Luis Escamilla Frías
Latin American, Iberian, and Latino Cultures del Graduate Center, City University of New York (CUNY)
Desde qué persona gramatical escribir un texto que viene del yo pero que, destacadamente, incluye al nosotres. Primer problema. Segundo problema: cómo hablar de nosotres cuando en realidad lo que puede estar ocurriendo es que el yoincorpora a su dicho, sin pedirle permiso, ideas de elles. No siendo lingüista, ni siquiera diletante de lenguas distintas de aquellas cuya enseñanza se encuentra fácilmente en internet, no sé a qué lengua recurrir para tomar prestada una persona gramatical apropiada. Así y todo, me parece adecuado hablar desde el español, que es la lengua que hablo, y a la cual me quiero referir enseguida. Así pues, por este este texto está hablado el nosotres.
En una charla auspiciada por el Mexican Studies Institute de CUNY, en 2021 Rafael Lemus nos habló a les asistentes del tipo de crítica literaria que le gusta. Basado en una idea de Roland Barthes, dijo que piensa la crítica como la incorporadora de nuevas ideas, y no como la prodigadora de comentarios, menos o más inteligentes, sobre ciertas obras literarias. Más imaginativa arqueóloga del futuro, menos erudita contempladora del pasado. Un futuro que, como nos ha mostrado el Covid 19, está cada vez más en el pasado, mientras que el presente se vuelve el futuro. El futuro es hoy, afirmémoslo así, parafraseando el título de otro libro coordinado por Lemus, en donde él y el otro coordinador, Humberto Beck, afirman que los futuros prometidos en el siglo XX, o ya se acabaron, o nunca se lograron: la cuestión es que toda promesa de futuro nos alcanzó, y está aquí, viéndonos a los ojos, esperando a que hagamos algo. En una plática online que tuvo con Angela Davis también en 2021, Naomi Klein afirmaba que la oportunidad que nos ha dado el 2020 es voltear a otra crisis reciente, la de 2009, y corregir lo que no se hizo: desperdiciada aquel año, la posibilidad que nos brinda la Historia es, ahora sí, radicalizar las cosas y cambiar el presente, que es el futuro.
Primero hay que criticar, combatir, debilitar al sistema actual, porque como bien dice Naomi Klein pero también Boaventura de Sousa Santos y Mike Davis, la pandemia no es la crisis: la pandemia es una crisis dentro de la gran crisis llamada época neoliberal. Si el neoliberalismo no hubiera acabado con los Estados hasta convertirlos en garantes para que las empresas exploten cualquier recurso explotable, los hospitales públicos habrían podido tener la capacidad de atender a las personas enfermas por el virus. Si la población no hubiera tenido que alimentarse de comida chatarra producida por esas mismas empresas por tantos años, tal vez su salud sería mejor y hubieran soportado mejor los embates de un virus que atacaba particularmente a los cuerpos obesos, agotados, débiles por múltiples causas, entre otras, por las largas jornadas de trabajo durante años y años sin parar.
Lo segundo es detenernos en la crisis presente. “Lo peor que nos podría pasar, argumentaba convincentemente Arundhati Roy, es regresar a esa normalidad salvaje”, escribe Cristina Rivera Garza. No importa cuán largo, cuán desgastante o difícil sea el impasse debido a la pandemia, hay que detenernos a analizar y pensar nuevas vías que nos permitan construir algo diferente al horroroso presente. De otro modo, no estaríamos honrando sino todo lo contrario, traicionando, a los millones de personas víctimas no únicamente del virus, sino del sistema que permitió que el virus se convirtiera en la amenaza mortal que es. Gabriela Alemán explicaba en pleno comienzo de la pandemia las grandes diferencias que encontró viajando entre su país, Ecuador, y Estados Unidos, donde vive. Mientras que en el aeropuerto ecuatoriano le tomaban la temperatura, le exigían cubrebocas e higiene en las manos, en un aeropuerto de Estados Unidos, aún gobernado por Donald Trump, las medidas no habían empezado a aplicarse. “El sistema seguía funcionando, sacando ventajas de la situación “Business as usual”. Contra eso estamos.
Y finalmente, porque el lenguaje es nuestra materia de trabajo, estamos por un cambio en la forma de enunciarnos, representarnos, narrarnos. Porque la pandemia ha hecho más evidentes muchas y muy profundas injusticias, es completamente lógico que deseemos que esas injusticias se acaben. Y para ello estamos seguros que es importante re-narrarnos. Seguir narrándonos del mismo modo que siempre es permitir que el lenguaje siga el curso que, hasta ahora, ha sido el normal junto con el sistema injusto que nos maltrata.
Por eso estamos con Yásnaya Elena Aguilar Gil, quien se pregunta algo tan sencillamente clarificador como el significado de estar en cuarentena. ¿En dónde? Una casa de campo cuidada por empleados y que se visita los fines de semana. Un departamento demasiado pequeño para una familia de cinco integrantes. Un país que ha cerrado sus fronteras, sí, aún más. Una colonia patrullada por policías que van a detenerte si pisas la calle. Una estación de detención migratoria. Un departamento en el que ha muerto alguien por la enfermedad que nos confina, con su cuerpo insepulto que nadie puede llevarse. Una ciudad con calles casi vacías en las que recoges la basura. Un hospital del que no puedes salir para evitar poner en riesgo a tu familia. Una casa de lujo desde la que grabas tutoriales. ¿En dónde? Aquí estamos también, y, en consecuencia, con Luis Felipe Lomelí, quien recién empezada la pandemia alzaba polémica por criticar a las mentes bienpensantes que se lamentaban por la mala suerte que correrían las personas pobres con la crisis sanitaria, obviando el verdadero origen de esa crisis. “¿Es esa preocupación hacia los pobres –escribía–, hacia los más subalternizados de los subalternizados, por parte de algunos miembros de la academia hegemónica y entoespecífica, una preocupación real? ¿O es un mero pretexto? La humanidad como culpa, invocar como argumento, como figura retórica infalible para responder sus motivos de preocupación reales”. Y sus preocupaciones reales, dice Lomeli, no son que el mundo cambie, sino que el mundo de elles cambie. Pero aquí estamos con él, y decimos que sí, que debe cambiar y cambiar la forma de entenderlo.
Lo que queremos decir está lleno de ecos de Cristina Rivera Garza, quien en Los muertos indóciles: necroescrituras y desapropiación se burlaba un poco de les autores que dicen ser altamente radicales, pero escriben tal como si estuviéramos en el siglo XIX. Aquí queremos remarcar eso. Estamos por un giro radical de la literatura, que explore en el presente-que-es-el-futuro nuevos temas, enfoques, modos, palabras, soportes, de narrarnos todes.
En este mayo de 2025 que releo esto que escribí hace apenas unos años atrás, en 2022, pareciera que más bien pertenece a un pasado remoto. Ha llovido tanto y tan feo en tan poco tiempo. Aunque en otro sentido, también parece escrito la semana pasada, en que por ejemplo estudiantes de Brooklyn College, donde doy clases, fueron reprimidos y sometidos incluso a golpes si bien a una escala mucho menor pero igual como fueron golpeados los estudiantes de The City College of New York y de Columbia University hace un año por lo mismo, expresarse a favor de Palestina. Pensándolo bien, más bien sí, sí es un texto que pudo haber sido escrito ahora mismo.
M
La primera letra de nuestro abecedario es la M. De mujeres. Siendo la mitad de la población humana, o más, las mujeres son el primer grupo social afectado por el mundo en que vivimos, lo cual vino a acentuarse con la pandemia por el Covid 19. Nos disculpamos por dividir este texto en letras del alfabeto, a pesar de que lo que intentamos es sumar una voz colectiva. Pensamos que, haciendo esta partición, podemos enfocarnos en cada uno de los grupos sociales que somos, con sus singularidades.
Nosotres evocamos a Rita Segato, cuando sostiene que el sustrato más profundo que apuntala al inequitativo sistema capitalista es el patriarcado. Y también suscribimos lo que afirma Silvia Federici cuando, corrigiéndole la plana al mismo Marx, revela que el sistema capitalista no empieza fuera del hogar, sino mero dentro de él: allí donde hay que llevar a cabo un montón de labores para que la familia coma, para que la casa esté limpia, para que sus habitantes estén alimentades, bañades y listes para salir a trabajar a algún mal pagado empleo cuyo dueñe se hace cada vez más groseramente rico, gracias al neoliberalismo. Nos alineamos también detrás de Nancy Fraser, quien en sintonía con Federici le llama a esa labor no reconocida como un taller oculto, un taller oculto del capital. Y finalmente evocamos a la misma Naomi Klein, quien en la misma plática afirmaba que quienes han sufrido más a causa del covid no han sido otras que las mujeres.
La cuestión es de lógica básica: si en la mayoría de las sociedades con sistemas patriarcales robustos, como México, son principalmente mujeres quienes se hacen cargo de todas las labores en el hogar, ahora que el Covid nos mandó a todes quienes tenemos el privilegio de estarlo, a encerrarnos a nuestras casas, es harto probable que las mujeres ahora se hayan tenido que hacer cargo de muchas más actividades para sostener a toda la familia todo el día: jornada doble, tirando a triple, casi sin paga, o definitivamente sin ella. “Barrer, trapear, lavar los trastos, tender las camas, poner la ropa en la lavadora, sacudir -todas esas actividades cotidianas que, al menos en esta casa, siempre hemos llevado a cabo nosotros mismos-, muy a menudo recaen en los hombros de las mujeres, y usualmente pasan desapercibidas”, dice bien la propia Rivera Garza en un texto para un libro que, sin embargo, en general, incluye textos lamentables de autores y autoras privilegiados por el sistema que nosotres, aquí criticamos, quienes se quejan amarga, ridículamente por tener que estar encerrados (en sus departamentos en la Condesa, o en Manhattan, o en París, o en…).
Pero la cuestión empeora con otra realidad igual de cotidiana y transparente en Mexico: la violencia contra las mujeres. Terrible panorama ya el de ser mujer y tener que estar encerrada llevando a cabo un sinfín de labores sin paga pero no por eso menos exigentes, lo cual se pone peor si hay que añadir que ese encierro debe una pasarlo al lado del agresor cotidiano, quien frustrado por estar encerrado en un lugar que nunca ha hecho propio como su hogar, desahoga su enojo llevando a cabo lo que buena parte de la machista e hipócrita sociedad mexicana consiente con gran tolerancia: la violencia física, emocional, económica, psicológica, contra las mujeres.
Nosotres, aquí, queremos detenernos en este punto. “Lo peor que nos podría pasar, argumentaba convincentemente Arundhati Roy, es regresar a esa normalidad salvaje”, dice ya arriba Rivera Garza. Cuando escuchamos a diestra y siniestra hablar de volver a la normalidad (cosa, por lo demás, cada vez más ostensiblemente lejana), nosotres decimos no. No queremos volver a una normalidad que hizo de la pandemia una tragedia. Fue Boaventura de Sousa Santos quien dijo que a causa del manejo mezquino de los líderes políticos lo que era un virus peligroso se convirtió en un virus mortal y lo que era un amenaza de cierta envergadura a la salud pública se tornó una pandemia de ingentes dimensiones mortales. La cuestión aquí es que se privilegió mantener, lo más posible, esa horrible normalidad a costa de las vidas de millones. Pues bien, para el mantenimiento de ese sistema neoliberal salvaje se ha explotado la fuerza de trabajo de las mujeres, ocultándola. Por eso es que nosotres no queremos volver a la normalidad. Queremos que las cosas se radicalicen y que radicalmente se visibilice el trabajo que el capital se ha empecinado en ocultar, pero que el Covid ha venido a sacar a flote y lo ha puesto en el centro de la discusión política.
Estamos por que se narren las historias de esas mujeres, con sus voces, o ya de menos, acompañándola con respeto irrestricto. Pensamos, desde luego, en obras como Desde las brasas, “un proyecto que recopila algunas voces de amigas, amigos, amigues, familiares y sobrevivientes de la violencia de género”, como informa el sitio de noticias Pie de Página. Pero igual tenemos muy en mente esas obras por venir, que no han sido escritas aún: las historias de las vidas de esas mujeres que están enfrentando en este momento la batalla cotidiana de salir vivas, manteniendo su salud mental, en medio de ambientes atroces. Pensamos, asimismo, en las mujeres que están resistiendo de forma colectiva a los múltiples embates que el Covid ha traído a sus vidas personales, pero también a las zonas de sus vidas laborales, interfamiliares, políticas. Deseamos con todas nuestras fuerzas que empiece esa arqueología de ese futuro.
Quiero imaginar que mientras yo escribía este texto, en el ático de la casa donde vivo con mi familia, se exhibía en la mesa de una librería Against White Feminism: Notes on Disruption de Rafia Zakaria. Ahí, la feminista originaria de Pakistán critica al feminismo blanco y sus defensoras que han sido quienes históricamente se han apropiado del movimiento, dejando fuera a millones de mujeres que por eso mismo se alejan cada vez más de esos feminismos de las tres o cuatro olas, y crean sus propios movimientos donde capital, raza, clase, y no solo género, son fundamentales, aunque a las feministas blancas no les convenga verlo. No había leído su libro sino hasta ahora, en este día de mayo del 2025 en que me disponía a revisitar este ensayo para enviarlo al LLJournal. Que no se diga que andar de inconforme no tiene su poesía.
N
Cerca de la M está la N. De niñes. Por ser un grupo siempre ignorado, siempre visto con enorme paternalismo, y también porque todes somos muchas edades y una de ellas es la niñez que marca nuestras vidas todas para siempre, por eso pensamos en elles. Hacemos eco de Boaventura de Sousa Santos y de sus palabras, cuando piensa en les niñes: ¿qué tal si dejamos de pensar por un solo momento en nuestros mundos adultocentristas, llenos de números y proyectos, que son los que precisamente nos han arrastrado a este desfiladero, y en su lugar, nos ponemos a pensar, de a deveras, en les niñes? Si lo hacemos veremos la tremenda vulnerabilidad en la que se encuentran. Nada menos que por el hecho de estar en nuestras manos. En las manos de una sociedad hundida en el capitalismo, el patriarcado, el colonialismo, los cuales han trabajado desde siempre mano a mano para beneficio de sus cabecillas y para perjuicio, cuando no liso y llano aniquilamiento, de sus enemigos, es decir, de todo quien no entra al aro de la producción, entre elles, les niñes.
Estamos con Boaventura de Sousa Santos cuando se pone en los zapatos de les niñes que, encerrados en casa por culpa del Covid, tienen que pasar ahora todo el tiempo en manos de sus violentadores permanentes. En les niñes que sufren de todo tipo de abuso, pero especialmente del abuso sexual, a manos de quienes debieran cuidarles, y ahora no tienen ni siquiera la posibilidad de respirar otro aire, por unos momentos al día, que el respirado por sus agresores. Terror, horror, son adjetivos, y géneros literarios y fílmicos, que no alcanzan para entender el dolor que elles deben de estar sufriendo.
Estamos también con les niñes que han perdido a sus familias en todo el mundo, aunque ahora estemos hablando específicamente de México: nada menos, Pie de Página, también, ha informado de estimaciones según las cuales unos 131 mil niñes podrían quedar huérfanes por la pandemia en el país. ¿Cuántes niñes en todo el planeta? ¿No merecen nuevas formas de narración? Narraciones que nos abran los ojos a las vidas de todes eses niñes que serán adultes en el futuro y que formarán este mundo de una manera muy distinta a quienes hemos tenido el privilegio de tener a nuestros parents(discúlpeseme el anglicismo, pero creo que es mucho más preciso que la machona palabra padres en español) sin que hayan sido asesinados en una guerra, en una manifestación, por un policía extranjero, en un ataque terrorista. Narraciones que digan esto, por ejemplo: empujados por su inflado egoísmo, salen los líderes con sus trajes a decir que ya se van a abrir las escuelas, o que ya se van a cerrar, o que hay que correr ciertos riesgos, o que mejor no hay que correrlos: pensamos en el título que The New York Times le dio a un podcast al respecto, en el que hablaba de que a les niñes el gobierno de Estados Unidos (pero igual cualquier gobierno) los ve como daños colaterales durante la crisis por el virus. Es por todas estas vidas a las que el Covid ha venido a transformar de raíz, desde la raíz de sus comienzos, que queremos una nueva arqueología: una que eche luz al presente y al futuro de eses niñes.
Hace algunos años, unos conocidos en una comilona decían que en México no estábamos para democracias ni cosas así. Pensé que se las daban de cultos, porque sí lo son. Aunque entiendo lo que decían.
Que en muchos lados la democracia se reduce a elecciones. Pero que en realidad las elecciones deberían ser un interesante proceso en que una sociedad bien alimentada, informada, educada, podría votar por lo mejor posible. Pues bien, yo podría decir ahora lo mismo en cuanto a tener hijos.
Nunca estamos listos para tenerlos, y eso que tengo uno. Los niños son tan vulnerables. No es justo para ellos venir a un mundo donde sus parents, siempre ocupados pero ahora súper ocupados porque van a necesitar más dinero, no tienen tiempo para prepararse y ser mejores, al menos decentes, parents. Pero como con la democracia, la cuestión no son los parents, sino todo lo que no les permite tener el tiempo, la tranquilidad, el espacio, para volcarse por completo a amar a sus hijos y no pensar en otra cosa, que es lo mínimo que se merecen criaturas a los que nadie les preguntó si querían venir a este terregal.
M
M de migrantes. Estamos con les migrantes que están en todos lados, pero especialmente con aquellos a quienes los estados maltratan y colocan el sambenito de ilegales. Estamos con les migrantes que desde la etapa temprana de la pandemia fueron necesariamente reconocides como trabajadores esenciales en Estados Unidos. Muches de eses migrantes resulta que son latinoamericanos, y especialmente mexicanos. Discriminados y criminalizados por todos los gobiernos de ese país, aunque con especial encarnizamiento por parte de Donald Trump, les migrantes no son, como se ha querido vender la idea desde ciertas agencias blancocentristas norteamericanas, quienes han causado el empobrecimiento de la clase trabajadora nortamericana. Como bien ha demostrado Ruth Milkman, la cosa es totalmente al revés: a causa de que sus jefes han desmantelado el estado de bienestar, y han hecho hasta lo imposible por acabar con los sindicatos, los empleos se han degradado tanto que buena parte de la población norteamericana no desea llevarlos a cabo. Pero tampoco se pueden dejar de hacer las cosas: things need to get done, como dicen. Y quién, sino les migrantes, en buena medida empobrecidos o amenazados por la violencia administrada por el propio gobierno de Estados Unidos alrededor del mundo, llevan a cabo esas labores. Por si fuera poco, gracias a que les migrantes llegan y trabajan y consumen, la economía norteamericana también se aviva. Así que estamos con elles, violentades y discriminades por un Estado neoliberal que ha estado hipócritamente en su contra, aun cuando disfruta de los frutos de su labor.
Y estamos igual con les migrantes que, también en Estados Unidos, específicamente en Nueva York, hicieron valer su fuerza. “Miles de inmigrantes latinos iniciaron una movilización a inicios de marzo”, informaba Pie de Página en 2021, “para exigir la aprobación de un fondo de ayuda por 3 mil millones de dólares. Tomaron los puentes de Brooklyn y Manhattan y algunos hicieron huelga de hambre. Marcharon hasta Albany, la capital de Nueva York, y se manifestaron frente a la casa del gobernador, Andrew Cuomo. Esta movilización se dio a unos meses de que el movimiento Black Lives Matter ocupó las principales ciudades de Estados Unidos tras el asesinato del afroamericano George Floyd, en Minneápolis. En abril pasado, el Congreso de Nueva York aprobó 2,100 millones de dólares como fondo de ayuda a inmigrantes indocumentados que perdieron su empleo durante la pandemia, con un pago de hasta 15,600 dólares en un año.”
Estamos con los migrantes que luchan y logran, y estamos segures de que sus historias deben contarse desde sus propias agencias individuales, y no, o no únicamente, desde las miradas letradas de autores y autoras que no conocen la experiencia migrante. Pero también estamos con les migrantes que en la pandemia no han tenido esta suerte, y que quizá son los más. Les migrantes de todas partes del mundo. Y pensando en México, tenemos muy presentes a les migrantes centroamericanes, haitianes, africanes, están varados en estaciones migratorias a causa de la política gubernamental mexicana de ser, de facto, el tercer país seguro de Estados Unidos. Sus historias, para ser comprendidas y que todes exijamos la dignidad que se merecen porque sí, deben ser oídas con urgencia.
Lo dicho, todo esto podría haber sido escrito en este preciso instante. O más bien no. Como decía mi papá que decía mi abuelo, que fue soldador en una fábrica metalúrgica en mi Ciudad Sahagún natal, las cosas están cabronas y se van a poner peor. Para los migrantes en Estados Unidos, ahora con este presidente cuyo nombre no puedo mencionar a riesgo de ser deportado yo mismo, las cosas siempre se han puesto peor. Y así y todo, aquí siguen, han seguido, y seguirán. Porque necesitan enviar dinero a sus países, las más de las veces jodidos por Estados Unidos una parte de cuya sociedad los criminaliza pero también se beneficia de su trabajo y de su permanencia, como quienes escriben artículos académicos defendiendo a los migrantes.
I
Estamos con todos los pueblos indígenas, y creemos firmemente que lejos de ser las poblaciones miradas con un paternalismo insufrible por sucesivos modelos estatales, son y merecen ser parte de un nosotres equitativo y plurinacional. Tal como ocurrió en Bolivia hace unos años y como plantea la propia Yásnaya Elena Aguilar Gil, México y otros países debieran ser estados plurinacionales, no naciones pretendidamente mestizas (Federico Navarrete dixit), que en realidad son naciones adoradoras de los criollos que pretenden encontrarse en un devenir blanco, y una de cuyas consecuencias es el borramiento de las poblaciones indígenas.
Siendo naciones como en realidad son más allá del reconocimiento estatal, varias de ellas adoptaron durante la pandemia medidas que caerían en lo que Boaventura de Sousa Santos distinguía como medidas drásticas, estados de excepción, que pueden ser democráticos o antidemocráticos . Se refería a la importancia de distinguir las medidas extraordinarias que era necesario tomar para combatir la moralidad del virus, pero sin necesidad de caer en abusos totalitarios que robaran legítimas libertades y derechos ganados por las poblaciones. Pues bien, naciones indígenas dieron cuenta de ello, al organizarse en comunidad, y tomar medidas drásticas para cuidarse del contagio: fueron medidas como el cierre de fronteras de sus comunidades, el aislamiento forzado de personas que hubieran tenido contacto con el exterior de sus comunidades, etcétera. Han sido medidas acordadas por varias comunidades, pero lo que es más: han sido medidas que demuestran en los hechos lo que los gobiernos no totalitarios, sino los pretendidamente democráticos pero profundamente neoliberales, no han ni siquiera pretendido fingir: cambiar el funcionamiento corriente de las cosas, lo cual demostraría que la afirmación de que no podemos sino vivir en este miserable sistema competitivo es una rotunda mentira.
Por eso estamos con la necesidad de que los pueblos indígenas deben ser parte de este nosotres igualitario que busca narrarse de un modo distinto al que hasta este momento ha prevalecido, en el cual ser moreno, proveniente de alguna comunidad indígena, hablante de una lengua distinta al español, perteneciente a un poblado indígena o tener rasgos físicos indígenas, ha sido suficiente motivo para ser un ciudadano mexicano de segunda, o de tercera clase. Estamos por no permitir más esa lógica racista que sustenta al actual modelo de nación. Y por lo tanto, pensando en Benedict Anderson, estamos por imaginar el Estado de otro modo. De un modo radicalmente distinto.
De la idea de una nación sin Estado, me encanta su radical belleza, del tipo quémenlo todo y así. Lo triste de estas radicalidades es que tienden a ser pura poesía. Y no que la poesía no cambie al mundo. Pero lo cambia de otro modo. La radicalidad no es sino horizonte que dota de sentido, al modo platónico. Y está bien. Y, pensando de nuevo en Rafia Zakaria, de hecho, las ideas alejadas del individualismo (muchas de ellas de orígenes indígenas) son potentísimas para ir contrarrestando el poder del capital; la pregunta es cómo. Quizá habría que ir a preguntarles, en vez de solo estar elucubrando.
N
Volvemos al nosotres. Este nosotres desde el que está articulado este texto es uno que incluye a todas las personas mencionadas hasta ahora. Pero también somos las personas encarceladas, en su gran mayoría pobres encarcelados por acusaciones ínfimas, que están gravemente expuestos a morir de Covid sin que el estado ni la sociedad se inmute ni siquiera una pizca. Somos también las personas internadas en un hospitales psiquiátricos a quienes tampoco nadie voltea a ver. Y somos también las personas que viven en la calle porque la violencia machista de sus hogares, los abusos sexuales de sus padres y en general la infinita desigualdad que nos rodea, los han arrojado al frío concreto.
Y decimos que somos todos ellos porque somos trabajadores sin salario fijo, personas que no pudieron dejar de trabajar durante la pandemia y así dejar de exponerse. Porque la inmensa fuerza de trabajo que sostiene a este mundo que debe frenar somos personas que no pudieron quedarse encerradas en casa, teniendo reuniones por internet. Porque como los casos documentados no solo en México, sino en todo el mundo, enfermarse en tiempos de covid era un lujo también para nosotres. Encerrarse en casa a guardar cuarentena significaba morir de hambre. Porque en realidad estamos a un paso, sin saberlo, de convertirnos en personas de la calle, discriminados por un sistema racista, o terminar en un hospital psiquiátrico en busca de un mundo mejor, o sumándonos a las interminables filas de migrantes que buscan alguna oportunidad en algún sitio.
Por todo esto, este inmenso nosotres apuesta por la radicalización de la que habla Naomi Klein. Y esa radicalización requiere de una nueva narración. No se puede pretender ser radical sin radicalizar la forma en que nos presentamos, nos entendemos, nos construimos. Nuestro lenguaje debe cambiar. La literatura debe cambiar también. En esa misma entrevista con Klein, Angela Davis concluía su participación hablando de la cada vez mayor inutilidad del estado. Hablaba de Estados Unidos, pero aplica dondequiera. Nuestros actuales E stados en efecto sirven de poco, o de nada, a este vasto nosotres, que no es solo mexicano sino palestino, kurdistani, sirio, brasileño: migrante, pobre, moreno, indigena, queer, callejero. Somos un nosotres pleno de deseo que no quiere otra cosa que un cambio. Un cambio radical.
Las cosas no solo no han mejorado. Ahora todo es mucho peor. Pero siempre ha sido así, ¿no? El empobrecimiento de las clases trabajadoras, de las mujeres y de sus hijos, de los hombres racializados, de los pueblos indígenas, de los migrantes. ¿Hubo un tiempo pasado en que las cosas fueron mejor? Esto está cabrón, y se va a poner peor… Quizá, y esta es nuestra esperanza, no es que esté cada vez peor; es que cada vez nos damos cuenta de más cosas que antes no, y ellos aprietan más y nosotres nos damos cuenta y ellos… ¿Sería pues bueno sentir que siempre estamos peor? Lo que sí es que es peligrosamente agotador.
Nueva York, enero de 2022
Nueva York, mayo de 2025


