Octubre 2007

 

Grace Godinez
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Era una noche normal, como cualquier otra, eran las diez y la familia se preparaba para ir a acostarse. Eran un matrimonio joven, tenían una hija, de nueve años que, por cierto, los había cumplido el mes anterior. Al día siguiente, la rutina continuaba, los papás iban a trabajar y la niña a la escuela. Un apartamento estudio, una recamara, una sala pequeña, pero con espacio suficiente para llamarlo un hogar. Empezó a escuchar que tocaban la puerta, fuerte, como con ansias de abrirla. Al principio era un sueño hasta que se dio cuenta que se intensificaba el ruido y al abrir los ojos vio que tenía una sábana encima de ella. La luz del cuarto estaba prendida, pero había conmoción. Asustada y confundida la niña se destapó y vio que su papa se asomaba a la ventana, pero discretamente. La mamá suplicándole a su esposo que ya ni tratara de querer salirse por el balcón. La niña escuchaba la puerta entre todo y le preguntó a su mamá que quién era. Nadie le contestaba, sus papás hablaban entre ellos y la niña pensó ir a la puerta ella misma. Con el corazón lleno de miedo, sus ojos la delataban. Detrás de la niña la siguió su mamá mientras su papá chequeaba las ventanas de la sala. Abrieron la puerta y se encontraron con cuatro uniformados, pero no era la policía, la niña no sabía lo que significaba ICE. Pero lo que sí sabía es que cuando preguntaran por su papá su respuesta sería “no.” Y lo hizo. La niña dijo que no cuando preguntaron si Julio se encontraba en casa, pero al mirar hacia su mamá las lágrimas le empezaron a inundar los ojos.

La mamá hizo espacio para que entraran los uniformados y luego en la distancia la niña escuchó el grito de su perrito, un cachorro de solo seis meses que apenas le había regalado su papá. Fue la sorpresa más esperada por la niña y al cumplir los nueve años su papá se lo regaló. Los uniformados se fueron en seguida al cuarto y entre lágrimas y miedo la niña se sentó en el sofá que tenían en su sala. Sosteniendo a su cachorro en brazos, lloraba. Mientras, uno de los uniformados, alto, blanco, que era muy distinto a los demás porque su uniforme era amarillo, le sonrió a la niña. Una sonrisa que no tiene idea de cuánto odio y rencor hizo sentir a la niña. Sonrisa que no conoce el sufrir y el miedo. Esperaron a que el papá se vistiera. Lo perseguían a cada recamara, al baño, hasta que se puso su chamarra, era octubre, pero todavía estaba rico el clima. Lo esposaron, y la niña le lloró, le suplicó, le dijo que lo amaba, y le dio un abrazo que en ese entonces no pensó que fuera a ser el último en casa y en familia. La niña piensa mucho en esto, un sueño inesperado, un instante que cambió su vida. Octubre del 2007, aprendí que la vida no es justa en todos los sentidos y que, a pesar de ello, uno sigue adelante. Me gusta pensar que siempre habrá días mejores, y es tal el desprecio que deseo no volver a ver a ese agente de uniforme amarillo, porque ahora sí le respondería con su misma sonrisa.

 

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