IDEOLOGÍAS LINGÜÍSTICAS Y TRANSMISIÓN EN LAS POBLACIONES CATALANA Y GALLEGA DE LA CIUDAD DE NUEVA YORK

Eva Juarros-Daussà
State University of New York, Buffalo
 
 
1. Introducción

En el territorio que hoy ocupa el Estado español han cohabitado numerosos pueblos a lo largo de la historia, resultando en una heterogeneidad cultural que se ve reflejada hoy en día no sólo en las diversas identidades regionales (por citar unas pocas: castellana, gallega, andaluza, catalana, valenciana, vasca…), sino en la diversidad lingüística sólo parcialmente reconocida por las cuatro lenguas oficiales (castellano, catalán, gallego y vasco) en los respectivos territorios donde tienen una presencia histórica. Prácticamente hablando, sin embargo, la última vez que hubo (relativa) fragmentación fue durante la Segunda República (1932-1939), que tras tres años de guerra civil, acabó en la dictadura de Francisco Franco. Característico de la dictadura fue una voluntad explícita de mantener la unidad nacional, para la cual se percibía que la fragmentación linguística era una amenaza. En efecto, durante esos años se adoptó una política monolingüe que aceptaba el castellano como única lengua oficial para la totalidad del territorio, y, con mayor o menor grado de vigilancia, lo presentaba como único idioma obligatorio (y permitido) en las escuelas y en el ámbito político y social.

Cuarenta años de represión lingüística, sin embargo, no lograron acabar con las otras lenguas del país, de manera que cuando en 1974 murió Franco y se restableció la democracia, la nueva constitución, como parte del propuesto modelo de comunidades autónomas, reafirmó su reconocimiento de la diversidad cultural del país otorgándoles cierta autonomía a los gobiernos regionales en cuestiones de lengua y educación. Así, a cambio del compromiso de mantener la unidad nacional, la constitución de 1978 incluyó los Estatutos de Autonomía, según los cuales el gobierno central se comprometía a apoyar a las diversas comunidades autónomas en sus esfuerzos de revitalizar la lengua patrimonial en sus territorios, tras el estado precario en que la represión franquista había dejado a las lenguas estatales diferentes del español. En el caso de Cataluña, por ejemplo, puede afirmarse que, al acabar la dictadura, una generación entera de individuos letrados en español era incapaz de leer o escribir en catalán, ya que no había estudiado este idioma en la escuela, y en muchos casos carecía también de conocimientos orales en dicha lengua. Esta situación de analfabetismo asimétrico de la población nativa de Cataluña se había visto además agravada por las olas migratorias internas de las décadas de 1960 y 1970, durante las cuales miles de personas de regiones como Andalucía, Galicia y Extremadura se instalaron en Cataluña buscando oportunidades laborales. La mayoría de estos inmigrantes castellanohablantes ahora residentes en Cataluña no aprendió nunca el catalán, ya que no lo necesitaba; por su parte, con la presencia del castellano en la calle gracias a los inmigrantes nacionales, además del monopolio castellano de los medios de comunicación, los catalanes completaron su proceso de bilingualización en castellano, al añadir el registro coloquial a los registros formales aprendidos en la escuela y a través de las relaciones comerciales y culturales con las otras partes del país.  De hecho, durante esta época se extinguió la figura del hablante monolingüe en catalán, con lo que aumentó la vulnerabilidad de esta lengua. De ahí que, al acabar la dictadura, se entendió que el reto lingüístico de Cataluña consistía en restaurar el uso normal de la lengua patrimonial1, es decir, la extensión del catalán a todos los contextos en los que se utiliza una lengua en condiciones en los que ésta no ha sufrido una represión activa.

Con este objetivo en mente, a partir de la década de 1980 se lanzaron una serie de campañas de revitalización linguística que continúan hoy en día. Estas campañas, enmarcadas en un contexto bilingüe, estaban marcadas por una ideología altamente monoglósica (del Valle, Monoglossic), de acuerdo con la cual se promocionaba un modelo bilingüe en el que las gramáticas de las respectivas lenguas se mantenían separadas, claramente definidas y en gran medida inamovibles, y se desfavorecía cualquier forma de interferencia o polifonía entre ellas a favor de un purismo académicamente determinado (Woolard, Grosjean). Aún más, se interpelaba a todos los grupos sociales (niños, adolescentes, adultos, mayores, hablantes nativos, hablantes potenciales de catalán como lengua no familiar o extranjera) a que adoptaran la lengua minorizada como lengua usual en todos los ámbitos comunicativos, producciones artísticas y culturales, y transacciones comerciales. El resultado de estos esfuerzos fue, según datos censuales, un observable aumento de las capacidades lingüísticas tanto del catalán como del gallego en la población, sin disminuir sus habilidades en la lengua castellana. En Cataluña, por ejemplo, las encuestas parecen indicar que el conocimiento del catalán crece en una primera fase (de 1986 a 1996), si bien presenta un descenso en una segunda fase, a partir del año 2000. Este descenso puede relacionarse con una segunda oleada masiva de inmigración en la región, esta vez en el contexto de los movimientos migratorios globalizados generales a partir del final del siglo XX. En efecto, entre el año 2000 y el 2007, la población de Cataluña aumentó de 6 a 7.5 millones, y el porcentaje de habitantes no nacidos en territorio español pasa bruscamente de un mínimo 1.5% en 1996 a un nada despreciable 15% en 2008 (Comajoan; Juarros-Daussà y Lanz). Los oficiales responsables de la política lingüística reaccionaron a esta repentina diversidad lingüística con una serie de iniciativas dirigidas a integrar lingüísticamente a los nuevos habitantes y a utilizarlos para apoyar sus esfuerzos de revitalización del catalán (Juarros-Daussà y Lanz), cuya eficacia está aún por verse. En todo caso, las acciones en torno al catalán se conocen generalmente como un ejemplo del éxito que una política lingüística asertiva puede ejercer sobre el destino de una lengua amenazada en su propio territorio.

 

2. Los inmigrantes catalanes de Nueva York

Los inmigrantes catalanes actualmente residentes en la ciudad de Nueva York se pueden caracterizar dentro de la categoría de lo que Lindenfeld y Varro llaman inmigrantes afortunados, o inmigrantes de oportunidad. Esta población, definida en contraposición a los inmigrantes de necesidad (Extra y Verhoeven), se caracteriza por haber emigrado aprovechando la oportunidad de mejorar unas condiciones de por sí favorables en el país de origen, por ejemplo la brindada por una beca de estudios superiores, un matrimonio o una promoción profesional. Normalmente, al llegar al nuevo país, los inmigrantes afortunados no buscan una comunidad de compatriotas que ya haya establecido una identidad minoritaria, y en muchos casos no son precedidos por una reputación étnica ni asociados a unos estereotipos determinados. Como emigrantes inmersos en complejas redes sociales que abarcan dos continentes, mantienen unos estrechos vínculos con sus familias extendidas en el país de origen, mediante frecuentes visitas y comunicaciones telefónicas y electrónicas. Otra característica de esta población es el elevado número de matrimonios mixtos, sea incluyendo un cónyuge estadounidense, o con ambos cónyuges de origen no americano (en cuyo caso a menudo se introduce una lengua adicional a las tres ya mencionadas). Dado que viven en la ciudad de Nueva York, no es de sorprender que el nivel socioeconómico de estas familias sea medio-alto, con abundancia de abogados, consultores, empresarios y comerciantes, agentes de bolsa, ingenieros informáticos y arquitectos, aunque también hay tratantes de arte, profesores, investigadores, personal sanitario y mujeres que no trabajan a tiempo completo para dedicarse a la crianza de los hijos. Habiéndose asimilado a la cultura urbana de Nueva York, nuestros entrevistados expresaron unas expectativas personales y educativo-profesionales para sus hijos ciertamente ambiciosas, dando por sentado que sus hijos hablarán varios idiomas, se formarán intelectual y artísticamente, y en definitiva tendrán acceso a las mejores ofertas educativas del país; en su gran mayoría, los padres seleccionan cuidadosamente las escuelas que con más probabilidad facilitarán que sus hijos adquieran una cultura cosmopolita con un importante componente de internacionalidad, de manera que muchos de estos niños cursan sus estudios en colegios privados bilingües (en muchas ocasiones añadiendo lenguas adicionales a las utilizadas en el seno familiar).

Al llegar a los Estados Unidos, los inmigrantes catalanes se encuentran con una sociedad altamente multilingüe que, sin embargo promueve la hegemonía del inglés (García y Fishman; del Valle, US Latinos; Schmidt), y en la que el español está masivamente presente en todos los ámbitos sociales, con la población latina gozando de creciente visibilidad (Leeman) y el idioma español siendo instrumentalizado por ciertos agentes con propósitos culturales y comerciales (del Valle, US Latinos). El catalán, por su parte, tiene una presencia mínima, por no decir nula, en el contexto nacional, aunque es cierto que concretamente en la ciudad de Nueva York existen una serie de agentes que lo hacen más visible (verbigracia, a través de los actos culturales y representativos de la delegación residente del gobierno autonómico y su departamento cultural, el Institut Ramon Llull; la asociación de catalanes en Nueva York, llamada Catalan Institute of America; la peña de seguidores del F.C. Barcelona; el Catalan Center de NYU hasta su disolución en el año 2011; y las clases de lengua y cultura catalanas ofrecidas en la Universidad de Columbia y en ocasiones con apoyo del Instituto Cervantes).

Por que se refiere a la transmisión lingüística intergeneracional en los Estados Unidos, numerosos autores han señalado que, a pesar de la riqueza lingüística del país, la tendencia es que al alcanzar la tercera generación las familias originalmente multilingües sólo hablen inglés (Fishman; Silva-Corvalán). Las excepciones a esta generalización se refieren a casos en los que la segregación económica y social o el establecimiento de enclaves étnicos sólidos han permitido una actividad económica o religiosa encapsulada que favorece la conservación de la lengua (García y Fishman; García). En el caso del español, con una presencia histórica dominante en gran parte del territorio nacional, se ha notado que la transmisión puede traspasar la barrera de la tercera generación debido al apoyo mediático y al continuo flujo de migración procedente de países hispanohablantes (Lipski; Silva-Corvalán; Finegan y Rickford). En el contexto de la población urbana de clase medio-alta que nos ocupa, la popularidad de una ideología cosmopolita (Brennan) podría también estar apoyando el mantenimiento del multilingüismo familiar, aunque con el caveat de que ciertas combinaciones de lenguas se verían claramente favorecidas (por ejemplo, el bilingüismo en inglés y español, o la adquisición temprana del mandarín, que por razones de proyección económica está gozando de una popularidad creciente en esta población), mientras que otras combinaciones gozarían de menos aprecio.

 

2.1. Expectativas sobre la transmisión intergeneracional

Dadas las circunstancias mencionadas en el párrafo anterior, las expectativas razonables a la hora de prever las lenguas elegidas para la transmisión en los inmigrantes catalanes residentes en Nueva York se pueden resumir como sigue. En primer lugar, algunas familias acabarán convergiendo al inglés, sea debido a la ideología dominante, o debido a que es la única lengua que todos los miembros de la familia tienen en común. Si bien la ideología cosmopolita y las oportunidades que brinda la ciudad de Nueva York podrían disminuir la proporción relativa resultante de familias monolingües, es de esperar que ésta es todavía una posibilidad notable (sobre todo para las familias en las que uno de los padres tiene el inglés como lengua nativa). Por otra parte, para las familias que deciden criar a sus hijos en un ambiente multilingüe, la predicción más razonable conduciría a pensar que los idiomas elegidos serían el inglés y el español, por su presencia saliente en el contexto de la ciudad y la nación. Especialmente en los casos en los que los padres deben elegir cada uno una lengua diferente del inglés para la transmisión (siguiendo la estrategia más usual de una sola lengua por cada progenitor), las probabilidades de que se elija el catalán por encima del español son pocas.

En cuanto a los factores que determinan las elecciones de los padres, cabe suponer que los valores económicos y profesionales asociados a las lenguas disponibles jueguen un papel importante. De ser así, sería de esperar que tanto el inglés como el español desplazaran, una vez más, al catalán.
 

2.2. El estudio de Nueva York

El estudio en el que se basa este artículo contiene un componente etnográfico y un análisis cuantitativo consistente en un breve cuestionario anónimo que se distribuyó en persona a la vez que se pedía a los participantes que enviaran sus respuestas por correo. La descripción del cuestionario y los resultados cuantitativos pertinentes se han presentado ya en Casesnoves-Ferrer y Juarros-Daussà, por lo que en este artículo sólo los resumiré y me centraré en el análisis cualitativo, basado en entrevistas individuales o en grupo reducido, observaciones participativas, y conversaciones informales en el transcurso de los últimos cuatro años.

Para ambos estudios, se seleccionaron veinte familias en las que uno de los progenitores había nacido y crecido en Cataluña durante los años de las intensas campañas lingüísticas descritas anteriormente, mientras que todos los hijos tenían la nacionalidad estadounidense por nacimiento. La media de residencia en los Estados Unidos era de tres años, aunque muchos de los participantes llevaban de entre cinco a diecisiete años viviendo en este país. En nuestro estudio, se seleccionaron sólo aquellas familias en las que los progenitores manifestaban una voluntad explícita de mantener y transmitir una identidad minoritaria catalana a sus hijos en cierta medida, y aquellos que habían decidido criar a sus hijos en varias lenguas. Para reclutar a los participantes, se utilizaron contactos facilitados por elCatalan Institute of America y el Instituto Cervantes, a partir de los cuales la técnica de la bola de nieve y la oportunidad proporcionaron suficientes sujetos.

Tal como ya se presentó en Casesnoves-Ferrer y Juarros-Daussà, el cuestionario reveló que la transmisión del inglés en todas las familias estaba asegurada, ya que los participantes afirmaron que todos los componentes de la familia eran competentes en dicha lengua. En cuanto a las otras dos lenguas contribuidas por el progenitor catalán, se observaba que, mientras que un 78.9% de los hijos primogénitos sabían catalán, sólo un 68.8% sabían español (los porcentajes para el segundo hijo eran del 78.9% y el 60% respectivamente).2 Es decir, que mientras había muchos casos en los que ambos idiomas se estaban transmitiendo, había una proporción importante de familias en las que la transmisión del catalán se había priorizado a la del español. Este dato es quizá más sorprendente si consideramos que por parte del cónyuge no catalán, el conocimiento del español superaba al del catalán en un 20% de los casos, con lo cual el español era una lengua común en el matrimonio en más casos que el catalán. Como explicación de estos resultados, las autoras del estudio presentan datos cuantitativos procedentes del mismo cuestionario, referentes a las actitudes lingüísticas de los participantes. Casesnoves-Ferrer y Juarros-Daussà concluyen que

La clave [de la preferencia por el catalán sobre el español en la transmisión]  (…) se encuentra, no en los valores instrumentales (económicos o prácticos) asociados con dicha lengua minoritaria, sino en el papel que la lengua minoritaria tiene en la construcción de identidad, la satisfacción personal y el sentimiento de pertenencia al grupo (valores integrativo y personal)

Concretamente, mientras que todos los participantes asignan alto valor instrumental tanto al inglés (88%) como al español (74%), comparados con el catalán (50%), esta última lengua recibe valor integrativo (97%) y personal (96%) en una proporción mayor que el inglés (con 47% y 65% respectivamente) y el español (57% y 69% respectivamente). En las entrevistas personales se refleja esta distribución de valores claramente. Por ejemplo, un padre reconoce que3

Hombre, no, [el catalán], servirles para encontrar trabajo y demás, no. Para eso si acaso sería el castellano.

De hecho, el valor económico y profesional del español es la principal razón por la que muchos padres incluyen esta lengua en la transmisión familiar, sea adoptándola como lengua familiar, inscribiendo a sus hijos en clases de español (incluso en los programas bilingües disponibles en el sistema público escolar de la ciudad, aunque en contadas ocasiones), o introduciendo una tercera persona como niñera más o menos presente. Una madre que usa el español regularmente con sus hijos, por ejemplo, explica su opción diciendo

Entre el catalán y el español, pues claro, era más lógico… simplemente por razones prácticas, que los niños aprendieran español… Simplemente, por el impacto que podía tener en sus trabajos en el futuro, y la relación con la gente de España y de otros países aquí.4

Sin embargo, la misma madre explica que

Cuando me enteré de que estaban ofreciendo clases de catalán para los niños aquí, los apuntamos en seguida, porque me di cuenta de que era importante que entendieran de donde vienen.

El resultado es que sus hijos hablan (y leen) con gran proficiencia el español, mientras que su conocimiento de catalán es más pasivo. El caso opuesto lo presenta otra familia en la que la alta complejidad lingüística familiar ha llevado al progenitor a elegir el catalán como lengua usual de comunicación con sus hijos, mientras que deja el aprendizaje del castellano en manos de la escuela, la osmosis en los viajes a Cataluña, y la niñera ocasional; dice la madre:

Yo creo que sí, hoy en día, que el español les da una herramienta más para encontrar trabajo […] es solo que yo les hablo en catalán y él en Japonés, y el inglés […] pero espero que sí, que lo aprenderán, también, el castellano, más adelante.

Cabe señalar que a los ojos de estos inmigrantes, el catalán, sin embargo, no está exento de valor instrumental, seguramente reflejando el efecto de las políticas lingüísticas:

Antes no, pero ahora, el catalán sí que les puede servir. En Cataluña, ya sabes, si quieres conseguir un trabajo has de pasar el nivel C5[…] Hasta Tom6 lo está aprendiendo, por si acaso volvemos.

La preferencia por la lengua minoritaria en la transmisión, por tanto, no depende del valor instrumental asociado con ella, sino de que los valores integrativos y personales asignados a esta lengua son más elevados que los del español o el inglés. Refiriéndose a los primeros, dice una madre:

Encima que [mi familia] no lo [a mi hijo] ven demasiado, cuando va, no será el guiri, ¿no?

Asimismo, otra madre dice:

Quiero que [mis hijos] tengan primos, y tíos, y abuelos […] si no, qué triste, ¿no?

, indicando que hablar catalán es un requisito para participar plenamente en las actividades de su familia extensa.  En cuanto al prestigio social asociado con la lengua, una vez más podemos encontrar ecos de los esfuerzos revitalizadores de las últimas décadas. Una madre, con cierta socarronería, comenta:

Le dije a [una figura pública amiga de la familia] que mis hijos hablaban catalán y alemán además de inglés, pero no castellano, y va y dice ‘¡Les tendremos que dar una medalla!’7

Sin embargo, abundan las quejas sobre cómo se recibe la opción de transmitir el catalán en lugar del español en el territorio de origen, no siempre favorablemente:

Yo tengo amigos [en Cataluña] que no entienden que yo aquí esté haciendo esfuerzos para que [mis hijos] aprendan catalán (…) y me dicen ‘¿por qué, catalán? ¿Y para qué les va a servir, el catalán?’

Cuando voy a Barcelona, lo que quiero es hablar catalán […] me molesta mucho cuando mi madre, el dependiente de la tienda… no sé, es que lo hace todo el mundo […] me hablan en castellano […] sobre todo si me oyen hablar con Tim [el marido] […] yo les insisto que les hablen en catalán […] que aquí nunca lo pueden practicar

Sólo nos falta que aquí [NYC] en la escuela sólo les importe el inglés (…) que después, allá [en Cataluña] lo único que oyen [los hijos] es ‘¡Oh, qué bien, que hablen inglés’ (…) y yo me he de estar oyendo (…) que ‘el castellano también lo tendrían que aprender, ¿eh?’

Quizá el valor más determinante sea el papel que tiene la lengua minoritaria en la construcción de identidad y la satisfacción personal (Wölck), que en el cuestionario resultaron ser significativamente más altos para el catalán que para el español o el inglés. Respondiendo a sus razones para transmitir el catalán a sus dos hijos, una madre responde simplemente:

Es quien soy; a mí a mi hijo no me sale hablarle en otra cosa […] es lo que me sale de dentro.

Para algunos, hablar catalán con sus hijos les ofrece una manera de procesar el sentimiento de estar entre dos mundos que acompaña a la experiencia de la migración, dándoles suficiente ilusión del retorno sin necesidad de efectuarlo, y manteniendo así el deseo de no volver a un pasado más simple en el que no tenían la dualidad identitaria propia del emigrante (Lanz y Juarros-Daussà):

Porque al final no eres ni de aquí ni de allá, y tener estas raíces es una manera de sentirte identificado con algo. Y el idioma es el punto número uno; si no tienes el idioma, todo lo que hay detrás carece de sentido.

Ciertamente, la relación que muchos de estos catalanes emigrantes tienen con su idioma minoritario parece tener una intimidad singular:

Yo hace quince años que estoy aquí, y hablo inglés cada día y eso […] pero reírme […] sólo me río en catalán.

En resumen, los catalanes emigrantes de Nueva York escogen su lengua minoritaria en la transmisión intergeneracional, a veces incluso a costa del español, que como lengua mayoritaria y con una notable presencia en el país, parecería tener más posibilidades, en una proporción que contradice las expectativas. Los padres que transmiten el catalán parecen estar motivados, no por razones económicas o prácticas, sino por el papel central que juega la lengua minoritaria en la construcción de identidad tanto paternal como filial.

Frente a esta situación, cabe preguntarse hasta qué punto es general esta situación en la que la lengua minorizada es preferida a la lengua con más apoyo social, al menos en situaciones en las que la hay una voluntad explícita de transmitir la identidad minoritaria asociada con dicha lengua. Para abordar esta cuestión, es pertinente comparar a las familias catalanas con las familias de emigrantes gallegos residentes en la ciudad.

 

3. Los inmigrantes gallegos de Nueva York

Las poblaciones catalanas y gallegas tienen en común su bilingüismo nativo y la naturaleza minorizada de su lengua revitalizada, pero difieren en los perfiles de actitud hacia su lengua propia en el territorio de origen. Al contrario que en el caso del catalán, la sustitución del gallego por el castellano afectó primero a las clases altas, para extenderse luego, durante el franquismo, a la clase media urbana. El gallego, clasificado como lengua rural, cayó en gran desprestigio, y tras la dictadura, la gran mayoría de gallegos era analfabeta incluso en competencias orales en su lengua propia, pero completamente competentes en castellano. A partir de los años de 1980 se lanzaron campañas de revitalización lingüística y leyes de protección del gallego paralelas a las ya mencionadas para Cataluña (aunque menos tajantes en la escuela, donde nunca se adoptó una inmersión exclusiva en gallego, a diferencia que en Cataluña). El efecto modesto de dichas campañas puede en parte atribuirse a su sesgo monoglósico en una comunidad en la que la ideología lingüística prevalente es heteroglósica, de acuerdo con la cual coexisten múltiples normas de comportamiento lingüístico sin comprometer por ello la identidad minoritaria (del Valle, Monoglossic). En todo caso, los datos censuales de que disponemos parecen indicar que en Galicia, al igual que en Cataluña, se produce una primera etapa en la que el conocimiento y el uso de la lengua aumentan, mientras que a partir del año 2000 se entra en una nueva fase en la que éstos disminuyen. Mientras que en el caso del catalán se ha identificado el impacto de la inmigración globalizada como factor en buena medida responsable de dicho cambio, en Galicia, a la que no han afectado los flujos migratorios de igual manera, el descenso sólo se puede atribuir a una pérdida de motivación por parte de los hablantes más jóvenes de usar el gallego.

 

3.1. El estudio de Nueva York

Como paralelo a la población catalana expuesta anteriormente, se seleccionaron familias residentes en la ciudad de Nueva York, en las que uno de los progenitores era un inmigrante afortunado nacido y educado en Galicia durante los años de lanzamiento de las políticas lingüísticas destinadas a revitalizar la lengua propia en la región. Al igual que en el caso de los catalanes, para el estudio que nos ocupa se seleccionaron personas que, tanto en entrevistas como en el cuestionario, declararon que se identificaban más como gallegos que como las otras posibilidades presentadas de manera no exclusiva (españoles, europeos, americanos o ciudadanos del mundo)8, y que afirmaron su intención de transmitir dicha identidad a sus hijos. De hecho, los gallegos se identificaron en su totalidad con la denominación ‘gallego’, mientras los catalanes se identificaron con la denominación ‘catalán/a’ solo el 87.5% de los casos, indicando que, aunque en los dos grupos la identidad minoritaria era la más prevalente, para los gallegos ésta era más rotunda y exclusiva que para los catalanes.

Esta firme identificación étnica, sin embargo, tiene diferentes consecuencias lingüísticas en el caso de los gallegos. De entre las familias con las actitudes más positivas frente al bilingüismo, los resultados cuantitativos presentados en Casesnoves-Ferrer y Juarros-Daussà indican que en el caso de los gallegos, sólo un 50% de familias declara que los hijos saben gallego además del inglés, frente a un 100% de hijos que saben español. Es decir, que el gallego sólo se transmite la mitad de veces que el español, y nunca a costa de éste. Las autoras también señalan que el análisis de las actitudes lingüísticas entre catalanes y gallegos revela que estos últimos, aunque coinciden con los primeros en asignarle un valor instrumental mayor al inglés (60%) y al español (80%) que a su lengua minorizada (53%), difieren en la asignación de valores integrativos y personales:

Los inmigrantes de la comunidad gallega consideran que el español tiene más valor integrativo [100%] y les produce más placer personal hablarlo [100%] que el gallego [70% y 80% respectivamente], al contrario de lo que estiman los catalanes, que le asignan más valor integrativo y personal al catalán que al español.

La divergencia de valores instrumentales asignados al castellano y al gallego queda reflejada en las palabras de un padre gallego, que nos dice:

Lo que les va a servir es el español – el gallego ¿para qué? Si ya ni los gallegos lo hablan.

El gallego tampoco parece esencial en el establecimiento y mantenimiento de las redes sociales y familiares en la comunidad de origen, de manera que otro padre explica:

Lo que quiero es que cuando vamos al pueblo, se pueda comunicar con su familia y con los otros chavales de la aldea […] con el castellano, ya vale […] no necesita el gallego para nada […] Allá muchos niños no lo hablan –aunque sepan gallego, no lo hablan.

Asimismo, una madre gallega sentencia:

El castellano les va a servir para comunicarse; el gallego no sirve para nada.

Quizá más significativo aún es la diferencia en los dos grupos del papel que la lengua minorizada juega en la construcción de identidad minoritaria. Recordaremos que los catalanes asignaban un rol central al catalán en su sentimiento de afiliación a la identidad como catalanes (“es quien yo soy”), y consideraban esencial incluir esta lengua en sus esfuerzos de transmitir dicha identidad minoritaria a sus hijos. Para los gallegos, sin embargo, la identificación del gallego con su identidad grupal es fundamentalmente diferente. Como indica del Valle (Monoglossic), citando observaciones de Mauro Fernández sobre la heteroglosia que caracteriza la situación sociolingüística en Galicia a finales del siglo XX,

los gallegos reconocen claramente el valor simbólico del gallego (…) Pero (…) parecen distinguir entre su lealtad al lenguaje que funciona como símbolo de su identidad cultural y su propio comportamiento lingüístico (…) [Así,] los gallegos que hablan español no se sienten menos gallegos ni cesan de ser percibidos como tales por quienes hablan [gallego].

Seguramente es esto lo que expresa la madre gallega de Nueva York cuando explica que en las reuniones organizadas por la Casa Galicia

Más que hablar gallego (…) aquí lo que importa es sentirse gallego, querer serlo. Hay algunos que solo hablan inglés […] y en realidad nosotros, cuando estamos juntos, hablamos castellano […] Y los niños, si los dejas, enseguida se cambian al inglés también.

Los gallegos de Nueva York han encontrado numerosas vías para expresar su identidad minoritaria que no están ligadas a su lengua gallega; periódicamente, se reúnen para mantener y transmitir su identidad a través de la gastronomía, tradiciones, celebraciones y figuras icónicas, así como muchos otros símbolos fabricados para tal efecto. En la mayoría de casos, el único reflejo lingüístico de dicha transmisión cultural es la inclusión de ciertas palabras y giros lingüísticos en el español que transmiten a sus hijos.

 

4. Conclusión: lengua, identidad y transmisión

Tanto los inmigrantes gallegos como los catalanes incluidos en nuestro estudio manifiestan el deseo de mantener su identidad minoritaria y de legarla a sus hijos, y hacen esfuerzos enormes para conseguir su objetivo. La diferencia más notable entre las dos poblaciones reside en que mientras que la transmisión del español es general entre los hijos de la comunidad gallega, y no así la del gallego, en la comunidad catalana el catalán es de uso preferente al español. Los diferentes patrones de transmisión parecen correlacionarse con dos ideologías lingüísticas diferentes en los territorios originales (Woolard). Estas ideologías pueden caracterizarse en términos del contraste que existe en la aceptación de que del Valle (Monoglossic) denomina comportamiento monoglósico versus heteroglósico. En Cataluña, la ideología monoglósica dominante promueve una única norma de comportamiento lingüístico para las dos lenguas existentes en la comunidad (el catalán y el castellano), y la lengua catalana, o más bien una variedad estándar claramente definida,  funciona como símbolo central de identidad, de manera que hablar dicha variedad con el máximo grado de purismo refleja la voluntad de reafirmar la identidad personal y la pertenencia al grupo. En Galicia, en cambio, está extendida una ideología heteroglósica, de acuerdo con la cual coexisten diversas normas de comportamiento lingüístico; así, los gallegos resisten la convergencia de las distintas variedades existentes en su territorio (gallego estándar, gallego lusitano, diversos dialectos locales de gallego, español estándar, y español de Galicia), y es precisamente esta diversidad de normas lo que constituye su identidad lingüística y grupal.

Los datos de Nueva York parecen reflejar en la diáspora las ideologías prevalentes en las comunidades de origen estudiadas. Sin embargo, si tomamos la situación de contacto ocasionado por el contexto migratorio como un laboratorio natural para el examen de hipótesis sobre el cambio lingüístico (Silva-Corvalán), existe una cuestión que, desde el punto de vista conservacionista, no deja de activar ciertas voces de cautela. Mientras que, como indica José del Valle, ambas normas de comportamiento parecen ser viables para conservar la vitalidad lingüística de Cataluña y Galicia, en una situación en la que se aumenta la presión debido a la presencia de una lengua adicional y un grado de marginalidad añadido para la lengua minorizada, sólo la ideología monoglósica de los catalanes parece resultar en la supervivencia de la lengua más vulnerable, mientras que la ideología heteroglósica característica de los gallegos resulta últimamente en la eliminación de la lengua más vulnerable para la transmisión, sin que deje apenas huella en el comportamiento lingüístico de ni siquiera la segunda generación.

 

Notas

1 De ahí el término normalización lingüística, con el que se conoce el proceso de revitalización de la lengua en la sociolingüística catalana.

2 La observación cualitativa cuidadosa revela que los niños se sitúan en diversos puntos dentro del continuo bilingüe (Silva-Corvalán), y sus producciones lingüísticas presentan los fenómenos que se esperarían del intenso contacto de lenguas en el que están inmersos: así, son usuales los préstamos, calcos, convergencias e interferencias (algunos provocados por una adquisición incompleta de las lenguas más débiles, otros propios de su circunstancia lingüística), así como diversos grados de cambio de código en su producción oral. De hecho, los adultos mismos, hablantes nativos de catalán y castellano, también presentan fenómenos lingüísticos propios del contacto de lenguas en estos idiomas, quizá debido al desgaste provocado por la falta de uso, o a la adopción de una variedad bilingüe adoptada en algunas de las complejas redes sociales en las que se manejan.

3 Para ahorrar espacio, presento las citas de los informantes traducidas al español, aunque en muchos casos el original es en catalán o inglés.

4 El uso de atenuantes como “lógico” y “claro”, que en este hablante se acompañaron de un alargamiento de las vocales tónicas y un gesto que expresaba distanciamiento, son signos tanto del conocimiento de la ideología de la interposición del español (Pujolar), como de las dudas personales sobre la elección familiar de haber sucumbido a su presión.

5 Referencia a los exámenes de lengua catalana requeridos para mantener un puesto en la mayoría de organismos oficiales en el territorio.

6 Los nombres y otras referencias identificadoras se han cambiado para salvaguardar el anonimato de los participantes.

7 Supuestamente, por haber violado la interposición del español (véase la nota 4).

8El resto de opciones fue seleccionado de la siguiente manera: los gallegos se consideraban españoles y europeos en un 20% cada uno, y en un 0% se identificaban con las etiquetas de americano o ciudadano del mundo. Los catalanes, por su parte, declararon considerarse españoles en un 37.5%, europeos en un 50%, Americanos en un 12.5%, y ciudadanos del mundo en un 31.5%

 

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