Presencia de las relaciones de poder como noción del discurso feminista en la narrativa de Ana Teresa Torres

Marelis Loreto Amoretti
Universidad Complutense de Madrid
marelis.loreto@gmail.com

 

PDF

Resumen

 

A partir de la revisión de tres obras narrativas de la escritora venezolana Ana Teresa Torres: Doña Inés contra el olvido (2008), La fascinación de la víctima (2008) y La favorita del señor (2010), se examina la presencia de las relaciones de poder desde una perspectiva feminista. La mirada se centra en las voces periféricas, aquellas que tradicionalmente no han sido escuchadas y a las que Torres hace hablar en el transcurso de las historias.

 

Palabras clave

 

Relaciones de poder, perspectiva feminista, voces periféricas, Ana Teresa Torres, literatura venezolana.

 

Abstract

 

From the review of three narrative works of the Venezuelan writer Ana Teresa Torres: Doña Doña Inés contra el olvido (2008), La fascinación de la víctima (2008) y La favorita del señor (2010), it is examined the presence of power relations through a feminist perspective. The look is focused on the peripheral voices, those that traditionally has not been heard and which Torres made them speak in the course of the stories.

 

Key words

 

Power relations, feminist perspective, peripheral voices, Ana Teresa Torres, Venezuelan literature.

 

 

 

Siempre pudo ocurrir exactamente lo contrario de lo que la crónica consigna.
Carlos Fuentes. El naranjo

 

La identificación o el rechazo, empatías o incomprensiones varias en torno al discurso de un otro que nos nombra o nos obvia, invitan a despertar el interés y la curiosidad sobre algunos elementos o sobre algunas personas que logran desentrañar aquello que hemos arrinconado en el lugar más oscuro de nuestro olvido. Los discursos hegemónicos, en tanto se adueñaron de los contenidos simbólicos, narran lo que hemos sido, lo que somos así como lo que eventualmente seremos, distribuyendo a cada cual un rol específico a ocupar, garantizando el orden de las cosas, de la vida, de la cultura, de la civilización. No obstante, y cada vez con más frecuencia, surgen narraciones otras, enmarcadas desde los márgenes, que pretenden denunciar, revertir o simplemente explicitar esta hegemonía.

La perspectiva del enunciante que narra desde la periferia está nutrida de una mirada distinta que pone el foco de atención en elementos diferentes, situaciones diversas que no formaban parte de los intereses habituales. Estos, los que tradicionalmente no tenían voz narrativa ni simbólica, son quienes nos hablan del entramado que está detrás, de los entretelones, de todo aquello que olvida u oculta la historia oficial.

Ana Teresa Torres, autora venezolana cuyo discurso feminista nos interesa particularmente, reúne en sí misma algunas de las características que constituyen esta voz silenciada: proviene de un país periférico, desconocido ampliamente, que no es mágico ni asombroso como para generar curiosidad; que no es trágico como para invitar a la censura y a la condescendencia; que no aporta ni quita fuerza a la hegemonía occidental. Es, a su vez, mujer, lo cual implica de suyo una posición social determinada que le resta autoridad discursiva de acuerdo al orden establecido, independientemente de su formación académica, ampliamente valorada en su país. Por último, porque su interés radica en hacer surgir estas voces olvidadas, que el lugar de la enunciación parta de aquellos que han pertenecido a los márgenes, a quienes tradicionalmente se les ha negado un discurso propio y distinto.

 

Las historias

En la mayoría de la obra narrativa de Ana Teresa Torres se privilegia la perspectiva femenina. Contar las historias de su contexto pero expresadas desde su cotidianeidad, desde sus propias circunstancias, desde aquello íntimo que resulta fundamental en las vidas de las protagonistas (o de otros personajes que van surgiendo en el relato) pone de manifiesto la primacía del enunciante como aquel que nunca tuvo la oportunidad de contar lo que ahora nos narra.

Una mantuana fantasma nos relata la historia de los últimos tres siglos en Venezuela; una musulmana del siglo XIII narra su historia personal, desde su infancia hasta sus últimos días en un pueblo recóndito de Andalucía; y una voz en tercera persona, aunque inidentificable expresamente, sugiere atisbos femeninos mientras escribe las peripecias y conflictos personales de una psicóloga canadiense que se va a vivir a Venezuela. Tres géneros literarios distintos -histórico, erótico y detectivesco- coinciden en el protagonismo de vidas femeninas que, desde sus limitaciones, ponen de manifiesto la estructura patriarcal que las subsume.

Doña Inés contra el olvido (2008) es una novela “intrahistórica” (Rivas, 2004), esto es, una narración que pretende recrear el pasado desde una perspectiva distinta a la del poder. De este modo, las descripciones de los hechos que han cobrado valor desde la historia oficial son miradas a través de otros ojos, de aquellos que no fueron nunca protagonistas, no de los “antihéroes”, al decir de Bajtin (1986), sino de quienes ni siquiera fueron considerados como significativos para nombrarlos. La voz de doña Inés es la voz del pasado que surge de la tumba y deambula, mientras busca los títulos de su propiedad en Curiepe que se le han perdido. Durante su búsqueda, Venezuela continúa viviendo a su propio ritmo, un ritmo que el fantasma de doña Inés no logra comprender cabalmente, más bien la va sobrepasando. Por eso dicta lo que ve, para registrar los cambios macro del país y micro de su familia. Dicta y conversa con Alejandro, su marido, y Juan del Rosario, su liberto. Y con Carlos III, en una suerte de parodia en la que le cuestiona su poderío en América. Charla con ellos, figuras masculinas que encarnan, en el caso de Alejandro y Carlos III, la hegemonía de su cultura, y Juan del Rosario, a través del cual representa el poder de ella, blanca y mantuana, menos periférica que él de acuerdo al orden establecido. Estas conversaciones, no obstante, no lo son en sentido estricto, pues no admiten diálogo. Ni Alejandro, ni Carlos III ni Juan del Rosario responden alguna vez. Doña Inés los interpela, los disminuye, los menosprecia, se burla de ellos, y no hay respuesta. No hay intercambio posible porque doña Inés hace un monólogo de su pretendido diálogo, y los receptores son ahora los desplazados, han pasado a ocupar el puesto de los “sin voz”.

Aisa, protagonista en La favorita del señor (2010), es una joven musulmana del siglo XIII, quien ha sido educada desde su temprana niñez para satisfacer sexualmente a los hombres. Es ella quien nos relata su historia, desde que vivía en la “casa de las mujeres”, en la cual aprendió todas las artes de la seducción y tuvo sus primeras experiencias erótico-sexuales con su maestra-hermana y con su padre; pasando por la violencia a la cual fue sometido su pueblo por Roger, un español católico que exterminó la ciudad y que se la llevó consigo a Tamarit como botín de guerra; mostrando relaciones lésbicas con Helena, esposa de Roger, hasta manifestaciones bisexuales con Bertrand y Helena, o sadomasoquistas con fray Jerónimo. Conforme a lo narrado, la vida de Aisa es en sí misma una tragedia: es despreciada por su madre por haber nacido hembra, salvada y criada por un eunuco, arrebatada de su ciudad natal por el hombre que asesinó a su familia, pierde a sus hijos en un incendio del castillo y se le desfigura el rostro, es prostituida por unos cirqueros hasta que es vendida a un árabe, con quien vivirá unos años hasta la muerte del anciano. Al final se dedicará a la alfarería para ganarse la vida, mientras escribe el diario a través del cual conocemos su historia.

Explica Lovera De-Sola (La favorita) que La favorita del señor fue pensada por la autora, en un principio, como uno de los capítulos de Malena de cinco mundos (2000). En esta novela, Torres describe la vida de cinco mujeres en diversas épocas de la historia. Cada una de estas “Malenas” vive una vida trágica, independientemente del contexto que le compete. En el transcurso de la historia, el lector da cuenta de que es la misma Malena, y que los Señores del Destino una y otra vez han insistido en hacerle vivir una vida miserable, enmarcada por el amor a un hombre y condenada a un final trágico. En “Malena de cinco mundos (Ana Teresa Torres): representación, narrativa actual y feminismo”, Gisela Kozak (2011) analiza la propuesta discursiva de Ana Teresa Torres, en la que la perspectiva feminista que fija la mirada en la vida de estas mujeres, las narra no desde la tragedia aunque sean trágicas, sino desde la parodia y la ironía, desde la picaresca, desde la burla al orden establecido. Así se explica por qué, a pesar de acompañar a Aisa en una vida de tormentos y tragedia, el lector no siente compasión por la protagonista, sino comprensión hacia ella por las situaciones incluso predeterminadas que le toca vivir. Los Señores del Destino de Malena de cinco mundos están sin duda presentes en la vida de Aisa, de acuerdo a Lovera (Diez años), pues pareciera evidente que hay una fuerza suprema y ante todo masculina que se ha encargado de delimitar su vida como lo hicieran los Señores del Destino en la vida de cada una de las mujeres cuyas historias son narradas en Malena de cinco mundos.

La última Malena de la novela, la ejecutiva que vive en Caracas en el siglo XX, divorciada y con un hijo, y que lleva una vida sexual activa y desordenada, recuerda a la protagonista de La fascinación de la víctima (2008). Elvira Madigan es, no obstante, mucho más moderna y liberal que la última Malena. Se trata de una psicóloga canadiense que, al enamorarse de un venezolano, abandona esposo, hijo, trabajo, familia y país para aventurarse en varios países latinoamericanos, culminando en Venezuela. De ello nos enteramos en El corazón de otro (2005), novela policíaca en la que la protagonista descubre un asesinato, el de su propio hijo, mientras ejerce como psicóloga en su pequeño apartamento en los suburbios caraqueños. Elvira decide regresarse a su pequeño y aburrido pueblo en Canadá, pero puede más la nostalgia de su vida y los códigos venezolanos así que regresa a Venezuela y da inicio a la segunda parte de la saga.

El narrador omnipresente es esta vez quien nos cuenta la historia de Elvira. Hay en este narrador elementos que sugieren una voz femenina. Entre ellos destacan con claridad el modo en que relata los sucesos, el énfasis que le irá dando a detalles del tipo amoroso-sentimental de Elvira así como también el relato de los pensamientos de la protagonista. En los encuentros entre Elvira y Boris Salcedo, el policía amigo de la canadiense -quien le hace llegar el caso de Adriana Budenbrook y la ayuda a resolverlo- es especialmente elocuente la voz femenina de quien narra. Boris hace con Elvira una terapia intermitente en la que trata el abandono de su esposa, la separación de su hija y el malestar que siente contra todas las mujeres, con excepción de su madre. Este personaje es clave en la narración, no sólo por su condición de policía-amigo, sino por cierto discurso misógino cargado de gracia criolla. Una vez más la desacralización del discurso, en este caso correspondiente a la Venezuela contemporánea, caracteriza la narrativa de Ana Teresa Torres.

 

Relaciones de poder

 

Prevalece que haya los otros y lo otro / la «otredad» / el más allá de mí / y el más allá de ti / la extrañeza
Hanni Ossott. El circo roto

 

La búsqueda de un discurso en específico pasa por establecer los supuestos que lo nutren. Como todo discurso, implica la inscripción de modelos que se establecen a partir de aquella mirada que es garante de esa narración que sustenta un orden simbólico determinado. Los paradigmas, estereotipos, prejuicios y, al fin, simbologías que acompañan los modos de actuar de los sujetos dentro de sus sociedades, se sustentan de la narración que los enmarca. Y es que, al hablar de relaciones de poder en cualquier orden de la vida, se evidencia un orden simbólico de ideas que se superponen, estableciendo valoraciones diversas entre aquellos que conforman lo social. Subvertir el orden establecido pasa por el reconocimiento del mismo para luego desacralizarlo, ejercicio muchas veces lúdico que hace Ana Teresa Torres, en el que parodia e ironía juegan un papel determinante.

Las relaciones de poder implican una estructura social jerárquica en la que unos se deben a otros. El convencimiento cultural de que el orden natural de las cosas pasa por el establecimiento de puestos a ocupar por cada uno, en función de elementos tan diversos, presupone unas características subyacentes a cada individuo, de modo de conservar los modelos hegemónicos de la cultura. De esta forma, y aunque pudiera parecer que los contextos modifican las narraciones, lo evidente es que la estructura simbólica que sustenta a cada cual siempre parte de los supuestos previamente establecidos: las relaciones de poder hablan de un sector privilegiado y de otro marginado. La mirada hegemónica da crédito a este orden social en tanto justifica una cierta dicotomía coyuntural: masculino-femenino, cultura-naturaleza, hacer-ser.

Así, el hombre define lo social y cultural como un todo que narra lo que compete a cada cual según el espacio que le corresponde. La narración de los sujetos, independientemente de la época, la cultura o el lugar, pretende la universalización de los puestos que a cada cual le corresponde ocupar y, así, el establecimiento de las relaciones entre unos y otros. El centro para algunos; la periferia para otros. Valiéndose del recurso literario, Ana Teresa Torres deja constancia de lo que ya en la Historia de las mujeres se ha venido poniendo de manifiesto, esto es, la relación entre géneros cuyo poder se centra en el varón y que deviene en las diversas culturas androcéntricas.

La historia de Aisa, protagonista de La favorita del señor, pareciera haber sido trazada de acuerdo a una concepción evolucionista de la Historia de las mujeres, a saber: recibe una educación cuyo fin es agradar a los hombres; es violentada al ser raptada y permanecer en cautiverio, pero su condición actual la obliga a establecer nuevas relaciones con otras mujeres; la presencia de otro hombre y nuevas concepciones inducen en ella el cuestionamiento de sí misma y de su vida, lo cual trae de suyo que decida irse a buscar su propio camino. Al irse sola queda en completo desamparo y su vulnerabilidad la convierte en víctima, objeto nuevamente, y su única salvación es la de venderse a sí misma como esclava. Es decir, después de haber conocido la libertad, sus circunstancias la incitan a volver a su condición mujer-objeto. Por último, su verdadera emancipación ocurre tras la muerte de su amo cuando se aboca a la labor de alfarería, pues es la primera vez que en Aisa se conjuga trabajo voluntario y remunerado, cuya fuente de ingreso le garantiza su independencia.

Veámoslo con más detalle: hasta los trece años, Aisa estuvo en la “casa de las mujeres”, que era el espacio en el que se educaba a las niñas, hijas de las mujeres que conformaban el harem del valí. De acuerdo a la autora, la educación cubría todos aquellos elementos que dentro de la cultura musulmana se consideran virtudes en las mujeres. A juzgar por las diversas áreas (danza, nado, cocina, higiene corporal, música, poesía), las niñas eran educadas para conocer sus cuerpos y saber estimular los cuerpos de otros. Es, sin duda, una educación que se sustenta en saber dar placer, lo cual nos muestra la primera relación de poder: la vida de Aisa se justificaba en tanto daba placer a su Señor, sea éste quien fuera.

Como ha sido educada para ello, Aisa no se cuestionará ser nada más que instrumento de placer de los hombres, hasta ya muy avanzado el relato. La protagonista le encuentra sentido a su vida en la medida en que hay algún hombre al cual satisfacer, porque ha aprendido a ver su cuerpo “como territorio erótico y como vehículo para recorrer otros caminos del erotismo” (Caraballo 24). Así, primero será con su propio padre, cuando ella aún era una niña. Luego, el mismo día en que ve a su familia masacrada por las huestes de Roger de Tamarit, complace a este último. Resulta curioso que Aisa no manifiesta resentimiento contra Roger en el ámbito sexual, ni siquiera aquella primera vez cuando acababa de ver morir a su familia. Torres narra esta situación como parte de la vida de Aisa, como algo que simplemente no se cuestiona.

En Doña Inés contra el olvido se muestra una visión semejante en cuanto al cuerpo. Doña Inés recuerda a Alejandro, su esposo, y sus relaciones con algunas esclavas de la hacienda. Ella, como la legítima, como mujer principal, como mantuana al fin que se debe a comportamientos rígidos signados por la cultura para mujeres de la aristocracia (terratenientes, en el caso que nos ocupa), comprende su cuerpo como espacio para la procreación y continuidad del linaje. No obstante, la voz de ultratumba que ha seguido de cerca el desarrollo de la historia de Venezuela, ahora que ya no tiene cuerpo se cuestiona sobre el mismo en relación a su marido y a sus apetencias. El recurso del fantasma pone de manifiesto que aún, a pesar de los siglos transcurridos, la percepción que la mujer tiene sobre su propio cuerpo no varía: sigue siendo la misma, sostenida bajo la perspectiva de la estructura patriarcal.

A diferencia de Aisa, el cuerpo de doña Inés sólo le “perteneció” a Alejandro. Torres explica en Historias del continente oscuro (2007), que la fidelidad de la mujer garantiza el patrimonio del marido, en la medida en que ella misma forma parte de ese patrimonio (211). No así la fidelidad del hombre, y la propia doña Inés se lo echa en cara a su marido: “No te bastaron los cuatro varones que te parí, querías esparcir tus semillas y sentirte otro Dios creador del universo, inventor de razas…” (2008a 51). Pero es que el sitio que ocupa Aisa en La favorita del señor es el equivalente al de las esclavas en Doña Inés contra el olvido, en cuanto a patrimonio se refiere: doña Inés es la legítima, la que le añade al apellido de Alejandro prestigio y suma hectáreas de sus tierras; Aisa, por el contrario, es posesión “legítimamente” adquirida por cuestión de guerra para la causa cristiana, y su adquisición suma el patrimonio, lo cual explica por qué la musulmana no guarda su cuerpo para un solo hombre, sino que es objeto del que sea su dueño.

Así como con Roger, Aisa dará placer a otros hombres que son la extensión de su dueño. Lo vemos con Enric, el primogénito de Roger, quien se valdrá de los conocimientos eróticos de Aisa para iniciar sus experiencias sexuales. Tadeo, por otro lado, quien fuera el halconero del castillo de Tamarit hasta quedar ciego, si bien fue confinado al cuido de los establos, seguía siendo hombre de la entera confianza del señor de Tamarit. Así pues, Enric y Tadeo, a pesar de encontrarse en diferentes estratos, serán receptores del mismo placer. No será hasta que Aisa conoce a Bertrand, cuando comience a cuestionarse el objetivo de su vida. Bertrand era el primo y amante de Helena, la “legítima” del señor de Tamarit, pero la relación amorosa entre ellos no era carnal sino espiritual. Aisa fue educada para dar placer a otros cuerpos, de modo que pensar en un placer no corporal no tenía sentido para ella. El conocimiento de ello no sólo le hizo poner en entredicho su educación, sino a su vez, pensarse por primera vez a sí misma:

¿Qué era yo para ellos? ¿Qué había sido yo para Helena más que una sierva, que lo mismo podía alcanzarle el cofre de sus vestidos que enseñarle un mejor ritmo para el placer que el que ella podía darse a sí misma? ¿Qué había sido yo para Roger sino un cuerpo destinado a su contento, elegido para su contento, desbordado en su contento? ¿Y Enric? ¿Había sido yo para él algo más que la iniciación de un muchacho tímido que sigue las huellas de su padre? ¿Acaso Al-Munim volvió a recordar la noche en que me tuvo cuando el sol oscureció de nuevo y llamó a su lado a cualquier otra de sus concubinas? ¿Recordó que era mi padre entre tantos hijos e hijas como tenía? (68-69)

Aisa, que estuvo al servicio de Helena, le enseñó a conocer su cuerpo, a darse placer a sí misma y a otros. Pero no es hasta ese momento cuando Aisa se da cuenta de que no sólo no ha sido valorada por ninguno de los hombres a quienes ha servido, incluso la misma Helena no fue capaz de reconocerla como sujeto, sino como instrumento de compañía en su soledad; también como transmisora de conocimiento, que no es igual -al menos en este caso- a maestra.

Con este cuestionamiento, Aisa toma conciencia de sí misma y de lo que ha sido su vida hasta entonces: una vida subyugada, al servicio de todos los demás, cuyo único propósito es el de brindarles placer. Ella había sido el espejo a través del cual los demás se reafirmaban en lo que eran, un reflejo, una relación, un instrumento, nunca un sujeto que valiera por sí mismo. Nadie podía haberla amado porque no se ama lo que se considera inferior, o lo que no se considera en absoluto. “Quería, por primera vez, no ser lo que yo era, un cuerpo educado para el goce, sino alguien capaz de hacer sentir a otro mi existencia” (79-80). Y este proceso de reconocimiento de sí misma, de autoconciencia, será el primer paso para lo que luego será su intención de emancipación.

La autoconciencia se muestra de otro modo en La fascinación de la víctima, cuando Elvira retoma sus encuentros con Richard Wood, hombre atractivo con quien tiempo atrás tuvo ciertos desencuentros amorosos y con quien ahora tal vez pudiera entablar una relación. Pero es que Elvira es una mujer “moderna”, al decir de la última Malena, y su relación con los hombres es distinta a la de Aisa y a la de doña Inés, aunque el núcleo pareciera ser el mismo: el amor y el reconocimiento propio a través de él. En todo caso, Elvira se piensa a sí misma y su vida hasta entonces a través de lo que va ocurriendo con Richard, y llega a la conclusión de que no hay escapatoria al aburrimiento. Desde que Elvira se fue con Santiago -aquel venezolano por quien abandonó esposo, hijo, familia y país-, su vida había dado muchas vueltas, y una de ellas fue la ruptura de diversas relaciones como consecuencia de este aburrimiento que le generaba la pareja. Lo mismo ocurría ahora con Richard, pero Elvira se asume mayor y siente que su edad le resta exigencias, lo cual trae de suyo la resignación ante lo obvio: “Al fin y al cabo, compramos y vendemos nuestra soledad” (49).

La soledad y el aburrimiento, así como los desórdenes sentimentales frente a las convenciones sociales siempre terminan caracterizando a las mujeres que pretenden revertir las relaciones de poder para quedar ellas al frente. Esto es una constante en la narrativa de Ana Teresa Torres. Lo vemos también con Adriana Budenbrook, la paciente de Elvira, quien cuenta que sentirse muy sola. Treinta y ocho años, divorciada y sin hijos, le entregó toda su vida al ejercicio docente en la universidad donde ha trabajado desde siempre. Tiene un amante que no se decide a dejar a su esposa y ella, que queda a la espera, siente que ha perdido el tiempo, que no había valido la pena la entrega a su profesión, que quizás una entrega más valiosa hubiese sido a su marido. La consecuencia, de acuerdo a ella, es la soledad actual (27).

Lo curioso de esta explicación de Adriana es que su terapeuta la entiende perfectamente, pues ella vive su propia soledad. Desde que abandonara a su esposo y a su hijo, y se fuera a Venezuela con Santiago ya nada fue igual. La relación con él no funcionó, así que su vida emocional se volvió inestable, sin ánimo de compromisos, pero tampoco de sacrificar su sexualidad. Los encuentros fortuitos se van multiplicando, pero “a los cuarenta y nueve años una mujer no puede llamar a un hombre sin excusas” (29), y cuidar las apariencias implica dificultar los encuentros, así como simplificar la vida, por lo cual Elvira termina comprándose un perro.

La desacralización de los eventos es explícita en este caso. Elvira regresó a Venezuela, estableció nuevamente su consultorio, tiene sólo dos pacientes cuya paga apenas alcanza para los gastos del mes, siente antipatía por una de las pacientes, antipatía que le altera los nervios y, para colmo, tiene la necesidad de la compañía de un hombre, tanto en lo sexual como en lo emotivo. ¿Cuál es la mejor solución? Un perro, que la acompaña incondicionalmente y que, a pesar de la falta de sexo, sustituye perfectamente a cualquier varón.

Pero las relaciones de poder no sólo se manifiestan entre parejas o en ámbitos exclusivamente sexuales. En La fascinación de la víctima aparece un personaje que encarna todo lo despótico que puede llegar a ser quien se asume como centro y propagación del sistema: Pablo Narval. Es Adriana la primera en nombrarlo, pues él y su hermana fueron asesinados el mismo día en un homenaje que le hicieran a Narval, escritor venezolano que vivió toda su vida entre Francia y España. Narval despreciaba Venezuela porque no recibió de las instituciones del país ninguna ayuda económica para su desarrollo literario, por lo cual le tocó trabajar en actividades mucho menos lucrativas y, sobre todo, ajenas al ejercicio narrativo. En todo caso, su desprecio por Venezuela era equivalente a su desprecio por las mujeres que no estaban dispuestas a permanecer bajo su servicio. En ocasión de la organización de su homenaje, una periodista, Joanna Macari, cuenta:

Dejó de ser el caballero que había sido conmigo, bastante galante, durante toda la semana de conferencias y de ruedas de prensa. Se convirtió en un viejo insoportable, insultante. Me llamó mediocre, incapaz, qué sé yo. Me aguanté aquella sarta de ofensas, y cuando se calmó le pregunté cuáles modificaciones quería incorporar porque había poco tiempo. (104).

Dos opciones en torno a las relaciones de poder entre género son las que ofrece Ana Teresa Torres en su discurso: la de la mujer que se asume a sí misma en función del varón o, por el contrario, la desacralización de este paradigma, a través de la burla o de un empoderamiento discursivo y sobre todo ficticio, que invita a la banalización de la estructura patriarcal, revirtiéndola. En Doña Inés contra el olvido lo vemos a menudo, cada vez que el fantasma de la mantuana se dirige a Carlos III, rey de España para la época en que se le perdieron los títulos de las tierras y empieza el litigio con los negros. Carlos III es, sin duda, la representación de la autoridad y el poder máximos en lo que refiere a la Venezuela colonial, pero debilitado por la distancia entre continentes, así como también por las ideas emancipadoras que surgirán posteriormente.

Doña Inés establece un monólogo cuyo receptor es el rey, y le habla de este modo: “¿No tenías más quehacer, Carlos Tercero, que darles audiencia a los negros de Curiepe?” (40); “Hubieras tenido que venir tú en persona, Carlos Tercero, remando o nadando, para que les pagara yo las bienhechurías” (41); “Pues te hubieras quitado la peluca y venido tú mismo a meterlos en cintura” (42); “(…) tres siglos teniendo a los negros a raya y los tiras de un plumazo” (45); “¿No sabes tú que cuesta bastante mantener a un esclavo para después malograrlo a golpes?” (Ibíd.).

Al final, doña Inés se pone a sí misma a la par que el mismo rey: lo tutea, lo reta, lo ridiculiza, pone en evidencia su ignorancia. Mostrar que la jerarquía, en este caso consecuencia de modelos políticos, es un contrasentido si quien ostenta el máximo poder no lo merece, es un recurso ingenioso del que se vale la autora para explicitar que la estructura dominante carece de fundamento. Lo mismo hace con Alejandro, ya que en reiteradas oportunidades lo tilda de “muerto tonto”, que no entiende nada de lo que ella le cuenta y sigue pensando en el precio del cacao, cuando el país va pasando de colonia a República, o del federalismo al liberalismo, a dictaduras, a democracia, a clientelismo, etcétera. Alejandro no entiende nada de estas cosas y, si bien doña Inés tampoco, hace su mayor esfuerzo, mientras le recrimina al marido su ignorancia supina.

Curiosamente, doña Inés se describirá luego a sí misma en términos nada halagadores:

No lo sé, Alejandro, no tengo luces para entenderlo, sabes que soy una mujer sin letras que únicamente aprendió a leer y a garabatear unos palotes desmañados; todos mis escritos fueron obra de escribanos y nunca tuve en mis manos más de dos o tres libros de la biblioteca de mi padre (…). No era mi misión entender la política de los hombres, sino vigilar el trabajo de los esclavos, cuidar de mis diez hijos, perpetuar mi especie y arraigarla en la provincia, conservar mi patrimonio, velar por mis legitimidades y defender mi limpieza de sangre. (93)

La cita deja en evidencia tres cosas: la primera, en qué consistía ser mujer, blanca, mantuana, terrateniente; la segunda, la relación de poder no existe sólo entre géneros, sino entre castas y posteriormente entre clases; por último, que una mujer con las características que ella misma se atribuye, y que no son otra cosa que las características que el orden patriarcal ha establecido, se enfrente a hombres como el rey o su propio marido, pone de relieve la poca lógica que sustenta cada rol dentro de semejante estructura. Nuevamente, Torres ironiza sobre las relaciones de poder, así como también sobre el curso de cada uno de sus agentes.

Aisa, doña Inés y Elvira representan tres voces desde periferias distintas que reflejan que, a pesar de la diversidad en las manifestaciones de las relaciones de poder, lo que las sustenta es lo mismo: una estructura cuya lógica se fundamenta y nutre de un orden patriarcal. Para que sepamos de sus vidas fue necesario que Aisa la escribiera, doña Inés la dictara y existiera una voz narrativa femenina que se interesara por Elvira. De lo contrario, la relevancia de ellas hubiese sido desplazada a Roger y Bertrand, a Alejandro y Carlos III, y a Boris, que seguramente se habría quedado con el crédito de las investigaciones sobre los asesinatos. Los contextos histórico-ficcionales de La favorita del señor y de Doña Inés contra el olvido invitan a Torres a un ejercicio intrahistórico, como lo señala Rivas (ob. cit.). En La fascinación de la víctima prima el contexto contemporáneo, lo cual pone de relieve a un sujeto más accesible, Elvira.

La soledad de las tres mujeres en la culminación de cada novela -Aisa, tras conseguir su libertad, doña Inés por su condición de fantasma que recorre la historia y Elvira, al regresar a Canadá- tiene, no obstante, un dejo pesimista: pretender revertir la estructura patriarcal en las relaciones de poder trae de suyo la reivindicación de las mujeres, pero lo es a cambio de su vida familiar y emocional. Subvertir la estructura implica de suyo alejarse de los modelos que la conjugan, de modo que la soledad es la única consecuencia posible para mujeres como las descritas por Ana Teresa Torres. La soledad o la muerte, que al caso quizás sea lo mismo.

 

 

Bibliografía

Bajtin, Mijail. Problemas de la poética de Dostoievski. México: Fondo de Cultura Económica, 1986.

Caraballo Castañeda, María Carolina. Ana Teresa Torres, escritora-intelectual: claves de representación. Trabajo de grado de la Maestría en Literatura Latinoamericana de la Universidad Simón Bolívar. Inédito. 2008.

Kozak, Gisela. “Malena de cinco mundos (Ana Teresa Torres): representación, narrativa actual y feminismo” en Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales. Caracas: Ediciones de la Biblioteca-EBUC. 2011. 139-167

Lovera De-Sola, R. J. “Diez años de Novela en Venezuela (2000-2010)”. Arteenlared.com (noviembre 2010a). 05 de mayo de 2012 ‹http://www.arteenlared.com/lecturas /articulos/diez-anos-de-novela-en-venezuela-2000-2010.html›.

_______________. “La favorita del señor”. Arteenlared.com (noviembre 2010b). 05 de mayo de 2012 ‹http://www.arteenlared.com/lecturas/libros/la-favorita-del-senor. html›.

Rivas, Luz Marina. La novela intrahistórica. Tres miradas femeninas de la historia venezolana. Caracas: El otro el mismo. 2004.

Torres, Ana Teresa. Malena de cinco mundos. Caracas: Editorial Blanca Pantín. 2000.

_______________. El corazón del otro. Caracas: Alfa. 2005.

_______________. Historias del continente oscuro. Caracas: Alfa. 2007.

_______________. Doña Inés contra el olvido. Caracas: Alfa. 2008a.

_______________. La fascinación de la víctima. Caracas: Alfa. 2008b.

_______________. La favorita del señor. Caracas: Alfa. 2010.

 

Images are for demo purposes only and are properties of their respective owners.
Old Paper by ThunderThemes.net

Skip to toolbar