Brown University
El Laberinto de Fortuna de Juan de Mena ha cautivado a la crítica desde su presentación en 1444 al rey Juan II. Mejor dicho, el “núcleo” del poema, las coplas que describen los siete círculos que corresponden a las influencias de los planetas en los hombres, siempre han provocado comentarios fervorosos. En contraste, el interés despertado por las coplas “introductorias” ha sido mínimo. Cualquier estudio de las primeras coplas responde a la explicación del poema en su conjunto, pasando por alto la complejidad que estas encierran en sí mismas. María Rosa Lida de Malkiel considera que el episodio que llamaré el “mapamundi” (coplas 32-54) obedece a una preceptiva medieval que obligaba a los autores a meter al principio de sus textos épicos una imagen del mundo (Lida de Malkiel 31). Asimismo, es un tipo de alarde poético, demostrando al lector un conocimiento de sus antepasados clásicos (42). Lida de Malkiel nota la tensión entre estas actitudes, la una representativa de la moribunda tradición medieval y la otra, señal de la nueva actitud renacentista hacia las letras. Según su análisis, la estética renacentista calificaría este mapamundi de paréntesis sin valor argumental.1
Aunque a primera vista parezca una digresión sin consecuencias para el argumento, no creo que sea adecuado descartar así un mapamundi en el contexto de la primera mitad del siglo XV. En las vísperas del proyecto de Cristóbal Colón, la curiosidad por lo que había allende del horizonte aumentaba cada vez más con las expediciones de pescadores y aventureros hacia el sur (Casado 85). La expansión de territorios empezaba a institucionalizarse por medio de la mercancía: la guerra contra la liga hanseática hizo a Castilla dueña del mar y en 1443 tenemos las primeras noticias de una Universidad de Mercaderes en Burgos (80). Comenzaba a ser evidente que la nación que controlara más territorios y regulara los intercambios de conocimientos y de bienes de valor sería la más poderosa de Europa. En tal ambiente de descubrimientos asociados al poder, la información contenida en los mapamundis que circulaban por las cortes era un bien altamente preciado. Más que una mera digresión, el mapamundi verbal de Juan de Mena habría sido una articulación interesante de cómo se entendía el mundo en esa época.
Si el lector me perdona lo obvio de la observación, el Laberinto de Fortuna es un poema alegórico. El narrador/autor Mena cuenta la historia de un viaje en el cual ve multitud de escenas con significado simbólico. Dos aspectos de la alegoría medieval nos van a interesar aquí: su valor didáctico y su naturaleza visual. Por lo que atañe a lo didáctico, algunos críticos, como Lapesa, parecen estar de acuerdo acerca de la finalidad política y moral del texto: “alegoría, elogios e invectivas responden al afán de suscitar en la aristocracia castellana tipos de conducta mediante los cuales convirtiese en realidad sus propias capacidades” (Lapesa 258). Es una especie de espejo de príncipes, o mejor dicho, el espejo de un príncipe concreto, Juan II, y por su estilo elevado, es necesario aclararlo.
De esta manera, el proceso de aprender y entender es dramatizado a lo largo del texto. Frecuentemente, se presenta una imagen oscura y después, para asegurarse de que el lector la interprete correctamente, el autor proporciona una glosa de la misma a través del diálogo entre los personajes. Sol Miguel-Prendes ilumina esta tendencia a la autointerpretación como el resultado de la intercesión de Mena como personaje, Mena como autor, y la Providencia que le guía por la casa de la Fama: “These three fictional characters allow the text to comment on itself” (29). Aquí, en vez de dejar el trabajo exegético en el margen, una interpretación está plenamente incorporada al texto.
Rafael Lapesa, cuya división del poema en siete partes casi simétricas ha influido tanto en la lectura subsiguiente del poema, asigna la “descripción del orbe universo” a la primera mitad de la tercera parte del Laberinto entero (Lapesa 262). Sus 23 estrofas en esta visión forman parte del conjunto introductorio, justo antes del núcleo central de las 174 coplas dedicadas a los siete círculos planetarios. Siguiendo con la idea de la autointerpretación, esta posición del mapamundi viene a ser muy significativa. Después de su mirada detenida por toda la tierra, la Providencia le instruye a Mena-personaje: “Déxate d’esto, que non faze al fecho, mas mira: veremos al lado derecho / algo de aquello por que eres venido” (copla 55fgh).2 Estos versos apoyan la lectura del mapamundi que ha prevalecido: la Providencia misma parece decir que no viene al caso. ¿Cómo es posible desechar así el mundo entero? El mundo que Mena ve es una masa informe, llena de imágenes y hechos cuya significación no se ha procesado. Después de la recorrida visual, Mena queda atónito, sin saber qué pensar:
Segunt fazen muchos en reino estrangero
si alguno vïesse lo que nunca vido,
si non lo desdeña e está detenido,
los otros retratan del tal compañero;
ca es reputado por mucho grosero
quien faze tal fiesta de lo nuevo a él
que entiendan los otros que están çerca d’él
que non ovo d’ello notiçia primero. (54)
Mena es para el lector el intérprete de lo que acontece en el poema. Como él no puede asimilar tanta información, ésta queda abierta a la exégesis del lector. No es la naturaleza del texto dejar que una imagen hable por sí, y así, “Bolviendo los ojos a do me mandava, / vi más adentro muy grandes tres ruedas” (56ab). Estas tres ruedas son lo que la Providencia juzga más importante: son la explicación. Los círculos contienen una demostración comprensiva de cómo entender la tierra y la influencia de los planetas sobre ella, partiendo de la hipótesis tomista de que el estudio de la tierra es el estudio de la obra de Dios. Sin el mapamundi al principio, las 174 octavas del núcleo carecerían de sentido. El mundo es la obra o la materia que hay que aprender; las ruedas son el método de enseñanza.
La meta didáctica de Mena es exitosa a causa de la naturaleza visual de la alegoría, de la que el autor es plenamente consciente en todo momento. El cotejo de Lida de Malkiel sigue siendo la prueba definitiva de que esta parte del Laberinto sigue muy de cerca una parte del De imagine mundi atribuido a San Anselmo, pero “claro que no traducid[o] al pie de la letra” (Lida de Malkiel 41). La elaboración de Mena, en comparación con la fuente latina, es bastante condensada. Lida de Malkiel opina que la reducción indica una falta de atracción por el contenido (42), pero de la misma manera, creo que esta simplificación se lleva a cabo para que sea inteligible, y así es más ajustada para formar una herramienta didáctica dirigida al rey.
Lida de Malkiel también se queja de “una curiosa flaqueza: la indiferencia de Mena por la verdad objetiva de buen número de datos insertos en su poema” (42), como la equivocación de los datos históricos de un lugar o la confusión de nombres de dos lugares. Como ella misma admite más adelante (44), esto es una licencia poética. Mena se concede estas libertades tanto con el texto latino como con la realidad misma porque estos detalles le preocupan menos que la finalidad de la obra. Tiene que llegar a una concepción altamente visual del mundo que pueda funcionar como referente mental para facilitar la integración de los elementos posteriormente.
James Burke ha demostrado que la meta de un viaje interior es exactamente este tipo de memorización. Interpreta las coplas introductorias del Laberinto como el comienzo de un viaje interior al modo de San Agustín: Mena hace una introspección con la que su conciencia pasa metafóricamente al interior de su cuerpo a través de sus ojos – ventana del alma. En el interior del cuerpo se encuentran el alma y todos los conocimientos más importantes, en forma de imágenes visuales, que a su vez deben ser entendidas metafóricamente. “The basic building block as it were of the artificial memory was a mental image which reflected as accurately as possible the idea which the individual wished to retain” (Burke 28). Por eso, Mena reitera tantas veces la palabra “ver” y los términos del mismo campo semántico. Cuando invoca a la Fortuna para empezar su viaje, Mena forja una equivalencia entre ver y comprender:
Pues ya por que vea la tu sinmedida,
la casa me muestra do anda tu rueda,
por que de vista dezir çierto pueda
el modo en que tratas allá nuestra vida. (12e-h)
En el verso e “vea” es sinónimo de “entender”. El verso g reitera esta concepción e implica la experiencia completa que es haber presenciado el fenómeno: sólo después de experimentarlo “de vista” puede estar “cierto” de cómo actúa la Fortuna en las vidas humanas.
La concepción de mirar como la única manera segura de recibir información encaja bien con la teoría medieval de la óptica. Lida de Malkiel asegura que Mena estaba al tanto de estas teorías (18). Según Burke, en esta época, se entendía que la luz tenía forma corporal, llamada species:
Basically the medium light became imprinted as it struck any kind of created being and thereby produced a kind of luminous double of the original. The species could move across space to and through the eye to cause an effect on the brain and perhaps to remain there recorded in memory (Burke 36).
Quien mira, en esta teoría, funciona más como objeto que sujeto. En vez de imponer su punto de vista sobre la cosa que ve, la luz que cubre la cosa actúa sobre el observador en una transferencia muy íntima desde el mundo exterior, a través de los ojos, hasta el interior físico de quien mira. En la experiencia real del espectador, ver algo es estar en contacto con la realidad misma, sin mediación alguna. En el caso del Laberinto, la única barrera entre el lector y esta realidad vista/experimentada es la intromisión de Mena, el autor. Para entender bien lo que nos quiere contar, los lectores tenemos que copiar el viaje interior de Mena y llegar a los esquemas visuales que creamos dentro de nuestra imaginación a medida que nos narra los suyos.
La imagen mental que Mena quiere proporcionar es extraordinariamente grande:
en lo más alto de aquella posada
de donde podía ser bien devisada
toda la parte terrestre e marina (32bcd).
Mena el viajero contempla el orbe terráqueo desde el cielo y duda de sus poderes descriptivos:
Si coplas, o partes, o largas diçiones
non bien sonaren d’aquello que fablo,
miremos al seso, mas non al vocablo (33abc).
Sin embargo, logra comunicar la visión de tal modo que parece que simplemente miramos un mapa detallado.
Lo logra en parte porque no deja nunca de evocar el uso de los ojos. En las diecinueve coplas (34-53) que constituyen el centro descriptivo del mapamundi, hay 27 instancias del verbo “ver” en alguna de sus conjugaciones. Es decir, en casi todas las octavas el narrador insiste en que su experiencia es principalmente visual más de una vez. Además, hay tres ocurrencias de “mostrarse” (48e; 52a; 53a), dos de “parecer” (42e; 44e) y una instancia de cada una de los vocablos relacionados, “representa” (51a), “fue patente” (50a) y “demostrar” (46a).
Colin Smith analiza la naturaleza visual de todo el Laberinto y sugiere que algunas de sus visiones metafóricas del poema derivan de cuadros y estatuas que Mena habría visto en la corte de Juan II. En su análisis de la copla 142, Smith propone que las octavas más importantes y más interesantes para el lector construyen sus imágenes más concretamente, de forma más pictórica, en contraste con los otros pasajes que dependen del amontonamiento de verbos como los que enumero en el párrafo anterior: “we are no longer in the earlier situation of the generalized and repeated ‘vi’, somewhat abstracted” (Smith 297). Es verdad que Mena dispone de otras maneras de pintar con sus palabras, pero en su adaptación de la fuente latina este método es innovador.3
Donde De imagine mundi produce una lista estática de nombres de lugares, Mena invoca la vista para crear una experiencia más completa y más fácil de asimilar. El mirar es protagonista especialmente en 41ab: “mis ojos tornados / vieron”. La misma conciencia del acto de mirar está presente en lo que de otro modo es una amplificatio verborum normal: “Çicladas, las quales cualquier que las vea / seis verá menos para ver sesenta” (51gh). Tres referencias a la actividad de los ojos en tan sólo dos versos realmente revelan una preocupación por el tema. 4
El orbe de Mena tiene este aspecto general:
De allí se veía el espérico çentro
e las çinco zonas, con todo el austral,
brumal, aquilón e la equinoçial,
con lo que solsticio contiene de dentro;
vi contra mí venir al encuentro
bestias e gentes de estrañas maneras,
mostruos e formas fengidas e veras,
quando delante la casa más entro. (34)
Los primeros cuatro versos de la octava presentan el mundo en conjunto tal como lo vemos cuando miramos un mapamundi. Una representación del orbe producida en Italia en 1442 por el cartógrafo Giovanni Leardo presenta las cinco zonas que nombra Mena.
El oriente está en la parte superior, siguiendo otros mapas más esquemáticos que representaban a Jerusalén como el ombligo del mundo. El “austral” de Mena, totalmente desconocido por el cartógrafo, no obstante es delineado claramente con un color más rojizo para indicar que no es habitable. Si seguimos el mismo sentido que Mena, la región “brumal” en este mapa es toda agua. El “aquilón” tiene el mismo color que el extremo sur, porque tampoco está habitado: el mapa afirma que es demasiado frío para la vida humana (“DIXERTO DEXABITADO PER FREDO”). La “equinoccial” de nuevo carece de tierra para la morada de seres humanos, y solo cuando llegamos al verso d encontramos cosas interesantes. El mapa refleja este interés en la zona del “solsticio” con muchas representaciones de ciudades para indicar las poblaciones importantes, reales o imaginadas. Es natural que el ojo se detenga en esta parte central más detallada. Igualmente, Mena describe un circuito por el mundo conocido, siguiendo la ruta natural de los ojos de alguien que mira un mapa, parándose para contemplar más detenidamente la parte más interesante. En contraste, De imagine mundi presenta el siguiente orden, que no exhibe la misma lógica de la mirada: “primus septentrionalis, secundus solstitialis, tertius aequinoctialis, quartus brumalis, quintus australis” (Cummins 190).
Los últimos cuatro versos de la copla 34 continúan el resumen de la tierra habitada. Esta material no se encuentra en la fuente latina, pero prepara el lector para el viaje mental alrededor del mundo. En los versos df, “vi contra mí venir al encuentro / bestias e gentes de estrañas maneras”, la gran variedad que el mundo contiene casi sale de la página, imitando la traslación del species por los ojos y dentro del cuerpo que quien ve/quiere entender. De manera muy similar, Mena añade material ajeno al tratado de San Anselmo a la copla 49 para mantener la variedad y probablemente para que sea más memorable. La descripción es rápida:
Marmárida toda, do es la grant copia
de gente veloçe de los trogloditas;
los áforos, gentes atan imperitas
que de casas e fierros padesçen inopia. (49e-h)
Una característica destacada del poema es que no hay casi nada inmóvil. Dorothy Clotelle Clarke comenta: “Mena was too much the artist to allow stasis to paralyze his poem. He introduces dynamic elements to offset the static force and to keep his epic moving. What we ‘see’ in the vision is not really the persons fixed there but rather the dramatic action or the circumstance or force that brought them to their fixed state” (Clarke 121). Mena conscientemente emplea este estilo en todo el Laberinto. Con el nombre de alguien ilustre siempre viene una historia encapsulada que justifica su presencia en el círculo. Mena el viajero no solo ve los personajes famosos sino todas sus hazañas dignas de mención, proceso facilitado por la compresión del tiempo lineal que es normal en todo viaje interior. Esta simultaneidad con los acontecimientos pasados y el tiempo presente de lectura está vigente en el mapamundi también. Por ejemplo, De imagine mundi describe así el continente europeo: “Europa ab Europe rege, et ab Europa filia Agenora est nominata” (Cummins 193). En lugar de estas líneas anodinas, Mena elabora una compleja perífrasis que recuerda el origen mitológico del continente:Sin embargo, expone los conocimientos irrefutables del tiempo para el uso del rey y es sin duda más recordable que la seca conglomeración de nombres de la fuente.
E vimos aquélla que Europa dixeron,
de la que robada en la taurina fusta
lançó los hermanos por causa tan justa
en la demanda que fin non pusieron. (42 a-d)
Espero haber sugerido la compleja correspondencia de estilo e ideas entre esta parte introductoria del texto de Juan de Mena, y la visión del poeta que encontramos en el resto del poema. El mapamundi es una parte integral del Laberinto en la que se establecen las técnicas didácticas que continúan en el resto del poema. Mena interpreta y adapta el texto de San Anselmo recreando el acto de mirar como una etapa importante en el proceso de aprender. El poema en conjunto forma una serie de imágenes visuales que el lector construye en su imaginación para entender y recordar mejor el mensaje. Así, quizás pueda salir del laberinto.Estos versos ayudan al lector a entender la relación primitiva entre todas las tierras.
2 Cito de la edición de Carla de Nigris.
3 La edición de Nigris incluye las partes del De imagine mundi citadas por Mena (notas 254-263), y las diferencias se ven muy claras en el cotejo de Lida de Malkiel (37-41), pero la edición de John Cummins (Apéndice 189-197) lo presenta en su forma más completa.
4 “Algunos manuscritos atestiguan para ser sesenta” (Mena 87, nota al verso 51h). Las dos lecturas tienen sentido. La posibilidad (no comprobable) de que un copista haya escrito “ver” donde Mena pusiera “ser” confirmaría la influencia psicológica de la acumulación de verbos relacionados con la vista.
Bibliografía
Burke, James F. “The Interior Journey and the Structure of Juan de Mena’s Laberinto de Fortuna.” Revista de Estudios Hispánicos 22:3 (1988): 27-45.Casado Soto, José Luis. “En pos de los confines del mundo: barcos y geografía en la época del Marqués de Santillana.” El Marqués de Santillana (1398-1458): Los albores de la España moderna. Tomo IV: La época. Hondarribia: Editorial Nerea, 2001, 77-98.Clarke, Dorothy Clotelle. Juan de Mena’s Laberinto de Fortuna: Classic Epic and Mester de Clerecía. University, Miss.: Romance Monographs, 1973.
Cummins, John G., ed. Laberinto de Fortuna. Por Juan de Mena. Madrid: Cátedra, 1979.
Lapesa, Rafael. “El elemento moral en el Laberinto de Mena: su influjo en la disposición de la obra.” Hispanic Review 27:3 (1959): 257-266.
Leardo, Giovanni. “Mapa mondi figura mondi.” 1442.
<http://www.henry-davis.com/MAPS/LMwebpages/242.html>
Lida de Malkiel, María Rosa. Juan de Mena, poeta del prerrenacimiento español. México: Colegio de México, 1950.
Mena, Juan de. Laberinto de Fortuna y otros poemas. Ed. Carla de Nigris, estudio de Guillermo Serés. Barcelona: Crítica, 1994.
Miguel-Prendes, Sol. “Translation, Authority, and Authorship in the Works of Enrique de Villena and Juan de Mena: The Emergence of the Vernacular Author in Fifteenth-Century Castile.” Allegorica (1996): 17-33.
Smith, Colin. “Mena’s Laberinto and the Visual Arts.” Bulletin of Hispanic Studies (Glasgow) 68:2 (1991): 297-303.
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