LA FORMA DEL PASADO

Iliana Olmedo Muñoz
Universidad Autónoma de Barcelona
 
 
Luis de Azcárate, Memorias de un republicano, prólogo de Ignacio Martínez de Pisón, Madrid, Taurus, 2008, 227 pp.

Las memorias y textos testimoniales de los participantes y actores de la República y la guerra civil se han desplegado a través de varias oleadas de publicaciones que ya conforman un corpus asaz abundante y rico por la naturaleza de sus perspectivas, determinadas claramente por la fecha de publicación. La primera oleada de importancia rompe poco después de finalizada la guerra con firmas provenientes de las dos partes implicadas y, por tanto, ambas facultadas para expresar lo que suponían era la verdad de los hechos. Se trata de textos que aclaran desde la forzosa subjetividad el pasado inmediato y reconstruyen los episodios de una guerra cuyos efectos adyacentes permanecen aún tangibles. La mayoría de las memorias publicadas durante el franquismo siguen este rumbo. A finales de los años setenta y a lo largo de los ochenta, ya abierto el espacio para los que se fueron, no disminuyó la afluencia de relatos personales, y varios protagonistas del pasado republicano narraron su versión de los acontecimientos, acaso de una manera menos uniforme que antes.

En fechas recientes se ha reavivado el interés por explicar el pasado a través del testimonio, a lo que se ha añadido el creciente flujo de reediciones. Ahora los supervivientes escriben con el objetivo de ampliar la perspectiva del pasado, que consideran en proceso de definición, y no dejan de lado la interpretación de los sucesos. Este resurgimiento del texto testimonial encuentra su origen en la edad de los autobiógrafos, que en la vejez, etapa de reflexión por excelencia, se acercan a un tema que todavía no alcanza su dictamen definitivo. Ya no se persigue la anotación de una verdad monolítica, sino que se coloca sobre la mesa la experiencia y se argumentan los motivos de las elecciones individuales.

Dentro de este conjunto se localizan las Memorias de un republicano de Luis de Azcárate que, como él mismo refiere en las primeras páginas (acompañadas de un útil árbol genealógico), fue sobrino nieto de Gumersindo Azcárate y estuvo vinculado a la Institución Libre de Enseñanza (ILE). Debido a estas filiaciones, Azcárate se convirtió en un testigo excepcional de los años republicanos y de la guerra civil, que al finalizar lo llevaría al exilio en Francia, México, Cuba, la RDA y Angola. A través de la concisa narración de este peregrinaje, el autor elabora una explicación «sobre una parte de mi vida», moviéndose en el terreno de lo personal y evitando las «excesivas referencias a acontecimientos políticos». Pero, ¿en qué medida una vida se distancia de la historia? Sobre todo si hablamos de uno de sus protagonistas cuya formación y lazos familiares lo ubicaron junto al epicentro de los hechos que llamamos historia. Esta narración, guiada por el relato de una vida, nos conduce inevitablemente a la República, al mundo de la ILE, a los años de la guerra, a las aflicciones de la evacuación, a la convivencia con los comunistas cubanos, al México de los años cuarenta, a Praga y sus transformaciones tras la muerte de Stalin, al difícil proceso de adaptación y subsistencia primero en la RDA y luego en Angola. Así, a lo largo de las distintas estaciones geográficas y temporales de un itinerario vital observamos un panorama completo del universo de la izquierda en el siglo XX. Estas memorias no pueden evitar rendir homenaje a esos tiempos y a sus participantes, como, por ejemplo, en el detallado retrato de Fernando de los Ríos o el descubrimiento de la China de Mao. Más allá de su valor como documento histórico a partir del relato detallado de las condiciones materiales sufridas durante las distintas etapas de exilio, ofrece la visión de un pasado que regresa, con toda su fatalidad, a sus agentes. Y también a su protagonista; estos episodios, suerte de telón de fondo en la vida del autor, refieren el difícil proceso de renovación de una identidad en el exilio, un arreglo que cambia de acuerdo con los distintos oficios y edades, aparejado con la necesaria forja de una nueva expectativa de futuro que cambia según el lugar en el que se funda ese futuro.

Con naturalidad y vigor, el autor realiza una reflexión acerca de sus relaciones con el Partido Comunista y la manera en que esta militancia determinó su vida y su persona. Al desplegar sus razones, Azcárate no sólo muestra la posibilidad de ser crítico con las propias decisiones, deja constancia de su intervención política en el exilio, explica y revela un segmento de su vida desconocido para sus familiares y para el lector, sino que retrata una vida fundada en el deseo de justicia y cómo este ideal interfiere en su existencia material y cotidiana. Este conflicto fue uno de los principales desvelos del exiliado republicano, quien continuamente buscaba el modo de mantener firmes las creencias políticas y de cumplir con las exigencias de la realidad diaria.

Al final, la convicción, más moral que política, de Azcárate, para quien «la pérdida de la guerra despertó […] un profundo sentimiento de injusticia», será la causa que lo llevó al exilio con su familia, a la que dirige estas memorias, en particular a su hija, y parecerá la única certidumbre cuando la experiencia de los años haya matizado las ideas. De esta necesidad de explicación surge el interés del autor por analizar de forma escrita su papel dentro del entramado de la historia.

Las memorias concluyen de forma casi inevitable en el retorno definitivo a España en 1976, cuando se cierra por fin el circuito que la guerra abrió, se restituye la continuación del tiempo, antes detenido, y se ratifica el sentido de una elección política que significó también el principio del exilio.

Frente al testimonio del republicano e institucionista Azcárate, no es posible ignorar que la derrota republicana constituye, anota Ignacio Martínez de Pisón en el prólogo, una «enorme fractura histórica». De la que se sigue y seguirá hablando, porque es necesaria la explicación. Azcárate vuelve a constatar la escisión temporal que significó la guerra en la vida de las personas comunes, es decir, de todos los españoles, muestra, también, la necesidad de discutir el pasado de múltiples formas y la manera en la que a través de la memoria mudada en presente se desvelan las tonalidades de su oscuridad.
 
 

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