LOS SANGURIMAS, NOVELA MONTUVIA ECUATORIANA

Jorge Luis Cáceres
 
 
Leyendo la edición publicada por la editorial El Conejo en su colección “Joyas Literarias”, descubro que el tratadista francés Jacques Gilard define a “Los Sangurimas” como un “tronco añoso del que se desprenden ramas robustas como Pedro Páramo” (De la Cuadra). El comparativo con las ramas robustas me lleva a la descripción que de la Cuadra realiza del matapalo, un tronco que es dador de viva y de muerte, una expresión que encierra al personaje emblemático de Nicasio Sangurima el señor de Los Sangurimas como un árbol hueco, muerto, pero con vida eterna. Un tronco que se niega al paso del tiempo y a morir. Es como un dios que lo sabe y ve todo.

Para entender mejor la obra de “Los Sangurimas” es preciso conocer algo de la vida montuvia. De la Cuadra en su ensayo “El montuvio ecuatoriano”, dice que el pueblo montuvio (campesinos de la costa) deviene de un diez por ciento de personas blancas, y el resto de su etnia proviene de indio y de negro (878).

En la obra se habla de los hijos de Nicasio Sangurima, Ventura (Raspabalsa), Terencio (el cura), Francisco (el abogado) y Eufrasio (el coronel), de la Cuadra les nutre de personalidad. Raspabalsa es un pendejo absoluto como lo califica el propio viejo Sangurima, además es mezquino y avaro, pero capaz de cumplir con fe ciega las órdenes de su padre. Terencio, el cura, es un alcohólico, quien convive de vez en cuando en “La Hondura”, fortaleza de los Sangurimas, con una hermosa mujer que tiene un hijo que lo llama papá. Además de este hecho se deriva que el cura Terencio es un parlanchín descuidado y obsceno. Sobre Francisco, el único profesional de la familia Sangurima, resulta extraño que sea catalogado por sus congéneres como un tonto, un lento para la vida campesina, un tipo de extraños gustos porque a comparación de sus hermanos no tiene varias mujeres, ni hijos regados como una mazorca de maíz, un hecho que demuestra hombría en el mundo montuvio según de la Cuadra. No es de extrañar que el personaje de Francisco sea un abogado, de la Cuadra lo fue en su vida profesional y según Pareja Diezcanseco, “era abogado de montuvios a quienes escasamente cobraba, pero aprovechaba su profesión para deambular por el campo, nutriéndose de historias” (Diezcanseco 24).

Eufrasio es el personaje clásico, coronel, montonero y entregado a las luchas de la revolución Alfarista junto al General Montero, un héroe del pueblo montuvio descrito por de la Cuadra en su ensayo “El montuvio ecuatoriano” (887). El coronel como llaman a Eufrasio, es la fiel copia del viejo Sangurima. Es un tipo apuesto, que sabe tocar guitarra, y conquistar a las mujeres con la misma facilidad con la que mata y roba. Que se dedica al cuatrerismo y que hace de sus hijos “Los Rugeles”, unos rufianes románticos, vestidos con las mejores galas, que montan a caballo de forma extraordinaria y que son temidos como el propio diablo, llamado el cojito por los montuvios de “Los Sangurimas”.

La novela se vuelve coral, cuando el pueblo cuenta historias sobre el viejo Sangurima. En la obra dicen que Nicasio Sangurima es inmortal y rico debido a un pacto con el diablo, pero que a su vez Nicasio es tan astuto que engaña al propio demonio para que éste no lo lleve al infiero, enterrando la carta con el pacto en el cementerio, tierra prohibida para Lucifer. Más adelante el autor devela que Nicasio debe su fortuna y su vida eterna a un entierro y al sacrificio de su primer hijo, dejando a su primera esposa loca e internada en un manicomio de la ciudad de Guayaquil. Otro hecho curioso se da cuando Nicasio narra que tiene enterradas a sus dos difuntas esposas en su tierra de “La Hondura” y que, cuando éstas ya estaban casi hechas cenizas, las llevo a su habitación para que durmieran cerca de él. Cuando leí esta historia, no pude dejar de pensar en el cuento “La promesa” de Lafcadio Hearn, donde un samurái, entierra a su esposa junto al jardín de su casa haciendo una promesa:

—Querida mía —repuso el afligido esposo—, nadie ocupará jamás tu lugar en mi casa. Nunca volveré a casarme… —Entonces amado mío —dijo ella— me sepultaras en el jardín, ¿verdad?, cerca de aquellos ciruelos que plantamos en un extremo (Hearn 114).

La venganza es otro punto magníficamente bien logrado en la narrativa de la Cuadra. El hermano de la madre de Nicasio, ofendido por el ultraje a la pureza de la niña de la familia, asesina al “gringo” como es llamado el padre de Nicasio, pero al poco tiempo, la madre de este, asesina de una machetazo a su hermano, como diciendo, soy mujer, pero no cojuda. Porque en el campo, la mujer montuvia, es igual de severa que el hombre.

“Las tres Marías”, para el autor representan la figura de la virginidad, de la inocencia, que también derrocha coquetería y picardía propia de la mujer montuvia como describe de la Cuadra en su nombrado ensayo:

Sus facciones son agraciadas. Como compensación su cuerpo —salvo la deformación de las extremidades por los rudos trabajos—, es hasta los quince años, más o menos, de una enhiesta hermosura. Sus senos —chicos y duros—, su vientre hundido y sus caderas altas, la sazonan de un picante atractivo sexual (Hearn 880).

Estos apelativos descritos por de la Cuadra se ajustan a la descripción que hace de “las tres Marías” solo que ellas, al no estar en el trabajo diario del campo, se conservan esbeltas y hermosas, llamando la atención de “Los Rugeles”.

Nuevamente la venganza se hace presente, “Los Rugeles”, enamoran a “las tres Marías” y demandan matrimonio. Pero su tío Ventura (Raspabalsa), se niega, desatando el verdadero demonio del campo montuvio. Cuando a un Sangurima se le niega lo que cree suyo por derecho, surge el celo, la avaricia y la venganza. “Los Rugeles”, cometen un acto atroz de crueldad absoluta contra su propia familia, matan a una de “las tres Marías” y clavan una estaca en forma de cruz en su sexo, otra figura literaria que de la Cuadra muestra en su obra. Según el autor, el montuvio es devoto de la religión católica, pero al no tener estrecha conexión con esta, se aparta hacia la santería u otras prácticas de fe. Con la figura de la estaca en cruz, parece que de la Cuadra marca ese alejamiento del pueblo montuvio con la religión católica. El mismo padre Terencio, es un demonio que reniega de los preceptos de la iglesia.

Resulta fascinante la estrecha relación que tiene Guayaquil con el campo montuvio. En la obra, Guayaquil, es llamada “la capital del pueblo montuvio”, y curiosamente es a raíz de la muerte de María Victoria (una de las tres Marías), cuando se desata en Guayaquil una ola de noticias referentes a los Sangurimas y a los Rugeles donde se los tacha de bárbaros, denunciando el profundo desconocimiento que tienen los habitantes de la ciudad, con respecto de los habitantes del campo. Ven con ojos de desconcierto el incesto que para Nicasio Sangurima es tan normal como que sus hijos convivan y tengan descendencia. La ciudad mira al campo como bárbaro y arremete en su contra a fin de realizar la anhelada justicia citadina.

Por último de la Cuadra, supo sintetizar en una obra de apenas setenta páginas, la saga familiar propia de las grandes historias de la literatura, logrando un paralelismo, sin saberlo, con Cien años de soledad, donde coexisten, patriarcas, hijos, hermanos, nietos, y demás tradiciones y costumbres, combinando las formas orales con la escritura de un mundo bárbaro y ajeno, gobernado por el mito que trasciende al tiempo.
 
 
Bibliografía

De la Cuadra, José. “Los Sangurimas”. Editorial El Conejo: Quito, 1984.

—: “El montuvio ecuatoriano”. Obras completas. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958, p. 863 – 908.

Hearn, Lafcadio. “La promesa”. Cuentos de terror, Alberto Laiseca (comp). Argentina: Interzona, 2013, p. 114.

Pareja Diezcanseco, Alfredo. “El mayor de los cinco”. Quito: 1958, p. 15 – 31.

 
 

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