GESTIÓN CULTURAL Y ESCRITURA PERIODÍSTICO-LITERARIA EN LA ESPAÑA DEL POSTFRANQUISMO INMEDIATO

Noelia Domínguez-Ramos
The Graduate Center, CUNY
 
 

Poco tiempo después de la muerte de Franco existió la opinión generalizada en el ámbito internacional de que España pasaba por un momento de florecimiento político y cultural sin precedentes. Entre los intelectuales españoles encontramos posturas que van del optimismo exacerbado a posiciones ciertamente más comedidas, si no pesimistas. Lo cierto es que había factores derivados de los cambios institucionales y legislativos que hacían comprensible el hecho de que quisieran verse, de igual modo, cambios revolucionarios en las artes plásticas, la literatura, el cine o el teatro.

Uno de los aspectos más interesantes del cambio institucional hacia la democracia fue la evidente evolución semántica experimentada por el término cultura el cual adquiriría en palabras de José Carlos Mainer “un sentido más reverencial y su potencialidad lúdica, se entendía como expresión jubilosa de lo colectivo pero también como realización privada de lo personal, como forma de adhesión a la tradición o como experimentación de lo nuevo” (153). Desde un punto de vista administrativo el desmantelamiento de la dictadura franquista y la subida al poder de Adolfo Suárez supuso la evaluación y el reconocimiento posterior de las carencias institucionales heredadas del franquismo y el arduo camino que habría que seguir con el único objetivo de homologar España a las democracias occidentales presentes en Europa. Quizá el mal que hacía ruborizar las mejillas de los gestores de la transición con mayor fervor sería sin duda el subdesarrollo extremo de la ciudadanía en cuestiones culturales. Después de años de aislamiento internacional y ortodoxia católica, el Estado habría de tomar partido y apostar por campañas severas de sensibilización de los propios ciudadanos en temas culturales. Esto hizo que uno de los objetivos principales del gobierno suarista, y sobre todo del posterior gobierno socialista, fuera la intervención absoluta del Estado en asuntos culturales con el fin paliar, en la medida de lo posible, el notorio atraso del país. La UCD de Adolfo Suárez creó en 1977 el Ministerio de Cultura y Bienestar siguiendo el modelo francés¹ pero absorbiendo el cúmulo de funcionarios procedentes del Ministerio de Información y Turismo del régimen dictatorial. El ministro sería Pío Cabanillas, quien durante los últimos años del franquismo se había posicionado a favor del aperturismo y en contra del status quo pretendido por el malogrado Luis Carrero Blanco. Este gesto no es más que un ejemplo de cómo la gestación del sistema democrático español fue una suerte de improvisaciones y juegos malabares en donde funcionarios del régimen fascista, en concreto aquéllos del ministerio desde el cual se gestionaba la censura, se unían a los recién llegados y gestionaban mano a mano asuntos culturales para la ciudadanía. La idiosincrasia de tal situación podría resumirse en dos aspectos: primero, y como es evidente, la emergencia de una seria crisis de conciencia política por las dudas sobre qué línea política habría de tomarse; segundo, supuso igualmente una crisis, esta vez de recursos económicos, al carecer de las subvenciones necesarias para llevar a cabo los objetivos propuestos. Fruto de ese fervor por acabar con el retraso cultural, la Constitución de 1978 recogió en varios de sus artículos el derecho al saber de los ciudadanos y el deber del Estado al respecto². Aunque la intervención del Estado en asuntos de cultura pudiera suscitar en su momento ciertos recelos, la realidad fue que la extensión del entramado burocrático y la magnitud de los recursos empleados en culturizar cada municipio del país con bibliotecas, casas de cultura, festejos y certámenes de diversa naturaleza, sólo pudo hacerse objetivamente con la ayuda del erario público. De acuerdo a José Carlos Mainer, existieron dos características bien definitorias en este proceso de normalización de España, que son: la politización de los proyectos culturales ejecutados por cada gobierno y, sobre todo, la “heterogeneidad y vastedad” de los mismos (159). A los datos anteriores sería preciso añadir que en esta misma Constitución de 1978 se reconocieron los derechos largamente maltratados durante la dictadura de aquellas comunidades autónomas periféricas con lengua y culturas distintas a la castellana, de ahí posiblemente el carácter heterogéneo del proceso del cual nos habla Mainer. A nivel inferior, las elecciones municipales de 1979 dejaron patente el interés de los ayuntamientos por reforzar aspectos relacionados con la cultura para el disfrute de la ciudadanía. El ejemplo más notable se dio en Madrid donde su alcalde Tierno Galván percibió en las calles el ansia de los madrileños por el arte, la música, el cine y la cultura y se comprometió con lo que vino a denominarse la movida madrileña³ (Bessière 369). Sin embargo, los casos más extremos de esta nueva eclosión cultural, como se puede intuir, no se dieron en aquellas regiones peninsulares donde se tenía por única lengua el castellano sino en las que, además de los cambios institucionales de vigor, había que añadir el nacimiento de manifestaciones culturales sujetas a su lengua particular, como fue esencialmente el caso de Cataluña.

Siguiendo la exposición de Joaquim Molas, conviene tener presente el hecho de que en los años posteriores a la muerte de Franco se hizo uso de la cultura y muy especialmente de la literatura con el fin de promover las movilizaciones de naturaleza político-social. La cultura y lengua catalanas sufrieron considerablemente los efectos de la censura y la prohibición pública pero existieron en la clandestinidad entidades que hicieron posible mantener viva la conciencia de su particularidad. Así ocurrió con Ómnium Cultural, auténtico poder fáctico que estimuló la creación literaria y cultural en Cataluña y la difusión del catalán durante la posguerra, o el Institut d´Estudis Catalans, promotor de investigación. La recuperación de la Generalitat una vez desaparecida la dictadura hizo posible la institucionalización de la cultura por medio de la Conselleria de Cultura, que se ocupó de inmediato de las necesidades de la lengua catalana publicando en 1983 la Llei de Normalització Lingüística. Existió en este sentido un interés extraordinario por la difusión del catalán en el extranjero por medio de la creación de cátedras y lectorados en filología catalana y la organización de estudios de lengua y literatura más allá de los Pirineos. Todo lo anterior comportó necesariamente un desarrollo extremo de la actividad editorial que viniese a suplir de material tangible a las nuevas necesidades culturales de la democracia, como la divulgación de una Historia de Cataluña, y sus instituciones (174-182).

Dejando a un lado los cambios burocráticos asociados a la intervención directa del Estado como gestor cultural, en estos primeros años de transición política a la democracia cabe destacar la desaparición del fenómeno censor4 como uno de los factores más determinantes para el desarrollo posterior de la creación literaria y la prensa periódica. Los estudiosos del fenómeno de la censura en la historiografía peninsular más reciente coinciden en el hecho de que no todas las manifestaciones artísticas fueron supervisadas con la misma intensidad. El cine, al ser un arte que llegaba a una cantidad superior de público, sufrió con mayor celo las imposiciones de los agentes censores, de igual modo que lo padeció la prensa escrita. Sin embargo, en el campo literario, sobre todo en la poesía consumida por la élite intelectual, el mensaje antisistema tendió a pasar desapercibido. De acuerdo a Ignacio Soldevilla-Durante, uno de los fenómenos más relevantes derivados de la abolición de la censura a manos del gobierno democrático fue el interés inmediato por reeditar algunas de las obras publicadas por escritores exiliados fuera de España durante la dictadura (40). Esto implica que si la construcción de la España democrática se asentó, de acuerdo a la teoría más generalizada, bajo los cimientos del consenso y la amnesia colectiva en relación con el pasado traumático, la industria editorial percibió la urgencia por compensar la manipulación de la memoria colectiva ejercida por el régimen al ascender considerablemente el consumo de textos sobre historia política en detrimento de la ficción literaria. Al interés por recobrar la cultura del exilio ha de sumarse, de acuerdo a José Carlos Mainer, el éxito de la narrativa hispanoamericana, que supuso un golpe de aire fresco en un periodo en que el realismo social parecía perder afectos en España (155). Lo que fue síntoma evidente de estos primeros años sin Franco fue, de acuerdo al mismo crítico, un interés por contar experiencias personales después de un periodo de conflictividad social y carencia de libertades. Abundaron por tanto el género autobiográfico y con ello los libros de memorias y diarios. En ese afán por contar lo íntimo y lo familiar aparecieron películas como El desencanto (1976) de Jaime Chávarri, o novelas como Retahílas (1974) de la escritora salmantina Carmen Martín Gaite o Mortal y rosa (1975) de Francisco Umbral.

La caída del aparato fascista tras cuarenta años de caciquismo y caudillaje debilitó considerablemente al resto de los poderes fácticos del régimen, ejército e iglesia. El nacionalcatolicismo con el que la dictadura había legitimado su sistema político fue mermando a medida que la democracia se afianzaba a favor de estilos de vida más laicos y moderados. En la creación literaria, que no es más que la ficcionalización de la vida cotidiana, se apreció con el tiempo la metamorfosis experimentada en los gustos e intereses de los nuevos consumidores. Teresa Vilarós destaca en su obra El mono del desencanto (1998) el incremento experimentado en la producción y el consumo de narrativa erótica escrita por mujeres, como María Jaén con su novela en catalán Amorrada al piló, Mercedes Abad con Ligeros libertinajes sabáticos, o Almudena Grandes con Las edades de Lulú, adaptada posteriormente al cine por Bigas Luna. Estas dos últimas novelas fueron galardonadas por la editorial Tusquets con su premio de novela erótica “La sonrisa vertical”5 en los años 1986 y 1989 respectivamente. En opinión del crítico Soldevilla-Durante, la novela experimental fue sin duda la gran perdedora en estos primeros años de transición, dejando paso a las memorias, el ensayo, la novela histórica y, como gran revelación, la prensa diaria y semanal (41).

El 4 de mayo de 1976 se publica por primera vez El País, que pronto se constituiría como el periódico de la democracia6 en un mercado presidido por la prensa conservadora. Meses más tarde, el 18 de octubre de 1976, se edita por primera vez Diario 16 con una “declaración de intenciones” acorde a los nuevos tiempos políticos en los que España caminaba ya de la mano de Adolfo Suárez: “Diario16 pretende colaborar en la construcción de esa España moderna y justa que todos ansiamos. (…) Diario16 va a informar, con independencia absoluta, de todos aquellos acontecimientos que pongan en peligro la libertad ciudadana, el triunfo de la justicia y la defensa de los derechos humanos” (Bartolomé Martínez 44). El desarrollo de la prensa libre, como consecuencia de la libertad de expresión, en estos primeros años de transición, contribuyó enormemente al nacimiento y/o reconocimiento de una casta de escritores (Maruja Torres o Francisco Umbral por ejemplo) que consiguieron ser conocidos como novelistas gracias a su actividad como columnistas7. La proliferación y consumo de publicaciones periódicas experimentó un incremento considerable8, lo que hacía que la escritura en prensa estuviera por entonces muy bien remunerada. Sin embargo, como apunta el periodista Gregorio Morán, este fenómeno no se reduce exclusivamente al trabajo de profesionales de la información sino que va más allá, alcanzando el ámbito universitario; muchos fueron los profesores universitarios, “intelectuales mediáticos” señala Morán, que pronto cayeron en la cuenta de que publicar artículos en la prensa escrita traía beneficios académicos mucho más significativos que la actividad docente (230). El crítico Eduardo Subirats ha llegado a afirmar al respecto que la cultura española es esencialmente periodística (“Contra” 20).

A esto hay que añadir un factor de carácter socioeconómico que condicionó sustancialmente la evolución de la creación literaria y favoreció el desarrollo de la prensa diaria: la crisis de la industria editorial. El debacle económico derivado de la crisis del petróleo de 1973 tuvo consecuencias económicas muy negativas para toda la región occidental, incluida España. Soldevilla-Durante señala cómo al encarecimiento del proceso de edición (materia prima, distribución, transporte, etc.) habrían de unirse los convulsos procesos políticos experimentados en los países latinoamericanos, principal mercado de venta editorial peninsular, lo que provocó el derrumbamiento de las exportaciones y el consecuente cierre de empresas editoriales (43). Aquellas editoriales de mayor peso sobrevivieron a la quema a base de apostar por valores seguros y teniendo en cuenta el gusto del lector del momento, lo cual repercutió necesariamente en la natural evolución de la novela española de la transición.

Uno de los aspectos culturales más debatidos por la crítica en este periodo del postfranquismo inmediato guarda relación con el papel de la intelectualidad de izquierdas y sobre todo de los escritores simpatizantes de la literatura social desarrollada con éxito durante la posguerra. Muchos intelectuales de izquierdas, una vez desaparecido el régimen y suprimida la censura, tuvieron que replantearse su cometido como críticos acérrimos del régimen y, por otro lado, tuvieron igualmente que encontrar su sitio en esa marabunta de partidos políticos e ideologías cruzadas que supuso la transición. El colapso de la dictadura implicaba que los escritores adscritos a la literatura de compromiso social estuvieran exentos de dicha obligación ética puesto que una vez muerto el caudillo, legalizado el partido comunista e instaurada la Constitución, no parecía existir motivo de peso para continuar en defensa de la literatura de denuncia social. Moría Franco y con él el antifranquismo. En opinión de la crítica cultural más conservadora, algunos escritores de izquierdas que permanecieron en la península en la posguerra echaron mano de la censura con el fin de justificar su propia incapacidad para la creación literaria. La llegada de la democracia, y con ella el derecho de libre expresión, puso a algunos escritores en una situación comprometida, puesto que ya no existía el entramado burocrático franquista que evitaba su desarrollo intelectual y la publicación de su obra. El escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán denuncia la campaña de acoso a la que los escritores de izquierdas se vieron sometidos por parte de un sector de la crítica más reaccionario:

A los escritores de la transición se les colocó en cierto sentido una pistola en el pecho, pidiéndoles que sacasen de los cajones las obras maestras prohibidas por el franquismo, en aquel juego un tanto macabro, de suponer que por el hecho de morir Franco teníamos en el cajón, bajo la prohibición de publicarlo, El proceso de Kafka o El Quijote de Cervantes o las obras de Proust y que una vez muerto Franco abriríamos los cajones precipitadamente y todo esto saldría, demostrando tolo lo que la dictadura nos había reprimido o demostrando cómo podía cambiar nuestro talento creador por el hecho de que hubiera desaparecido el dictador (Bessière 362).

El título del artículo de Manuel Vázquez Montalbán “Contra Franco estábamos mejor” publicado en la revista La calle constituyó un ejemplo claro del sentir de los antiguos defensores marxistas de la revolución. Desafortunadamente, y como bien señala el periodista en su Crónica sentimental de la transición(1985), la intención comunicativa del título de su artículo se distorsionó efectivamente y quiso entenderse que la vida bajo la dictadura tenía más sentido que el caos experimentado en la democracia (190). La crítica catalana Teresa Vilarós, que estudió en profundidad los fenómenos socio-culturales de la transición española y el desempeño de la intelectualidad de izquierdas una vez desaparecido el dictador, expone su particular visión del tema en su obra más conocida, El mono del desencanto, publicada en 1998. Vilarós considera que el parón productivo de los escritores de izquierdas, característico del primer postfranquismo, vino precedido por lo que se entiende como “escritura anticipativa” (36) enmarcada en el paréntesis histórico-político de 1939 a 1975. Esta escritura anticipativa o de espera tuvo como mayores representantes a aquellos baluartes de la literatura social tan prolífica por entonces como Juan Goytisolo, Ignacio Aldecoa, Ana María Matute o Luis Martín Santos. De acuerdo a la crítica, la escritura de estos jóvenes intelectuales atendía a una serie de expectativas futuras y tenía como característica principal un “discurso cohesivo y colectivo” que en muchos casos estaba basado en postulados de naturaleza marxista. Sin embargo, una vez que el hecho esperado acontece, en este caso la muerte del común enemigo y el desmantelamiento del aparato franquista, se produce una fragmentación del discurso colectivo y con ello el cuestionamiento de su permanencia. Como consecuencia de lo anterior, Vilarós entiende que todo el alborozo cultural experimentado en la transición política a la democracia, y posterior “movida”, encerró inevitablemente un silencio que no fue más que un síndrome de abstinencia que brotaría con posterioridad en el conocido periodo del “desencanto”. La agenda de la transición española, con el único fin de paliar ese síndrome de abstinencia, optó por la negación del pasado inmediato y así olvidar el dolor y la vergüenza arrastrados desde la guerra civil. Su programa pasaba por mostrar al mundo la modernidad de la sociedad española y su capacidad de homologarse política y culturalmente a la constelación europea9. Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos institucionales por “vender la moto” de la normalidad más allá de los Pirineos, algunas circunstancias ponían de manifiesto que la vida en democracia después de décadas de esquizofrenia colectiva necesitaría un tiempo prudente de maduración 10.

Por último resta decir que uno de los fenómenos culturales más relevantes de estos primeros años en democracia fue el hecho de que de esa cultura de la resistencia, venida desde el exilio y disimulada dentro de España, se pasó de un salto a la cultura del espectáculo. Muchos escritores e intelectuales de izquierda y derecha consiguieron durante la democracia ocupar un puesto destacable desde el cual hacer algo de ruido dentro del frívolo espacio de los medios de comunicación, sobre todo en la industria televisiva. El intelectual y profesor catalán Eduardo Subirats explica este fenómeno concisamente en la siguiente cita:

El lugar social que el intelectual había perdido institucionalmente como conciencia reflexiva e independiente, lo conquistaba ahora el artista neo-vanguardista, sumarísimamente redefinido como animador social. En los medios de comunicación, en la joven narrativa y en el interior mismo del discurso político socialista este artista fue estilizado como nuevo héroe postmoderno, al mismo tiempo conciencia nihilista, estrella carismática y productor de simulacro estético-político-mercantiles (“Postmoderna” 13).

Una vez llegada la socialdemocracia con el gobierno de Felipe González, el modus operandi de esto que ampliamente llamamos cultura se adaptó rigurosamente a las nuevas reglas del mercado. Gregorio Morán lo expresa así: “Inevitablemente la ‘inteligencia’ hubo de frivolizarse, quizá porque lo necesitaba o porque había renunciado a un papel más riguroso o menos rentable, o sencillamente porque le gustaba” (221). Para el periodista la transición española a la democracia no contribuyó en realidad al conocimiento de las obras y del pensamiento de los autores del exilio (212) sino más bien a “convertir la pobreza provocada por esos años oscuros, explicable por razones históricas, en espectáculo” (204). Mari Paz Balibrea ejemplifica esta aseveración de Morán en el interés del presidente Adolfo Suárez por rescatar a los escritores y pensadores del exilio con el fin de legitimar su proyecto democrático en el que todas las ideologías políticas estuvieran presentes. Se hizo un uso intencionado de la imagen de los exiliados ancianos ya en plena transición11 con el fin de conectar el proyecto de modernidad política defendido en la república, con el proyecto democrático en ciernes, sumiendo en un paréntesis oscuro y vergonzoso los duros años de la guerra y la dictadura (15).

A modo de conclusión, y a pesar de las expectativas generadas por la muerte de Franco, se entiende que no existió una ruptura relevante en el ámbito de la creación literaria en este periodo de “cambio de piel”. La intervención del Estado en asuntos culturales incrementó el interés de la ciudadanía por la recuperación parcial de las señas de identidad con la celebración de centenarios como el de Pérez de Ayala (1979), Manuel Azaña (1980) y Juan Ramón Jiménez (1981) y de igual modo con la reconstrucción del canon histórico-cultural. La desaparición de la burocracia franquista, y con ello de la censura, produjo una evolución paulatina en los intereses y preferencias de lectores, editores y autores, y de aquellas formas narrativas vigentes con anterioridad. La oficialización de la cultura por parte del gobierno socialista favoreció considerablemente la propaganda y comercialización del bien intelectual a manos de la industria editorial y los medios de comunicación.

 
 
Notas
 

1 Bernad Bessière considera imprescindible la labor de André Malraux y Jack Lang al cargo del Ministerio de Asuntos Culturales de la república francesa, y la influencia que posiblemente ejercieran en las decisiones administrativas del presidente español Adolfo Suárez. Bessière hace referencia al conocimiento que se tenía de la labor política de los funcionarios franceses gracias a los continuos artículos y evaluaciones publicadas en la presa española en este periodo de la transición (370).

2 Consúltense los artículos 9.2, 27.1, 44.1, 44.2, 46, 48 ó 50. Bessière considera que la influencia directa de este interés por la gestión de la cultura por parte del Estado habría que buscarla en la propia Constitución de 1931, en concreto en los artículos 45 y 48. Además apunta la posible influencia del artículo 70 de la Constitución portuguesa de abril de 1976 (369).

3 Años después en 1992 Madrid fue nombrada Capital Europea de la Cultura.

4 Real Decreto Ley del 1 de abril de 1977 que venía a sustituir a la antigua ley de prensa e imprenta de 1966 creada por Manuel Fraga Iribarne desde el Ministerio de Información y Turismo.

5 Premio de carácter anual presidido por el director cinematográfico Luis García Berlanga desde el año 1976 y que pone de manifiesto el extraordinario auge de la creación erótico-pornográfica. En prensa periódica destaca la aún vigente Interviú fundada también en 1976 por Antonio Asensio.

6 A las 10 de la noche del 23 de febrero de 1981, antes de que TVE emitiera el discurso del Rey, El País publica un ejemplar especial titulado “El País, con la Constitución” en clara defensa de la democracia. Revisar “Breve historia de El País”. http://www.elpais.com/especiales/2006/30aniversario/index.html

7 Uno de los recursos editoriales de mayor éxito fue la compilación en libro, a modo de ensayo, de todos los artículos publicados en la prensa. Tómese como ejemplo Diario de un español cansado (1975) de Francisco Umbral.

8 José Carlos Mainer hace referencia a este hecho cuando señala que “el quiosco pareció que iba a desplazar a la librería como punto de venta y conoció su apogeo a finales de los setenta, cuando coincidían en sus revueltos anaqueles los fascículos de todo lo divino y lo humano (desde diccionarios enciclopédicos hasta cursos de idiomas, pasando por historias de casi cualquier cosa, recetarios de cocina y vademecums de lo que se empezaba a llamar bricolage) con libros de colecciones publicadas ex professo para ese modo de difusión”. (215)

9 Resulta curioso cómo este afán por parte de las instituciones democráticas recién instauradas de lavar la cara de España, maquillar las heridas del pasado e intentar convencer a los propios españoles, y a quienes seguían desde Europa los acontecimientos históricos, de que “aquí no ha pasado nada”, no constituyó un hecho aislado. El gesto se repite incluso con mayor insistencia en las efemérides del mal llamado “descubrimiento de América”, la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona todos acontecidos en 1992. España de nuevo salió de fiesta y demostró con creces merecer formar parte del concierto europeo. El tratado de Maastricht, firmado un año después, fue el resultado a tanto esfuerzo.

10 Tómense como ejemplo el consumo masivo de droga dura, sobre todo heroína, entre la población más joven, que necesariamente comportó un aumento considerable de casos de sida, la sangría terrorista que sembraba de muertos civiles y militares las calles de la capital y el País Vasco, el patinazo del 23-F, o los casos de corrupción de los posteriores gobiernos socialistas.

11 La fotografía extensamente divulgada de Rafael Alberti, Santiago Carrillo y Pasionaria sentados en el Congreso de los Diputados en 1978 junto a antiguos miembros del gobierno fascista, fue la clara imagen de esa concordia y consenso como valores defendidos hasta la extenuación por el presidente electo Adolfo Suárez.

 
 
Bibliografía
 

Balibrea, Mari Paz. Tiempo de exilio. Una mirada crítica a la modernidad española desde el pensamiento republicano en el exilio. Barcelona: Montesinos, 2007.

Bartolomé Martínez, Gregorio, et al. La lengua compañera de la transición política española: un estudio sobre el lenguaje del cambio democrático. Madrid: Frangua, 2006.

Bessière, Bernard. “La crisis cultural de la transición y el supuesto modelo francés” Actas del Congreso La cultura del otro: español en Francia, francés en España. Sevilla: APFUE, SHF, Departamento de Filología Francesa de la Universidad de Sevilla, 2006.

Mainer, José Carlos. “La cultura de la transición o la transición como cultura”. Ed. Carme Molinero. La Transición, treinta años después. Barcelona: Península, 2006. 153- 171.

Molas, Joaquim. “La cultura catalana durante la transición”. Ed. Carme Molinero. La Transición, treinta años después. Barcelona: Península, 2006. 173-183.

Morán, Gregorio. El precio de la transición. Barcelona: Planeta, 1991.

Soldevilla Durante, Ignacio. “La novela española en lengua castellana desde 1976 hasta 1985” Ed. Samuel Amell y Salvador García Castañeda. La cultura española en el posfranquismo. Diez años de cine, cultura y literatura (1975-1985). Madrid: Playor, 1988. 37-47

Subirats, Eduardo. “Contra todo simulacro” Quimera 95. (1994): 19-27.

___. “Postmoderna modernidad. La España de los felices ochenta” Quimera 145 (1996):
11-18.

Vázquez Montalbán, Manuel. Crónica sentimental de la transición. Barcelona: Planeta, 1985.

Vilarós, Teresa. El mono del desencanto. Una crítica cultural de la transición española (1973-1993). Madrid: Siglo XXI, 1998.
 
 

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