ARELLANO, IGNACIO Y ANTONIO LORENTE MEDINA, EDS. POESÍA SATÍRICA Y BURLESCA EN LA HISPANOAMÉRICA COLONIAL. MADRID/FRANKFURT: UNIVERSIDAD DE NAVARRA/ IBEROAMERICANA/ VERVUERT, 2009. 426 PP.

Alex Lima
The Graduate Center, CUNY
 
 

Ignacio Arellano y Antonio Lorente Medina recogen en este valioso volumen de la colección Biblioteca Indiana, las actas del Congreso Internacional celebrado en la Universidad de Navarra en abril de 2008. Los editores advierten en la “Presentación” (pp. 9-10) que el objetivo de este ambicioso proyecto es el de ofrecer al lector una panorámica del desarrollo de la poesía satírico-burlesca hispanoamericana desde la Conquista hasta los albores de la Independencia. Tanto los estudios sobre Sor Juana y Caviedes, como los dedicados a poetas menos conocidos, constituyen una enorme contribución al entendimiento de la producción satírica virreinal, a través de la cual se puede rastrear el desarrollo de la diferenciación americana. El libro consta de veintitrés estudios que abarcan el amplio espectro de la producción satírica virreinal en lengua castellana, desde las primeras improvisaciones paródicas entre Hernán Cortés y varios miembros de su tripulación hasta la menos conocida veta poética de José Joaquín Fernández de Lizardi.

En el ensayo “Romances y coplas relacionados con la conquista de México” (pp. 279-291), el profesor Raúl Marrero-Fente detecta varios elementos satírico-burlescos en la contrahechura del romance de Montesinos, improvisada por Alonso Hernández Puertocarrero para prevenir a Hernán Cortés del acecho inminente de Diego Velásquez. Este episodio, recogido por Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, es muestra del ingenio, tanto del locutor como de los receptores, que contribuyen a resemantizar y trasladar este romance carolingio al contexto bélico en tierras aztecas. Sin embargo, hay que advertir que estas contrahechuras no constituyen una creación satírica inédita como si lo fueron los pasquines que aparecieron sobre las paredes del palacio de Cortés, primeros indicios del descontento indiano, producto del mal reparto del botín de la conquista. Beatriz Mariscal se ocupa de extrapolar los tópicos y motivos burlescos en otro texto novohispano del dieciséis, en su ensayo sobre “Lo cómico en la Tragedia intitulada Ocio (1586) de Juan de Cigorondo” (pp. 269-277). Esta obra de teatro, compuesta por un jesuita novohispano, es una sátira de las élites poblanas que se han “entregado al ocio y sus culposos placeres, en vez de al estudio y al trabajo” (p. 270). El propósito ulterior de esta representación alegórica es el de moralizar divirtiendo, mediante la incorporación de exempla afines al binomio docere delectare, sobre temas misóginos y de arquetipos ociosos. Mariscal también realiza observaciones acertadas sobre el tema del desprecio hacia los negros, que incitan a replantear el temprano protagonismo de lo afro-mexicano en la configuración de los discursos de creación de identidad nacional.

El libro también incluye un par de estudios sobre dos poetas jocosos del XVI afincados en el Caribe. Celsa Carmen García Valdés contribuye con su investigación sobre “Un erasmista y poeta satírico en el Caribe colonial: Lázaro Bejarano” (pp. 169-189), personaje cuya vida y obra han sido reconstruidas por la investigadora, echando mano de textos secundarios como las Elegías (1589) de Juan de Castellanos, las actas de las justas poéticas sevillanas del XVI, laHistoria general y natural de las Indias (1535) de Gonzalo Fernández de Oviedo, entre otros. A Lázaro Bejarano, gobernador de Curazao y vecino de Santo Domingo, se le atribuye la obra titulada Purgatorio de amor, en la cual satiriza “las faltas y defectos” de varios personajes públicos de la sociedad dominicana de mediados de siglo. Jaime Martínez Martín revisa la obra de otro vecino de Santo Domingo, contemporáneo de Bejarano, en “Sátira y burla en Eugenio de Salazar” (pp. 293-305). Este proyecto resalta la reelaboración de motivos petrarquistas en la Silva de poesía, obra en la que Salazar incluye poemas sentimentales, circunstanciales, algunas epístolas en prosa, y una reducida muestra de poesía satírico-burlesca que el investigador sospecha forman parte de un corpus más numeroso. A diferencia de Bejarano, Eugenio de Salazar evita las invectivas personales y recurre a la sátira moral de corte horaciano con la finalidad de refutar los vicios de la sociedad, personificados por arquetipos de la tradición burlesca: chanflones, funcionarios, casadas infieles, médicos, abogados, entre otros.

Claudia Parodi rastrea los primeros indicios del descontento criollo, entre los descendientes de los conquistadores y los primeros pobladores a causa de las Leyes Nuevas (1542, 1545, 1555), mediante las cuales se les despojó de sus encomiendas y privilegios tributarios. En su ensayo “Sátira e indianización: orígenes del criollismo en la Nueva España” (pp. 351-365), Parodi revaloriza la poesía satírica de Baltasar Dorantes en su Sumaria relación de las Cosas de la Nueva España, texto que llama la atención por su heterodoxa composición en forma de collage. Dorantes interpola fragmentos en verso y prosa de autoridades líricas como Francisco de Terrazas, Bernardo de Balbuena y Mateo Rosas de Oquendo, con el fin de revalidar los derechos del reducto criollo, desplazado por los “aires de grandeza e hidalguía de los chapetones de nivel bajo” (p. 363). Miguel Zugasti presenta otro caso de resentimiento criollo en su ensayo sobre “Un caso especial de ataques ad hominem: sátiras e invectivas novohispanas contra Juan de Palafox y Mendoza” (pp. 403-426). El investigador revisa una serie de invectivas satíricas contra el Obispo de Puebla y virrey interino de la Nueva España (1642) por su fama de traidor. Estos ataques abarcan diversos géneros, desde el epistolar (quejas a Felipe IV), hasta elaboradas composiciones poéticas (redondillas, sonetos, coplas), en su mayoría de factura anónima. Zugasti clasifica estas invectivas “antipalafoxianas” en dos corpus principales: uno político y otro religioso.

La décima musa es la figura más sobresaliente de las letras virreinales, su erudición desafiante la convierte en una suerte de ingenio bisagra que amalgama la tradición satírica del Viejo Mundo con las posibilidades del Nuevo. María Albín nos recuerda en su ponencia titulada “La sátira en la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz” (pp. 11-27) que la poeta se apropia de los mecanismos de la sátira para responder a siglos de diatribas misóginas. Para tal efecto, Albín revisa el “Retrato a Lisarda”, e ilustra cómo Sor Juana desmonta varios motivos petrarquistas con el fin de reconfigurar la anatomía poética del cuerpo femenino. En sus apuntes sobre la sátira filosófica “Hombres necios que acusáis”, la investigadora concluye que Sor Juana inventa una nueva forma de sátira al parodiar “el modelo satírico patriarcal en que se degrada a la mujer” (p. 26). Giuseppe Bellini, por su parte sostiene que Sor Juana realiza esta parodia, principalmente, para burlarse de los tópicos petrarquistas de la belleza. En su monografía “Sátira y humor en Sor Juana” (pp. 41-57), el investigador italiano revisa poemas menos conocidos de la musa mexicana y resalta el diálogo establecido con sus admiradores, a través de cartas-poemas. Bellini también sostiene que “Hombres necios que acusáis” es una llamada de atención al sistema patriarcal, con el afán de realzar “la responsabilidad del varón en la corrupción de la mujer” (p. 48). El artículo culmina con la revisión de varios poemas-respuesta, tanto a elogios de admiradores como acusaciones de detractores, a los cuales Sor Juana se dirige con modestia burlona.

Sara Poot Herrera retoma el tema de la sátira sorjuanina en el ensayo “Altos superlativos ¿O una Sor Juana sin mesura? ” (pp. 367-386). La catedrática analiza las acusaciones de ‘indecoro e indecencia’ que se hicieran contra la monja-poeta; muchas de las cuales eran de procedencia anónima, como la del Arzobispo de Puebla que diera pie a la célebre “Respuesta a Sor Filotea”. Poot Herrera hace un recuento de varias instancias en las que Sor Juana se ríe y se auto-degrada como estrategia satírica para refutar a sus detractores. La investigadora de la Universidad de California, revisa tanto los textos en prosa (“La respuesta”) como en verso (los “cinco sonetos burlescos de pie forzado” y los “cinco epigramas a prueba de sátira”), para evidenciar la versatilidad con la que se desenvolvía la décima musa al contrarrestar los ataques provenientes de entidades virreinales. Poot Herrera resume en dos renglones el carácter burlesco-erudito de nuestra musa mayor: “Sor Juana, jocosa, divertida, sonriente, irónica, juguetona, jugó con los versos, los domesticó, los dignificó, los adecuó a cada pompa y circunstancia” (p. 384). La investigadora concluye su ensayo destacando la rima cacofónica de los “cinco sonetos burlescos” cuyos consonantes forzados (-aca, -acha, -ilo, -afa, -osco) añaden efectos sonoros burlescos. José Domínguez Caparrós se encarga de darnos un repaso “De métrica burlesca” (pp. 77-92) de las rimas agudas y forzadas al final del verso. El investigador resalta las observaciones de Ignacio Arellano en lo que respecta a la cacofonía en algunos sonetos de Quevedo, cuyas rimas con cambio de la vocal tónica (-opa, -apa, -ipa, -epa) añaden comicidad a la monorrima. Domínguez, al igual que la profesora Poot Herrera, realza el efecto jocoso de las rimas de Sor Juana en sus “cinco sonetos burlescos”. En este breve manual de métrica, el estudioso ilustra cada tendencia con ejemplos conocidos: el final de verso con cabo roto en La pícara Justina y el Quijote; el encabalgamiento léxico o tmesis en Calderón; la espinela satírica en un epigrama de Tomás de Iriarte; el uso de ecos, ovillejos y pareados en Cervantes, Lope y Sor Juana; la moda del soneto con estrambote en el siglo XVII y la afinidad de la seguidilla con la “poesía alegre” y la sátira política.

Juan del Valle y Caviedes es sin duda, el principal referente de la poesía satírica virreinal. Sus aventuras y vicisitudes lo convierten en una especie de pícaro trasplantado al emporio peruano, donde la rigidez institucional contribuye a crear un ambiente carnavalesco, proclive a la subversión efímera de jerarquías y a la degradación. Trinidad Barrera nos ofrece un trabajo de investigación ecdótica en el cual coteja las obras completas y manuscritos del poeta sevillano. En su investigación titulada “La obra de Juan del Valle y Caviedes: Problemas de edición” (pp. 29-39), Barrera destaca el rescate de la obra de Caviedes por parte de Ricardo Palma, Diente del Parnaso (1889), pero nos advierte sobre las posibles “correcciones” del escritor costumbrista. De la edición de Rubén Vargas Ugarte, Obras (1947), la especialista recalca que el erudito limeño “expurga” los versos de Caviedes de todo elemento escatológico, precisamente lo que amplifica la carga burlesca. Barrera indica que la Obra completa (1984) de Daniel R. Reedy, apuesta por una nueva clasificación de géneros, al igual que la voluminosa edición de Leticia Cáceres, Obra completa (1990). La profesora de la Universidad de Sevilla refuta los comentarios descalificadores de Luis García Abrines contra las ediciones anteriores, cuya edición titulada Diente del Parnaso (1993) le parece valiosa pero considera que pierde seriedad por sus afirmaciones categorizantes. Finalmente, Barrera celebra la selección antológica de Giuseppe Bellini, Diente del Parnaso y otros poemas (1997), cuya limitada difusión editorial la hace desafortunadamente poco asequible.

En el artículo, “De nuevo sobre el corpus de poemas antigalénicos de Juan del Valle y Caviedes” (pp. 59-75), Carlos F. Cabanillas Cárdenas también ofrece un repaso de las ediciones de la obra de Caviedes, incluyendo una de M. de Odriozola (1783) anterior a la de Ricardo Palma. A diferencia de Trinidad Barrera, el profesor de la Universidad de Tromso, indica que las ediciones de Reedy y García Arbines resultan más completas al incluir un mayor número de composiciones provenientes del manuscrito NH1 (New Haven). Cabanillas también sospecha de la existencia de un cuaderno que recogía poemas antigalénicos que no se publicaron por tratarse de médicos importantes de la época. El investigador recomienda una confrontación del manuscrito P (La Paz, Bolivia, colección privada de don Ronaldo Costa Arduz) con el subarquetipo X1. Pedro Lasarte apunta que Caviedes superpone motivos y moldes de los distintos géneros de la poesía de Quevedo en su ponencia “El retrato satírico burlesco en la poesía de Juan del Valle y Caviedes y algunos diálogos literarios con Francisco de Quevedo” (227-238). El profesor de la Universidad de Boston diagnostica que Caviedes padece de “ansiedad de influencia”, agobiado frente a la sombra monumental de Quevedo. Si Sor Juana se burla de los motivos petrarquistas de la belleza, Caviedes los ridiculiza de entrada con recursos escatológicos. Lasarte revisa varios ejemplos de poemas dedicados a Lisi, en los cuales el “Quevedo peruano” realiza una immitatio serio-cómica, en la cual entreteje lo lírico con lo satírico. Lasarte sostiene que esta ambivalencia responde “a la conciencia del autor de imitar, pero de imitar con diferencia, con una conciencia de ser y no ser otro Quevedo” (p. 232).

Antonio Lorente Medina sostiene que Caviedes, más que imitar, pretende actualizar la tradición clásica satírica con los personajes burlescos de la Lima del XVII. En su estudio “La sátira de figuras naturales en Caviedes: El Corcovado” (pp. 253-277), el autor considera que las invectivas contra personajes con “defectos corporales” (jorobados, mulatos, enanos, narizones), derivan de su vena antigalénica y deben ser clasificados bajo esta rúbrica. Lorente Medina además resalta la virulencia de los ataques cavedianos y las distintas formas de degradación (animalización, reificación, emasculación), amplificadas con la deformación jocosa del lenguaje, mediante la inserción de quechuismos y africanismos. En su ponencia sobre Francisco de Borja y Aragón, virrey del Perú (1621), Miguel Donoso Rodríguez lamenta la escasa presencia de lo americano en la poesía del Príncipe de Esquilache. En su trabajo titulado, “De sátiras y burlas en Las obras en verso del Príncipe de Esquilache” (pp. 93-107), Donoso arguye que su mala experiencia como virrey le abstuvo de incorporar motivos americanos a sus composiciones satíricas que se caracterizan por la reelaboración tópicos y arquetipos barrocos. Donoso detecta una actitud aristocratizante y moralizadora, en la línea de Lope, en particular por su petrarquismo y anticulteranismo. La cuidada poesía de Esquilache, elogiada por Cervantes, Salas Barbadillo y el mismo Lope de Vega, recae en los temas del desengaño barroco, el desprecio de corte, la invectiva contra hidalgos vanos y negros, la sátira anticlerical y antigalénica y las diatribas misóginas. Uno de los pocos indicios de su paso por tierras americanas se manifiesta en su pesimismo frente a la decadencia del imperio español bajo el reinado de los Austrias, “donde lo que triunfa es la ley del estómago” (p. 100).

Benedict Anderson concluye en Imagined Communities (1983) que sólo en las regiones americanas donde circularon periódicos, se acentuaron diferenciaciones en el imaginario colectivo que contribuyeron a que los criollos se pensaran como parte de un tiempo y espacio distintos. Paúl Firbas rastrea los primeros indicios de esta crónica propagandística en un poema satírico publicado en el Diario de noticias sobresalientes en esta ciudad de Lima (1700-1711), primer rotativo americano. En su estudio “El Diario y la sátira en Lima: Joseph de Contreras y las décimas del Juicio Fanático (1711)” (pp. 125-168), Firbas explica cómo este poema atribuido a Contreras, evidencia el apoyo del rotativo hacia la causa borbónica durante la Guerra de Sucesión. El poema además demarca la escisión entre el reducto letrado, adepto a la causa borbónica, y los “fanáticos” mercaderes de Lima, proclives a la casa de Habsburgo. El estudio incluye una transcripción del Juicio fanático, con algunas notas de valor para los estudiosos de los rotativos y las costumbres limeñas de la época.

A lo largo del siglo dieciocho se acentúa la tensión entre los ilustrados y el poder. En México, Francisco Javier Clavijero es enviado al exilio y Fray Servando Teresa de Mier es encarcelado varias veces; en Quito Juan Bautista Aguirre se mofa de la Real Audiencia y Eugenio de Santa Cruz y Espejo delata las deficiencias de la ciudad; fray Francisco del Castillo y Esteban Terralla y Landa retratan a una Lima al borde del apocalipsis. José A. Rodríguez Garrido revisa otro caso de ambigüedad criolla en su estudio sobre “Peralta Barnuevo y la sátira en la corte virreinal de Lima” (pp. 387-402). El estudioso indaga cómo el ingenio limeño reivindica la causa criolla de forma velada, a pesar de escribir desde y para las esferas del poder. Para tal efecto, Rodríguez Garrido revisa los vejámenes satíricos que el poeta improvisara en la tertulia de la Academia de Castell dos Rius, virrey del Perú (1707-1710). El estudio concluye que Peralta y Barnuevo utiliza la sátira “como vehículo de censura y corrección moral” (p. 394), de acuerdo con el espíritu de la Ilustración. El investigador apunta que en El templo de la Fama vindicada (1722), texto en defensa del virrey Morcillo Rubio de Auñón, Peralta Barnuevo adopta un “discurso correctivo” de buen gobierno en pro del bien colectivo, en vez de arremeter directamente contra el autor de la invectiva.

El Ciego de la Merced es un personaje procedente del reducto letrado limeño, que se distingue por su incursión en las periferias de la ciudad escrituraria, acompañado de su lazarillo. Javier de Navascués rescata la figura del mercedario en su monografía, “Palos de ciego: La veta satírica de Fray Francisco del Castillo” (pp. 307-321), en la cual ensarta una escueta biografía, seguida de un breve recuento de las ediciones de la obra poética del mercedario. La recuperación de la obra de Castillo transcurrió por los mismos derroteros que la de Caviedes, rescatada en primera instancia por Ricardo Palma en susTradiciones peruanas (1899), depurada más adelante por Rubén Vargas Ugarte (1948), y recientemente recopilada en una edición no venal por César DeBarbieri (1996), que también incluye su obra teatral, mucho más conocida gracias a los estudios de Concepción Reverte, Raquel Chang-Rodríguez y Daniel R. Reedy. Navascués advierte que el hecho de que Castillo “haga hablar” a personajes de “castas inferiores” no lo convierte en un poeta contestatario puesto que el poeta simplemente recurre a “un discurso satírico clásico, [para] explorar los espacios marginales de la ciudad, y criticarlos” (p. 313). El profesor de la Universidad de Navarra destaca cómo el mercedario se auto-inscribe en las letras virreinales al recalcar que su ceguera no es un impedimento sino un estímulo que excita su mirada interior. Habría que indagar un poco más sobre las observaciones del profesor Navascués en lo que concierne a la recepción de la obra poética de Castillo. Si bien es cierto que su poesía estaba pensada para el consumo de las élites limeñas, la transmisión oral de la misma y su vigencia hasta bien entrado el siglo XIX delatan que sus composiciones también circulaban entre los mismos sectores populares que el mercedario frecuentaba. La expectación con que se esperaban sus poemas-noticiario, dedicados a las tardes de toros, demuestra que las improvisaciones de Castillo gozaban de gran acogida.

En el virreinato de Nueva España, el descontento popular se puso de manifiesto en lugares públicos desde principios de la colonia. Arnulfo Herrera recoge sermones, pasquines y libelos que atestiguan el malestar de tres religiosos novohispanos de principios del XVIII, ante el nombramiento de un arcediano peninsular que no cumplió con las expectativas de los feligreses desde su primera intervención. En su ponencia “Los traspiés de un sermón famoso: Fe de erratas al Licenciado Suazo de Coscojales de Pedro de Avendaño” (pp. 191-206), Herrera pone de relieve el resentimiento criollo tal como se manifiesta en las composiciones de Pedro Muñoz de Castro, Francisco Palvacino y Pedro de Avendaño, quienes tenían “fama de satíricos y maldicientes” (p.197). El trabajo concluye con anotaciones de los versos más representativos de la Fe de erratas (1703), atribuida a Pedro de Avendaño.

En el artículo “De burlas y veras en la universidad: Sobre un vítor novohispano de 1721” (pp. 109-123), Judith Farré destaca los elementos carnavalescos de la mojiganga encargada a Joseph de Villerías, en celebración del paseo catedrático a Juan de Heras, merecedor de la cátedra de teología en la Real y Pontificia Universidad de México. Entre los elementos degradantes de este “paseo ridículo”, la investigadora destaca la caricaturización de algunas profesiones y el travestismo asociado con la moda de la época. En otro trabajo que revisa los prejuicios sobre las costumbres afrancesadas del dieciocho, Blanca López de Mariscal realiza observaciones acertadas sobre el acecho a la masculinidad y al oficialismo novohispano ante la popularidad de estos atuendos suntuosos. En su monografía, “El Currutaco por Alambique (1799) de Manuel Gómez Marín. Un texto satírico del siglo XVIII” (pp. 239-252), la investigadora empieza por resaltar las cuatro ediciones existentes del texto y la dificultad de acceder a manuscritos de composiciones satírico-burlescas mexicanas. El poema en consideración, narra un concilio de diablos que se congrega para cocer un caldo del que surge el Currutaco, “una criatura corruptora que induce a los hombres al pecado” (pp. 241-248). En la vena moralizante de Fernández de Lizardi, Gómez Marín ridiculiza el amaneramiento adscrito a la moda francesa que “aleja a los caballeros de su hombría tradicional” (p. 248). López de Mariscal concluye que la adopción del “traje a la francesa”, era una muestra visible de la influencia del pensamiento liberal de la Ilustración que había nutrido al movimiento independentista novohispano, tal como se manifestara en el Grito de Dolores de 1810.

El protagonismo de la prosa de José Joaquín Fernández de Lizardi (1776–1827) en la configuración de los discursos de cohesión nacional ha relegado su producción poética a un segundo plano. Mariela Insúa analiza el papel de “La mujer como tema satírico en la poesía de José Joaquín Fernández de Lizardi” (pp. 205-225). Insúa apunta que la crítica de Lizardi ante el gasto excesivo en vestidos y afeites no responde al tópico de la vanidad, sino al pensamiento utilitario del acecho a la economía familiar (p. 212). Entre los “defectos” femeninos que la investigadora detecta en la poesía de Lizardi resaltan: la belleza tentadora, la frivolidad, el despilfarro, la mujer fingidora, ladrona y coqueta. Insúa ilustra el ideal lizardino de la mujer ejemplar en varias de sus composiciones satíricas, cuyos títulos transmiten el mensaje correctivo: “Las feas con gracias y bonitas con tachas”, “La fortuna de fea, la bonita la desea”, “Busque usted quien cargue el saco, que yo no he de ser el loco”, entre otras. La estudiosa concluye que la poesía satírica ilustrada de Lizardi pone en ridículo los vicios de la sociedad novohispana para corregir las costumbres contraproducentes al progreso de la sociedad. Rocío Oviedo rescata otra faceta del pensador mexicano, cuyas fábulas publicadas en folletos y en el periódico Cajoncitos de Alacena confirman que la fábula había sustituido al emblema como recurso mnemotécnico moralizante. En su trabajo “Sátira y emblema. Recursos de pensamiento crítico criollo” (pp. 323-349), Oviedo realiza un estudio comparativo sobre la adaptación de motivos y tópicos procedentes de la literatura didáctica en la producción de varios poetas virreinales de varios siglos. Oviedo coteja los motivos de la vanagloria, la fortuna y la prudencia, recurrentes en Ercilla y Rosas de Oquendo, con grabados de Alciato y algunos emblemistas españoles (Saavedra Fajardo y Juan de Borja). En la acumulación barroca de Caviedes, resalta la superposición de personajes históricos (Alfonso X) con el mito de Prometeo, junto a la doble faz de Esculapio, a la par de los emblemas de Juan de Covarrubias, Borja y Alciato. La investigadora recalca que a principios del XVIII, Peralta Barnuevo ya se inclina por “la narratividad del discurso en la fábula” que, para finales de siglo y comienzos del XIX, ya había sustituido por completo a “la poética del emblema” (p. 341).

Los trabajos recogidos en este volumen hacen menos profundo el socavón en el terreno de los estudios de la poesía virreinal; en particular de las manifestaciones satírico-burlescas que, por su carácter jocoso y por la simplista estampa epígona, no han sido estudiadas con la misma profundidad que otros géneros más “serios”. Ante la escasez de ediciones confiables, es preciso gestionar proyectos académicos y editoriales, similares a los que dieron fruto a este volumen de la colección Biblioteca Indiana. Los trabajos presentados en Poesía satírica y burlesca en la Hispanoamérica colonial confirman que el humor es un comodín plurivalente que sirve, tanto para diseminar la ideología imperante, como para subvertirla.

 
 

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