LA LENGUA DEL SILENCIO: LAS LÁGRIMAS EN EL “LIBRO DE APOLONIO”

Carmen Granda
Brown University
 

“By my tears, I tell a story, I produce a myth of grief, and henceforth I adjust myself to it: I can live with it because, by weeping, I give myself an emphatic interlocutor who receives the ‘truest’ of messages, that of my body, not that of my speech” (Barthes 182).

 
 
El anónimo Libro de Apolonio (siglo XIII) es una de las primeras manifestaciones del mester de clerecía que se distingue por la abundancia de lágrimas que provienen mayormente del protagonista, Apolonio. Tras un análisis meticuloso de las lágrimas en algunos episodios de la obra prevalecen varias funciones: entre ellas, la comunicativa, la persuasiva, la purgativa o catártica y la melancólica. Las lágrimas forman parte de la comunicación no verbal que se basa en los signos y ruidos de una persona, o sea, de elementos que pueden carecer de una estructura verbal estrictamente sintáctica. Como revela el mismo término, el paralenguaje representa una comunicación más allá de las palabras. Este fenómeno lingüístico consta de: “cualidades no verbales y modificadores de la voz y sonidos y silencios independientes con que apoyamos o contradecimos las estructuras verbales y kinésicas simultáneas o alternantes” (Poyatos 215). A diferencia de la comunicación verbal, que se concentra en el significado de las palabras, el paralenguaje revela cómo el locutor se expresa. Las lágrimas son un lenguaje universal compuesto de varios dialectos, es decir, un micro lenguaje de naturaleza no verbal aunque con una misma función expresiva. Este trabajo pretende abordar un análisis exclusivo de los numerosos ejemplos de lágrimas en el Libro de Apolonio que no sólo expresan el estado mental, físico y espiritual de un personaje, sino que también refuerzan la importancia del cuerpo en la Edad Media, en particular, el fluido de los ojos.

Existe un vínculo fundamental entre el cuerpo y la historia: “La actitud del cuerpo, los
gestos, los vestidos, la expresión del rostro, todo el comportamiento exterior que detalla el tratado es la expresión del hombre en su conjunto” (Le Goff y Truong 22). La imagen del cuerpo cambia según la época y, por lo tanto, según la sociedad. Para Hipócrates, por ejemplo, el cuerpo estaba compuesto de cuatro humores: cada líquido tenía una naturaleza y unas afinidades particulares según el individuo. La teoría de los humores proviene de la hipótesis de los cuatro elementos: el fuego, el agua, la tierra y el aire. Es decir, se describen los humores en relación dicotómica entre calor y frío, humedad y sequedad. La salud de una persona dependía de la temperatura y del equilibrio de tales elementos.

Puesto que la mayor parte de los sentidos se encuentran en la cara, ésta es la parte del cuerpo a través de la cual una persona más se expresa. Durante la Edad Media se asociaba la cabeza con un lugar húmedo, lleno de líquido. Al analizar la etimología de lacrimas, compuesta del monema, lac,o sea, “el líquido” y del morfema, rima, que significa “procedente,” las lágrimas provienen de dos fuentes principales: el cuerpo y el ojo, otro símbolo importante en la Edad Media. En primer lugar, a través de los ojos, se pensaba que uno podría alcanzar el alma del otro, como destaca André Du Laurens:

Car les yeux sont les truchemens de l’ame […] les yeux sont les miroirs de l’ame. Les yeux admirent, aiment & convoitent: on remarque en iceux l’amour, la haine, la fureur, la pitié & la vengeance. Ils s’eleuent en l’audace, ils s’abaissent en l’humilité, ils flattent en l’amour, ils s’effarouchent en la haine, ils sousrient en la joye, ils languissent en la tristesse, & se fondent en larmes, ils s’enaigrissent en la cholere, & demeurent fichez & immobiles aux soucis & penser […] s’ils sont impurs & ténébreux ils démontrent l’impureté des esprits (Nativel 217).1

Además de penetrar el alma del otro, en segundo lugar, a través de la mirada, uno puede expresar una gran variedad de emociones: entre ellas, el temor, el deseo, la esperanza, la desesperanza, la melancolía, el placer o la alegría. Las lágrimas al fin y al cabo son la prueba más notable aunque fugaz y enigmática de una emoción. De hecho, el primer encuentro entre Apolonio y Luciana se caracteriza por un intercambio de miradas, iniciado por Luciana: “Fincó, entre los otros, oio al pelegrino,” y contestado por el tímido Apolonio: “Alçó contra la duenya vn poquiello el çeio” (164 a; 188 a). A través de esta comunicación no verbal, el autor logra revelar los sentimientos, los pensamientos y las actitudes de los personajes.

El proceso de llorar, sin embargo, no se limita a los ojos sino que afecta a todo el cuerpo. Hay una relación entre el cuerpo que activa el cerebro, un órgano grande y húmedo y, los ojos, cuyos líquidos son los más claros y por lo tanto más fluidos:

When something disturbing happens, the body’s natural reaction is to have the blood, humours, and spirits in the body to flee inwards, summoned by heart to the brain. The brain, naturally a large and moist organ, already has a supply of humourous material and excrement; the sudden infusion of so much more causes an immediate need for something to be voided: tears, being the thinnest and most ready for evacuation, flow (Lange 34).

Confirmamos que esta parte superior del cuerpo tiene una función mayormente purgativa que sirve para quitar las penas y renovar a la persona. El cuerpo, entonces, representa una imagen paradójica – la represión y la glorificación, o sea la libertad – durante la Edad Media. Como destaca Le Goff y Truong: “En el contexto cristiano de esa época . . . al llorar, una persona lograba eliminar no sólo líquidos sino también sus pecados. De hecho, se caracterizaban estas lágrimas como las ‘de plegaria y de penitencia’” (64). Al final, llorar es una comunicación superior frente al habla porque las manifestaciones corporales tienden a ser puras y las lágrimas, son, efectivamente, la mayor representación comunicativa del cuerpo idealizado.

Dada la pluralidad de significados vinculados a las lágrimas no es sorprendente que puedan ocurrir simultáneamente con otros elementos no verbales como los suspiros, como destaca Apolonio al darse cuenta de la imposibilidad de conquistar a la hija de Antioco: “Quando entró en Tiro, falló hí grandes llantos: / los pueblos doloridos, afiblados los mantos, / lágrimas y suspiros, non otros dulces cantos / façiendo oraciones por los logares santos” (42 a d). Al no poder expresarse con palabras bajo una situación tan emotiva, la ansiedad del protagonista se transforma en desgracia y frustración, expresada a través de las lágrimas. Este primer episodio lacrimoso, por un lado, resalta la mala suerte que atormentará la mayor parte de la vida de Apolonio. Por otro lado, las lágrimas y los suspiros se convierten en un lenguaje para abrir la comunicación y transmitir un mensaje a su receptor y al lector. De hecho, a pesar de que Apolonio llora solo y, por lo tanto, no establece una relación con la amante, logra formar una relación con el lector en la cual sus emociones crean empatía, como destaca Lutz: “Even those tears we cry when we are alone often have an imagined audience. Even in our deepest moments of grief, we can be well aware of the effect our tears are having on those around us” (24).

La empatía de los lectores hacia el protagonista se hace más evidente cuando Apolonio, avergonzado, no se atreve a entrar en el palacio del rey Architrastres por no tener ropa adecuada: “Apolonio de miedo de la corte enojar, / que non tenié vestido ni adobo de prestar, / non quiso de vergüença al palaçio entrar. / Tornóse de la puerta, començó de llorar” (154 a d). Las reacciones no verbales de Apolonio revelan su humillación frente a la situación. El lector puede asociar a Apolonio con un niño indefenso, como confirma Robert Sadoff: “Weeping is a regressive phenomenon, recapturing the feeling of weakness and helplessness of the child as it calls out for aid and support” (Lutz 179).2 A pesar de ser un lenguaje silencioso, las lágrimas, como los otros componentes del paralenguaje, tienen una función comunicativa que generalmente exigen una relación, en este caso, la ayuda de una fuerza superior, ya sea Dios o el propio rey Architrastres.

De este mismo ejemplo, está visto que entre personas que sienten un afecto mutuo, las lágrimas, en el Libro de Apolonio,tienden a crear una mayor solidaridad. Por ejemplo, tras ser invitado a cenar en el palacio de Architrastres, Apolonio se emociona a causa del acogimiento del rey. Las lágrimas de Apolonio sirven para fundar la amistad entre los dos hombres: “Friendship remained the unconditional refuge where tender spirits could shed tears” (Vincent-Buffault 24). Esta amistad, en efecto, llegará a ser una unión muy intensa porque el rey se convertirá en el suegro de Apolonio.

De manera parecida, Apolonio y Antinágora, muy agradecidos por la ayuda del médico que salvó a Luciana, al final de la obra lloran como si el médico fuera un miembro de la familia: “lloraua de los ojos como ssi fuesse ssu fradre” (591 d). De acuerdo con Vincent-Buffault, el amor familiar juega un papel fundamental en la sociedad medieval: “The impulse of tears was beneficial and was evidence of the intensity of familial affection” (20). Las lágrimas establecen ciertas relaciones que le permiten al personaje contar con una comunidad. O, en su caso, las lágrimas puden ser indicio evidente de la emoción de los personajes ante la consecución de una meta anhelada. Nos consta, por ejemplo, como el rey de la Corona de Aragón, Jaime I – también del siglo XIII – en su autobiografía no esconde su reacción ante la rendición de Valencia a sus huestes: “E, quant veem nostra senyera sus en la torre, descavalcam [del cavall] e dressam-nos vers orient e ploram de nostres ulls, besant la terra, per la gran merçé que Déus nos havia feyta” [Y, cuando vimos nustrea bandera en lo alto de la torre, descabalgamos del caballo y nos pusimos de cara a oriente y lloramos de nuestros ojos, besando la tierra, por la gran merced que Dios nos había hecho] (Jaume I 307).

Conviene señalar, no obstante, que no todas las lágrimas son signos de alegría. A diferencia de la escena final en la cual la ciudad de Effesio llora de felicidad al ver la familia reunida después de tanto tiempo, las despedidas de los personajes crean angustia. Por ejemplo, cuando Apolonio se despide de Tarso para ir a Pentápolin, el pueblo llora y ruega para que prolongue su visita. Las lágrimas de despedida son generalmente lágrimas de petición en las cuales uno desea que el otro se quede en su lugar. La despedida de Apolonio y Luciana a Antioquia también resulta ser un suceso penoso: “muchas fueron las lágrimas que en tierra [cayeron, / pocos fueron los oios que agua non [vertieron.” (262 c d). Parecido a otros casos del lenguaje no verbal, el llanto también puede ser una reacción inconsciente en contextos muy emocionales cuando a una persona le faltan palabras para expresarse adecuadamente. En tales situaciones, las lágrimas de un grupo resultan ser un fenómeno contagioso que afecta a todos los presentes.

Otro episodio que provoca unas lágrimas de tristeza y dolor de parte de Apolonio es la muerte repentina de Luciana, su esposa. Puesto que Luciana murió supuestamente mientras daba luz a su hija, Apolonio se queda solo para criarla, lo cual se convierte en una pesadilla porque la niña es un recuerdo permanente del fallecimiento de la madre. Apolonio decide encomendar su hija a Estrángilo y Dionisa mientras se escapa a Egipto. La tristeza del protagonista se transforma en una depresión perpetua hasta llegar al nuevo pueblo: “Desque la muger en las ondas fue echada, / siempre fue en tristiçia hi en vida lazdrada; / sienpre trayó de lágrimas la cara remojada, / non amanesçié día que non fuese llorada” (326 a d). Encomendar su hija a otros es la única salvación para Apolonio, que depende del apoyo de los demás para seguir adelante. Según Vingerhoets y Cornelius:

Humans are the only animal species that cries because they are helpless and depend on parents and/or caretakers for a relatively long time after birth . . . crying occurs in particular in situations in which individuals feel alone and in which it is important for them to receive emotional support and sympathy (73).

Las lágrimas de Apolonio al final no sólo logran establecer una relación entre la pareja, sino que también provocan más empatía de los lectores.

Las lágrimas, no obstante, por sus numerosos significados, forman parte de un lenguaje misterioso e inverosímil. La “empatía” tan deseada por Apolonio puede, de hecho, ser una mera manipulación. Al contar su historia a Estrángilo y Dionisa, Apolonio inicia un diálogo con sus receptores: “Recudiól’ Apolonyo, entró en la razón, / llorando de los oios ha huna gran mesión; / dixole la estoria y la tribulaçión, / cómo perdió en la mar toda su criazón” (334 a d). Al ser un “preámbulo del diálogo,” las lágrimas, como los suspiros, inician una comunicación (Avilés 466). A través de las lágrimas, el lloroso busca la empatía de otros personajes y de los propios lectores. Conviene señalar, sin embargo, que el paralenguaje muchas veces tiene un sentido subyacente vinculado al deseo o una petición; en este caso, el de cuidar a la hija de Apolonio. La historia trágica de Apolonio y sus lágrimas cumplen una función persuasiva para los personajes y para los lectores: Dionisa y Estrángilo al final muestran una gran disposición a criar a la niña.

Aunque llorar en presencia de alguien puede crear un acercamiento, también, en el peor de los casos puede establecer una distancia, o sea, es una especie de “distance regulator” (Vingerhoets y Cornelius 13). Por ejemplo, tras sobrevivir a un naufragio, Apolonio, triste por haberlo perdido todo, tiene un “grande dolor,” así que el rey Architrastres manda a Luciana, su hija, para animarlo (171 c). Las palabras de Luciana no tienen ningún efecto inmediato en Apolonio. Sin embargo, a medida que habla y toca música, la mujer logra seducir a Apolonio, el cual, a su vez, llora. La música al fin y al cabo “provoca […] el amor hereos” (Cátedra l93). Apolonio intenta reprimir sus lágrimas, pero sus esfuerzos son inútiles: “Queríe tener las lágrimas, mas nol’ valía” (175 c). Como nota el rey, además, si Luciana le hace llorar no sólo muestra el dolor de Apolonio sino que también revela un síntoma de su nuevo amor hereos hacia Luciana: “si Apolonio llora non vos marauelledes […] Fiziéstelo llo(r)ar, auédeslo contristado,” (176 b; 177 a).

Si el lector interpreta este episodio como una seducción entre ambos personajes, las lágrimas de Apolonio pueden ser manipuladoras, como describe Jeremy Bentham: “A man may exhibit, for instance, the exterior appearances of grief, without really grieving at all, or at least in any thing near the proportion in which he appears to grieve (Lutz 230).”3 Las “lágrimas de cocodrilo” forman parte del juego de seducción, según Ovidio, uno de los primeros en sugerir el poder de las lágrimas: “Tears are a good thing too; you will move the most adamant with tears. Let her, if possible see your cheeks wet with tears” (Lutz 35). En el ejemplo mencionado antes, llorar enfrente de otra persona crea una solidaridad que termina efectivamente en el matrimonio entre Luciana y Apolonio y sobre todo en la serenidad momentánea del protagonista: “Alabáuanla todos, Apolonio callaua” (181 a).

Además de persuadir a sus receptores, al compartir su historia con otros, Apolonio al final se libera de sus numerosas penas. De acuerdo con Lutz, la catarsis coincide con la ideología medieval que relacionaba las lágrimas con el excremento: “Crying is a form of elimination, no different than urination, since tears contain chemicals and proteins that, in concentration, can cause problems . . . and which therefore need to be evacuated” (26). Es decir, una abundancia de emociones reprimidas puede crear problemas de salud física y mental. Un desequilibrio de los cuatro humores, como la humedad excesiva de Apolonio, crea dificultades. Llorar, entonces, es una actividad positiva que limpia el cuerpo y alivia al que sufre. Tras llorar frente a Dionisa y Estrángilo, Apolonio en efecto deja de llorar y se va a Egipto durante trece años.

De la misma manera, las lágrimas de Tarsiana, hija abandonada de Apolonio, que llora mientras relata los varios obstáculos de su vida, causan una catarsis que propulsa su propio renacimiento al reunirse al final con su padre. Tras contar su propia historia trágica a Apolonio -el abandono de su padre, los celos extremos de Dionisa y su enfrentamiento con unos ladrones – ambos personajes se dan cuenta de que son parientes. De repente, su sufrimiento se convierte en alegría: “Nunq(u)a este día no lo cuydé veyer, / nunq(u)a en los míos braços yo uso [cuydé tener. / Oue por uós tristiçia, agora he plaçer; / siempre auré por ello a Dios que [gradeçer” (545 a d). Junto con la melancolía, la alegría es otro sentimiento que produce la secreción de humores. Se puede asociar esta transformación de emociones también con la doctrina cristiana, descrita en varios paisajes bíblicos, por ejemplo, en el Evangelio de Juan 16:20: “Pues sí, os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra pena acabará en alegría” (1683). El ejemplo por excelencia de esta transformación asimismo es la muerte de Cristo, quien sufrió y murió por nuestra propia salvación para abrir un espacio de alegría para los fieles.

Otro momento lacrimoso espiritual ocurre cuando Tarsiana, antes de morir en manos de Teofilo, un ladrón, inicia un canto espiritual al pedirle que le deje un momento a solas mientras encomienda su alma al Creador. En el contexto cristiano de la Edad Media, llorar es una forma de petición en la cual, quienes lloran, se vuelven sumisos frente a Dios. Este último acto de la parte de la joven piadosa muestra su integridad al enfrentarse con una muerte imprevista. De hecho, llorar antes de sucesos cuyos resultados son desconocidos como una batalla o la muerte era un acto bastante común durante la Edad Media (Lutz 43). Al llorar tanto, el devoto intenta influir a Dios a través de la sumisión, pero, al rendirse deja a la vez su destino en manos de Dios, como hizo Cristo. A través de las lágrimas, el piadoso intenta acercarse a Dios, la última salvación.

Además de cumplir una función comunicativa, persuasiva y purgativa, las lágrimas de Apolonio denotan su soledad y en la mayor parte de la obra, su tristeza. La melancolía muchas veces surge de situaciones inesperadas, por ejemplo, la supuesta muerte de Luciana, cuyo cuerpo es echado al mar. Es decir, las situaciones poco comunes – la muerte, un nacimiento, un matrimonio – son contextos ideales para emocionarse. En efecto, cuando Apolonio vuelve de Egipto y llega a Tarso, donde busca a su hija después de tanto tiempo, se entera de que Tarsiana había sufrido de una “mortal enfermedat” (438 c). Sin embargo, es una mentira creada por la celosa Dionisa. Apolonio lamenta la supuesta muerte de su única hija y visita “la sepultura” creada falsamente por Dionisa. Importa destacar, no obstante, la incapacidad de Apolonio por llorar: “Quando en el sepulcro cayó el bueno uarón, / quiso façer su duelo como hauié razón; / abaxósele el duelo y el mal del coraçón, / non pudo echar lágrima por ninguna [misión” (448 a d). Llorar es una actividad predeterminada, incluso esperada, en ciertos sucesos trágicos, como la muerte de una hija. Resulta extraño, por lo tanto, que en el único momento en que pudiera llorar, Apolonio no lo hiciera. Esta excepción, entonces, revela cómo Apolonio ya sospechaba definitivamente los motivos de Dionisa.

Además de expresar sospecha, estas lágrimas anómalas simbolizan el clímax del hartazgo de Apolonio que decide embarcarse otra vez hacia Tiro: “Non quiso Apolonyo en Tarso más estar / q(u)a hauié reçebido en ella gran pesar; / tornósse ha sus naues cansado de llorar. / Su cabeza cubierta, non les quiso fablar” (451 a d). Harto de la mala suerte que le aflige durante la mayor parte de la obra, Apolonio se deprime y llora. Al final se rinde, perdiendo su esperanza de reunirse con su hija y de empezar una nueva vida, optando en cambio por meterse en cama: “echósse en hun lecho el rey tan deserrado; / juró que quien le fablasse serié mal soldado, / dell huno de los pies serié estemado” (460 b d). De acuerdo con Timothy Bright, uno de los indicios principales de la melancolía son las lágrimas: “Of all the actions of melancholie . . . none is so manifolde and diverse in partes, as that of weeping” (135-136). Quedarse en cama y esperar la muerte muestra el deseo de cambiar su vida, aunque de una forma radical. Aunque la catarsis produce una liberación en Apolonio, también contribuye a su propia caída. Esta misma depresión, no obstante, irónicamente le llevará a vivir una nueva vida con su hija.

Un estudio preciso de las varias funciones de las lágrimas revela la importancia del cuerpo en la Edad Media. Construir una relación, ya sea a través de un receptor, de la presencia implícita de Dios o de los lectores es una finalidad de la comunicación no verbal. A través de esta comunicación, Apolonio logra abrir un espacio de empatía, estableciendo el primer contacto. Sin embargo, dada su pluralidad de significados, las lágrimas son enigmáticas y causas de sospecha. Por ejemplo, como un instrumento persuasivo, se puede poner en duda la verosimilitud de ellas. Por medio de varias lágrimas de petición y de seducción, Apolonio logra conquistar a Luciana y dejar su hija con Dionisa y Estrángilo antes de escaparse. Deducimos de esta manera que las lágrimas pueden tener una función manipuladora. Igualmente, el estado melancólico de Apolonio le atormenta desde el primer fracaso amoroso y el naufragio. Esta tristeza sólo intensifica y multiplica las lágrimas. A pesar de varios intentos de purgar su cuerpo y acercarse a Dios, los esfuerzos de Apolonio son inútiles porque está enfermo. Con una cabeza excesivamente húmeda, es evidente que sufre de una melancolía extrema. Cuando se enamora de Luciana, el problema se complica aún más porque en principio, el enamoramiento podría ser una cura para combatir su melancolía. La supuesta muerte repentina de la esposa, además de los otros problemas, sin embargo, crean tanta angustia que Apolonio opta por abandonar la vida. A partir de la reunión con Tarsiana – un momento decisivo en la vida de Apolonio – no obstante, todas sus lágrimas son de alegría. El Libro de Apolonio revela una nueva imagen del héroe medieval quien, a pesar de los obstáculos, logra combatir su enfermedad, mostrando el poder de las lágrimas a curar el “llorar interno.”
 
 
Notas

1 Du Laurens, André. Toutes les œuvres de M. André Du Laurens, … , recueillies & traduites par M. Théophile Gelée. Paris: pour Raphael du Petit Val, 1621.

2 Sadoff, Robert L. “On the Nature of Crying and Weeping.” Pscyhiatric Quarterly 40 (1996): 490-503.

3 Bentham, Jeremy. Defence of Usury: Shewing the Impolicy of the Present Legal Restraints on the Terms of Pecuniary Bargains. Dublin: D. Williams, 1788.
 
 
Bibliografía

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