“Desiertos de la Luz”

Colinas, Antonio. Desiertos de la Luz. Barcelona: Tusquets, 2008. 121 páginas.
 
 
Lourdes de Abajo
Conservatorio Superior de Música “Eduardo Martínez Torner”
 
 
La palabra es aquí sólo un silencio. Aún a riesgo del deseo de condensación de un poemario en un verso, Antonio Colinas parece nombrarlo todo en la ausencia de la sílaba. Desiertos de la luz, su última publicación poética, es canto interno a la víscera, al pliegue, a la oquedad de una búsqueda que nos reúne y nos completa. Música del centro, armonía pitagórica del cosmos, sonido de las esferas que, en vano, es sometido al conocimiento humano, la sed de quien desea eterna plenitud. Así las arias de Händel o el piano de Glenn Gould son anécdota que viste pero no es. Semblanza y perfil del silencio que ilumina. Y es que Colinas, no es un poeta que escribe. Es el poeta-músico de ritmos densos que el verbo dispone. Palabras como notas en una melodía que se escribe en tonalidades cercanas que modulan hacia la lejanía, sembrando en el lector una confabulación magnífica de luz y color como lo haría la música de Debussy o de Scriabin. O en sus versos: Tu música y la música del mundo/ son una sola música, pero hay/ que arder para encenderla en tu interior.

Espiritual y altura poética están imbricadas en las dos partes que conforman el libro, “Cuaderno de la vida” y “Cuaderno de la luz”, siendo momentos muy brillantes de esta relación los textos “En Bruxelas, buscando una llama” y “En el mar Muerto”. En el primero en donde existe un diálogo interlineado entre la voz del autor y Ana de Jesús. El desierto de la realidad y la búsqueda de la Luz no han cambiado en los últimos quinientos años. Una luz que se hace presente y no olvida: Revela. En el segundo, del mismo modo, el poeta se deja rodear de un halo que explora más allá de la frontera que hay entre el individuo y aquello que la palabra no puede nombrar: Salí, salí de mí/ cuando en realidad estaba muy adentro, / sumido en un círculo.

Y no podemos olvidar la renuncia a la sangre en cualquier conflicto. El poder pacificador de las piedras, la resonancia oculta de éstas, brillo y estertor de los siglos, forma antagónica a la tibieza del canto del pájaro que no lo anula sino que lo completa. Colinas se ofrenda y se nace en este silencio de las piedras como un ecce homo de este tiempo, /sin cuerpo ya, sin ego.

Trascender en uno mismo, más allá de sí mismo.

 
 

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