Azotea de Centro Habana
Desde los comienzos de esa generación llamada “de los 80” de la que formo parte, y en la que me acompañaron poetas como Íngel Escobar, Ramón Fernández Larrea, Raúl Hernández Novás, Efraín Rodríguez, Marilín Sobes, Soleida Ríos, Alex Fleites, Luis Lorente, Víctor Rodríguez, Osvaldo Sánchez entre otros (ver antología “Usted es la culpable” (1985) (a veces se encuentra algún ejemplar amarillento y barato en moneda nacional en la Habana) yAntología diferente, UNAM (llamada “la antología negra”, porque estuvo escondida en oficinas de burócratas y no sabemos al fin qué rumbo cogió). En esta generación, predominó el deseo de lograr una intimidad que no estuviera apartada de lo social sino que, inmersa en una crítica viva, atendiera más al “yo”; a esa sustancia del sujeto que en plena sensación esquizofrénica trata de integrar sus partes sueltas, y volver al cuerpo de la escritura, a esa voz, portadora de una imagen excluida por entonces (como la intimidad, el amor, las historias personales, la existencia), como contrapartida a una poesía épica y comprometida en exceso.
Fueron aquellos los tiempos de esplendor “…del medrone” (una pastilla anticonceptiva rosada), y “del yogur de fresa”, como Osvaldo Sánchez, poeta y crítico de arte, la llamara. Mientras tomábamos vinos traídos del ex campo socialista por seis pesos la botella, y té negro, pero frío, en vasos rusos que estallaban al menor contacto —igual que aquel mundo que parecía estable, se desintegraba dejando con su “borramiento”, solo esquirlas— y comíamos “jamón plástico” de los mercados llamados “paralelos”, en las bandejas de aluminio, sin cubiertos de plata, pero nos quedaba todavía algún adorno de porcelana de la familia que no se había vendido o cambiado: un sillón de mimbre roto (y vuelto a pintar de rojo) en una esquina; una cortina de encaje en la ventana de maderas superpuestas o podridas; un búcaro de bacarat, algo, que en su carácter de residuo, también usábamos en el texto.
La guerra que se libró por entonces, fue por la individualidad como parte de lo social; una guerra de un solo sustantivo contra el incipiente realismo socialista: el intimismo. Una guerra, porque los discursos no se injertaran desde lo exterior (lo masivo y propagandístico), sino que las metáforas y las imágenes vinieran sin aborto a ocupar su lugar dentro del contexto. Por lo que, fuimos llamados públicamente, “neoexistencialistas”, sin saber qué cosa era serlo. (Nunca olvidaré el prejuicio que yo misma sentía al escribir la palabra “internacionalismo” en un poema: “Hablábamos de internacionalismo proletario…” (era el tiempo de la guerra de Angola) e inmediatamente, en el siguiente verso, oponía otro que pareciera venir desde el territorio de la metáfora; para sopesar la actualidad de aquel tema; para intentar una contrapartida (bicéfala) que aplacaba un complejo de culpa infinito (complejo de participación que arrastrábamos —venido de la generación de los 50—, empeñados en demostrar algo siempre para ser aceptados), logrando así, uno de los versos más espantosos que se hayan escrito, “…hablábamos de internacionalismo proletario, entre el humo y las colillas de la tarde”. (De Cuando una mujer no duerme, 1980). Sin dudas, aunque con “Deudas”, la poesía que se escribió por entonces, quiso ser honesta, crédula, positiva, y padeció (por eso) de una moralidad que entrañaba también, su gran complejo de culpa. Trocó herencias morales por características estéticas. Quería reafirmar algo, a pesar de…
Otras voces líricas e intentos de poesía civil basados en la obsesiva reafirmación del “yo” sostuvieron sus tendencias a contra pelo (como Raúl Hernández Novás y Ángel Escobar), cuando casi todo fue mezclado (como el café con chícharos) y se desplazaron de la palestra, a autores que intensificaron con la marca de su, territorio como los lobos y los gatos, una “poesía del lenguaje”, acentuando cada vez más su incomunicación y el conflicto de cómo “integrar” (palabra muy usada por entonces en el argot popular), lo conversacional hasta lo antipoético (venido de la influencia nicaragüense de Ernesto Cardenal, aunque con menos excesos por suerte), a poemas sociales y políticos por sus temas, pero metidos ya en la controversia del “yo”, para sostener “la identidad” desde otro ángulo.
Si antes de los 90, las citas que aparecían en los libros enviados a concursos o publicados, eran de Rainer María Rilke —recuerdo su poesía publicada en edición masiva—, César Vallejo, Pablo Neruda y Cernuda, después de los 90, se hacían verdaderos palimpsestos (puede decirse que sufrimos una indigestión) con autores que provenían del campo de la crítica, la filosofía y la narrativa. (A falta de escuelas y libros de pensamiento, se transplantaron aquellos, y hubo un gran auge de intertextualidad). Se trataron de borrar las definiciones (esas fronteras de los géneros), y todos querían de alguna manera, “pensar” o “parecer” cosmopolitas a falta de viajar realmente. Cuando estos filósofos ya habían quedado relegados en el mundo, se injertaron aquí a los textos literarios. La escritura empezó a formar un conjunto cada vez más cerrado y ambicioso sobre ella misma, guiada por las influencias de poetas como Fernando Pessoa, Paul Celan, Sanguinetti, Edmond Jabés, Michaux, Passolini, Ajamatova, Tsvietáiva, Jorge Luis Borges y Octavio Paz, entre otros.
A partir de los años 89-90 se desarrollan (en conjunción con la plástica), muchos procesos preformativos y experimentales que resultan novedosos para la poesía cubana —tan poco vanguardista—, y que tuvo entre otros antecedentes, el caso de Luis Rogelio Nogueras ( 1944-1985), autor de “Cabeza de zanahoria”, “La forma de las cosas que vendrán”, y la pintura de los años 80, donde recayó el peso de una crítica social reformista: el kisch, los heterónimos, y la apertura hacia otras zonas del conocimiento con la introducción de autores contemporáneos que habían sido excluidos de los programas de estudios literarios de la universidad o de las librerías (incluso, de autores cubanos) y que ya pasaban “de mano en mano”. Fue un momento, en el que las teorías casi suplantaron las estéticas, y modelaron las poéticas. (Benjamín, Canetti, Kristeva, Blanchot, Barthes, Deleuze, Todorov). El pensamiento europeo llegado hasta la Isla, casi siempre en fotocopias (también en barcos que pasan como ocurrió en el siglo XIX, de contrabando) y luego (manoseado) fue convertido en ficción.
Surgió desde 1991, en la azotea de un viejo edificio de Centro Habana (mi casa), el sitio donde nos reunimos todas las semanas durante siete años o más, autores de diferentes poéticas cuando solo en pocos sitios había luz, allí éramos: “los iluminados”. Este espacio alternativo (que fue llamado “foco cultural” por los burócratas) mantuvo, con un bombillo de muy poco voltaje, un lugar vivo de lecturas y discusión. A falta de otros espacios de resistencia, compartíamos también la comida hecha de arroz con col y “cerelac” (especie de cereal prieto y caliente que nos salvó la vida entonces, pero que no queremos recordar). De estas reuniones, a las que todos llegaban sin otra promoción que el encuentro fortuito en la calle Obispo donde siempre subiendo o bajando nos encontrábamos (por donde ya no sube ni baja ninguno, porque casi todos se fueron), queda alguna foto de un rollo desvaído en la pared.
Entre los autores que participaron de ese espacio físico y mental que fue la Azotea: Juan Carlos Flores, Pájaros escritos, El contragolpe, poeta que rescata el submundo de Alamar, la ciudad construida para el “hombre nuevo”, llamada también “la última provincia del Este”. Antonio José Ponte, Asiento en las ruinas” y Almelio Calderón, Fragmentos para una caballo de aire, viven en España; Damaris Calderón, Roer un hueso, extraordinaria poeta de la que recordamos siempre: “Esta sería la única mentira en la que siempre creeremos”, poema que marcó toda una época con su fuerza, ahora reside en Chile; Ornar Pérez, que escribió Algo de lo sagrado —uno de los libros más importantes de los 80, por su poesía civil y desacralizadora—; Víctor Fowler Calzada, El próximo que venga, El maquinista de Auschwitz, Malecón Tao, poesía lírica y conceptual a la vez, que trata de recoger el duelo entre el mundo que construimos sobre el que otros van deconstruyendo sistemáticamente a nuestro pesar; Rolando Prats Páez, con Sin ltaca; Armando Suaréz Cobián, Corre ve y dile, viven en New York; Sigfredo Ariel, Peces tropicales, Hotel central, Born in Santa Clara, mirada contemplativa de los objetos, sus seres y la ciudad; Carlos Augusto Alfonso, con poemas legendarios como La cola del pan o Pastoreo Wasan. Sus libros: Cabeza abajo, Serbal, trazan una conducta “esquizo” entre lo popular y lo elevadamente culto; entre la Historia con mayúscula y la calle, uno de los pocos neobarrocos cubanos (porque la herencia de Lezama que llevada por Severo Sarduy a la Argentina diera: “Cadáveres” de Perlonger, El Fiord de Osvaldo Lamborghini, La partera canta de Arturo Carrera, con su crudeza y habilidad para desmenuzar la historia, no fructificó en la Isla, donde la Historia en grande tiene un sobrepeso sacralizador.
Ismael González Castañer, Mercados verdaderos, Misiones (donde la gracia y la ironía logran una poesía ligera y complejísima a la vez, con varios estratos o niveles de discursos y poses caricaturescas, cercana a la pintura de L’Andaluce —pintor de la colonia que representó a criados y esclavos). Caridad Atencio con su experimentalidad; Rito Ramón Aroche rompiendo los presupuestos de su escritura anterior, Dígitos en el óvalo y Alessandra Molina (Aliuska para nosotros), con Anfiteatro entre los pinos y As de triunfo, llena de misterios y paisajes mentales; pensamiento y naturaleza, en una conjunción extraña, vive ahora en los Estados Unidos.
Anfiteatro entre los pinos fluye como un río hacia la frondosidad y casi sin metáforas, solo con imágenes (cosa dificil de hallar en la poesía cubana), se desliza transparente. Es un libro de metamorfosis: la madera en la que todo se convierte (ver el poema IV, Madera). “El lenguaje”, dice la autora, “no hay razón para olvidarlo, tiene su fama y su flora de lujo. Su materia vegetal”. Ella antropomorfiza los seres en la flora de un bosque, por donde uno penetra y camina. Logra la voz de esa naturaleza artificial (Ver “Museo”, dedicado a Sivlia Platt). En “Museo” hay “un duro y blando hueco”, en el museo de ciencias naturales y es aquí el interesante giro de un autor que no es romántico, porque ha puesto en el espacio de un museo, de un teatro, de un cuadro, su bosque, el pajar, el nido. Confío también en alguien, que no le teme a “las palpitaciones de su corazón” o, a “barcos que aliviarán la premura”. El mistério de Aliuska está en la confesión que se adentra en nosotros hasta una región tan profunda y humana que logra abrir su página-bosque a un paisaje que se vuelve existencia.
Los integrantes del grupo “Diáspora (s?)” realizaron una revista fotocopiada que llevaba ese mismo nombre y circuló de mano en mano. Rolando Sánchez Mejías, conDerivas y su poema “N”; Carlos Aguilera, con “Retrato de Hooper”, poema irreverente y “Mao”, un poema político que terminaba remarcando sílabas y escupiendo; Pedro Marques de Armas, con “Cabezas”; Rogelio Saunders con “Father Pound” (alteración de la sintaxis, de la grafía: “un Pound tropical”); Ricardo A. Pérez con “Trillos urbanos”, “Jeanot o el otro ruido de la noche”, “Oral B, “Para qué el cine”. Casi todos los integrantes de “Diáspora (s?)” tuvieron una formación autodidacta o se graduaron de carreras lejanas a la literatura.
Si algún desplazamiento hubo entonces fue el de intentar, sacar a la escritura de los límites de otros discursos y llevarla hacia la zona antropológica del propio proceso de su oficio. No creo que este fuera un hecho aislado o local, en el que influyeron, en su desplazamiento, autores neobarrocos argentinos y cubanos (como Carrera, Kózer, Sarduy, Perlonger, Saer, los hermanos Lamborghini —trayendo de nuevo un neobarroco “masticado” de vuelta a la isla— y la poesía norteamericana con Allen Ginsberg, John Asbery y Robert Creeley. Fue la época que pudiéramos nombrar cómo “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Y, como profecía de la cita de Marshall Berman, sucedió que aquellos textos y autores se desvanecieran también en el aire, dejándonos poemas como “Jeanot o el otro ruido de la noche”, de Ricardo A. Pérez: un texto de tono narrativo, donde la fábula insiste en trastocar los límites de tres sujetos encadenados a la imposibilidad de una pasión. Uno de los textos que recuerdo por su intensidad; por la estructura rota del sujeto y del contexto. Un texto donde lo que está en el presente se ha fugado al pasado, a otra historia oculta y paralela: ambientes reciclados, ironía, burla, palabra descontextualizada para sacar todas sus vetas a lo actual. Clásico y vanguardista al mismo tiempo.
¿Pero hubo vanguardia en aquella época? Recuerdo cómo Carlos Augusto Alfonso, en los años 80, recitaba su poema “KTP” al ritmo de la batería (KTP era el nombre de la máquina cortadora de caña). Pero, salvo vanguardismo por las minúsculas o por las roturas producidas en las sintaxis o por la musicalidad, sobre todo en la poética irreverente de Carlos Aguilera o en los perfomances que realizó (con precariedad de materiales —porque no había ni ratas por los alrededores), esto no fue posible. Eso sí, apunto esta intención de algunos integrantes de Diáspora (s?)y de Carlos Augusto, con “Serbal”, como los únicos intentos de una vanguardia poética cubana.
Poco cruce de revistas, carencia de discusiones u otros intentos de que sobreviviera esa vanguardia poética —cuando las revistas pertenecen solamente a una promoción cultural institucionalizada. Sólo nombrarse como grupo, “Paideia”, 1989, proyecto que se propuso la desacralización del artista y la voz del “intelectual orgánico” de Gramsci o, “Diáspora (s?)”, era ya una provocación a los estatismos de la época. A diferencia de la vanguardia del 27, esta vanguardia pobre y colapsada, fue creada ante todo, por poetas (cuando muchos pintores ya habían abandonado la isla).
Fue un tiempo de éxodo, de pérdidas (como el suicidio de Ángel Escobar hace ya catorce años, y de Raúl Hemández Novás). “La nave que se hunde, siempre / da náufragos; y todos los náufragos son huérfanos/ y creen en los augurios / esas supersticiones que tienen los deseosos / pueden hacerlos llegar a otra costa, a una costa cualquiera: / calafatear otro barco y hacerse, / de nuevo, a la mar …hasta que la nave que cuidan sin melindres vuelva a hundirse. / Son además, tercos. No volverán a construirla / una nave y otra son la misma / porque tienen paciencia y orgullo, y saben que siempre fueron náufragos, que siempre fueron huérfanos … en cada naufragio hay el vestigio de algo… / Pero yo no soy un náufrago” (de “El tablón del ahogado”, de Ángel Escobar).
Escobar, muerto antes de los cuarenta años, es uno de los más lúcidos poetas cubanos. Rompe la sintaxis, la confianza, la finalidad, para crear certezas en medio del desamparo. Hay en él una fuerza, un dolor, cuyo detallismo sobre un “tomacorriente” se vuelve sentimiento. Pudiéramos arriesgamos y hablar de un Ángel neobarroco, por los extremos que toca su lenguaje. Lucha Ángel por un lugar en el país de la razón y quiere que la razón sea su causa. Queríamos hacer un puente, una permanencia, una antología, un grito, una revista, algo que no “hiciera agua” por todas partes; algo que resistiera —como el tablón de Ángel—, la confirmación de que todo no había sido fracaso, engaño, postergación.
Los poemas suyos que hallé entre otros papeles amarillentos, años después de su muerte, pertenecen a una antología llamada La vía pública. Tampoco recuerdo el motivo por el que me los dejó. Su estilo conversacional se enfrenta al tema de la locura al tratarla contra la razón: “los locos seguiremos piedra y piedra / contra el techo de zinc de su cordura” (de “La canción del loco”). “Y por eso me dicen transeúnte, porque siempre las puertas / me dan con el trasero en pleno rostro” (de “Las puertas”). Los normales, sanos y cuerdos tienen normas que mantener, él sabe que sus puertas estarán cerradas para él, el “huérfano abollado”.
El otro tema de Ángel Escobar es la confianza: en la entrega, en la fidelidad. Cordura y confianza son sus estímulos. “El sol se reduce a cuatro noches / para tocar mi bulto de confianzas” (de “Canción de última hora”). Antes de leer de nuevo sus poemas, pienso en la dichosa cordura y en el profundo razonamiento con el que Ángel tomó la profesión de Poeta y de Cuerdo. Cada acto es una avería que taladra el texto sin alardes ni extravagancias ni trucos, usada para disfrazar “la locura”, produciéndola como un juego desde la lógica y la razón. Porque, él estaba dentro de ella, no tenía que tomar de afuera fuerzas prestadas ni renovarlas con trampas para cazar ratones o arabescos mentales. Los poemas fueron un descanso para él, un lugar de sosiego; un alto al agobio de vivir. Sin ellos, “como un cordón de hormigas metiéndose en el hueco” (de “Canción de última hora”) ¿cómo soportar el peso de la enfermedad y la sinrazón?
Otro tema de Ángel es el miedo: “…y he llegado a saber que soy un hombre / y que me tengo miedo”, dice (de“Canción de última hora”). Este es un tema sobre el que no pocos han escrito, filósofos, escritores (recuerdo la magnífica cita de Hobbes con la que Roland Barthes comienza su libro “El placer del texto” y pienso en su relación con los poemas y la vida de Ángel Escobar: “la única pasión de mi vida ha sido el miedo”, nos dice).
Queríamos hacer un puente, ese gran barco que pasa, obviar su territorialidad, ortodoxias o maniqueísmos. Queríamos una permanencia, una antología, un grito, una revista, algo que no “hiciera agua” por todas partes; algo que resistiera (como el tablón de Ángel), la afirmación de que todo no había sido fracaso, engaño, postergación. Algo que no delimitara la cultura a ese gran barco que pasa.
Quiero agregar algo más de un poeta marginal de la generación de los 80, Juan Carlos Flores, y cito parte de un prólogo que escribí con motivo de su libro por entonces, Distintos modos de cavar un túnel (premio Julián del Casal 2002): “…la circularidad es su única posesión. Baja hasta los fosos, las tuberías, los caños perforados por donde su paso-palabra resuena como un golpe seco y vibrante. Ese gong metálico es un corazón de hojalata que abre y cierra frases fundidas (heridas) de animal que devora sus propios huesos. No tiene salida ni oportunidad más que roer el hueso dejado, lamer la pata (la sarna-soledad), los recovecos del horror, su marginalidad. Estos poemas recorren al ciudad por debajo, se instalan en el submundo donde los charcos, las ratas, acogen al vagabundo que resiste las embestidas de un afuera soñado. No hay exteriores ni ventanas: hay huecos, pisadas sobre un césped cortado de raíz y calcinado luego… Su influencia más cara es la limpieza de los versos ingleses, alemanes, rusos, ‘alamares’; su exactitud; la constancia en las repeticiones para lograr el efecto de vencimiento… Suburbano de profesión, Juan Carlos Flores es un niño callejero y maldito… EI niño esquizo que hace malabares con la única verdad que tiene: su oficio de ‘escribidor’, como vividor de lo escrito; como comedor de una especie de opio que se llama poesía-mandrágora… Ningún otro poeta vivo que yo conozca (cubano) habla actualmente de la poesía y de los poetas como él. Él vive de sus lecturas: su comida es la palabra, una perforación intestinal…”
¿Qué es la “Torre de Letras”?
En el 2001 surge el proyecto “Torre de Letras” a partir de un encuentro con poetas de la “Escuela del lenguaje” de la Universidad de SUNY, en Búfalo, dirigidos entonces por Charles Bernstein que visitarían La Habana para hacer un festival. Después del éxodo al que me referí, mi idea era que los autores que todavía quedaban en la Isla tuvieran un sitio para leer, dar sus conferencias y publicar sus obras de una manera alternativa, sin propaganda de los medios, un sitio para trabajar y producir —también crear una biblioteca que fuera la biblioteca del escritor, con los libros más necesitados y queridos de algunos de ellos—, y que la Torre —cúspide del punto más alto de la colonia en la Habana Vieja—, recibiera otros proyectos de artistas y que allí se otorgaran becas muy discretas para ayudar a los escritores con sus proyectos.
Así, en esa vieja torre abandonada comenzó aquel encuentro con poetas de Búfalo, y se realizan desde entonces talleres, charlas, lecturas, cursos de edición y de diseño, se proyectan películas, etc. y donde la idea central ha sido, la de desarrollar la literatura a partir de las lenguas (ya que habíamos carecido de buenas traducciones de poesía y de ensayos). Por mucho tiempo, los traductores hacían su labor y luego, se encargaba a un poeta como mediador para verificar la traducción realizada, sistema que no nos parecía adecuado, era preferible siempre, que un traductor, aunque no fuera “el gran traductor”, aunque no fuera un traductor “a término”, hiciera su traducción de acuerdo a los conocimientos que tuviera sobre el autor y su deseo de llevarlo a la lengua española. Durante diez años ya, la Torre que ahora ocupa el noveno piso de otro edificio de la República, en la calle Obispo, un lugar muy reducido, también en La Habana Vieja, ha realizado una colección de libros bilingües de autores universales traducidos por escritores cubanos cuya obra les ha sido afín, y otra colección de poesía que ha incluido autores cubanos de dentro y fuera de la Isla y también de otras regiones. Estos libros cosidos a mano, dependen de la imprenta que pertenece al Instituto Cubano del Libro, aunque son preparados y cosidos por nosotros, ya que no existe la impresión privada en Cuba. Se imprimen doscientos diez ejemplares, no se venden, se envían a bibliotecas y provincias, pasan casi siempre de mano en mano. El editor de los libros de traducción ha sido Jorge Miralles, y yo me encargué de los libros de poesía (entre otros, se han publicado: poesía alemana, argentina, brasileña y norteamericana desde los años 50; José Kózer, antología; Ricardo Alberto Pérez y Juan Carlos Flores, antologías; Lorenzo García Vega por primera vez publicado en Cuba; Henri Michaux; Edmond Jabés; Frederick Maryorcker; Braudillard).
También hemos realizado una revista, Azoteas que tiene solo siete números, al estilo de las revistas manufacturadas del siglo XIX y cuya idea central ha sido unir los cabos sueltos, los poetas que viven en el exilio y los que siguen dentro, aunque esto ha sido más el deseo que la posibilidad real de publicarlos. Hará dos años que la revista no sale por falta de papel.
Hijos de los 70
Creo que el fenómeno posterior de la escasez de poetas tuvo su raíz en los años 70, y que padecemos aún, del residuo de aquel nubarrón, “el quinquenio gris”, como se ha llamado a esa época marcada por la desesperanza que deja la ortodoxia y la censura. Los que fueron concebidos por entonces, no han resucitado todavía de los daños recibidos por aquellas radiaciones. Extraña generación que emerge del vacío de un mundo cada vez más deshecho; de la escasez de bibliotecas, maestros y abastecimientos (así como de todo el cine que vimos ruso, polaco, húngaro, francés, alemán por los años 80): Javier Marimón, Leymen Pérez, Matanzas; Marcelo Morales, Leonardo Guevara, Ramón Honda) y Lizabel Mónica, La Habana; Pablo de Cuba, Osear Cruz, Santiago de Cuba; José Ramón Sánchez, Guantánamo; Jámila Medina, Holguín; Legna Rodríguez, Camagüey; Luis Eligio Pérez, Edwin Reyes y Amaury Carbó, Alamar. Cada uno, a su manera, convirtiéndose en vigilantes de la noche: “…vigilante, qué me cuentas de la noche”; aferrándose a la materialidad de la frase que no sostiene ya creencia alguna. Solo, palabras escépticas que aspiran a otra ruta ante tal pérdida (la del hijo menos pródigo, un anti-héroe).
Javier Marimón, autor de El gatico Vasia y El gran lunes un libro-arte editado por “Vigía”, reside hace años en Texas. Pablo de Cuba vive también allí, y Leonardo Guevara, en Illinois. Marimón está más influido por el cine, el teatro: le importa lo visual, esos nuevos valores que actúan en el ojo. Sus movimientos son anárquicos, centrífugos (sustituidos por el dial de un radio que da la misma noticia) escapando a la razón; produciendo una paralización del ego: hacia delante, hacia atrás, sobre deseos insignificantes que se atropellan en el texto, pretendiendo no usar palabras como discursos, sino como gestos, como velocidad; con ritmo entrecortado sobre el muro de ese límite de cemento pegajoso del Malecón.
Hace poco, leí un segundo libro aún inédito de Pablo de Cuba, País sin gramática que rescata “lo incompleto” de Lorenzo García Vega (el poeta maldito de, Orígenes) sobre quien hizo su tesis. Estructura férrea donde construir un parque de diversiones temáticas a través de paréntesis, disociaciones; hierros fundidos con voces intercaladas, parapetos; estableciendo otra apuesta a la duda que viene: “quién podría dar fe —necesidad única— de frases como Sagrada familia o Dios mío…” (de Zaratrustra y otros equívocos, E. Extramuros). Mientras que Leonardo Guevara busca teatralidad, altisonancia, y no solo experimenta con el verso, sino con el cuerpo.
Pasé años esperando el relevo porque, la panorámica de la última década de la poesía en la Isla es fugaz, escurridiza, sin una sedimentación como en los 80 y 90, cuando escuché al poeta oriental, José Ramón Sánchez leer “El lobo: cordel veloz que por mi odio pasa”, en sus poemarios: Aislada noche (Letras Cubanas, 2005) y Marabuzal (inédito) donde pide cuentas, ubicación: “estoy subido en una isla y no lo sé”. En textos breves o de gran diapasón, reivindica otra vez la poesía civil. En su poemario Las posesiones (Letras Cubanas, 2009) Osear Cruz busca, “las necesidades más aborrecibles y urgentes… cuando todo lo demás me haya abandonado”, poesía como única salvación.
Lo rural vuelve a aparecer, no como arabesco o paisaje, sino volviendo a la escritura salvaje. Sé que no hay encadenamiento entre los acontecimientos de carácter salvaje, que no nos piden demostración, son acciones que ocurren, estallan. En Cruz, cuando algo está a punto de enfocarse, se retuerce. En su poema “Quemaduras” habla “…obras de autores rusos como premios” y luego, las quemaba. Poemas drásticos, llenos de dolor, ternura, rencor, ante la desaparición del mundo prometido, que golpea como lo golpearon a él, al que encontró para defenderse: “(guantes-casa), (guantes-padre), (guantes-tierra)”, proponiendo “una física del gesto absoluto”, como quería Artaud.
Jamila Medina publicó, Huecos de araña (premio David, 2008), retomando el tema femenino sin nostalgia, con atrevimiento, ironía: “La mujer sintió el vidrio punzante en el pie izquierdo… la mujer el otro… desiguales sobre todos en su humedad… calibán, caribe, caribú.” Versos irreverentes, clásicos como cuando usa elementos de la mitología; profanos en su defensa de lo actual: “Mujer-hada… mujer bruja… mujer-sierpe… mujer cielo de la boca… mujer boca del estómago.”
Pocos poetas logran con pinceladas mínimas, balbuceos, silencios, un mundo fantasmal. Así, Ramón Honda!, espíritu refinado y parisino: “la música un gesto oculto…donde no hay nota”, se toca en un “mal piano …que se equivoca por placer”. (“Acordes”). El tormento e imposibilidad da un vacío que no quiere rellenarse, con esa “letra …sin voz”, diría, donde halla como Simone Weil: “dos formas de matarse: suicidio o desapego”.
En, “Corrientes coloniales”, Leymen Pérez (Letras Cubanas, 2007) reconstruye la historia del mundo colonial; sus espacios perdidos, intactos bajo el desastre, aunque, su voz, cáustica, sospecha de su imposible reconstrucción. Mientras, Legna Rodríguez, en “Ciudad de pobres corazones”, e “Instalando me” (Ácana) busca un sujeto no lírico: un “sujeto desubicado… que no sabe dónde meterse” y siente, “que lo único que hicimos hasta ahora es callar”. En “Chicle”, un solo ejemplar editado por Mizako, habla de: “almohadilla sanitaria”, “uretra”, “la perra sin hueso, sin sopa …”, es lo más lírico que puede mostrar. Lizabel Mónica hacía perfomances, luego, buscó conceptos como ejes: su poética se mueve dentro del ensayo literario y la filosofía, desarrollando una calculada frialdad.
Hay pocos libros o reseñas sobre la Zonafranca, grupo de Alamar, al este de la Ciudad de La Habana, donde habitan poetas que esculpen, dibujan, cantan, como parte de su vida cotidiana. El ritmo de sus textos proviene de la geometría cuadriculada compuesta por edificios de microbrigada hechos para “el hombre nuevo”. Juan Carlos Flores de la generación anterior fue el eje de este proyecto que mezcla la escritura con el reggae, el hip-hop, el rap, con estructuras gráficas y espaciales: tradición y experimentalidad a la vez. Desde sus “realidades disparatadas” ellos asumen su pasión mística en un espectáculo.
Nombraré solo a dos de un extenso grupo: Luis Eligio Pérez rotura el pavimento, la conciencia; cava una franja por donde aparecen los desagües arrastrando aguas albañales. “Estado de guerra”, es un ensayo poético donde encontramos otra “Calzada de Jesús del Monte”, su homenaje a Elíseo Diego, pero taladrando lo actual. Amaury Pacheco usa trajes con residuos de las tiendas en divisa y una cazuela en la cabeza, replica del sombrero de Manuel de Zequeira. “Grito curi curi …es un hijo del pueblo”. Con esta indumentaria, transita las calles entre frases lanzadas desde muchos ángulos como su propia estampa: robótica, parapléjica.
No quiero olvidar a las revistas artesanales o digitales como: Arique que incluye a poetas de la región y de otras latitudes; Mar desnudo (realizada por la poeta Laura Ruiz) también de Matanzas, con veinticuatro números ya, donde han publicado autores de todo el país, por ejemplo, a Marcelo Morales, Cinema, 1997 y Materia 2009, premio Julián del Casal;Letra c@n acento que publica de diferentes generaciones en la Isla junto con autores que no viven ya aquí; Árbol invertido realizada en Ciego de Ávila por Ileana Álvarez y Francis Sánchez; el blog Del palenque donde se ha hecho un homenaje al poeta Domingo Alfonso y publican textos “Diáspora (s?)” intentando rescatar una memoria a punto de desaparecer;Desliz realizada por Lizabel Mónica con críticas, ensayos y La noria con tres números, de un amplio espectro que incluye traducciones, realizada por José Ramón Sánchez y Osear Cruz, en Oriente.
Esto es una muestra discreta de lo que he cazado aquí o allá, desde los andamios. Voces desperdigadas como un tiempo que, luego del nubarrón, dejó chubascos, granizo, ceniza negra esparcida, intermitentemente. Porque, nuestro único lujo ha sido el tiempo. La resistencia en el tiempo. Les recomiendo las antologías Mapa imaginario de 1995; la revistaEl Caimán barbudo, con el trabajo de Norge Espinosa sobre la poesía actual (Norge Espinosa, autor también de los 90, con Vestido de novia y Dejar la Isla) así como Jugando a juegos prohibidos, selección de Agustín Labrada 1992, Letras cubanas. También la antologíaRetrato de grupo, 1989. La Habana Medieval, realizada en Brasil por de Ricardo A. Pérez. “La tarea del poeta y su lenguaje en la poesía cubana reciente” Víctor Fowler, 1999, artículo publicado en Revista Casa. También un dossier de la revista argentina, Diario de poesía que recogió ocho años de antologías de la poesía cubana actual, recopilado por Daniel Samoilovich. Porque la mayor parte de estos textos se encuentran en antologías, ya que por aquellos años no había papel. Fue un tiempo de conocimiento a través de las antologías y de las fotocopias por donde drenaba toda la literatura universal.
Azotea, 20 de febrero 2011
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