoamericanos entre sí y una relación externa del continente apuntando hacia sus “raíces” europeas. De esta forma, Rodó (2003) propone que América Latina sea un lugar de refugio para Ariel sugiriendo las montañas de los Andes como base de apoyo para este gran monumento perenne y radiante, es decir, la cultura latinoamericana. “Yo suelo embriagarme con el sueño del día en que las cosas reales harán pensar que la Cordillera que se yergue sobre el suelo de América Latina ha sido tallada para ser el pedestal definitivo de esta estatua para ser el ara inmutable de su veneración” (RODÓ, 2003, p. 42).

Por su parte, América Latina: males de origen es uno de los estudios más conocidos de Manuel Bomfim (2005). En este trabajo, el médico e historiador brasileño advierte que la élite intelectual de la época escribió bajo una fuerte influencia extranjera; poseedora de una visión distorsionada, siempre influenciada por los intereses de los países imperialistas, fue incapaz de abordar las especificidades de la formación nacional de los países latinoamericanos.

Para Bomfim existe una construcción de identidad peculiar para el caso de América Latina, llamada “postparasitismo” a través de la colonización ibérica. En su observación, se presenta un vínculo directo con este alguien que ha extorsionado su libertad y riquezas a lo largo de los siglos. El problema de las jóvenes nacionalidades latinoamericanas surge de este conflicto entre imitar o rechazar la herencia cultural y educativa. En sus palabras, el hecho de que el organismo parasitado sea educado por el parásito le da “un aspecto completo y contradictorio: el nuevo organismo nacional busca al mismo tiempo imitar y repeler las instituciones y el régimen de metrópolis” (BOMFIM, 2005, p. 111).

Además, Bomfim (2005) defiende el mestizaje como una posibilidad de combinar espíritus y disposiciones de diferentes virtudes, un enriquecimiento recíproco. En esta perspectiva, el médico brasileño rechaza explícitamente el concepto de clasificar las razas como mejores y peores. Por lo tanto, afirma estar en contra de este punto de vista –recordando que en la lectura de la ciencia oficial de la época incluye el negro y el indio– pues “tal teoría no es más que un sofisma del egoísmo humano, hipócritamente enmascarado como ciencia barata y cobarde aplicada a la explotación de los débiles por los fuertes” (BOMFIM, 2005, p. 190).

Desde la perspectiva de este autor, se puede observar la permanencia de la lógica de razonamiento de los hombres que dirigían los países poscolonizados. Así se explica que estas sociedades no hubieran realizado cambios en su estructura productiva después de su emancipación. Esto se repitió con mimetismo, puesto que se le impuso un su papel en la división internacional del trabajo.

En resumen, se argumenta que el largo período de primitivismo que perduró en América Latina condujo a una imitación servil, lo que resultó en el conservadurismo de las élites. Mientras tanto, la explotación de la fuerza de trabajo en estas sociedades es la consecuencia de un sistema de producción de esclavos, que también justifica el mantenimiento de ciertas políticas de privilegios. Estas medidas son el resultado del deseo de preservar el sistema de producción colonial, lo que llevó a los primeros gerentes de estos nuevos estados a desarrollar ideas y comportamientos que enfatizaban en la estratificación social. Por consecuencia, sería un síntoma manifiesto de los “males de origen” esta búsqueda de la perpetuación del estancamiento.

La denuncia de Bomfim (2005), en el contexto latinoamericano, se hace evidente con el fin de criticar la propagación del pensamiento conservador que surge de un proceso histórico de larga data que ha estado activo durante generaciones. Formados por el régimen de la esclavitud, los miembros de la élite gobernante transmitirían a sus sucesores la actitud de dominación cultivando formas autoritarias de relación. “¿Qué piensas defender de este pasado? […] Es una serie de crímenes, iniquidades, violaciones de derechos, resistencias sistemáticas al progreso. ¿Qué pretenden conservar?”(BOMFIM, 2005, p. 117).

El negro proveniente del continente africano en condición de esclavo es abordado con énfasis en el trabajo de Bomfim (2005), describiendo la esclavitud como la denuncia de su situación, resultado de la abyección moral definitiva, la perversidad y la inhumanidad de la elite agraria.  Así, la esclavitud en la región es vinculada a la degradación del trabajo, la estultificación y la aniquilación del trabajador. A través del tono agresivo de su informe, el autor busca revelar la inhumanidad que era este modo de producción, siendo el esclavo el mayor representante del tipo humano parasitado.

Por su parte, con respecto al indio, hay una exaltación de su coraje y energía física. Contrario a los escritores brasileños de la época se observa que Bomfim no intenta exaltar al indio en una posición heroica. Por el contrario, se forja una nueva lectura de la historia, agregando un mayor respeto por la cultura y la tradición indígena. Para confirmar esta reinterpretación histórica, tenemos la siguiente cita sobre la Guerra del Paraguay: siendo “[…] uno de los ejemplos más extraordinarios de resistencia colectiva conocidos. La forma en que esos descendientes de guaraníes enfrentaron la muerte es de ellos (BOMFIM, 2005, p. 187)”. Es evidente la percepción de una apreciación del pueblo paraguayo, descendientes de guaraníes, como guerreros y determinados, alejándose de la imagen de odio y desprecio que se extendió por todo Brasil en esta época (SANTOS, 2011).

Siguiendo a Bomfim (2005), el yugo condenatorio europeo fue profundamente perjudicial para el subcontinente. Es decir, inculcó en los propios latinoamericanos una inferioridad de sus capacidades. Este juicio condenatorio se extendió por los valores y conceptos estadounidenses, pues pronto comenzaron a ver a las nuevas naciones del sur como inferiores. “Somos el niño que se repite continuamente: como eres bueno para nada; nunca serás nada … y eventualmente aceptará esta opinión, ajustándose a ella, desmoralizándola, perdiendo todos los estímulos” (BOMFIM, 2005, p. 47).

De esta manera, se presenta Latinoamérica: origen del mal como un texto más extenso, directo y provocativo que se enfoca en la crítica del racismo, el servilismo y la dependencia de nuestra élite, tanto en lo intelectual como en económico de Europa. Así, Manoel Bomfim no mide palabras para denunciar las nefastas consecuencias de la esclavitud, la economía agrícola y la explotación de la metrópoli. Por otro, tenemos en Ariel una obra poética, con un lenguaje más sutil y sugerente que propone la construcción de una identidad latinoamericana a través de sus raíces europeas comunes. Por ello, dada la intensificación de la relación de sumisión entre América Latina y los Estados Unidos, Rodó pone más énfasis en la idea de exploración del espíritu, comprendido sumariamente como el cultural.

 

  1. La recuperación de la cultura indígena para la transformación social y económica de las sociedades latinoamericanas

Nuestra América de José Martí (1891) es una referencia esencial para comprender los problemas da América Latina en el siglo XIX, puesto que propone una reflexión sobre su unidad cultural e histórica. Por otro lado, los escritos de José Carlos Mariátegui (1894-1930) constituyen una referencia necesaria para pensar en Carlos Marx y en el concepto de subcontinente con la inserción de la cuestión indígena y un significado universal para el lugar conformando su pensamiento de socialismo una originalidad significativa. En este contexto, un sentimiento antiimperialista se consolidó y ganó influencia en varios sectores intelectuales y políticos en la región y se vinculó con ideas y movimientos tanto reformistas como socialistas.

La importancia del ensayo filosófico y político desarrollado por Martí (2011) se debe principalmente a la producción de una cultura intelectual que discute los supuestos esenciales para la formulación del conocimiento científico, la educación y las instituciones políticas fundamentales de un país latinoamericano. Las identidades culturales e históricas latinoamericanas se defienden como características comunes que abren la posibilidad de pensar en estas sociedades como una unidad. Según Martí (2011; 1891), el pueblo está compuesto por todas las clases sociales de una nación. Sin embargo, estos últimos se subdividen debido a la incapacidad de las élites gobernantes de gobernar por sí mismas y no en beneficio de toda la población. Por lo tanto, las clases dominantes o grupos que no gobiernan con la gente son nombrados por el autor como extranjeros y exóticos.

En este marco, Martí (2011; 1891) produce la resignificación de los conceptos fundamentales del discurso político con el término patria. Además, propone que la comprensión del estudio de los “factores reales del país” en relación con las características heterogéneas del patrimonio cultural, los atributos de “indio”, “negro”, “campesino” y “mestizo”, engendra la formación de los latinoamericanos en un sentido positivo definido como el mestizo autóctono, diferente del yugo despectivo de las élites intelectuales de la época. En resumen, las contribuciones culturales de estas poblaciones no deberían excluirse, sino incorporarse al proceso de formación de identidad.

En su trabajo, Martí (2011; 1891) se opone a la opinión de que la historia de los países latinoamericanos refiere sólo a la violencia, la ignorancia y la barbarie, entendida en una perspectiva racista que los indios, negros y mestizos no tienen la capacidad de construir una nación “civilizada”. El autor llama “erudición falsa” a la opinión de que el poder de los países “civilizadores” era exclusivo de los blancos o europeos. Esta perspectiva se muestra responsable de fomentar la copia de modelos europeos tomados como los más avanzados en el sentido intelectual y cultural por la élite latinoamericana de la época.

Por su parte, al profundizar en la comprensión estructural de la sociedad colonial, uno encuentra la originalidad del pensamiento marxista de José Carlos Mariátegui en el uso de categorías fundamentales del marxismo para su análisis. El marco teórico desarrollado por Mariátegui con respecto al tema del indígena en América Latina se encuentra en su obra Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana (1984; 1928). Según Sanjuán (2015) y Tible (2009) estos ensayos representan el mayor intento teórico en la búsqueda de una articulación crítica socialista con las condiciones de una sociedad concreta.

El socialismo desarrollado por Mariátegui (2007; 1928) no busca copiar directamente el socialismo europeo lo que rompe definitivamente con su eurocentrismo dominante, señala Löwy (2005). El marxismo desarrollado por Mariátegui (2007; 1928) se presenta como un método de interpretación histórica de la realidad socioeconómica de una formación social dada, alejándose de la idea de una ciencia cerrada o sistema de pensamiento. Es decir, el autor no reduce ninguna explicación de los procesos sociales a términos económicos, sino que busca presentar la existencia de una autonomía relativa de los fenómenos superestructurales, que a su vez pueden influir en la estructura económica de la sociedad. En este marco teórico, es evidente que las esferas ideológicas y culturales son factores explicativos fundamentales de las sociedades y su evolución histórica, así como un elemento esencial para todo el proceso de transformación social.

Se establece como una pieza central para la explicación de la realidad social peruana el problema del indio, interpretado en términos materialistas como consecuencia del problema de la tierra, ya que la raíz del problema indígena radica en el sistema de propiedades agrarias. En el contexto de este análisis, la solución propuesta por Mariátegui (2005) al problema de la condición de explotación de la población indígena se alcanza a través de la resolución de la cuestión agraria al proporcionar a esta población acceso a la tierra. Aun así, la articulación del movimiento campesino indígena con la del proletariado industrial se considera importante, formando un frente único de un movimiento revolucionario capaz de subvertir el orden social capitalista.

La recuperación de la tradición indígena como elemento esencial del proyecto de transformación social abre nuevas vías para la formación de una cultura específicamente latinoamericana que extinga las condiciones de explotación de las clases oprimidas dentro del sistema capitalista y la mercantilización del hombre y la naturaleza que el sistema produce.

Desde el contexto peruano, para Mariátegui (2005) el proyecto socialista debe incluir la realidad agraria del país, en el que el indio se muestra como un agricultor tradicional. En sus palabras, “el indio es la base de nuestra nacionalidad en formación. (…) Sin el indio, no hay peruanidad posible” (MARIÁTEGUI, 2005, p. 87). Mariátegui parece apostar por un dinamismo revolucionario a través de los campesinos indígenas, sin embargo, rechaza la idea de progreso por su imagen lineal y eurocéntrica en relación con la historia universal.

De esta manera, Mariátegui propone una dialéctica entre diferentes temporalidades, un discurso marxista revolucionario que critica el modelo de producción agraria dado al uso explotador del trabajo de la población indígena y la expropiación de sus tierras. Mientras tanto, en Martí se puede identificar la construcción de una unidad de acción para los países de la región hacia una solución a sus problemas comunes, siendo uno de ellos la ausencia de una identidad cultural que enlaza a todos.

 

  1. Sociedad Abigarrada, Capitalismo Dependiente y Colonialidad del Poder en América Latina

Para la última parte de este ensayo, hemos dejado a René Zavaleta Mercado (1935-1984), boliviano, sociólogo y activista político, quien es considerado uno de los marxistas latinoamericanos más importantes de la historia contemporánea. Además, está Agustín Cueva (1937-1992), un sociólogo marxista y ecuatoriano, responsable de abordar una de las principales caracterizaciones con respecto al proceso de formación social latinoamericana. Finalmente, como el intelectual más reciente, encontramos a Aníbal Quijano (1928-2018), sociólogo y pensador humanista peruano; famoso por haber desarrollado una perspectiva “descolonial” que en hacia 1960 le permitió ganar un importante protagonismo en el ámbito académico.

En primer lugar, comenzamos mencionando que, según Gonçalves (2012), Zavaleta Mercado se insertó críticamente en el análisis de la teoría de la dependencia a finales de la década de 1960, con la cual se elaboraron mecanismos teóricos para analizar las formas particulares de articulación entre la sociedad y el aparato estatal en los países latinoamericanos. Demostrando así que estas relaciones, basadas en las especificidades históricas de la formación de sus sociedades, determinaron el modelo predominante de dominación imperialista. Para el autor, el proyecto imperialista de los Estados Unidos para la región latinoamericana fue homogéneo, mientras que las consecuencias en cada una de las sociedades fueron distintas, variando dependiendo de cómo se implementó la estrategia imperialista (ZAVALETA MERCADO, 1982).

Uno de los conceptos más importantes desarrollados por Zavaleta Mercado (1982) es el de “sociedad abigarrada”. Para el autor, una “sociedad abigarrada” va más allá de una sociedad heterogénea o multicultural, en lo que respecta a los modos de producción. Estos son contextos sociales en los que coexisten más de un período histórico y varias relaciones sociales legales en el mismo período y territorio. Este concepto se desarrolla para analizar sociedades forjadas por la dominación colonial en el desarrollo capitalista. Así, el Estado oficial no incluye a todos los sectores de la sociedad (GONÇALVES, 2012).

“Con justa razón, el término mismo de articulación ha sido discutido porque sin duda no se trata de un acuerdo entre diversidades, sino de una calificación de unas por otras de tal suerte que ninguna de ellas mantiene la forma de su concurrencia” (ZAVALETA MERCADO, 1986, p. 104). Cuando se trata de una “sociedad abigarrada”, Zavaleta Mercado se refiere a la falta de articulación entre estos modelos de producción. Por ejemplo, tomemos el momento constitutivo de las sociedades andinas en Bolivia que está relacionado con el desarrollo de su agricultura de subsistencia. En este caso, para Zavaleta Mercado (1986) el espacio se superpuso con el tiempo, dependiendo de una relación con otras comunidades. Aún así, es un modelo de agricultura incompatible con el período histórico del modo de producción capitalista. Por lo tanto, incluso en el período posterior a la independencia, los modos de vida andinos no se extinguieron. Se puede decir que con el tiempo estas culturas fueron influenciadas por la forma de vida dominante sin negar que tuvieron un efecto en este modelo hegemónico.

De forma similar, la visión de Cueva (2004; 1977) está marcada por un horizonte socialista para la región destacando la definición de su estrategia teórica de lucha de clases en su tiempo histórico. A través de esta perspectiva, el autor define las estructuras económicas y políticas basadas en la acción decisiva de los trabajadores en su camino hacia la constitución del tejido social. En el proceso de lucha de clases, los trabajadores juegan un papel de liderazgo en la definición de las perspectivas de cada contexto nacional.

La esencia del subdesarrollo, para Cueva (2004; 1977), es el abuso cometido por las élites de los países desarrollados contra las naciones no industrializadas, aprovechando sus debilidades. Estos abusos son retratados por los mecanismos básicos de explotación laboral humana y control político. De una forma clara e ilustrativa, el autor revisa la economía y la historia para presentar una serie de casos en los que la consolidación del capitalismo en el período colonial resultó ser un proceso difícil. Además, para el autor, la “desacumulación originaria”[3] es el punto de partida de la debilidad de la región, ya que estas economías dejan este período, en la lógica marxista, con un bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y con relaciones sociales de producción basadas en la herencia esclava del modelo de latifundios.

Así, el surgimiento del capitalismo en América Latina está asociado con el advenimiento del capitalismo dependiente en la estructura imperialista de la reproducción del capital y esto implica especificidades de este modo de acumulación. Una de las características principales de este sistema es el hecho de que se basa en la gran propiedad de tierras, que reúne una tradición servil sustancial en la forma en que se produce y reproduce la sociedad (FLORINDO, 2017). Cueva (2004; 1977) define el latifundio como eje del desarrollo capitalista y el mantenimiento de modelos de trabajo serviles como la composición de la estructura del capitalismo reaccionario y oligárquico que depende de la centralidad en la extracción de la plusvalía absoluta. En resumen, esto significa un redoblamiento de la explotación laboral, depreciando cada vez más su fuerza de trabajo. De hecho, existe la construcción de una estructura productiva marcada por la heterogeneidad estructural[4], resultante de dinámicas monopolísticas basadas en el intercambio desigual y la extrema explotación de la fuerza laboral.

Aunque la composición orgánica del capital con el proceso de industrialización se altera significativamente, lo que inicialmente prevé un aumento en el empleo en la fuerza laboral, un ligero aumento en los salarios y una expansión del mercado interno. Para Cueva (2004; 1977), no existe una pauperización absoluta de la clase trabajadora. La economía latinoamericana no pudo desarrollar un mecanismo autónomo de acumulación dado que continuó dependiendo en última instancia de la dinámica del sector primario de exportación en el mercado internacional. En este contexto, para el autor la región comienza a desempeñar un nuevo papel en la división internacional del trabajo en el siglo XX. Más bien, como productores exclusivamente de productos primarios, la nueva ventaja comparativa en esta coyuntura es la de proporcionar mano de obra barata y abundante. Por ello, con la atracción actual de dicha mano de obra, se produce un desplazamiento de las actividades industriales del centro hacia la periferia.

En esta lógica, Aníbal Quijano encaja en la discusión de los términos subdesarrollados y desarrollados, no en orden temporal o teleológico, sino como contemporáneo y crucial para la existencia interdependiente de cada uno. Para el autor, los desarrollos políticos, culturales y económicos que marcaron a América Latina no se referían exclusivamente al continente, sino que eran relevantes para comprender la dinámica del capitalismo global y partes de los procesos formativos del propio centro capitalista.

Así, según Quijano (2014), los períodos de mayor crecimiento económico, como el caso del milagro económico brasileño, son sostenidos por una mayor explotación de los trabajadores. Parte de este proceso, como lo es la desigualdad de ingresos, es otra cara de la extrema concentración del control de los recursos de producción y los privilegios políticos por parte de la élite gobernante. De esta forma, el proceso de industrialización en América Latina representa una reorganización de la “colonialidad del poder” y no el desarrollo del Estado, un concepto que se abordará más adelante (QUIJANO, 2005).

Quijano enseña que para comprender el período actual y sus desarrollos culturales es necesario centrarse en los desarrollos ideológicos que marcaron América Latina y Europa durante el período colonial. Es necesario comprender la lógica dependiente que marcó la región en ese momento y los modelos por los cuales el “ser periférico” y el “ser central” se manifestaron después del colonialismo. Así, “las Américas se están preparando para entrar al siglo XXI con las mismas desigualdades que el siglo XIX” (QUIJANO; WALLERSTEIN 1992, p. 590). De hecho, nos queda claro por qué los desarrollos culturales, sociales y económicos de América Latina no parecen transformar la realidad social del continente y su lógica de dependencia. Por el contrario, este desarrollo logrado contribuye al mantenimiento de las desigualdades y el lugar periférico en el sistema mundial. Para Quijano (2014), la persistente pobreza y desigualdad social en América Latina es el resultado de la transferencia de su riqueza hacia el “centro” o “Norte Global”, siendo una parte “natural” del comportamiento de la economía capitalista.

Para Quijano (2005), la dependencia epistemológica ha marcado históricamente la cultura latinoamericana. En este sentido, las élites de la región parecen copiar a las élites europeas, lo que podría ser parte de este círculo vicioso que limita a América Latina a consolidarse como una unidad cultural y social. En este proceso, las élites nacionales, al continuar actuando como élites coloniales, obstaculizan el desarrollo de las economías periféricas y su propia clase dominante. Además, esta lógica se ajusta a la noción teleológica de desarrollo, en una línea en la que Europa estaba temporalmente por delante del subcontinente, lo que llevó a las élites culturales y políticas a identificarse con las élites europeas, en la creencia de que copiarlas era una estrategia eficiente para lograr su desarrollo. No era una prioridad para la clase dominante latinoamericana repensar las necesidades específicas de sus países y su historia de manera independiente. Este fenómeno de normalización de una visión colonial es nombrado por Quijano (2005) como “colonialidad del poder”, marcado por la división del planeta en términos raciales y la supuesta superioridad de la raza y la cultura europeas.

La convicción de las élites de Latinoamérica de que estaban más cerca del perfil europeo que los pueblos subyugados de la región les hizo ignorar a las civilizaciones amerindias, sometiéndolas a mano de obra barata y a una cultura desprovista de razones científicas y descartables. La variedad histórica y la riqueza de estas poblaciones han sido suprimidas e incorporadas bajo el nombre genérico de esclavos o indios, calificados como atrasados o primitivos (QUIJANO, 2014).

Finalmente, se observa que Zavaleta Mercado influyó significativamente en la dirección del marxismo en Bolivia y México. Por otra parte, Cueva desarrolla el argumento de que la “desacumulación originaria” del capital, sostenida por la élite reaccionaria, era fundamental para la limitación y el bajo desarrollo de las fuerzas productivas. Así, es interesante ver cómo la perspectiva presentada por la “colonialidad del poder” de Quijano es crucial para comprender y explicar la historia de las relaciones latinoamericanas en el mundo. Además, proporciona una base teórica esencial para confirmar la tesis señalada en este ensayo.

 

  1. Consideraciones finales

Las contribuciones interpretativas aquí analizadas son reconocidas como estudios clásicos que ayudaron a consolidar la imaginación intelectual latinoamericana, ideas y valores que transformaron en características constitutivas de sus sociedades. Con base en lo anterior, se confirma la tesis señalada al comienzo del ensayo. Es decir, la reflexión sobre la construcción de una unidad latinoamericana estuvo marcada por una discusión sobre el papel de la élite en este proceso. Sin embargo, el carácter eurocéntrico de estas sociedades sometió a los pueblos indígenas, negros y mestizos a una condición de explotación laboral y la invisibilidad de sus riquezas culturales e históricas. Además, como consecuencia de la “desacumulación originaria”, estos países se ubicaron en la economía mundial sumisos a los intereses del centro capitalista. Por esto, la visión marxista se establece como un marco fundamental para explicar el funcionamiento de la estructura social y económica al destacar el vínculo entre la élite latinoamericana y el desarrollo capitalista para el mantenimiento de privilegios, las desigualdades sociales y la explotación del trabajo humano.

Además, se enfatiza que uno de los desafíos del marxismo en la región, actualmente es problematizar su núcleo eurocéntrico, como lo hizo Mariátegui en su momento. Por lo tanto, se vuelve saludable trabajar desde las resistencias indígenas y resaltar sus elaboraciones teóricas. Restaurar la tradición de estos pueblos es una tarea fundamental para la transformación social y económica, pues se brinda así apoyo para la construcción de una cultura indígena latinoamericana con miras a extinguir la lógica del sistema capitalista que corrobora el mercantilismo del hombre y el medio ambiente.

Al comienzo del ensayo se hizo notar el argumento de Rodó sobre la necesidad de acercarse culturalmente a Europa. Esta visión fue criticada por Bomfim como parte de su denuncia a este tipo de pensamiento eurocéntrico. Cabe destacar que para Martí era importante distanciarse del juicio de valor de la élite intelectual de la época, que menospreciaba al negro, al mestizo y al indio. Por el contrario, el mestizaje fue un factor positivo y elemental en la formación de la identidad latinoamericana. Pensando en la realidad indígena de Bolivia, Zavaleta Mercado discute la función del proletariado amerindio y otros sectores subalternos dentro de la lógica capitalista. Además, Cueva revela una América Latina diversa y contradictoria a la vez, en un ciclo continuo que lleva a la región a negar y superar sus contradicciones, describe una región habitada por personas que contienen dentro de sí las determinaciones específicas de su tiempo histórico. En general, podemos concluir que el papel principal para la construcción de una unidad política latinoamericana, ahora se transfiere el sujeto social responsable de la fuerza laboral, es decir, el indio, el negro y el raza mixta que a través de la lucha socialista revolucionaria toma el poder y asume la responsabilidad de extinguir el vínculo de estas sociedades con el capitalismo dependiente.

De ello se concluye que históricamente la vida intelectual de las élites del subcontinente ha estado marcada por una aprehensión sustancial del mundo eurocéntrico. Dicho esto, se subraya la necesidad de pensar en la región de manera independiente y crítica. Para ello es esencial dirigir nuestra atención a aquellas culturas enseñadas como “inviables” por la llamada historia universal, contada desde la perspectiva europea. Es sustancial reflexionar sobre la producción de conocimiento y el lugar que ocupa el investigador en el campo científico para enfrentar el estándar hegemónico que termina en cierta manera encerrando el conocimiento y llevándolo hacia el olvido, manteniendo intacta la dominación en nuestras sociedades.

 

 

Referencias

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MARIÁTEGUI, José Carlos. Por um socialismo indo-americano: ensaios escolhidos. (seleção de Michael Löwy). Rio de Janeiro: Editora UFRJ, 2005.

MARIÁTEGUI, José Carlos. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. 3ª ed. Venezuela: Fundación Biblioteca Ayacucho, 2007.

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[1] Según Achugar (2006), la raíz del discurso teórico latinoamericano no se presenta generalmente a través de un curso sistemático y metódico, sino bajo el modelo del ensayo y el artículo. Para Santos (2011), el ensayo es la forma de metaespecialidad, reflexión sobre su especialización y crítica. El ensayo de intérpretes sociales latinoamericanos, como Manuel Bomfim, José Enrique Rodó, José Martí, Sergio Buarque de Holanda, Darcy Ribeiro y Roberto Fernández Retamar, cumple el papel de insertar un “balbuceo teórico”, expresando pensamientos profundos de una realidad compleja y multifacética.

[2] Es importante recordar que en Ariel hay referencias a La tempestad de William Shakespeare, en la que destacan tres personajes: Prospero, el administrador; Ariel, el espíritu ayudante y; Calibán el Bárbaro

[3] “Si con algún movimiento fundamental de la historia ha de relacionarse la colonización de América Latina, es con la acumulación originaria en escala mundial, entendida como un proceso que a la par que implica la acumulación sin precedentes en uno de los polos del sistema, supone necesariamente la desacumulación, también sin precedentes, en el otro extremo. Por lo tanto, y a condición de no tomar la concentración esclavista o feudal de tierras en América por un proceso de acumulación originaria local, es evidente que el movimiento metropolitano de transición al capitalismo frenó, en lugar de impulsar, el desarrollo de este modo de producción en las áreas coloniales (CUEVA, 2004; 1977, p. 13).”

[4] Esto significa que, por un lado, algunas naciones se convierten en grandes productores de commodities; por otro, en países donde se ha logrado un pequeño nivel de desarrollo industrial, la discrepancia continúa aumentando, donde la supremacía de la oligarquía restringe a los demás sectores.

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